Vancouver: el invierno a plenitud en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

sábado, 19 de abril de 2014

Viernes santo: EL TAMBOR DE HOJALATA, de Günter Grass


(Fragmento del capítulo Comida de viernes santo)

Contradictorios: ésta sería la palabra para expresar mis sentimientos entre el Lunes y el Viernes Santo. Por una parte me irritaba contra aquel Niño Jesús de yeso que no quería tocar el tambor, pero, por otra parte, con ello me aseguraba el tambor como objeto de uso exclusivo. Y si por un lado mi voz falló frente a los ventanales de la iglesia, Óscar conservó por el otro, en presencia del vidrio coloreado e ileso, aquel resto de fe católica que le había de inspirar todavía muchas otras blasfemias desesperadas.

Otra contradicción: si bien por una parte logré, en el camino de regreso a casa desde la iglesia del Sagrado Corazón, romper con mi voz, a título de prueba, la ventana de una buhardilla, por otra parte mi éxito frente a lo profano había de hacer más notorio en adelante mi fracaso en el sector sagrado. Contradicción, digo. Y esta ruptura subsistió y no llegó a superarse, y sigue vigente hoy todavía, que ya no estoy ni en el sector profano ni en el sagrado, sino más bien arrinconado en un sanatorio.

Mamá pagó los daños del altar lateral izquierdo. El negocio de Pascua fue bueno, pese a que por deseo de Matzerath, que era, a buen seguro, protestante, la tienda hubo de permanecer cerrada el día de Viernes Santo. Mamá, que por lo demás solía salirse siempre con la suya, cedía los Viernes Santos, pero exigía en compensación, por razones de orden católico, el derecho de cerrar la tienda el día del Corpus católico, de cambiar en el escaparate los paquetes de Persil y de café Hag por una pequeña imagen de la Virgen, coloreada e iluminada con focos, y de ir a la procesión de Oliva.

Teníamos una tapa de cartón que por un lado decía: «Cerrado por Viernes Santo», en tanto que en el otro podía leerse: «Cerrado por Corpus». Aquel Viernes Santo siguiente al Lunes Santo sin tambor y sin consecuencias vocales, Matzerath colgó en el escaparate el cartelito que decía «Cerrado por Viernes Santo» y, en seguida después del desayuno, nos fuimos a Brösen en el tranvía. Volviendo a lo de antes, el Labesweg se comportaba de manera contradictoria. Los protestantes iban a la iglesia, en tanto que los católicos limpiaban los vidrios de las ventanas y sacudían en los patios interiores todo aquello que tuviera la más remota apariencia de alfombra, y lo hacían con energía y resonancia tales que se hubiera creído en verdad que unos esbirros bíblicos clavaban en todos los patios de las casas de pisos a un Salvador múltiple en múltiples cruces.


Günter Grass (Alemania, 1927-2015). Recibió el premio Nobel en 1999.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario