Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

jueves, 17 de marzo de 2011

Una mujer rodeada por la nieve


Con el pretexto de que José Donoso era chileno, me voy a referir a mi reciente texto sobre los poetas chilenos y la nieve, el cual propició que recibiera un comentario con el correspondiente saludo de Alonso Soto, uno de los jóvenes chilenos que el año pasado fueron no sólo mis inquilinos sino también mis vecinos. Durante ese lapso me contaron algunas leyendas de tradición oral típicas de su tierra, entre las que rescato las de La Pincoya, una especie de sirena que procura salvar a quienes naufragan en las aguas del archipiélago de Chiloé, el Caleuche, barco fantasma de malos augurios, y la que más me hecho reír: la del Trauco. Las tres que menciono, junto con otras, han sido reunidas en el formato de cómic bajo el nombre de Chilemitos. Espero más adelante tener la oportunidad de compartirlas con aquellos que tienen la paciencia de visitar este blog.

El caso es que mantengo un grato recuerdo de estos muchachos, del intenso Pablo Lavanderos, quien debe haber sido el chileno en el hemisferio boreal que más celebró los goles y los triunfos de la selección de su país durante la pasada copa del mundo, de Gabriela Céspedes, la única guapa, quien ya se encuentra de regreso aunque viviendo hasta el otro lado de la bahía, en North Vancouver, lo cual nos ha dificultado un poco cada vez que nos encontramos, y el resto de ellos, Simón, un inglés con apariencia de chileno -así como podría decirse de Borges, que parecía argentino-, el tocayo Julio, Felipe y Alejandro. Pero de entre todos ellos comparto con Alonso el hábito de leer poesía. Y en el comentario que consigno, me hizo llegar su observación sobre un extenso poema de Nicanor Parra, titulado La mujer, ya que me había limitado a los trabajos poéticos de Pablo Neruda y Gabriela Mistral, sus dos premios Nóbel de literatura, así como de Vicente Huidobro y Gonzalo Rojas -un par de poetas que disfruto mucho-. De manera que, para compensar la ausencia de Parra y agradecer la atención de Alonso, aprovecho esta ocasión para reproducir un fragmento relativo a la nieve, del poema que me ha hecho llegar desde las montañas donde nacen los cóndores:

La mujer había elegido el lecho de un río para levantar sus tablas
Los utensilios domésticos yacían amontonados
Paisajes, matorrales se veían
Se veían piedras.
Todo esto ocuría en el corazón de una isla
Qué isla era aquella dios santo
Dios Santo
quién era yo para reírme de Cronos
Preguntaba a la hija idiota qué es aquello
Apuntando con el índice hacia unos cerros próximos
¡Nieve! respondía ella
Correcto, era nieve. En verdad era nieve.
Me daba vueltas y sin dejar de reír preguntaba de nuevo
Mirando ahora hacia el otro confín.
Nieve respondía de nuevo.
Estábamos rodeados de nieve
pero era el corazón del verano.

Por cierto, dentro de unos días, cuando aquí termine el invierno, allá en el sur estará concluyendo el verano. Nicanor Parra despreciaba a otros poetas, en su Manifiesto creo advertir una diatriba contra Borges cuando dice: "Al poeta Ratón de Biblioteca" y este es su breve antipoema Quédate con tu Borges:

él te ofrece el recuerdo de una flor amarilla
vista al anochecer
años antes que tú nacieras
interesante puchas que interesante
en cambio yo no te prometo nada
ni dinero ni sexo ni poesía
un yogur es lo + que podría ofrecerte

Sin embargo, mantuvo su admiración por Neruda. En su discurso de bienvenida por la incorporación de éste a la Universidad de Chile, en 1962, iniciaba Parra asegurando que "Hay dos maneras de refutar a Neruda: una es no leyéndolo, la otra es leyéndolo de mala fe. Yo he practicado ambas, pero ninguna me dio resultado".

De manera, Alonso, que considero saldada la deuda de haber pasado por alto a Nicanor Parra, según entiendo tu poeta favorito. En mi caso, pienso seguir leyendo a Neruda... y a Borges.


La ilustración corresponde a una fotografía del atardecer en la cordillera de Los Andes.

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