Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

viernes, 25 de marzo de 2011

Cuando Pedro Páramo aprendió a hablar en alemán


Leo en las noticias que Werner Herzog, el cineasta alemán, se encuentra de visita en México y se declara un entusiasta de Pedro Páramo, a la que considera como la novela más fina que se haya escrito en América Latina, la cual acostumbra a releer con frecuencia. Asegura que, incluso, es capaz de citar algunos pasajes de memoria.

La aseveración no me sorprende. Al lado de los méritos de sobra conocidos que le atribuyen el rango de obra maestra, también habría que tomar en cuenta que la primera lengua a la que se tradujo la novela de Rulfo fue el alemán, antes que al inglés o francés. Esto debido a que en México radicaba -durante la época en que apareció publicada por primera vez-, exiliada del nazismo, Mariana Frenk, quien se hizo cargo de la correspondiente traducción. Por eso a Pedro Páramo se le conoce en Alemania desde el otoño de 1958, cuando fue editada por Carl Hanser. A pesar de que la reacción de los lectores tomaría más años de los previstos, la crítica en cambio se volcó en elogios inmediatos sobre la novela de un autor mexicano por entonces desconocido.

Fue hasta la Feria del Libro de Frankfurt, en 1976, cuando Alemania también se incorporó a la moda de lo que el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal había bautizado como "el boom latinoamericano", desde su cátedra en la universidad de Yale, que por fin Pedro Páramo alcanzó la difusión que daría origen a innumerables tesis de posgrado en aquel país.

No habrá sido sencilla la labor de traducir el lenguaje tan característico de los habitantes de una determinada región del México rural, con todos sus modismos coloquiales: "Mañana, en amaneciendo te irás conmigo, Chona. Ya tengo aparejadas las bestias"; o también: "Mira, se mueve. ¿Te fijas como se revuelca? Igual que si lo zangolotearan por dentro. Lo sé porque a mí me ha sucedido", a lo que recibe como respuesta, "Se rebulle sobre sí mismo como un condenado. Y tiene todas las trazas de un mal hombre. ¡Levántate, Donis! Míralo. Se restriega contra el suelo, retorciéndose. Babea. Ha de ser alguien que debe muchas muertes. Y tú ni lo reconociste". En contraste con el carácter poético de su prosa en esa misma página: "Aclaraba el día. El día desbarata las sombras. Las deshace. El cuarto donde estaba se sentía caliente con el calor de los cuerpos dormidos. A través de los párpados me llegaba el albor del amanecer..."

Y ni qué decir de los nombres de los personajes, ya que algunos de ellos implican un sentido simbólico: Pedro Páramo (Pedro significa piedra y un páramo es desértico), Fulgor Sedano, Dolores Preciado, o apodos como el de Dorotea la Cuarraca. Debió ser bastante complicado tratar de traducirlos y no les habrán quedado más que dos opciones, o rebautizarlos con toda libertad o respetarlos en español, aunque el lector extranjero haya perdido con eso la riqueza de sus connotaciones. Entiendo que esto último es lo que se hizo. Según Marie-José Lamorlette: "En algunos casos es necesario adaptar para ser perfectamente fiel, es decir, modificar algunos términos o elementos portadores de sentido en la lengua de partida a modo de infundirle el mismo sentido en la lengua de llegada".

Tal vez por eso se dice que las traducciones son como las amantes: cuando son hermosas son infieles y sólo las feas son fieles.


La ilustración corresponde a una fotografía de Werner Herzog.

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