"... en aquel vacío cielo nocturno busqué el sol y creí que un eclipse lo ocultaba. Los sepulcros estaban abiertos..."
Lamentación de Shakespeare muerto, en la iglesia, rodeado de oyentes muertos, en donde se proclama que Dios no existe
(Fragmento)
De
joven, muchas veces oí que a las once de la noche, cuando estamos sumergidos en
un profundo sueño, los muertos se levantan del sepulcro y remedan en la iglesia
el oficio divino de los vivos; por eso yo, en aquellos días, cuando se hacía
tarde contemplaba de muy mala gana los altos ventanales de la iglesia y el
resplandor de la luna que relucía en ellos.
- Ahora
quiero contar un sueño que tuve; y es que yo creo en los sueños: es como si los
sueños hiciesen llegar nuestra mirada a riberas lejanas, cubiertas de nubes,
como si nos elevasen, separándonos del fragor de la cascada que ruge ahí abajo,
hasta quietas alturas desde las cuales contemplar, de nivel en nivel, tanto el
silencioso fluir de la vida como el cielo, que está por encima de la vida y también
dentro de ella.
Soñé
que me despertaba en un camposanto. Oí moverse los engranajes del reloj de la
torre y dar las once -y en aquel vacío cielo nocturno busqué el sol, y creí que
un eclipse lo ocultaba-. Los sepulcros estaban abiertos, así como las
puertas de hierro del osario; sobre los muros vagaban sombras que nadie
proyectaba, y otras sombras se erguían en el aire. A veces, un fulgor
relampagueante iluminaba los ventanales de la iglesia y dos notas disonantes,
vibrando incesantemente, luchaban en su interior, pretendiendo en vano
armonizarse. Sin darme cuenta, me vi empujado a la iglesia, en la que, tras el
altar, resonaba, viviente, una voz honda y solitaria. Vi figuras descono- cidas, acuñadas
por siglos antiguos, estremecidas: las más lejanas trepidaban con mayor violencia,
deshaciéndose en sombras descoloridas; y tras el altar había una oscuridad vibrante,
en la que las sombras se despedazaban -la asamblea de los muertos iba siendo
progresivamente succionada por la oscuridad, que acababa por devorarlos-. En sarcófagos
descubiertos yacían difuntos que dormían, como con el rostro invadido por vívidos
sueños, y que a veces sonreían; pero quienes estaban despiertos no sonreían en absoluto.
Muchos de ellos, expectantes, se volvieron hacia mí, entreabriendo los párpados;
pero detrás de ellos no tenían ojos, y en la parte izquierda del pecho, en el sitio
del corazón, había un agujero -estos seres, con un esfuerzo derrotado, querían
aferrar algo en el aire, con lo que su brazo, alargándose, acababa por
desgajarse y partirse en pedazos. En lo alto de la iglesia estaba colocado el cuadrante
de la eternidad, en el que no había números ni manecillas,
y que giraba sobre sí mismo; y, sin embargo, un dedo negro apuntaba a él, y los
muertos se esforzaban por ver allí el tiempo.
Jean Paul: Johann Paul Friedrich Richter (Alemania, 1763-1825).
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