Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

sábado, 18 de noviembre de 2023

Eclipse solar: EL JUEGO DE GERALD, de Stephen King


 
(Fragmento del capítulo 10)
 
«A veces, las amigas pueden aliviar tus preocupaciones, Jessie», manifestó la voz interior, tan saturada de amabilidad que Jessie tuvo que guardar silencio. «Medité en ello, ¿sabes? Imaginé de qué hablabas y reflexioné en el asunto. No recordaba en absoluto que hubiese habido un eclipse a principios de los sesenta, pero, claro, por aquel entonces meencontraba en Florida, mucho más interesada en el buceo y en el bañero de Delray –me había colado por él de un modo increíble- que en los fenómenos astronómicos. Supongo que lo que quería era asegurarme de que todo el asunto no era una especie de fantasía demencial o algo por el estilo... facilitada tal vez por aquella moza de las horribles quemaduras en el tetamen. Pero no era ninguna fantasía. Hubo un eclipse total de Sol en Maine, y sin duda tu casa de verano del lago Dark Score estaba en medio de la zona desde la que se pudo ver completo. En julio de 1963. Sólo una niña y su papá, que contemplaban el eclipse. No me contaste lo que te hizo el bueno de tu padre, pero yo sabía dos cosas, Jessie: que era tu padre, una mala persona. y que tú tenías diez años, ibas camino de los once y. por lo tanto, estabas en la frontera de la pubertad... y eso empeoraba las cosas.»
 
«Basta, Ruth, por favor. No podías haber elegido un momento más inoportuno para sacar a relucir esa vieja...»
 
Pero Ruth no estaba dispuesta a dejarlo. La Ruth que había sido compañera de cuarto de Jessie siempre fue una chica firmemente decidida a decir lo que tenía que decir  hasta la última palabra- y la Ruth que era ahora compañera de cerebro de Jessie no parecía haber cambiado lo más mínimo respecto a aquélla.
 
«Luego me enteré de que vivías fuera del cumpus con tres pimpollos del club femenino de estudiantes, princesas de vestiditos línea trapecio y blusas marineras, cada una de las cuales debía de ser propietaria de su correspondiente juego de pantalones cortos interiores con la inicial de los días de la semana cosida en la pernera. Creo que tomaste por entonces la consciente determinación de iniciar los entrenamientos para ingresar en el equipo olímpico de limpieza del polvo y encerado de suelos. Te defraudaste a ti misma aquella noche en la casa rectoral de Neuworth, defraudaste a las lágrimas, al dolor y a la rabia, y me defraudaste a mí. Ah, claro, nos vimos alguna que otra vez durante cierto tiempo -compartimos en Pat's una pizza y una jarra de Molson's-, pero lo cierto es que nuestra amistad se había ido al traste, ¿verdad? Cuando llegó la hora de elegir entre mi persona y lo que sucedió en julio de mil novecientos sesenta y tres, optaste por el eclipse.»
 
Se acentuó el temblor del vaso de agua.
 
- ¿Por qué ahora, Ruth? -preguntó ¿Jessie, sin darse cuenta de que pronunciaba las palabras en voz alta, mientras aumentaba la penumbra en la habitación.
 
«¿Por qué ahora? Eso es lo que me gustaría saber... dando por sentado que en esta encarnación eres realmente parte de mí, ¿por qué ahora? ¿Por qué precisamente en este momento, cuando menos puedo permitirme la distracción y el desasosiego?»  La respuesta más evidente a esa pregunta era también la menos deseable: porque había un enemigo dentro, un mal bicho amargado al que le parecía magnífico que Jessie. Se encontrase en aquella situación: esposada, dolorida, sedienta, asustada y sintiéndose desdichada. Un ser resentido que no quería que aquella triste condición de Jessie se aliviara. Una zorra perversa capaz de rebajarse y recurrir a cualquier sucia jugarreta para que ese alivio no se produjera.
 
«El eclipse total del Sol sólo duró aquel día cosa de un minuto, ¿Jessie... salvo en tu cerebro. Ahí todavía sigue desarrollándose, ¿verdad?»
 
Stephen King (Estados Unidos, 1947).

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