Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

lunes, 20 de noviembre de 2023

Eclipse solar: EL MUNDO DE LOS GNOMOS, de Selma Lagerlöf

"... nadie tuvo la idea de celebrar con una fiesta la victoria del sol, salvo la anciana Beda, en su casita de las Tinieblas finlandesas."
 
El eclipse de sol
 
(Fragmento)

No se estaba lejos del 17 de abril, pero le sobraba tiempo para preparar su fiesta. Llegado el día del eclipse, se encontraban reunidas Stina, Lina, Kasia del Pantanito, Maya y las demás, en casa de Beda, en las Tinieblas finlandesas.
 
Tomaron la primera taza de café, luego la segunda, después la tercera, charlaron de unas cosas y de otras, y acabaron por comprobar que ignoraban aún en honor de qué o de quién las había invitado Beda.
 
Mientras tanto, el eclipse se verificaba sin que ellas prestasen al fenómeno gran atención. Un breve instante el eclipse llegó a su punto máximo; el cielo se tornó gris pizarroso; toda la naturaleza parecía cubierta de cenizas, soplaba un viento frío, silbando con ruido de trompetas del Juicio final y de gemidos del fin del Mundo. Entonces se sintieron incómodas, pero una suprema taza de café suplementaria logro devolverles el aplomo.
 
Cuando todo hubo terminado y el sol salió victorioso de la lucha, reinó de nuevo en el cielo, tan brillante y tan alegre, que nunca se le había visto tanto brillo y tanta potencia durante todo el invierno. La vieja Beda se aproximó con las manos juntas a la ventana. Sus ojos recorrieron la parte soleada ante su casa y entonó el cántico: «Tu hermoso sol se eleva aún; yo te bendigo, Dios mío. Con fuerza, valor y esperanza renovados, elevo mi voz gozosa».
 
Se mantenía delgada y diáfana, ante la ventana. Mientras cantaba, los rayos del sol flotaban alrededor de ella, como deseoso de infundirle un poco de su vida, de su calor, de su fuerza.
 
Cuando terminó de cantar la estrofa se volvió hacia sus invitadas y dijo con tono de disculpa:
 
- Amigas mías, yo no tengo mejor amigo que el sol y por eso he querido celebrar esta pequeña fiesta el día del eclipse. Quise que estuviésemos reunidas para recibirlo cuando saliera de sus tinieblas.
 
Todas comprendieron lo que la vieja quería decir y, un poco emocionadas, comenzaron a alabar al sol, que era tan bueno para los pobres como para los ricos; que, en invierno, cuando entraba en las casas, producía tanto bien como una llamarada; y, que, en cuanto brillaba, hacía amable la vida, cualesquiera que fuesen las penas que hubiese que soportar.
 
Al regresar cada una de ellas a sus sendas casas, todas iban risueñas y gozosas. Se sentían más ricas, más seguras, desde que habían comprendido qué amigo tan bueno y tan fiel tenían en el sol.
 
* * *
 
Como se trataba de un gran eclipse, ya que nueve décimas partes del disco solar quedaban oscurecidas, el fenómeno llamó mucho la atención en todas partes donde fue visible. Los sabios se habían movilizado con sus instrumentos para medir y calcular. Las gentes vulgares preparaban cristales ahumados y anteojos para contemplarlo a su gusto. Los alumnos de las escuelas obtuvieron permiso para desertar de clases y poder admirar el espectáculo. Los periódicos llenaron sus columnas con la descripción del cielo, que cambiaba de color, de los pájaros que dejaban de cantar, y de la oscuridad invasora que había reinado.
 
Pero por grande que fuese el caso que se hiciera del eclipse, creo que nadie tuvo la idea de celebrar con una fiesta la victoria del sol, salvo la anciana Beda, en su casita de las Tinieblas finlandesas.
 
Selma Lagerlöf (Suecia, 1858-1940).
Obtuvo el premio Nobel en 1909.

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