Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

jueves, 21 de septiembre de 2023

Tequila: LA SERPIENTE EMPLUMADA, de D. H. Lawrence

"... o áloe, con su enorme rosetón de hojas erguidas y puntiagudas, cuyas hileras férreas cubren kilómetros y kilómetros  de suelo en el valle de México..."

(
Fragmentos del capítulo IV: Quedarse o no quedarse)

Aquellos pálidos mexicanos de la capital, políticos, artistas, profesionales y hombres de negocios, no le interesaban. Como tampoco le interesaban los hacendados y los rancheros, con sus pantalones ceñidos y sensualidad débil y blanda, pálidas víctimas de su propia falta de disciplina emocional. México seguía significando para ella la masa de silenciosos peones. Y volvió a pensar en ellos, en estos hombres silencio- sos, de espalda rígida, que conducían sus recuas de asnos por los caminos, en el polvo de la infinita sequedad de México, frente a paredes ruinosas, casas ruinosas y haciendas ruinosas, a lo largo de la interminable desolación causada por las revoluciones; frente a los vastos campos de maguey, el gigantesco cactus, o áloe, con su enorme rosetón de hojas erguidas y puntiagudas, cuyas hileras férreas cubren kilómetros y kilómetros de suelo en el valle de México, cultivado para fabricar esa maloliente bebida, el pulque. El Mediterráneo tiene la uva oscura, la vieja Europa tiene la cerveza malteada, China tiene el opio de la amapola blanca. Pero del suelo mexicano brota un ramillete de espadas negruzcas, y un gran capullo cerrado del monstruo que antes florecía empieza a horadar el cielo. Cortan el gran capullo fálico y exprimen el jugo parecido a la esperma para hacer el pulque, ¡Agua miel! ¡Pulque!

Pero hay un pulque mejor que el ardiente coñac blanco destilado del maguey: mescal, tequila, o en las tierras bajas, el horrible coñac de caña de azúcar, el aguardiente.

Y el mexicano quema su estómago con esos terribles aguardientes y cauteriza las quemaduras con el ardoroso chile. Traga un fuego infernal para extinguir el anterior.

(...)

El airoso balanceo de los enormes sombreros. Los hombros echados hacia atrás con un sarape doblado como un manto real. Y la mayoría guapos, con la piel suave y viva, entre bronce y dorada, la cabeza altiva, los cabellos negros y brillantes como plumas salvajes. Con ojos negros y brillantes que miran con curiosidad y carecen de centro. Con una sonrisa repentina y atrayente si uno les sonríe antes. Pero sin cambio en los ojos.

Sí, y también había que recordar una amplia proporción de hombres más bajos, a veces de aspecto insignificante, algunos recubiertos por escamas de suciedad, que miraban con un antagonismo glacial y fangoso mientras pasaban con movimientos felinos. Hombres venenosos, flacos y rígidos, fríos y muertos como los escorpiones e igualmente peligrosos.

Y después, las caras realmente terribles de algunos seres de la ciudad, algo hinchadas por el veneno del tequila, de ojos negros, apagados e inquietos, despren- diendo maldad pura. Kate no había visto nunca caras tan brutalmente malignas, frías y rastreras como las que podían verse en la ciudad de México.


David Herbert Lawrence (Inglés fallecido en Francia, 1885-1930).

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