Regresa la primavera a Vancouver.

miércoles, 31 de julio de 2013

Páginas ajenas: EL ÚLTIMO VERANO DE KLINGSOR, de Hermann Hesse



(Fragmento que acontece al terminar el mes de julio)

 Había llegado el último día de julio; el mes favorito de Klingsor. La gran época festiva de Li Tai Pe se había gastado, no volvería jamás; los girasoles chillaban en el jardín, dorados en el azul. Junto con el fiel Thu Fu, este día Klingsor peregrinó por un rincón que le gustaba, arrabales abrasados, calles polvorientas bajo altas arboledas, chozas pintadas de rojo y naranja en la orilla arenosa, camiones y cargadores de barcos, largos muros violeta, gente pobre y multicolor. Aquella tarde se sentó en el polvo en las afueras de un arrabal y pintó los toldos de colores y los carros de un tiovivo; estuvo sentado en cuclillas, en el bordillo de la acera, ante un campo tostado, sin árboles, y se sintió arrastrado por los fuertes colores de los toldos. Se agarró firmemente al lila desteñido de la franja de un toldo, al verde y rojo de los pesados carros vivienda, a los armazones pintados en blanco y azul. Hurgó furiosamente en el cadmio, salvajemente en el fresco y suave cobalto; trazó las rayas de color granza sobre el cielo amarillo y verde. Otra hora más, o quizá menos, y se terminaría, llegaría la noche. Y mañana ya empezaba agosto, el mes ardiente y febril que mezcla en su copa tanto temor a la muerte y tanta angustia. La guadaña estaba afilada, los días declinaban, la muerte reía escondida en el oscuro follaje. ¡Cadmio, suena y resuena fuerte! ¡Vanagloriate en voz alta, exuberante granza! ¡Ríe con fuerza, amarillo limón! ¡Vamos, montaña azul oscuro de la lejanía! ¡Junto a mi corazón, extenuados árboles gris-verde! ¡Qué cansados están, cómo dejan caer sus ramas rendidas y dóciles! ¡Y yo bebo esos fantasmas propicios, finjo duración e inmortalidad, yo, el más perecedero, el más incrédulo, el más triste, que teme más que todos los demás a la muerte! Julio se ha consumido, pronto se consumirá agosto; de repente en una mañana llena de rocío el gran espectro nos hará temblar al salir del amarillo follaje. De repente noviembre barrerá el bosque. De pronto el gran espectro reirá, de pronto se nos helará el corazón, de pronto se nos caerá de los huesos la querida carne rosada, el chacal aullará en el desierto, el ronco alimoche cantará su maléfica canción. Una maldita hoja de la gran ciudad traerá mi fotografía y debajo estará escrito: «Excelente pintor, expresionista, gran colorista, murió el día dieciséis de este mes.»

Lleno de odio, trazó un surco de azul de París entre los verdes carros de los gitanos. Lleno de rencor trazó un borde amarillo cromo sobre el recantón. Lleno de profunda desesperación puso bermellón en un punto vacío, exterminó el blanco retador, luchó por la continuación hasta sangrar; con verde claro y amarillo de Nápoles clamó al Dios inexorable. Gimiendo, arrojó más azul en el insípido verde polvo; suplicante, encendió luces interiores en el cielo vespertino. La pequeña paleta llena de colores limpios, sin mezcla, extraordinariamente luminosos, era su consuelo, su torre, su arsenal, su breviario, su cañón que dispararía después de su mala muerte. El púrpura era la negación de la muerte, el bermellón era la mofa de la putrefacción. Su arsenal era bueno, su pequeña y valiente tropa estaba reluciente, los rápidos disparos de sus cañones resonaban brillantemente. No había remedio, todo disparo era en vano, pero, sin embargo, disparar era bueno, era dicha y consuelo, era vida aún, era aún triunfo.

Thu Fu había ido a visitar a un amigo que vivía allí, entre la fábrica y el embarcadero, en su castillo encantado. Vino y trajo consigo al astrólogo armenio.

Klingsor, con el cuadro terminado, respiró profundamente cuando vio a su lado los dos rostros, el buen pelo rubio de Thu Fu, la barba negra y la boca sonriente con dientes blancos del mago. Con ellos vino también la sombra, larga y oscura, con los ojos muy retraídos en las profundas cavidades. ¡Bien venido seas tú también, sombra querida!

- ¿Sabes qué día es hoy? -preguntó Klingsor a su amigo.

- El último día de julio, ya lo sé.

- Hoy he hecho un horóscopo -dijo el armenio- y he visto que esta tarde me traerá alguna cosa. Saturno está inquietante, Marte neutral, Júpiter domina. Li Tai Pe, ¿no nació usted en julio?

- Nací el dos de julio.*

- Lo pensaba. Sus estrellas están confusas, amigo mío, sólo usted mismo puede aclararlas. Le rodea la fertilidad como una nube que está a punto de reventar. Extrañas están sus estrellas, Klingsor, usted debe notarlo.

Li recogió sus utensilios. El mundo que había pintado estaba apagado, apagado el cielo amarillo y verde, ahogada la bandera azul claro, asesinado y marchito el hermoso amarillo. Estaba hambriento y sediento, tenía la garganta llena de polvo.
 
 
Hermann Hesse (Alemán nacionalizado suizo; 1877-1962). Obtuvo el premio Nobel en 1946.
 
* El propio Hermann Hesse nació un dos de julio.

 
La ilustración corresponde a una fotografía cromatizada de Hesse pintando.

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