Regresa la primavera a Vancouver.

miércoles, 24 de julio de 2013

Otros poetas del solsticio

 
 
Como si lo que ya hemos leído sobre el solsticio de verano después de poco más de un mes no fuera suficiente, ahora pretendo reunir en este breve texto algunos otros poemas que abordan el tema, ya sea de manera evidente desde su título o sólo haciendo mención en el cuerpo de los mismos. Aquí tenemos la primera muestra, Solsticio de verano, cuyo autor es el primer premio Nobel de literatura nacido en el Caribe, Derek Walcott:

Sastres luctuosos de Belmont escrutan inclinados sobre
máquinas antiguas
donde cosen a junio y julio sin sutura.
El solsticio de verano, en tanto que uno aguarda sus
relámpagos,
el centinela armado
aguarda con el sopor el estallido de un fusil.
 
Para más adelante insistir en el clima tórrido de la época del año a la que se está refiriendo:
 
El mar en el solsticio de verano, la carretera ardiente, esta hierba,
estas cabañas que me formaron,
la selva y el azadón vislumbrados a la orilla del camino, en el margen del arte;
las alimañas zumban en el bosque sagrado,
nada le puede exterminar, se encuentra en la sangre;
sus bocas rosáceas, de querubines cantan la ciencia lenta
de morir -cabezas con un ala diáfana como gasa en el oído.
 
Ramón López Velarde, en Idolatría, con la ingeniosa audacia de su rima, implica ambos solsticios:
 
Idolatría
de los dos pies lunares y solares
que lunáticos fingen el creciente
en la mezquita azul de los Omares
y cuando van de oro son un baño
para la tierra y son preclaramente
los dos solsticios de un único año.
 
El rumano Paul Celan (cuyo verdadero apellido era Ancel pero con sus mismas letras formó el anagrama con el que se le conoce), escribió la totalidad de su obra en alemán y en su poemario La arena de las urnas incluye Canto de solsticio. Aunque las referencias al mismo no son claras -su poesía nunca lo es-, tal vez esa fuese la intención en este párrafo:
 
¡Cuán negro lo dejas estar en el valle! ¡Y arriba brilla y chispea!
Tú haces como si hubiera un segundo que fuera a soportar
la carga de roca de tu tiempo, para que tú a otros más fácil entregues el toque
de horas sin hora, el viento radiante del milenio...
 

En cambio, el propio Celan se percibe más directo en las primeras líneas de ¿Quién pagó la ronda?:
 
Hacía un tiempo claro, bebimos 
y berreamos la saloma de la ceniza
en honor de la gran avería del solsticio.
 
De la poeta española Victoria Atencia es esta lograda estrofa que también alude al solsticio de verano:
 
Junio, jacaranda azul que ya me dejas,
llévame de la mano al fuego del solsticio
con candelas que salten mientras se extiende el trébol
y me persuade un mar que belleza asegura.
 
La inevitable transformación de la primavera en verano motiva al catalán Pere Gimferrer:
 
El estío ha expulsado a este cadáver
yerto de la primavera. Y ahora el ojo
no captará las tenebrosas olas,
lienzo de resplandor lívido.
 
Voy a concluir con un párrafo de Rudyard Kipling, aun cuando no se trata de un poema sino de su relato Los constructores del puente, la descripción encierra, sin duda, un gran lirismo: "Tras la primera embestida corriente abajo, ya no hubo más murallas de agua, sino que el río se elevó de una manera corpórea, como una serpiente cuando bebe en el solsticio de verano..."
 
Como suele decir la sabiduría popular: "Ni son todos los que están ni están todos los que son", pero luego de haber incluido poemas en lengua española de Octavio Paz, Gabriela Mistral, Antonio Machado, Vicente Huidobro, Marco Antonio Montes de Oca, Tomás Segovia, Sergio Mondragón y un clásico como Lope de Vega, de los griegos Giorgos Seferis y Odysseas Elitis, Ernst Richard Stadler, fragmentos de El cementerio marino de Paul Valéry, la Divina comedia de Dante, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha de Cervantes o del Sueño de una noche de verano de Shakespeare, me parece que los fuegos del solsticio a los que se refiere Marguerite Yourcenar, ya han ardido lo suficiente aquí en Mitos y reincidencias.
 
 
Jules Etienne
 
La traducción al español del poema de Derek Walcott es de Roberto Diego Ortega, las de Paul Celan son de José Luis Reina Palazón.

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