Regresa la primavera a Vancouver.

miércoles, 22 de junio de 2011

Decir Adiós es morir un poco (página 155)



(Fragmento inicial del capítulo XV: Las sucias conciencias)

En uno de los noticieros nocturnos, Kellog se apresuró a descalificar a Moreno Salado. Aseguró que era un hombre emocionalmente inestable y con serios problemas de adicciones. Luce avejentado. Hay cierta fatiga en su forma de hablar que denota el hartazgo de tener que justificar el fraude con falacias. Pura retórica de la inmoralidad: Al margen de que mi deshonestidad se demuestre ante la opinión pública, denuncio a mis acusadores de ser peores que yo. La imprecisión tramposa de las adicciones convierte de inmediato al testigo en drogadicto. El café, el tabaco, el sexo o el futbol también pueden ser adicciones. Pero después de infamado el testigo, nadie supone que es cafetómano. Como si la inmoralidad ajena reivindicara de golpe la propia. Un espejo embustero en el que las sucias conciencias pretenden difuminar su reflejo. Kellog es, sin duda, un hombre astuto. Si no lo fuera, no habría obtenido semejante recompensa de un sistema que le retribuye más a la audacia que a la verdad, sin estancarse en la futilidad de las consideraciones éticas. Pero eso no le quita lo corrupto. Para ese tipo de suciedad aún no se ha inventado ningún jabón que la pueda limpiar.

El día asoma por la ventana exaltando con crudeza el resplandor del inminente verano. Entre lo bebido y lo que acontece, el dolor de cabeza te ubica de vuelta en la realidad. Los eventos se han convertido en una bola de nieve que continúa expandiéndose sin que alguien sepa hasta cuándo o dónde se va a detener. Una abundante dosis de jugo de naranja helado y un par de aspirinas te ayudan a recuperar la brújula de las obligaciones. Afuera percibes el sol y el ruido más agresivos que de costumbre.
 
 
Jules Etienne

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