Regresa la primavera a Vancouver.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Las mujeres de París ¿en 1960?


Los pronósticos de Verne en el terreno de las invenciones fueron siempre audaces y muy precisos. Su porcentaje de aciertos abonó en buena medida el prestigio del que hoy goza. Sin embargo, en el aspecto social se podría considerar que fue más bien cauto. Ahora comprendo que para ello pudo haber influido la carta que más que una crítica era casi un regaño de su editor, Hetzel, con motivo de París en el siglo XX, quien terminaría moldeando la obra de Verne como un gran conjunto de aventuras fantásticas.

Tal vez sea precisamente eso lo que provee a la novela en cuestión de un aliento diferente, en cuanto a que aborda preocupaciones sociales con cierto desenfado. Por ejemplo, en el diálogo entre el protagonista, Michel Dufrénoy, y su amigo, el pianista Quinsonnas. Aquél le pregunta con timidez su opinión sobre las mujeres, a lo que éste le responde: "Es muy variable la opinión que podemos tener nosotros, los hombres, de las mujeres. No creo por la mañana lo que creo por la tarde; la primavera agrega a este tema otros aspectos que el otoño, la lluvia o el buen tiempo pueden modificar en mucho mis doctrinas..."

Michel se queja de que eso no es una respuesta y su amigo le dice entonces que le responderá con otra pregunta: "¿Crees que todavía hay mujeres en la Tierra?", y entusiasmado el joven asegura que se las encuentra todos los días. Quinsonnas le refuta, asegurándole que no se refiere "a esos seres más o menos femeninos cuya finalidad es contribuir a la propagación de la especie humana" y le asegura que "ya no hay mujeres, se trata de una raza extinguida , como la del ornitorrinco y los megaterios". Agrega entusiasmado: "Creo que antaño hubo mujeres, hace muchísimo tiempo; lo autores antiguos hablan de ellas en términos formales; incluso mencionan que la parisense sería la más perfecta de todas. Era, según los viejos textos y retratos, una criatura encantadora y sin rival en el mundo; reunía en sí misma los más perfectos vicios y las perfecciones más viciosas; era una mujer en todo el sentido de la palabra. Pero poco a poco se empobreció la sangre, decayó la raza, y los fisiólogos pudieron anotar esta deplorable decadencia en sus escritos. ¿Has visto cómo los gusanos se transforman en mariposas?", y ante la respuesta afirmativa de Michel prosigue:

"Bien. Fue al contrario: la mariposa se transformó en gusano. El andar acariciante de la parisiense, su gracia bien torneada, su mirada espiritual y tierna a un tiempo, su amable sonrisa, su cuerpo a punto y firme, dieron paso a formas alargadas, flacas, áridas, descarnadas y sin gracia, y a una desenvoltura mecánica, metódica y puritana. El talle se aplanó, la mirada se volvió austera, las articulaciones se anquilosaron; una nariz ruda y rígida descendió sobre labios demasiado finos; el paso se alargó; el ángel de la geometría, antes tan pródigo en curvas atractivas, dejó a la mujer reducida en el rigor de la línea recta y de los ángulos agudos. La francesa se ha vuelto norteamericana; habla con seriedad de asuntos serios, encara la vida con frialdad...", y por si no fuera suficiente, todavía remata, "las mujeres del siglo encantador de Luis XIV habían afeminado a los hombres; pero después se pasaron al género masculino y ahora no valen ni para la mirada de un artista ni para las atenciones de un amante..."

Y eso fue escrito por Verne hace casi siglo y medio. No quiero ni imaginar lo que opinarán algunas feministas.

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