Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

sábado, 2 de junio de 2012

Abejas: DECIR ADIÓS ES MORIR UN POCO (páginas 103 y 104)

"Cuando uno de ellos por fin alcanza a la abeja reina, ésta le arranca los órganos sexuales sin miramiento alguno."
 
Conforme una relación se torna obligatoria, adquiere visos de rutina para perder su original vocación erótica y sobreviene, sin paliativos, la infidelidad. Los cisnes son fieles porque desconocen otra condición. Su fidelidad es intuida, no deliberada. Nosotros, en cambio, debemos decidir en qué momento y a quién le seremos fieles. Es un acto racional y volitivo. Uno nunca "se enamora de alguien" como un mandato del corazón, sino que decide enamorarse cuando la razón abre la puerta y concede el margen para que esto suceda. Por eso la fidelidad se da pero no se debe impetrar. Es prerrogativa de quien ha decidido entregarla en tanto que resulta inútil exigirla. Sólo podrá recibir a cambio la promesa verbal sin su correspondiente anuencia epidérmica.

La única eternidad posible para la expresión amorosa se obtiene durante la efímera culminación del acto sexual. Por eso hay que gozarlo como si cada orgasmo fuera el último de nuestra vida, cual hipotéticos zánganos a los que la naturaleza sólo les confiere el instinto del placer pero nunca la experiencia del mismo. No hay sementales entre los de su especie, ni pueden ser testigos de su progenie, puesto que su ensayo procreativo es irrepetible, evocan aquella canción de Lara: "Solamente una vez". Cuando uno de ellos por fin alcanza a la abeja reina, ésta le arranca los órganos sexuales sin miramiento alguno. La crueldad de la campamocha, la rezadora, María Palito, llega aún más lejos: devora al macho, literalmente, en pleno acto sexual. "Doña campamocha -diría Octavio Paz- se come en escamocho el miembro mocho de don campamocho." Si las relaciones sexuales entre los seres humanos se merecieran un capítulo de Animal Planet, ¿cómo nos presentarían? ¿Asegurando que macho y hembra copulamos como cualquier mamífero? ¿O que ellas, cual voraces campamochas, nos devoran por completo? Hasta dejarnos exprimidos, vacíos. Sin fuerza ni energía, sin casa ni automóvil, porque después del divorcio cargan con todo. Como si por el sólo hecho de ser detentadoras del monopolio vaginal tuviéramos que recompensarlas aun a costa de lo que nos ha remunerado nuestro trabajo, el talento desplegado a lo largo de una trayectoria. Éramos antes de que aparecieran en nuestra vida y seguiremos siendo cuando se vayan. Entonces, ¿por qué pagar un precio tan alto por su ausencia?

Y todo este circunloquio para evadir una certeza sobre Diana: admites su infidelidad y tu falta de argumentos para impedirla. En el fondo, es porque tu peor enemigo, ese implacable católico que llevas en tu interior, ha expoliado un sentimiento de culpa por lo que todavía no sucede entre Karina y tú. No es motivo de orgullo, pero debes aceptar que el deseo sexual es lo que te mantiene vivo. Resulta tan claro, que cualquier sicoanalista freudiano te reconocería como paradigma de las teorías de su maestro.


Jules Etienne

domingo, 27 de mayo de 2012

Cincuenta mil visitantes


Ayer sábado al entrar al blog me encontré con que recién acababa de rebasar las cincuenta mil visitas. Fue muy gratificante porque además de la cifra aconteció justo en la víspera de mi cumpleaños, que es hoy. Nací, pues, el mismo día que Dashiell Hammett y que varios vampiros del cine, como el londinense Christopher Lee, tantas veces Drácula en aquellas películas de la legendaria productora británica Hammer, especializada en el género del horror, y de Vincent Price, nacido en esta fecha, en 1911, en St. Louis, Missouri. Curiosamente, en dichas películas el personaje del doctor Van Helsing, el implacable cazavampiros, fue caracterizado con frecuencia por Peter Cushing, que nació un 26 de mayo y quien, por cierto, en repetidas ocasiones también interpretó al barón Frankenstein. Tanto Price como Cushing fallecieron en 1993 y 1994, respectivamente, pero Christopher Lee -hoy cumple noventa años-, no sólo se mantiene con vida sino activo, hace poco tuvo a su cargo el personaje del anciano y bondadoso librero en Hugo.

Entre los seguidores que se han registrado en el blog en fecha reciente, anoto a Marta Alicia Pereyra, de Morteros en Córdoba, Argentina, y a las mexicanas Myriam Muñiz, comunicóloga de Monterrey, Nuevo León, y Abigail Jiménez, abogada de Chihuahua. Aprovecho para agradecerles su interés en lo que escribo y a la vez para disculpar el hecho de no haberlo expresado con anterioridad. De veras, muchas gracias por detenerse en Mitos y Reincidencias.

Por último y para justificar los intereses literarios que compartimos, consignaré de manera anecdótica que Franz Kafka anotó en su diario el 27 de mayo de 1914, el hecho de que se había quedado a solas con su padre y se preguntaba si tendría deseos de jugar a las cartas, que en alemán se dice Karten. Como coincidía con la inicial de su apellido, admitía sobre la letra K: "La encuentro odiosa, se me opone y, sin embargo, es muy característica de mí". Tanto que varios de los personajes creados por él llevan esa letra en su nombre o apellido, como Klamm, en El castillo, y Josef K, en El proceso, a quien se va a referir a lo largo de la novela solamente como K. Otros protagonistas de sus obras son Kieman, Kosel, Krummholz, Kalmus, Karo, además de Karl Rossman en América. Hay quienes consideran que la escritura de Kafka tiene una poderosa actividad anagramática y que, según asegura Gerard Haddad, en lo que llama El tormento del nombre propio:  "El destino de un hombre está escrito en las letras de su propio nombre". En contraste, Milan Kunde- ra expresaba su desacuerdo con las interpretaciones que se han hecho de la obra kafkiana en lo que llama la kafkalogización. Siempre interesante, Franz Kafka nunca dejará de originar polémica.
 
Jules Etienne

sábado, 19 de mayo de 2012

Decir Adiós es morir un poco (página 86)



¿Desde cuándo la ciudad de México decidió no reconocer el invierno? Tal vez desde el momento en que dejó de ser "la región más transparente del aire". Decides comer en algún lugar alejado del periódico puesto que aún es temprano y tienes que asistir a la junta. Aunque sueles entregarte de lleno al vicio de cavilar, llevas tanto tiempo dándole vuelta al asunto de Publincor que por esta ocasión prefieres evadirlo. Mejor te ocupas de ubicar un buen sitio al aire libre para ejercitar tu cuello observando caminar a las mujeres, con la misma levedad con la que han pasado por tu vida.


Jules Etienne

viernes, 18 de mayo de 2012

José Alvarado: LA REGIÓN MÁS TRANSPARENTE, de Carlos Fuentes


El altar de los ladrones

El libro más discutido en México desde hace varias semanas es la novela La región más transparente del joven escritor Carlos Fuentes, por su lenguaje, sus influencias literarias, el trazo de sus personajes o su punto de vista sobre la vida de nuestra metrópoli. Y, como es natural, de un lado menudean los dicterios contra la obra y su autor y del otro las alabanzas.

Pero aparte de su valor literario, ciertamente vigoroso, el libro de Carlos Fuentes tiene importancia porque en sus páginas se expresa la opinión de un joven sobre algunos aspectos de la existencia mexicana posterior a la Revolución y derivada de ella. Fuentes nació cuando se había disipado ya el humo de los disparos de José de León Toral y estaba seca la sangre de las víctimas de Topilejo. Los años iniciales de su vida transcurrieron después de la historia de Cárdenas sobre Calles. No carga, pues, con el prejuicio de quienes militaron en alguna de las facciones revolucionarias y pertenece a una generación que ve al país con ojos muy distintos de quienes fueron, digamos, vasconcelistas.

Por su niñez no pasaron las ráfagas heroicas de los guerrilleros, ni la leyenda de los caudillos. Pero su juventud presenció la primavera de la codicia y la alborada de la falsificación. Antiguos agraristas desmelenados mostraban un cabello gobernado con la pomada de los millones mal habidos, y viejos paladines de la revolución social rodaban en coches de lujo hasta sus horrendos, pero opulentos, palacios de Acapulco. Todo ello, mientras cada año aumentaba el número de braceros deseosos de cruzar la frontera norte y una risueña y jacarandosa prosperidad nacional se refugiaba en unas cuantas casas de negociantes de la revolución y sus amigos, y huía de las vecindades, cada vez más pobres y tristes, donde se
amontona el pueblo.

La región más transparente presenta, en uno de sus aspectos, la imagen de este mundo y ha sido calificada por ello de obra negativa y pesimista. Se dice, inclusive, que si tales fueron los resultados de la revolución, de nada sirvieron el esfuerzo, la sangre, la fe y el heroísmo de quienes la iniciaron y siguieron, ni de los que murieron bajo el sol o en las trágicas madrugadas de los fusilamientos.

Se olvida, sin embargo, que Fuentes no tiene la culpa de que así hayan sucedido las cosas y que no es ningún camino para salvar a la revolución el silencio sobre quienes la han traicionado, escarnecido y falsificado. Es, por lo contrario, uno de los servicios que pueden hacerse a la revolución y una de las maneras de salvarla.

¿Se trata acaso de obligar a los jóvenes, en nombre de una discutible lealtad a la revolución mexicana, a conservar los falsos pedestales donde se levantan los homicidas disfrazados de héroes y los ladrones vestidos de promotores de la riqueza nacional?

El libro de Carlos Fuentes es una prueba de que los jóvenes repudian los mitos de gelatina y los tabúes de oropel, las frases convencionales y los libritos ramplones donde cualquier pedante que hubiera sido reprobado en contabilidad aparece como un audaz capitán de las finanzas, o un mediocre de ayer, sin la capacidad necesaria para llegar a intendente, figura como un gran estadista. Y es también una muestra de que el gran soborno que ha pretendido tenderse hacia la inteligencia mexicana, sobre todo, hacia sus representantes juveniles, no dará resultados, por fortuna.

Resulta mucho más revolucionario, en el único sentido de la palabra, el libro de Fuentes, que todas las maromas líricas y los chicoleos dialécticos de algunos intelectuales, que no encuentran mejor modo de llamar la atención del licenciado López Mateos y colocar la mochila de su inteligencia en el tren de la fácil victoria, rumbo a los altos puestos públicos.

La actitud crítica de los jóvenes de hoy y su rechazo al gran soborno, es, entre otras cosas, uno de los resultados positivos de la revolución. Si la revolución mexicana hubiera sido inútil y estuviera frustrada, todos los mozos de hoy escribirían, según su capacidad o su diligencia, líneas, párrafos, páginas, folletos, libros y hasta enciclopedias, sin olvidar discursos y poemas como ditirambo de todos y cada uno de los secretarios de Estado y, naturalmente, del general Olachea y de absolutamente todos los candidatos de su partido. Por fortuna, no es así.

En la obra de Fuentes, cuya acción se desarrolla en ciertos ámbitos tenebrosos de la ciudad de México, aparecen muchos aspectos negativos y tristes de la vida mexicana de hoy, y están en lo justo quienes señalan cierto exceso de tintes sombríos y un defecto de luz; pero se trata de una protesta contra lo sucio, lo feo, lo equivocado y lo perverso. Y ¿no hay esperanza en toda protesta?

Una protesta que no es sólo de Fuentes, sino de toda una generación. Protesta revolucionaria contra los falsificadores de la revolución y la situación que han causado con su poder ilícito e ilegítimo.

O qué, ¿en nombre de la confianza en la revolución vamos a perdonar para siempre los crímenes de toda clase de caciques, desde los rurales y los del villorrio hasta los urbanos y metropolitanos, que con mil disfraces y muchos cientos de millones pretenden conservar  su situación de ominoso privilegio y conspiran para ello?

En nombre de la esperanaza, ¿se va a atajar el juicio de los jóvenes contra lo que constituye un cáncer, no sólo de la revolución, de la economía y la cultura nacionales, sino de la misma vida mexicana?

En todo caso, el libro de Fuentes es una obra polémica. ¿Dónde está una respuesta con la misma dimensión?


José Alvarado
Publicado en el diario Excélsior, el 21 de junio de 1958.

jueves, 10 de mayo de 2012

Reflejo entre las olas: LA LUNA Y EL MAR


Por alguna razón, cuando los poetas le cantan a la luna suelen relacionarla con el mar, sobre todo, a exaltar su reflejo sobre el agua. Al ocuparnos de este tema resulta inevitable alguna referencia a Li Po (o Li Bai como, según entiendo, sería lo correcto), quien parecía obsesionado por la luna. Entre sus poemas, siempre breves, se encuentra uno titulado De noche:
Agua diáfana... luna clara...
En el resplandor de la luna, vuela una garza.
¡Escuchad! Las doncellas recolectoras de castañas de agua
inundando de canciones la senda, retornan a casa.
 
De Víctor Hugo, cuya obra poética es casi desconocida, opacada por la magnitud de sus novelas, es este Claro de Luna que inicia diciendo "Era clara la luna y jugaba en el agua", para concluir de esta manera: 
 
¿Quién así turba el agua cerca del gran serrallo?
Ni es el cuervo marino, ni las olas mecidas,
ni las piedras del muro, ni el batir cadencioso
de una nave que avanza por el mar con sus remos.
 
Son tan sólo unos sacos, dentro se oyen sollozos.
Si sondearan el mar, dentro de ellos se verían
como formas humanas que se agitan convulsas.
Era clara la luna y jugaba en el agua.
 
En su Oda a la luna del mar, Pablo Neruda estableció la diferencia entre la "Luna de la ciudad, me pareces cansada, oscura me pareces o amarilla, con algo de uña desgastada o gancho de candado, cadavérica, vieja, borrascosa..." y más adelante se va hasta el extremo cuando escribe: "... y allí, cansada, arriba, con tus párpados viejos cada vez más cansada, más triste, más rellena de humo, con sangre, con tabaco, con infinitas interrogaciones, con el sudor nocturno de las panaderías, luna gastada como la única muela del cielo de la noche desdentada." En contraste, exalta entusiasmado a la luna marina:

De pronto
llego al mar
y otra luna
me pareces,
blanca,
mojada
y fresca
como
yegua
reciente
que corre
en el rocío,
joven
como una perla,
diáfana
como frente
de sirena.
Luna
del mar,
te lavas
cada noche
y amaneces
mojada
por una aurora eterna,
desposándote
sin cesar con el cielo, con el aire,
con el viento marino,
desarrollado cada
nueva hora
por el interno impulso
vital de la marea,
limpia como las uñas
en la sal
del océano.

Pero también en la narrativa es posible advertir esa misma insistencia. Entre la generosa abundancia que nos obsequia la obra de García Márquez, nunca he ocultado mi particular preferencia por Crónica de una muerte anunciada. Y este es un fragmento en el que su desdichado protagonista, Santiago Nasar, se refiere a la luna y el mar:
 
"Hasta entonces no había llovido. Al contrario, la luna estaba en el centro del cielo, y el aire era diáfano, y en el fondo del precipicio se veía el reguero de luz de los fuegos fatuos en el cementerio. Del otro lado se divisaban los sembrados de plátanos azules bajo la luna, las ciénagas tristes y la línea fosforescente del Caribe en el horizonte. Santiago Nasar señaló una lumbre intermitente en el mar, y nos dijo que era el ánima en pena de un barco negrero que se había hundido con un cargamento de esclavos del Senegal frente a la boca grande de Cartagena de Indias. No era posible pensar que tuviera algún malestar de la conciencia, aunque entonces no sabía que la efímera vida matrimonial de Ángela Vicario había terminado dos horas antes. Bayardo San Román la había llevado a pie a casa de sus padres para que el ruido del motor no delatara su desgracia antes de tiempo, y estaba otra vez solo y con las luces apagadas en la quinta feliz del viudo Xius."

Finalmente, y para no volver este texto demasiado extenso, concluyo con un párrafo de Ernest Hemingway en El viejo y el mar, en el que procura establecer su esencia femenina debido al influjo de la luna:

"Decía siempre la mar. Así es como le dicen en español cuando la quieren. A veces, los que la quieren hablan mal de ella, pero lo hacen siempre como si fuera una mujer. Algunos de los pescadores más jóvenes, los que usaban boyas y flotadores para sus sedales y tenían botes de motor comprados cuando los hígados de tiburón se cotizaban alto, empleaban el artículo masculino, le llamaban el mar. Hablaban del mar como de un contendiente o de un lugar, o de un enemigo. Pero el viejo lo concebía siempre como perteneciente al género femenino y como algo que concedía o negaba favores, y si hacía cosas perversas y terribles era porque no podía remediarlo. La luna, pensaba, le afectaba lo mismo que a una mujer."


Jules Etienne

miércoles, 9 de mayo de 2012

Páginas ajenas: LA LUNA, de Jorge Luis Borges

a María Kodama


Hay tanta soledad en ese oro.

La luna de las noches no es la luna

que vio el primer Adán. Los largos siglos

de la vigilia humana la han colmado

de antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo.




Jorge Luis Borges (Argentina; 1899-1986).

sábado, 5 de mayo de 2012

PERIGEO: los poetas de la luna


Regreso de un paseo por la bahía para ver la más brillante de todas las lunas. Si se celebra anualmente un día dedicado a las madres y otro para los padres, los maestros o los niños, así como casi todos los oficios y profesiones existentes, la llegada de la primavera, el año nuevo y la noche de brujas o el día de los muertos, ¿por qué no designar cada perigeo como la noche de la luna? El año pasado me ocupé de la luna de enero que según la tradición es "la más clara en todo el año", en palabras de Antonio Machado.


También me refería entonces a Li Po, el poeta chino que murió ahogado en el siglo VIII al tratar de abrazar el reflejo de la luna sobre el lago. Juan José Tablada, quien decía que "La luna es araña de plata que tiende su telaraña en el río que la retrata", lo describió así: "Li-Pó/ el divino/ que se/ bebió/ a la/ luna/ una/ noche en su copa/ de vino".


Y esta es una versión suya al español de un famoso verso de Li Po que resulta de lo más oportuna porque no sólo se refiere a la luna, sino también a la primavera que ahora vivimos en el hemisferio boreal:

 Asoma la luna
y dice su rayo
que ya somos dos
y mi propia sombra
anuncia después
que ya somos tres
aunque el astro
no puede beber
su parte de vino
y mi sombra no
quiere alejarse
pues está conmigo
en esta compañía
placentera
reiré de mis dolores
entretanto que dura
la Primavera.

Para no salir del continente asiático y de la misma estación, este es un haikú de Matsuo Basho:
El escenario de la primavera
está casi preparado:
La luna y las flores del ciruelo.

"Como sombra de luna", decía Cesare Pavese y "Vamos a la luna", proponía el poeta turco Nazim Himket, en tanto que su presencia en la poesía de Pablo Neruda es inagotable y en el Canto general describe a la noche como "llena de lunas que tritura el viento". No podría pasar por alto que Octavio Paz publicó Luna silvestre a la edad de diecinueve años, sin embargo, en su breve poema La hora transparente, habla de una luna desnuda:

La hora es transparente:
vemos, si es invisible el pájaro,
el color de su canto.
Mis ojos te descubren
desnuda
y te cubren
con una lluvia cálida
de miradas.
Baja
desnuda
la luna
por el pozo
la mujer
por mis ojos.

A la luna se le ha calificado con todos los adjetivos imaginables, por ejemplo, con la amplia gama de los colores, del blanco al negro, pasando por azul, gris, roja, plateada, opalina, y también nueva, llena, pálida, tibia, enamorada, alegre, triste, fría, caliente, amarga -como la película de Polanski-, impura, de nieve, de sangre, americana y melanésica, bruja o mágica, para luego buscar el otro lado de la luna o el lado oscuro de la luna.

En el conjunto de "Hombre mirando...", Mario Benedetti tiene un Hombre mirando la luna. Y es célebre el remate del capítulo 7 en la novela Rayuela, de Julio Cortázar, que culmina: "Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua."

Para concluir, Jaime Sabines escribió que "se puede tomar a cucharadas" y "un pedazo de luna en el bolsillo es el mejor amuleto", en su poema titulado precisamente La luna:

Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.


Jules Etienne

La ilustración corresponde a Luna llena (Full Moon), de Yulia Volodina.

sábado, 7 de abril de 2012

Abril: LA MUCHACHA DE LAS BRAGAS DE ORO, de Juan Marsé

"Enfundadas en ceñidos trajes de faralaes..."
 
(Fragmento del capítulo XXXVIII)
 
7 de abril de 1953
 
El lector atento a cierta quincalla de la prosa recordará tal vez una respingona grupa que, ceñida en elástica tela roja y salpicada de agujas de pino, luego de balancearse en el columpio de los niños, alegró las postrimerías del crispado capítulo XXIII. Esta muchacha tiene todo un porvenir detrás de sí, profeticé ya entonces. Sin embargo, jamás he conocido a una mujer tan frontalmente dispuesta a casarse como fuera y con quien fuera. Creo que debo añadir algo sobre Lali Vera.
 
Coincidí con ella y las demás chicas de los Coros y Danzas a finales de 1949, viajando a bordo del Monte Ayala en una gira artística por Sudamérica. Oficialmente fui como corresponsal de un diario de Madrid, pero en realidad me regalé unas vacaciones. (Lástima que no evoques aquí, siquiera de pasada, las exaltadas crónicas de Indias que enviaste al periódico, tío, aquellas loas cinceladas y patrióticas a las danzas de "nuestras españolitas" con sus trajes regionales.) Durante el viaje de ida, la vistosa granadina había coqueteado a fondo con un conocido periodista de pluma artillera y lenguaje cuartelado que todavía hoy dispara desde El Alcázar. Enfundadas en ceñidos trajes de faralaes, las encabritadas nalgas causaron luego estragos en Buenos Aires, Panamá y Santo Domingo. Y en el viaje de regreso, poco antes de atracar en Bilbao, fue sorprendida en los lavabos en brazos de un joven oficial al servicio de la naviera Aznar, con el cual se casó a los cuatro meses. A partir de entonces, ni mi mujer ni yo volvimos a saber de la bailarina ultramarina.
 
Cuatro años después, la noche del 7 de abril de 1953, me tropiezo casualmente con esa joya forrada de terciopelo barato en un pequeño y espeso bar de Sitges, frente al que paro el coche camino de Calafell, para tomarme un café y una aspirina. Nada más al entrar reconozco la firme grupa dirigiéndose al extremo del mostrador, no menos respingona, pero con un balanceo más pausado, más profesional. Por lo demás, ya no era nuestra Lali; sin fuego en el pelo, con una vaga suciedad en la piel. Pero todo eso no viene a cuento...
 
Juan Marsé (España, 1933)

viernes, 10 de febrero de 2012

Páginas ajenas: EL PASTOR, de Iván Bunin



(Fragmento)

Andaba con paso firme y uniforme, haciendo crujir la nieve con sus botas; la noche clara le envolvía con su manto entre los campos cubierto de una capa blanca. Caminó primero bajo unos arbolillos, de los que misteriosamente caía la escarcha; luego por la blanquecina llanura desierta. Los campos estaban inertes y taciturnos; la luna se deslizaba por el cielo, escondiéndose de vez en cuando detrás de nubecitas livianas; apenas se podía divisar el camino...

Sólo al llegar a Isvali despertóse Ignat de sus pensamientos confusos y tristes, al notar que había entrado en una aldea grande y durmiente hacía tiempo. Ni una luz se veía en las isbas, ocultas por los montones de nieve. Los cobertizos y los toneles de agua proyectaban ligeras sombras sobre la blanca carretera. Aquí, en la aldea, reinaba el silencio aún más profundo que en el campo, y el aire estaba aún más suave y oloroso. En los corrales cantaban por primera vez los gallos.

Al llegar a su isba vacía, situada junto al barranco en un extremo de la aldea, Ignat se detuvo no sabiendo qué hacer. La isba era pequeña y del lado sur la nieve la cubría hasta la mitad. La puerta estaba cerrada, y la ventana tapada con tablitas. Un gran montón de nieve, por el que se veían huellas de pasos, se levantaba junto al portón, sobrepasando el tejado. Ignat siguió las huellas y miró al interior del patio. En el establo abierto e inhóspito pasaba la noche una ternera, de quién sabe qué dueño.


Iván Bunin (Rusia, 1870-1953). Obtuvo el premio Nobel en 1933.

lunes, 16 de enero de 2012

EL DÍA MÁS TRISTE: propósitos y despropósitos del año nuevo



Me despertó el silencio de la nieve. El pronóstico del clima había anunciado una nevada durante la noche pero al acostarme ya de madrugada, aún no había iniciado. Especulé con la posibilidad de que hubiese fallado, después de todo la meteorología debe estar más emparentada con la aeromancia que con la ciencia. Sin embargo, por la mañana ahí estaban cayendo los copos de nieve que José Emilio Pacheco describiera en Noche y nieve:
 
Me asomé a la ventana y en lugar de jardín hallé la noche
enteramente constelada de nieve
La nieve hace tangible el silencio y es el deplome de la
luz y se apaga
La nieve no quiere decir nada: Es sólo una pregunta que
deja caer millones de signos de interrogación sobre el
mundo.
 Fue la primera nevada de este invierno, y por lo tanto del año que recién acaba de comenzar. Coincidió justo con el denominado Blue Monday: el día más triste del año. Si bien es una designación por demás discutible, gracias a una fórmula desarrollada por el sicólogo Cliff Arnall, profesor de la Universidad de Cardiff, en el año 2005, en la que mediante una ecuación matemática que incluye media docena de elementos: el clima, las deudas, el lapso transcurrido después de los festejos navideños, el índice de motivación, la sensación de que ha llegado el momento de tomar decisiones y -lo que a mí me parece más sombólico-, el tiempo de confrontar lo que se suele denominar propósitos de año nuevo y que, a estas alturas, ya empezaron a ceder ante la realidad de las costumbres y vicios propios. Hace unos días lo expresaba de esta manera en mi poema Brindis:
 
Amanece enero con su resaca,
despropósitos de la imaginación
ya la rutina se encargará
de recuperar los viejos hábitos.
 La estructura de mi novela Decir adiós es morir un poco se divide en tres actos, al estilo de las obras teatrales. Esto es lo que dice en su capítulo octavo, justo al principio del segundo acto:
 "A finales del año, en México, nadie conoce lo que es una cruda. Es una misma borrachera prolongada que provoca la sensación de que hasta la crisis se ha ido de vacaciones. Eufemismos etílicos porque la crisis ha pasado a ser el estado permanente de las cosas, la normalidad es su excepción. Como quiera que sea, todo es pura nugacidad decembrina que en enero expía su penitencia. Al margen de las creencias religiosas, es el momento de conocer el purgatorio. Pero tú y los demás, todos, saben que siempre se sobrevive. Es tan sólo el precio a pagar por los derroches y con ello se cumple otro de los ciclos típicos de la vida nacional."
Para los chinos radicados en países occidentales esta fecha no tiene ningún sentido, ellos festejarán la llegada del año nuevo el próximo lunes, 23 de enero. Aunque conozco a muchos que lo celebran por partida doble, tanto el último de diciembre como el de su propio calendario. Tal vez eso les permita deprimirse menos ya que pueden tratar de engañarse una vez más. Para cuando les llegue la supuesta depresión a la que se refiere el profesor Arnall, ya serán mediados de febrero y para entonces, como quiera que sea, la vida va.


Jules Etienne

lunes, 7 de noviembre de 2011

Verano: LLUVIA ESTIVAL, de Tomás Segovia



En la apartada noche ya sin nadie,
tibia, agitada, leve cae la lluvia,
sola para sí sola.
 
Íntima bailarina por la noche,
misteriosa, alocada,
gime allá, vuela, ahoga aquí una risa,
caprichosa musita, se interrumpe,
juguetona, inquietante,
viene y va, calla, desde lejos torna
con sonreídas lágrimas,
va a decir algo que en suspiro muere.
 
Y huyendo con susurros
y voces de sirena,
deja en el aire un mórbido perfume
de amor difunto en punzante recuerdo,
y en el alma el errático, incurable,
secreto amor de todas las derivas...
 
 
Tomás Segovia (Mexicano nacido en España, 1927-2011)

domingo, 6 de noviembre de 2011

Páginas ajenas: HORA MENOS, de Mario Benedetti


Hoy justo a las dos de la madrugada
el reloj sumiso atrasó una hora
en realidad fue orden del gobierno
aburrido de estar siempre en lo mismo

tal vez fue un ademán de independencia
pero es cierto que en la tarde siguiente
nos contemplamos con cara de noche

¿qué habrá pasado en tanto con el mundo?
¿habrá puesto también la marcha atrás?
¿los pájaros se fueron por el aire
y los murciélagos estornudaron?
nosotros invadimos el pretérito
y lo dejamos una hora más breve

hasta sentimos viejas a las sábanas
pero más joven al amor contiguo
esta hora menos nos escandaliza
nos caemos de espaldas o de culo
y no sabemos bien en dónde estamos
si por lo menos esta hora menos
nos achicara un poco la barriga
entonces propondría a los expertos
que por favor bajaran otra hora


Mario Benedetti: Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia
(Uruguay, 1920-2009)

jueves, 6 de octubre de 2011

El premio Nobel, un año después



No deja de ser curioso que el texto escrito durante al año pasado con mis observaciones y pronósticos para el premio Nobel, haya adquirido plena validez hasta ahora. El poeta sueco Tomas Tranströmer es en estos momentos objeto de las biografías apresuradas y las frases destacadas en los cables de la prensa internacional. La mayoría de los autores de dichas notas no han leído un poema de Tranströmer en su vida, pero esa es la naturaleza de la relación entre los medios y la celebridad. Porque partir de hoy, el poeta sueco dejará de ser un desconocido que sólo les interesaba a sus lectores, para ser mencionado y hasta citado por quienes se han enterado de su existencia a través de artículos lacónicos o de las noticias en televisión. Ahora todos saben que tiene ochenta años y de profesión sicólogo, le adjudican a su poesía las etiquetas de "austera", "introspectiva" o de un "realismo intimista" y en contraste hay quienes la califican como "surrealista"-que sería el caso de Diego Moreno, su editor en español: "Un poeta surrealista pero fácil de leer."-, sólo para darnos una ligera idea de las contradicciones al respecto.

Por cierto y como anécdota marginal, unos minutos antes de que se diera a conocer el nombre de Tranströmer, un sitio en internet que se ostenta como nobelprizeliterature.org se lo adjudicó al escritor serbio Dobrica Cosic: "El premio Nobel de Literatura 2011 es para el escritor serbio Dobrica Cosic, el último disidente del siglo 20, testigo de una era en declive, así como profeta de una era emergente". Lo penoso del asunto es que hasta la televisión serbia se dejó llevar por el engaño que no se aclararía cabalmente sino hasta que de manera oficial se proclamó al sueco como el legítimo ganador.

El 6 de octubre de 2010, incluí aquí en Mitos y reincidencias, un poema suyo, Desde la montaña, traducido por el poeta uruguayo Roberto Mascaró quien, según tengo entendido, se ha dedicado a permitirnos a los hispanoparlantes que no hablamos sueco, la lectura de la obra de Tranströmer. Esta es la última estrofa del poema en cuestión:

Un día vi navegar los deseos del mundo.
Todos el mismo rumbo: una misma flota
"Ahora estamos dispersos. Séquito de nadie."
Eso dicen las velas blancas.

El cielo a medio hacer es un breve poema que le dio título al volumen que apareció publicado en español apenas el año pasado. Así concluye:

Cada persona es una puerta entreabierta
que lleva a una habitación para todos.
La tierra infinita bajo nosotros.
El agua brilla entre los árboles.
La laguna es una ventana a la tierra.

Y ahora una estrofa de Postales negras, la traducción al español es este caso no es de Mascaró, sino de Francisco J. Uriz:

El calendario lleno, futuro desconocido.
El cable tararea la canción folclórica de ningún país.
Nieve cayendo en el mar de grafito. Sombras
luchan en el muelle.

La plaza salvaje tal vez sea su poema más apropiado en esta ocasión:

Cansado de todos los que llegan con palabras, palabras pero no lenguaje.
Parto hacia la isla cubierta de nieve.
Lo salvaje no tiene palabras.
¡Las páginas no escritas se ensanchan en todas direcciones!
Me encuentro con huellas de pezuñas de corzo en la nieve.
Lenguaje, pero no palabras.

En una entrevista para el diario español El País, responde algo que lo puede definir mejor como creador: "Un poema no es otra cosa que un sueño que realizo en la vigilia. El sueño y el poema vienen de la misma persona. Tienen algunas leyes compartidas. Tengo una relación de mucho amor con el sueño. Me voy a la cama como si fuese una fiesta. El despertar es casi siempre una desilusión".
 
 
Jules Etienne

viernes, 16 de septiembre de 2011

Decir Adiós es morir un poco (página 48)



Ésta es una actividad restringida a las mujeres atractivas. Prohibida para adefesios. A una mujer hermosa no sólo se le perdona, sino que se le agradece el descaro de la golfería, su afán exhibicionista para saberse deseada, su apetito por subastarse para comprobar hasta cuánto estaría dispuesto a pagar un hombre por disfrutar unos momentos de su intimidad. En materia de sexo las leyes de la física son falibles: El camino más corto entre dos cuerpos no es la línea recta, sino el cachondeo de los egos.

Reconoces lo fácil que sería para cualquiera deshacerse de Dianita en una situación como ésta, encerrada con un desconocido. En eso, el tipo vuelve a la mesa con sus amigos. Ella viste -¿será mejor decir desviste?- un corpiño azul con un liguero sujetando unas medias negras. Puede reconocerte a la distancia y te saluda con su mano, un gesto al que ya empiezas a acostumbrarte. Alegre, se acerca. Se ha peinado con un par de coletas que sugieren una expresión adolescente. Una soberbia Lolita con lencería.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Los septiembres de Rosamunde Pilcher y Ruiz Zafón



Tal vez no parezca muy estimulante que en lugar de dedicar este espacio a algunos de los autores clásicos nacidos en septiembre, León Tolstói, Miguel de Cervantes o William Faulkner -de quien me ocupé en repetidas ocasiones durante el pasado mes de agosto-, lo haga con escritores de consumo popular como Agatha Christie, Rosamund Pilcher y Carlos Ruiz Zafón. La razón es la siguiente: estos tres escritores, además de ser también nativos del presente mes, han incluido la palabra septiembre como título de una novela, en el caso de estos dos últimos y, por otra parte, el festival en honor de Agatha Christie tiene lugar anualmente por estas fechas.

Comienzo entonces con Ruiz Zafón (25 de septiembre de 1964), al tratarse de un autor en nuestra lengua -al fin y al cabo no creo que las feministas puedan objetar que lo ubique antecediendo a dos escritoras, puesto que eso demuestra mi sentido de la equidad de géneros ya que no apelo a la tradicional expresión de "primero las damas" con que fui educado y que denotaría una diferencia por el solo hecho de ser mujeres-. Originario de Barcelona, radica en California desde hace ya casi veinte años y La sombra del viento es su novela más notable. Da principio con el capítulo denominado El cementerio de los libros olvidados que puede considerarse como su propuesta literaria más lograda. Es autor de una denominada trilogía de la niebla que integran El príncipe de la niebla (1993) y El palacio de la medianoche (1994), para concluir con Las luces de septiembre (1995), la cual es el motivo para mencionarlo en el presente texto. Este párrafo explica la razón del título:

"- La luces de septiembre -dijo Ismael mientras rebasaban el islote a estribor-. La leyenda, si la quieres llamar así, dice que una noche, a finales de verano, durante el baile de máscaras del pueblo, las gentes vieron cómo una mujer enmascarada tomaba un velero en el puerto y se hacía a la mar. Unos opinan que acudía a una cita secreta con su amante en el islote del faro; otros, que huía de un crimen inconfesable... Ya ves, todas las explicaciones son válidas porque, de hecho, nadie supo quien era. Su rostro estaba cubierto por una máscara. Sin embargo, mientras cruzaba la bahía, una terrible tormenta que se desató de improviso arrastró su bote contra las rocas y lo destrozó. La mujer misteriosa y sin rostro se ahogó, o al menos nunca se encontró su cuerpo. Días más tarde, la marea devolvió su máscara, destrozada por las rocas. Desde entonces, la gente dice que, durante los últimos días del verano, al anochecer, pueden verse luces en la isla..." (Página 63)

Rosamunde Pilcher (septiembre 22 de 1924), es británica y tras su matrimonio al final de la guerra, en 1946, se afincó en Escocia. Escribía relatos románticos para revistas femeninas bajo el seudónimo de Jane Fraser. A partir de la publicación de Los buscadores de conchas, en 1987, su carrera adquirió prestigio bajo su verdadero nombre -si bien Pilcher es el apellido de su marido, ella era Rosamunde Scott como soltera-. Su siguiente obra, editada en 1990, se titula precisamente Septiembre, y al igual que en el citado relato de Ruiz Zafón, alude a un baile en la misma temporada:

"En una de aquellas impetuosas salidas había conocido a Edmund Aird. Fue en septiembre, en un baile de cazadores..." (Página 111)

Otra mención del mes que da título a la novela aparece inmediatamente después:

"- Desgraciadamente, no todo el año es septiembre." (Página 112)

Desde su comienzo establece la temporada en la que transcurre la acción:

"- ¿Y para cuándo ha de ser?

- Creo que en septiembre. Es la época obligada. Habrá mucha gente para la temporada de caza, y muchos estarán aún de vacaciones. El dieciséis parece una buena fecha." (Página 15)

Por último, para conmemorar el natalicio de Agatha Christie, cuyo nombre era Agatha Mary Clarissa Miller (septiembre 15 de 1890), se celebra por estos días en Devon, Inglaterra, de donde era originaria, un festival anual con duración de una semana. Este año dio principio el pasado domingo 11 y concluirá el próximo 18. Como no soy un lector de su obra, sería incapaz de encontrar citas y referencias relativas al mes de septiembre entre sus 79 novelas o sus 19 obras teatrales -además de otra media docena de novelas románticas que escribió bajo el seudónimo bastante menos conocido de Mary Westmacott-, me limitaré a consignar que uno de sus títulos más famosos, Diez Negritos transcurre en una isla durante el verano, aunque en agosto:

"La generación actual alardeaba de un penoso descaro tanto en actitudes como en el resto de las cosas.

Nimbada por una aureola de honestidad y rígidos principios, la señorita Brent, en aquel vagón de tercera clase, repleto de viajeros, se quejaba de la falta de comodidades y del calor. En estos tiempos la gente encuentra obstáculos en todas partes. Es preferible una inyección antes que dejarse extraer una muela... se toma un somnífero si no se puede conciliar el sueño... se arrellanan en los sillones entre cojines... y las muchachas, casi desnudas, se exhiben en las playas durante el verano." (Del capítulo 1)

Un poco de literatura de consumo que se refiere al mes de septiembre. En días subsecuentes incluiré algunos poemas -para uno de los cuales abriré un paréntesis entre mis prejuicios sobre el grandilocuente Walt Whitman-, y por supuesto, también Lolita, de Vladimir Nabokov, ya que lo narrado por su protagonista en tiempo pasado establece la perspectiva de septiembre de 1952, lo cual puntualiza en repetidas ocasiones.

martes, 6 de septiembre de 2011

Páginas ajenas: ESCUPIRÉ SOBRE TU TUMBA, de Boris Vian



(Fragmento del capítulo II)

Hacía buen tiempo. El verano estaba por terminar. La ciudad olía a polvo. A la orilla del río se podía estar fresco bajo los árboles. No había salido desde mi llegada y aún no conocía el campo, a las afueras de la ciudad. Necesitaba cambiar un poco de ambiente. Pero también tenía una necesidad mucho más apremiante, que me atormentaba. Me hacían falta mujeres.

Aquella tarde habían dado las cinco, al bajar la persiana metálica no me quedé adentro, trabajando bajo la luz fluorescente. Tomé mi sombrero y con mi chaqueta colgada del brazo, me fui directamente a la farmacia de enfrente. Yo vivía justo arriba. En la farmacia había tres clientes. Un adolescente de unos quince años y dos muchachas más o menos de la misma edad. Me miraron con indiferencia y volvieron a sumirse en la contemplación de sus vasos de leche malteada. La sola visión de sus brebajes estuvo a punto de matarme. Por fortuna llevaba el antídoto en el bolsillo de mi chaqueta.

Me senté en la barra, a un taburete de distancia de la mayor de las dos chamacas. La mesera, una morena muy fea, alzó ligeramente la cabeza al verme.

- ¿Qué sirven aquí sin leche? -pregunté.

- Limonada -propuso-. ¿Jugo de toronja? ¿de tomate? ¿Coca Cola?

- Jugo de toronja -le dije-. No me llene el vaso.

Busqué en mi chaqueta y destapé mi bourbon.

- Alcohol aquí, no -protestó ligeramente la mesera.

- No se preocupe, es mi medicina -me reí-. No tenga temor por su licencia...

Le pagué con un dólar. Había recibido mi cheque esa mañana. Noventa dólares semanales. Clem tenía amigos que valían la pena. La mesera me devolvió el cambio y le dejé una buena propina.

No es que el jugo de toronja con bourbon sea nada del otro mundo, pero de cualquier manera es mejor que el jugo solo. Me sentía mejor. Todo iba a salir bien. Los tres jóvenes me miraban. Para esos mocosos un tipo de veintiséis años ya es todo un viejo; le sonreí a la güerita; llevaba un suéter azul celeste con rayas blancas, sin cuello, las mangas dobladas hasta el codo y calcetas blancas. Era simpática. Con buena figura para su edad. Al tacto debía ser tan firme como las ciruelas maduras. No llevaba sostén y los pezones se distinguían a través de la lana. Me devolvió la sonrisa.

- Hace calor, ¿eh? -pregunté tanteando.

- Para morirse -respondió mientras se desperazaba.

En sus axilas se notaban dos manchas de humedad. Eso me produjo un extraño efecto. Me levanté para poner una moneda de cinco centavos en la ranura de la rockola.

- ¿Te quedan ánimos para bailar? -le pregunté aproximándome a ella.

- ¡Oh! ¡Me vas a matar! -dijo.

Se repegó tanto cuando bailábamos que me dejó sin aliento. Olía a bebé recién bañado. Era esbelta, alcé el brazo y deslicé mis dedos justo debajo de su pecho. Los otros dos nos miraban hasta que decidieron imitarnos. Era el estribillo de Shoo Fly Pie, cantaba Dinah Shore. Ella lo tarareaba mientras bailábamos. La mesera se distrajo de su revista para vernos bailar, pero luego volvió a sumergirse en su lectura.

No llevaba nada debajo del suéter, podía notarlo en seguida. Menos mal que el disco terminó porque un par de minutos más y yo habría perdido el control. Nos soltamos, volvió a su asiento y me miró.

- No bailas tan mal, para ser un adulto... -dijo-.

- Me enseñó mi abuelo -respondí.

- Se nota -se burló-. Pero por cinco centavos no se puede pedir mucho ritmo...

- De jive seguramente me puedes dar lecciones, pero yo podría enseñarte otras cosas.

Entornó sus ojos.

- ¿Cosas de mayores?

lunes, 5 de septiembre de 2011

NOVELA NEGRA: Algunos seudónimos notables



Tal y como me había comprometido a hacerlo cuando el número de visitantes a Mitos y reincidencias alcanzó la cifra de veinte mil, y en vista de que el texto con el título de Novela negra y seudónimos literarios del pasado 14 de febrero -fecha, por cierto, significativa para el hampa de Chicago ya que conmemora la célebre masacre de San Valentín de 1929-, se ha prestado a la confusión ya que se trata de una mera reflexión personal incitada por el encuentro BC negra 2011, que tuvo lugar en Barcelona, y no de una relación con los nombres de los autores del género que recurrieron a la seudonimia para publicar su obra. De tal modo que en esta ocasión me ocuparé de algunos escritores que adquirieron fama con su correspondiente seudónimo.

Comenzaré por dejar establecido que los más notables, como Dashiell Hammett, Raymond Chandler y James M. Cain, no acostumbraron el uso de un mote literario. El nombre completo del primero era Samuel Dashiell Hammett y algunas veces, sobre todo al principio de su carrera, cuando publicaba cuentos en la revista Black Mask, utilizó los seudónimos de Peter Collinson, Daghull Hammett, Mary Jane Hammett y Samuel Dashiell, aunque en este último caso ni siquiera debiera considerarse como tal debido a su obviedad. Las novelas El halcón maltés, La cosecha roja y El hombre delgado, fueron publicadas con su nombre auténtico. Raymond Chandler y James M. (por Mallahan) Cain, nunca escribieron bajo seudónimo.

Suele ubicarse a Ross Macdonald como el heredero más visible de la tradición iniciada por los citados Hammett y Chandler. Su nombre era Kenneth Millar y nació en un lugar llamado Los Gatos, en California, sus padres eran canadienses y por eso creció en la provincia de Ontario e incluso allí se casó en 1938. William Goldman describió su estilo como "la serie detectivesca más fina de todos los tiempos escrita en América". El nombre de su clásico personaje Lew Archer, está tomado de Miles Archer, socio de Sam Spade a quien asesinan al principio de El halcón maltés. Lo que Bogart representa en el cine para la obra de Hammett, es lo que Paul Newman significó para la de Macdonald, en películas como El blanco móvil y La piscina mortal.

Aun cuando en rigor no se trata precisamente un seudónimo, el caso de Patricia Highsmith, cuyo nombre era Mary Patricia Plangman, resulta interesante. Tejana de nacimiento, no conoció a su padre sino hasta que había cumplido los doce años. Tomó el apellido Highsmith de Stanley, su padrastro. Se inició como escritora cuandó tras una visita a México, en 1945, donde permaneció cinco meses en Taxco, escribió el volumen de cuentos En la plaza. La creadora del serial de Ripley publicó su primera novela, Extraños en un tren, cinco años después, la cual sería llevada al cine por Alfred Hitchcock con adaptación de Raymond Chandler. En 1952 apareció El precio de la sal, novela de tema lésbico con un sorpresivo final feliz, bajo el seudónimo de Claire Morgan. En 1989 fue reeditada como Carol. Nunca le molestó que juzgaran como misantropía su carácter introvertido: "Mi imaginación -aseguraba- funciona mucho mejor cuando no tengo que hablar con la gente."

James Hadley Chase, a quien se le conoce como el autor de No hay orquídeas para Miss Blandish y Con las mujeres nunca se sabe, se llamaba en realidad René Brazoban Raymond y aunque por lo general sus tramas se ambientaban en el período de la gran depresión estadounidense, en realidad era un inglés nacido en Londres que consultaba mapas y un diccionario de expresiones coloquiales para dotar de credibilidad a sus escenarios y personajes. También publicó bajo los seudónimos de James L. Doherty, Raymond Marshall y Ambrose Grant, este último para Más mortífero que el hombre. Sus novelas fueron frecuentemente adaptadas al cine y destaca de manera particular Eva, dirigida por Joseph Losey.

Si bien publicó La novia vestía de negro y el cuento La ventana indiscreta con su verdadero nombre de Cornell Woolrich, también era reconocido por su seudónimo de William Irish, al cual se acreditan novelas como Vals en la oscuridad. El nombre completo era Cornell George Hopley-Woolrich y La noche tiene mil ojos la firmó como George Hopley. Su obra ha sido objeto de múltiples versiones cinematográficas por parte de realizadores con el prestigio de Alfred Hitchcock, en el caso de La ventana indiscreta, y de Francois Truffaut, quien dirigió tanto La novia vestía de negro, con Jeanne Moreau, como La sirena del Mississippi, que adaptaba Vals en la oscuridad, con Jean Paul Belmondo y Catherine Deneuve como la pareja protagónica. Más tarde se volvería a filmar en inglés bajo el título de Pecado original, con Angelina Jolie y Antonio Banderas.

Salvatore Albert Lombino adoptó el apelativo legal de Evan Hunter cuando tenía veintiséis años, y su seudónimo favorito era el de Ed McBain, aunque también publicó como Hunt Collins, Curt Cannon, Richard Martsen, Ezra Hannon, John Abbott y alguna vez hasta como S. A. Lombino, que era su nombre auténtico. Si bien en el conjunto de su obra prevalece el género policiaco, una de sus novelas más notables fue Jungla de pizarras (Blackboard Jungle), que a su paso por el cine se volvería Semilla de maldad, drama sobre un maestro, la rebeldía y el racismo de sus alumnos de secundaria, a mediados de la década de los años cincuenta. Hunter escribió el guión para la película Los pájaros, de Alfred Hitchcock, adaptando una novela de Daphne du Maurier y también fue autor de libretos para la serie televisiva Columbo, los cuales firmó como Ed McBain. El cine francés recurrió en diversas ocasiones a sus novelas, destacando Lazos de sangre (Le Liens de Sang, aunque en España se exhibió como Laberinto mortal), dirigida por Claude Chabrol; y una de mis favoritas, Sin motivo aparente, sobre su novela Diez más uno (Ten Plus One), con un reparto encabezado por Jean-Louis Trintignant, Dominique Sanda y Laura Antonelli.

Mickey Spillane es como se conoce a Frank Morrison Spillane, un neoyorquino de Brooklyn que se inició escribiendo guiones para tiras cómicas como El Capitán América -lo cual es perceptible en el laconismo de sus diálogos y lo escueto de las descripciones-. Su primera novela, Yo, el jurado, apareció en 1946. Ha sido considerado uno de los autores más gruesos y menos literarios del género, creador del detective privado Mike Hammer y de la novela El beso mortal o Bésame moribunda (Kiss me, Deadly), que fue llevada al cine en 1955. Una traducción más actual circula en España con el título de Red Siniestra. La mejor herencia de Mickey Spillane al cine mexicano es, sin duda, la ingeniosa parodia Llámenme Mike, dirigida por Alfredo Gurrrola en 1979.

Boris Vian se hacía pasar por el traductor de Vernon Sullivan, un supuesto autor estadounidense de raza negra. Lo singular de su situación amerita ser abordada en un texto posterior.

Resulta curioso el hecho de que los novelistas del género en lengua española no recurren al empleo del seudónimo. Una lista muy amplia encabezada por los más destacados, Manuel Vázquez Montalbán y Andreu Martín, lo confirma. La excepción, notable por cierto, sería Honorio Bustos Domecq, el nombre urdido por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares para la serie de misterios resueltos desde la cárcel por Isidro Parodi, asunto del que ya me he ocupado con anterioridad: http://mitosyreincidencias.blogspot.com/2011/02/proposito-de-seudonimos-honorio-bustos.html