Regresa la primavera a Vancouver.

miércoles, 6 de marzo de 2019

Tu boca: LA ISLA FELSENBURG, de Johann Gottfried Schnabel

"... su pecho, que, a causa del hondo escote de su vestido, se hallaba medio desnudo..."
 
(Fragmento del libro primero de Extraños hechos de algunos navegantes)

– Señora –le respondí yo–, si en este cabo se hallaran más mujeres bellas como vos, le puedo asegurar que muchos jóvenes europeos se quedarían aquí.
 
- ¿Qué? –preguntó–. ¿Me estás queriendo decir que soy bella y que te gusto?
 
– No tendría yo ni buena vista ni juicio, si no concediera que estoy encantado con vuestra belleza –fue mi réplica–.
 
- ¿Cómo podré creerlo –repuso ella–, si dices que soy bella, que te gusto de corazón, pero tu boca no me ha besado ni una sola vez, estando solo junto a mí y sin temer que nadie nos importune?
 
Su gracioso holandés ceceado, aunque imperfecto, me resultó tan dulce, y el contenido de su discurso, por su parte, junto con sus encantadores gestos, tan cautivador, que, en lugar de responder, me tomé el atrevimiento de imprimir un fogoso beso en sus carnosos labios púrpura. Ella, en vez de negármelo, replicó a mi beso con otros diez o doce y, como yo no quería quedar en deuda, nos turnamos de este modo por un buen tiempo hasta que, al fin, ambas bocas quedaron una encima de la otra totalmente agotadas, tras lo cual me apretó con tal ahínco contra su pecho que casi que me quedé sin aliento. Por fin, me liberó y miró en torno suyo, para ver si acaso la vieja nos había estado espiando, pero como no había nadie, tomó mi mano y la puso sobre su pecho, que, a causa del hondo escote de su vestido, se hallaba medio desnudo; y mediante enérgicos movimientos hacia arriba y abajo, trataba de calmar el ardor del amante corazón, cuyas llamas se dejaban ver en los bellos ojos, negros como el azabache. Los besos fueron reanudados, y yo creo que en esa ocasión hubiera pasado por encima del sexto mandamiento, pero, por esta vez, fue solo un traspié, ya que, por fortuna, la vieja se hizo oír a lo lejos con una tos, por lo que nos separamos a toda prisa el uno del otro y nos quedamos allí sentados, tan calmados como si fuésemos los seres más inofensivos.
 

Johann Gottfried Schnabel (Alemania, 1692-1758).
 
(Versión al español actual basado en la traducción clásica de Martín Ignacio Koval).

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