Vancouver: el invierno a plenitud en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

martes, 26 de marzo de 2019

Tu boca y Primavera: PEREGRINACIÓN, de Iuliu Cezar Săvescu

"... y una música como no había oído desde hacía mucho se derramó sobre el desierto, (...) y tan sólo los reptiles se arrojaron al fondo de las aguas."

(Fragmento)
 
Oh, mi alma se extravió en un terrible furor de recuerdos. Los deleites desmedidos de un amor imaginado me hacen pedazos sangrientos el alma.
 
Si me hubiera amado, si me hubiera lanzado una flor desde el cielo sereno de la doncellez;  tan sólo un gesto que me hubiera hecho con la punta de los dedos, si hubiera dejado volar una sola sonrisa de su rostro divino, rayos de luz habrían regado mi camino, habría vagado por jardines en flor, entre los suspiros de las hojas, el canto de las aves, y mi vida habría sido un paraíso.
 
Pero una sola criatura me desvió en el camino de la vida.
 
Y lloré mucho, y las lágrimas me acariciaban el alma, pero no era capaz de olvidar a la criatura amada.
 
Entonces, de la profundidad arqueada de la eternidad azul, suave y blandamente, y desconocido en aquellos lugares, se alzó un viento, un viento extraviado de los campos de la felicidad, de la boca perfumada de la primavera.
 
Sus alas batieron encima del desierto y una música como no había oído desde hacía mucho se derramó sobre el desierto, y el desierto se puso en movimiento.
 
Las cañas se doblaban con susurros enternecedores, las marismas se mecían blandamente, y tan sólo los reptiles se arrojaron al fondo de las aguas.
 
De arriba, de la claridad, hendiendo la nube purpúrea, ella bajó hasta mí con la rapidez del rayo. Era tan hermosa y refulgía de tal manera que mi frente chocó con la arena ardiente. No habría podido mirarla directamente al rostro ni un momento, sus miradas cortaban como espadas, y sentí el hierro frío y ardiente que me partía el alma.
 
¡Oh, sombra refrescante de mi vida! Tú, única luz que ha atravesado mi alma hasta lo más profundo, ámame. No pido nada más, y nunca he pedido nada más que una sonrisa, sonríeme.
 
Sonríeme, y dime una palabra, que sepa que la criatura que he querido me ha hablado.
 
O dime, que oiga de tu boca, que eres la causa de mi sufrimiento, para sufrir con alegría.
 
Que el dolor sea mi última esperanza, para pedirlo como un bien supremo. Mírame.
 
Lánzame un solo rayo de luz y pon en él el secreto de tu amor para ser la criatura más feliz. O, al menos, pisa, aplasta en medio del desierto llameante mi frente que se arrastra, y mi último suspiro será bendito.
 
Pero mis palabras se perdieron en la inmensidad encendida y, como si los cielos hubieran sido de metal, las palabras se repetían, quebrándose, a través del firma- mento.
 
Cuando levanté la frente, arada por los cantos de la arena, ella permanecía delante de mí, muda y fría, inmóvil, como siempre me ha mirado.
 
 
Iuliu Cezar Săvescu (Rumania, 1866-1903).
 
(Traducido del rumano por Mariano Martín Rodríguez).

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