Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

viernes, 1 de julio de 2011

Ciudadanos del mundo



Acabo de acompañar a mi amigo Raúl Herrera a recibir formalmente su ciudadanía canadiense. Fue un evento bastante más concurrido de lo habitual debido a que se quiso aprovechar que hoy viernes se celebra el Día de Canadá (Canada Day) o la Fiesta de Canadá (Fete du Canadá, en las provincias francófonas). Es el equivalente de los festejos de independencia en las naciones del continente americano o del aniversario de la revolución en Francia. Se conmemora la unión de todas las colonias, es decir, el origen de Canadá como país. Con ese motivo se llevaron a cabo ceremonias colectivas en todas las provincias y se aprovechó el viaje del recién casado príncipe William y su esposa Kate, para que estuvieran presentes en la que tuvo lugar en la capital.

Durante su discurso, la juez que presidió el acto en Vancouver fue muy enfática en cuanto a que quienes hemos llegado a este país tras sufrir persecuciones y acosos o como víctimas de la guerra, podremos vivir con la seguridad que confiere la paz y la confianza de la libertad. Les concedió un lugar muy especial a aquellos que provienen de los campamentos de refugiados y al final mencionó una cifra que no dejó de impresionarme, junto con Raúl, mexicano, había personas provenientes de otros 56 países. Al término del día, tras concluir las otras dos ceremonias aún pendientes de realizarse, sumarían 97 en total. Todos ellos tendrán, en el futuro, una doble nacionalidad, la del país del que son originarios y desde ahora, como canadienses, serán también súbditos de la reina Isabel II -quien asumió el trono a la muerte de su padre, Jorge VI, en 1952, cuando tenía 25 años de edad-.

Parece que el tiempo ha terminado por concederle la razón a Marshall McLuhan en cuanto a la desaparición progresiva de las fronteras para asimilarnos en su concepto de la Aldea Global. Es cada vez más común que los habitantes del planeta nos comuniquemos de manera cotidiana en dos o más idiomas y que tengamos también diferentes ciudadanías. Somos los ciudadanos globales, para aprovechar el término acuñado por el propio McLuhan -por cierto, canadiense-. Lo cual no deja de recordarme aquella famosa respuesta de Charles Chaplin, víctima de la cacería de brujas encabezada por el senador McCarthy, cuando le preguntaron si era comunista, a lo que contestó: "Soy un patriota de la humanidad. Soy un ciudadano del mundo". Frase a la que también recurrió en el discurso culminante de su película El gran dictador (1940). Aunque, para ser precisos, siglos antes Sócrates había dicho que "no soy ni de Atenas ni de Corinto, soy un ciudadano del mundo", y Erasmo de Rotterdam pedía ser llamado así. Gandhi hablaba del deber que todos tenemos como ciudadanos del mundo y Borges aseguraba algo que ahora resulta tan válido como cuando lo dijo: "La idea de fronteras y de naciones me parece absurda. Lo único que nos puede salvar es ser ciudadanos del mundo". Y es que, según Montesquieu, ante todo somos humanos, la nacionalidad es algo que viene por azar.

Aunque tengo la fortuna de experimentar de manera cotidiana la llamada multiculturalidad de la sociedad canadiense, una de las más cosmopolitas del mundo, no dejó de emocionarme que durante el acto en el que se reunieron individuos provenientes de países tan lejanos entre sí, algunos de ellos sin aparente conexión alguna, otros, como el caso de Mauricio Vázquez, un amigo que también nos acompañaba, al ser colombiano, nos acercaba nuestra hispanidad. Qué paradoja, si todavía viviese en mi natal Tampico, no mantengo duda alguna de que consideraríamos a Mauricio como un extranjero, en cambio aquí, entre asiáticos, europeos y africanos, al sentarnos juntos para compartir el evento, era como estar con un paisano. Una novela de Ciro Alegría se titula El mundo es ancho y ajeno, creo que ahora, en esta sociedad globalizada, la anchura del mundo ha comenzado a dejar de ser ajena.
 
 
Jules Etienne 

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