Almorzó un pan con pollo en un puesto callejero y luego fue a la fiscalía. En la iglesia de Santo Domingo, los fieles formaban colas con algodones en la mano para limpiar las heridas de la imagen del Señor del Santo Sepulcro. El fiscal imaginó todas esas manos, una tras otra, tocando las llagas de Cristo. (Página 248)
Secándose las lágrimas en los ojos, el fiscal salió a la calle. En cada esquina de la plaza atestada se quemaba la retama del domingo anterior. En la catedral, la imponente pirámide blanca de la Resurrección empezaba a asomar por la puerta, entre los fuegos artificiales. Sobre cada una de sus gradillas llevaba cirios encendidos. El fiscal se confundió entre la gente. Lentamente, desde el interior de la pirámide, fue emergiendo Cristo resucitado entre aplausos del pueblo. Más de trescientas personas empezaron a pasar el anda de hombro en hombro alrededor de la plaza. Cuando el anda llegó a sus hombros, Chacaltana se persignó y dijo mentalmente una oración. Al fondo entre los cerros secos, el sol insinuaba las primeras luces de un tiempo nuevo. (Página 284)
La ilustración corresponde a una fotografía del domingo de resurrección en Ayacucho, Perú.
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