(Fragmentos)
Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por el olor podrido de las saponarias.
El camino subía y bajaba: Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para el que viene, baja.
- ¿Cómo dice usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo?
- Comala, señor.
(...)
Salí a la calle para buscar el aire; pero el calor que me perseguía no se despegaba de mí.
Y es que no había aire; sólo la noche entorpecida y quieta, acalorada por la canícula de agosto.No había aire. Tuve que sorber el mismo aire que salía de mi boca, deteniéndolo con las manos antes de que se fuera. Lo sentía ir y venir, cada vez menos; hasta que se hizo tan delgado que se filtró entre mis dedos para siempre.
Digo para siempre.
Tengo memoria de haber visto algo así como nubes espumosas haciendo remolino sobre mi cabeza y luego enjuagarme con aquella espuma y perderme en su nublazón. Fue lo último que vi.
Juan Rulfo (México, 1917-1986)
(Aquí se puede leer Pedro Páramo con un prólogo de Jorge Volpi:
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