Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

miércoles, 25 de agosto de 2010

Páginas ajenas: LOS CONVIDADOS DE AGOSTO, de Rosario Castellanos

"... en la feria de agosto pasaría ante los ojos de sus amigos..."

(Fragmento)

La anciana obedecía a regañadientes. ¿Por qué ese afán de arrojarla del paraíso de sus recuerdos felices a este presente hostil? Contempló a Mateo con expresión crítica.
 
- Deberías parecerte a Lisandro.
 
Mateo farfulló una disculpa ininteligible. Era tartamudo y prefería el silencio al ridículo.

A su turno, Ester lo examinó también sin indulgencia. Veía, en sus ojos inyectados, en sus labios resecos, los rastros de una parranda. Con una solicitud irónica, ofreció:
 
- ¿No prefieres un buen caldo con chile pastor? Dicen que revive las fuerzas.
 
Emelina rió hasta atragantarse.
 
- ¿Dónde aprendes esas cosas, Ester? Son recetas de casada.
 
Ester abatió los párpados con severidad.
 
- Cuando se tiene por hermano a un borracho es necesario saber de todo.
 
Mateo quiso defenderse. No era un borracho. ¿Por qué esta solterona estúpida era incapaz de comprender que en la feria de agosto pasaría ante los ojos de sus amigos como un apulismado, si no los acompañaba en sus diversiones? ¿Y dónde creía esta infeliz que se cerraban los tratos comerciales? En las cantinas, en los palenques, en...
 
La longitud de la réplica lo aterrorizó. No dijo una palabra.
 
Triunfante, Ester se sirvió un trozo más de cecina. La anciana continuaba hablando.
 
- Lisandro sí era un hombre de gabinete entero, no como los de ahora. Lo mismo domaba una yegua que componía unos versos. En mi álbum de soltera guardo los primeros que me dedicó. A unos ojos. Eran mi quedar bien. Todos me los piropeaban. Pero por modestia mis padres me enseñaron a tener la vista baja.
 
Ahora, en cambio, exhibía con impudicia la fealdad.
 
Emelina sintió una aguda punzada de angustia. Ella también llegaría a la vejez, pero sin haber estrechado entre sus brazos más que fantasmas, sin haber llevado en sus entrañas más que deseos y sobre su pecho la pesadumbre, no de un cuerpo amado, sino de un ansia insatisfecha.

Rosario Castellanos (México, 1925-1974)

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