Regresa la primavera a Vancouver.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Madeleine: DE ENTRE LOS MUERTOS, de Boileau-Narcejac

"... detestaba el ejército, la guerra y aquel teatro demasiado lujoso..."
 
(Fragmento inicial del capítulo II)

«Debo parecer un estúpido» pensaba Flavieres. Fingía que jugaba distraídamente con sus gemelos de nácar y trataba de parecer importante y hastiado, pero no se podía decidir a llevarse los gemelos a los ojos para mirar a Madeleine. Había muchos uniformes a su alrededor. Las mujeres que acompañaban a los oficiales tenían gesto de satisfacción orgullosa y Flavieres las odiaba; detestaba el ejército, la guerra y aquel teatro demasiado lujoso lleno de rumores marciales y frívolos. Cuando volvía la cabeza, veía a Gevigne con las manos cruzadas sobre la barandilla del palco. Madeleine estaba un poco más atrás, con la cabeza graciosamente inclinada; parecía morena, esbelta, pero Flavieres sólo distinguía confusamente sus facciones. Tenía la impresión de que era bonita, con un algo ligeramente travieso, tal vez a causa de su cabellera demasiado abundante. ¿Cómo había podido el grueso de Gevigne hacerse amar por una mujer tan elegante? El telón se había alzado para un espectáculo que no interesaba a Flavieres. Había cerrado los ojos; pensaba en la época en que Gevigne y él compartían la misma habitación, por economía. Los dos eran igualmente tímidos y las estudiantes se burlaban de ellos, y a propósito, se hacían provocativas. Por el contrario, había jóvenes que conquistaban todas las mujeres que querían. Sobre todo uno, a quien llamaban Marco. No era muy inteligente ni muy guapo. Un día, Flavieres le interrogó. Marco le contestó sonriendo:
 
- Háblales como si ya te hubieras acostado con ellas. ¡Es el único medio!
 
Flavieres no se había atrevido nunca a hacerlo. No sabía ser insolente. Ni siquiera sabía tutear. Sus colegas, cuando era un joven inspector, se burlaban de él, lo consideraban como un tipo extraño. Se le temía un poco. ¿En qué momento se había atrevido Gevigne? ¿Con qué mujer? Tal vez con Madeleine. Flavieres la llamaba Madeleine, como si se tratara de una aliada, como si Gevigne fuera su enemigo común. Trataba de imaginar el comedor del Continental. Se veía cenando con Madeleine por primera vez, haciendo una señal al maître, escogiendo los vinos. ¡No, imposible! El maître le habría mirado con desdén. Y luego habría que atravesar el inmenso comedor... y, más tarde, la habitación... Madeleine desvistiéndose... ¡Al fin y al cabo, era su mujer!... Flavieres volvió a abrir los ojos, se removió, sintió deseos de abandonar la partida. Pero estaba aprisionado en el centro de una fila y hacía falta mucho aplomo para molestar a tantos espectadores. A su alrededor resonaron risas, unos cuantos aplausos que se contagiaron rápidamente, invadieron la sala, se mantuvieron durante un minuto y se extinguieron. Los actores hablaban del amor, evidentemente. ¡Ser actor! Flavieres se estremeció de asco, con vergüenza, por el rabillo del ojo, buscó a Madeleine. En la penumbra dorada destacaba como un retrato. Las joyas relucían en su cuello, en sus orejas. También sus ojos parecían luminosos. Escuchaba, con el rostro inclinado, como esas desconocidas que se admiran en los museos, La Gioconda, La Belle Ferronière...


Pierre Boileau (Francia, 1906-1989)
Thomas Narcejac: Pierre Ayraud (Francia, 1908-1998)

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