Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

sábado, 9 de abril de 2022

Día de reyes: EL SARCÓFAGO DE LOS REYES MAGOS, de James Rollins


(Fragmento del prólogo)

Marzo de 1162

Aunque se atisbaba ya la primavera, el invierno dominaba todavía las cumbres. Los picos resplandecían bajo la luz de poniente. La nieve reflejaba la luz, mientras una nube de escarcha se desprendía de las afiladas cumbres. Pero allí, en los sombríos desfiladeros, el deshielo había convertido el suelo boscoso en una ciénaga. A los caballos se les hundían las patas en el barro y corrían el riesgo de romperse un hueso a cada paso. Delante, el carruaje se atollaba casi hasta los ejes.

Joachim espoleó a la yegua para reunirse con los soldados en el carruaje.

Habían enganchado otro tronco de caballos al frente y los hombres empujaban desde atrás. Debían llegar al sendero que bordeaba la siguiente cadena montañosa.

- ¡Ea! -gritó el cochero, restallando el látigo.

El caballo que iba al frente estiró la cabeza hacia atrás y luego empujó con fuerza el yugo. No ocurrió nada. Las cadenas se tensaron, los caballos bufaban con un hálito blanquecino en el aire gélido y los hombres proferían los juramentos más soeces.

Lenta, muy lentamente, el carruaje consiguió salir del fango con un chasquido de ventosa similar al de una herida abierta en el pecho. Pero al fin reanudó la marcha. La demora había costado sangre. Se oían los gemidos de los moribundos que habían quedado atrás, en el paso de montaña.

«La retaguardia debe resistir un poco más».

El carruaje prosiguió el ascenso. Los tres grandes sarcófagos de piedra que llevaban en su plataforma descubierta se deslizaban contra las cuerdas que los sostenían.

Si alguna se rompiera…

Fray Joachim llegó al carruaje cimbreante y el hermano Franz se acercó en su caba- llo.

- El sendero parece despejado -comentó.

- No podemos llevar las reliquias de vuelta a Roma. Tenemos que llegar a la frontera alemana.

Franz asintió, comprensivo. Las reliquias ya no estaban a salvo en suelo italiano, al menos mientras el Papa verdadero permaneciera exiliado en Francia y el falso continuara en Roma.

El carruaje ascendía más rápido, reafirmando su equilibrio a cada paso. Aun así, no avanzaba a más velocidad que un hombre a pie. Desde la grupa de su montura, Joachim contemplaba las montañas en lontananza.

El fragor de la batalla se atenuó, sólo leves gemidos y sollozos inquietantes resona- ban por el valle. El chasquido de las espadas se aplacó por completo, señal inequí- voca de la derrota de la retaguardia.

A Joachim le hubiese gustado ver lo que pasaba, pero la densa sombra cubría las cumbres. La enramada de pinos negros lo ocultaba todo.


James Rollins: Jim Czajkowski (Estados Unidos, 1961).

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