Regresa la primavera a Vancouver.

viernes, 26 de julio de 2019

Tu boca: FANDANGO, de Vilhelm Krag

"¡Que vengan! Que entren a bailar con sus pies delicados..."

¡Música no, jenízaros!
¡Silencio, ritmos cargados de marcha!
¡Silencio por favor, músicos!

La mujeres circasianas, las circasianas
¡Que vengan! Que entren
a bailar con sus pies delicados
música silenciosa
de guitarras distantes
rasgando, tarareando, acarician los sonidos,
sonrientes, reclinando sonidos seductores
sensualmente dulces:
¡Fandango!

Un toque rojo sombrío para el baile de luz vibrante
largo velo que nubes de plata trazan brillante
tiernos brazos que suavemente se entrelazan
al bailar
una oreja sonrojada, el blanco dedo meñique
y los pies veloces como un rayo sin sonido
su piel de arena cubierta por la sedosa cabellera negra.-
y se ondulan con ese tintineo de joyas y pedrería.
Y las mejillas. Y los ojos.
¡Fandango!

Zerlina, doncella mía, tu cuello es tan dulce
tus ojos tan negros,
pero tus ojos están húmedos, Zerlina.

Zerlina, doncella mía, tus labios son tan rojos
y tus mejillas redondas
¡Pero tus mejillas están pálidas, Zerlina!

Zerlina, doncella mía, tu piel es tan suave,
tu boca tan fresca
pero- ¿por qué se estremece tu boca, Zerlina?

«¡Ah, mi señor! Pronto llegará el otoño
y caen los pétalos de las rosas de Persia
y hay llanto en las corolas del clavel
y el follaje se marchita, mi señor.»

Zerlina, doncella mía, gracias por tu baile
y tus palabras. –Ahora déjame solo.

Todo se marchita. Se marchita,
se marchita,
el mundo, se marchita, y las rosas y las mujeres,
mi cuerpo y todos sus nervios temblorosos
¡Marchitar!

Y el tiempo, que me roba tan lentamente más allá de mí,
y pasan las horas para cavar una tumba.
No me atrevo a pensar – No me atrevo a vivir.
¡No te atrevas a morir!

Y en esta quietud, tan de la noche y mortal,
como la llamada del chorlito viene el murmullo sin fin;
Se marchita, se marchita,
se mar...

¡Música, música, música, jenízaros,
el gran tambor chino!


Vilhelm Krag (Noruega, 1871-1933).

(Traducido al español por Jules Etienne).
La ilustración corresponde a Una tarde ociosa en el serrallo (1876), de Giacomo Mantegazza.

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