Regresa la primavera a Vancouver.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Dos visiones del fin del mundo: Vargas Llosa y Ernesto Sabato


Abaddón el exterminador y La guerra del fin del mundo tienen en común una referencia apocalíptica antes de haber siquiera iniciado la lectura de la propia novela. En la primera de ellas, denominada con frecuencia "la novela del fin del mundo", Ernesto Sabato incluye un epígrafe del Apocalipsis según el apóstol San Juan: "Y tenían por rey al Ángel del Abismo, cuyo nombre en hebreo es Abaddón, que significa El Exterminador", de ahí el título de la obra. En tanto que Vargas Llosa señala un posible apocalipsis en el prólogo de La guerra del fin del mundo:

"No hubiera escrito esta novela sin Euclides da Cunha, cuyo libro Os Sertoes me reveló en 1972 la guerra de Canudos, a un personaje trágico y a uno de los mayores narradores latinoamericanos. Del guión cinematográfico que fue su embrión (y que nunca se filmó) hasta que, ocho años más tarde, terminé de escribirla, esta novela me hizo vivir una de las aventuras literarias más ricas y exaltantes, en bibliotecas de Londres y Washington, en polvorientos archivos de Río de Janeiro y Salvador, y en candentes recorridos por los sertones de Bahía y de Sergipe. Acompañado de mi amigo Renato Ferraz, peregriné por todas las aldeas donde según la leyenda el Consejero predicó, y en ellas oí a los vecinos discutir con ardor sobre Canudos, como si los cañones tronaran todavía sobre el reducto rebelde y el apocalipsis pudiera sobrevenir en cualquier momento en esos desiertos erupcionados de árboles sin hojas, llenos de espinas. Los zorros salían a nuestro encuentro en las veredas y nos dábamos también por los caminos con encuerados, santones y cómicos de la legua que recitaban romances medievales. Donde estuvo Canudos, había ahora un lago artificial y en sus orillas proliferaban los casquillos y proyectiles herrumbrados de las atroces batallas."

Si bien su acción se desarrolla en épocas y lugares distintos, aunque no distantes, resulta una consecuencia inevitable que en esa atmósfera catastrófica algunos pensamientos coincidan:

"El silencio se hacía más grave a medida que avanzaba la noche, como se recibe siempre a los heraldos de las tinieblas.", ha escrito Sabato. Por su parte, Vargas Llosa dice: "¿No eran esas manadas el cumplimiento de las profecías, los seres infernales del Apocalipsis?"

Algunos párrafos hasta podrían integrarse en un mismo diálogo:

"- Todas las armas valen -murmuró-. Es la definición de esta época, del siglo veinte que se viene, señor Gall. No me extraña que esos locos piensen que el fin del mundo ha llegado."

"- No sé dónde leí que Dante no hizo otra cosa que traducir ideas y sentimientos de su época, los prejuicios teológicos en boga, las supersticiones que estaban en el aire. Sería así, simplemente, la descripción de la conciencia y de la inconciencia de una cultura. Quizá haya algo de verdad."

El primer parlamento proviene de La guerra del fin del mundo, en tanto que el otro, a manera de respuesta, corresponde a Abaddón el exterminador. Ambos autores se refieren también a la condena que sufre el mundo:

"Los vio partir, aturdidos de gozo. Era purificadora la presencia de la gracia en este mundo condenado a la perdición", dice el Beatito, personaje de Vargas Llosa; "Por desgracia, el triunfo del satanismo equivaldría a nuestra eterna perdición, condenados entonces a subsistir en este infierno por medio de reencarnaciones", según Sabato.

Ahora dos fragmentos cuya esencia resulta bastante más dramática que los anteriores:

El primero corresponde a Abbadón el exterminador. "Al aumentar un poco la luz, se aclaró el enigma: eran seres humanos desollados por el fuego y el calor, con los cuerpos magullados en las partes en que habían chocado con algo duro." La narración prosigue implacable: "Algunos pedían agua, con una voz apenas perceptible y ronca. Estaban desnudos y despellejados. La piel de las manos, arrancada desde las muñecas les colgaba de la punta de los dedos, detrás de las uñas, dada vuelta como un guante. En la penumbra le pareció ver, además, muchos niños en el patio, en la misma condición."

El siguiente, en cambio, es de Vargas Llosa: "No estaba dormido. Desde el fondo de esa ambigua realidad de fuego y hielo que era su cuerpo encogido en la oscuridad de la gruta, siguió oyendo todavía el relato de Antonio el Fogueteiro, reproduciendo, viendo ese fin del mundo que él ya había anticipado, conocido sin necesidad de que ese resucitado de entre los carbones y los cadáveres se lo relatara."

Por supuesto que existen diferencias y abundantes paralelismos que no sería posible rescatar en un espacio tan breve.

"Eso es lo que no entiendo, pensó Gall. Habían hablado otras veces de lo mismo y siempre quedaba él en tinieblas. El honor, la venganza, esa religión tan rigurosa, esos códigos de conducta tan puntillosos ¿cómo explicárselos en este fin del mundo, entre gentes que no tenían más que harapos y los piojos que llevaban encima?", pregunta Vargas Llosa.

"La eternidad del castigo. Una esfera del tamaño de la Tierra, una gota de agua que cae y la desgasta. Y cuando aquella esfera se termina, se empieza con otra igual. Y después otra y otra, niñas, millones de esferas del tamaño del planeta. Infinitas esferas." Y esta sería la conlcusión, lapidaria, de Ernesto Sabato: "Hoy me parece tan candoroso. El infierno está aquí."


Jules Etienne

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