Regresa la primavera a Vancouver.

sábado, 4 de julio de 2020

Epidemias: LOS ARRABALES DE CANNERY, de John Steinbeck


"Las escuelas se cerraron. No había una sola casa donde no hubiera niños calenturientos y padres enfermos."

(Fragmento del capítulo XVI)

Los pescadores, cargados de dinero, entraban y salían durante toda la tarde. Se hacían a la mar al obscurecer y pescaban durante la noche para poder jugar por las tardes. Por la noche, los soldados del nuevo regimiento venían al Restaurante y se sentaban en torno a la gramola, bebiendo Coca-Cola y fijándose en las muchachas para cuando recibiesen su paga. Dora estaba preocupada por los impuestos, pues se hallaba frente al curioso enigma que declaraba ilegal su comercio, pero le hacía pagar un impuesto. Aparte de todo esto, estaban los clientes de todo el año, los trabajadores de los cascajales, los caballistas de los ranchos, los empleados del ferrocarril, que entraban por la puerta principal, y los oficinistas de la ciudad y los negociantes de importancia que entraban por la puerta de atrás y tenían reservados saloncitos de quimón.

Por todas estas razones, aquél fue un mes terrible, y a la mitad de él estalló una epidemia de influenza que se extendió por toda la ciudad. Mrs. Talbot y su hija, que estaban en el San Carlos Hotel, la padecían. La padecía Tom Work. Benjamín Peabody y su familia estaban también enfermos. La excelentísima María Antonia Field cayó enferma también. Toda la familia Gross estaba atacada.

Los médicos de Monterey -y había muchos que se ocupaban de los casos corrientes, accidentes y neurosis- estaban enloquecidos. Tenían más trabajo del que podían atender, y con clientes que, aunque no pagasen las cuentas, tenían al menos dinero con que pagarlas. El arrabal conservero, cuyos habitantes eran más fuertes, tardó en contraer la enfermedad, pero finalmente la padeció también. Las escuelas se cerraron. No había una sola casa donde no hubiera niños calenturientos y padres enfermos. No era una enfermedad mortal, como ocurrió en 1917, pero en los niños tenía la tendencia de atacar al mastoides. Los médicos estaban muy ocupados, y, además, el arrabal conservero no era un cliente de importancia.

El doctor del Laboratorio Biológico de Occidente no tenía derecho a ejercer. Pero no era culpa suya que todos los habitantes del arrabal fuesen a consultarlo. Antes de darse cuenta, se vio corriendo de casucha en casucha, tomando temperaturas, dando medicinas, pidiendo y entregando mantas, e incluso llevando alimentos de una casa a otra, mientras las madres lo miraban con inflamados ojos desde sus lechos dándole las gracias y haciéndolo responsable de la mejoría de sus hijos. Cuando no Podía atender a alguno, telefoneaba a un médico local, y éste venía, a veces, cuando lo consideraba de urgencia. Mas para las familias siempre eran casos de urgencia. El doctor no dormía apenas. Se alimentaba con cerveza y sardinas de lata. En casa de Lee Chong, donde fue a comprar cerveza, se encontró con Dora, que iba a buscar un par de tijeras para las uñas.

- Parece agotado -le dijo Dora.

- Lo estoy -dijo el doctor-. No duermo desde hace una semana.

- Lo sé -dijo Dora-. Me dicen que la epidemia es grave. Y también la época es mala.


John Steinbeck (Estados Unidos, 1902-1968).
Obtuvo el premio Nobel en 1962.

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