Dicho esto se retiró a un lado y volvió a sus
acostumbradas meditaciones. En esto estaba ya Usdrobal muy querido y
considerado de sus compañeros, merced a su buena suerte y animosa disposición,
cuando un hombre que por su traje no parecía pertenecer a la compañía llegó a
ellos con mucho misterio mirando a un lado y a otro como receloso de que le
siguieran; llamó al Velludo, y se apartó con él a un lado secretamente.
- ¿Qué hay de nuevo? le preguntó el capitán: ¿sale
mañana el conejo de su madri- guera, o no sale?
- Sale, le respondió el otro, y lo que hay que hacer
es tener buenos perros para que no se escape.
- Eso va de mi cuenta, respondió el capitán: tu amo el
señor de Cuellar y yo hemos tratado lo que hay que hacer, y sería yo el perro
más perro del mundo sino se la entregase como desea. La cosa está en que ella
se asome siquiera a la puerta de su castillo.
- ¿Qué
fin podría llevarse esta mujer en engañarme tan neciamente? lo mejor será decírselo a mi hermano y dejar para otro
día la prueba de los galgos, que harto tiempo queda para correr una liebre.
¿Y si se mofa de mí, diciéndome que creo en brujerías? ¿Y si piensa que
desdoro mi linaje y me reconviene de tener temores indignos de una dama de mi
jerarquía? No, no se lo diré; él dispondrá lo que guste, y cúmplase la
voluntad de Dios.
Pensando así, y esforzándose a disimular el sobresalto
que a su despecho alborotaba su corazón, llegó adonde su hermano, que ya había
concluido su disputa con el abad, examinaba dos galgos nuevos, hablando con un
montero mientras se disponía todo para probarlos. Estaba tan ocupado de su
diversión, que no percibió la mudanza del rostro de Leonor, que en vano se
animaba interiormente a sí misma y procuraba disfrazar su sobresalto bajo la
máscara de la alegría.
- Veremos si esta tarde, le dijo Hernando volviéndose
a ella con muestras de mucho contento, te llevas la palma en la caza de
liebres, como esta mañana en la del halcón.
- Mejor seria, le respondió su hermana con timidez,
dejar para otro día la prueba.
- ¡Cómo! repuso su hermano: ¿tú, la reina de la caza,
y que aguardabas esta tarde alcanzar nuevos triunfos, quieres retardar ahora la
prueba de los dos mejores galgos que han acosado una liebre?
- No… pero… replicó Leonor sin saber qué decir: ya
ves… el cielo está muy nublado, y por la parte de Olmedo parece anunciar una
tempestad.
José de Espronceda (España, 1808-1842).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario