Después de eso, García Márquez -al igual que le aconteció a Cela-, recuerda su amarga confrontación con el realismo del mundo adulto:
"- Todavía eres más niño de lo que yo pensaba. No
es eso, es referente a los Reyes Magos.
Por fin: lo había visto venir desde el
principio. ¿Qué será?
- ¿Lo de los Reyes?
- Sí, hijito, lo de los Reyes. ¿No te diste
cuenta que ella trataba de decirles a ustedes que los Reyes no existían?
No me había dado cuenta de ello, pero comenzaba
a darme cuenta de lo que mi madre se traía entre manos. Ella tomó aliento.
- Pues bien: ella lo hizo sin malicia, pero de
despreocupada que es, yo lo hago por necesidad. Silvestre, los Reyes Magos no
existen.
Eso fue todo lo que dijo. No: dijo más, pero yo
no oí nada más. Sentí pena, rabia, ganas de llorar y ansias de hacer algo malo.
Sentí el ridículo en todas sus fuerzas al recordarme mirando al cielo en busca
del camino por donde vendrían los Reyes Magos tras la estrella. Mi madre no
había dejado de hablar y la miré y vi que lloraba.
- Mi hijito, ahora quiero pedirte un favor:
quiero que mañana vayas con este peso y compres para ti y para tu hermano algún
regalito barato y lo guardamos hasta pasado. Tu hermano es muy chiquito para
comprender.
Eso o algo parecido fue lo último que dijo,
luego agregó: «Mi niño», pero yo sentí que no era sincera, porque esas palabras
no me correspondían: yo no era ya un niño, mi niñez acababa de terminar.
Pero las lecciones de la hipocresía las aprende
uno rápido y hay que seguir viviendo. Todavía faltaban muchos años para hacerme
hombre, así que debía seguir fingiendo que era un niño. Al día siguiente me
encontré con Fernandito cuando venía de la tienda. Llevaba yo bajo el brazo un
par de sables de latón y sus vainas y un pito de auxilio, que me habían costado
setenta centavos. Me acerqué a Fernandito que pretendía no haberme visto.
- Oye, Fernandito -le dije, amistoso-, un amigo
vale más que un secreto. Te voy a decir lo que le pedí a los Reyes.
Me miró radiante, sonriendo.
- ¿Sí? ¿Dime, dime qué cosa?
- Un sable de guerra.
Y para completar el gesto infantil, imité un guerrero con su sable en la mano, el pelo revuelto y una mueca de furia en el rostro."
En fin, que los reyes magos no existen pero en algún momento fueron posibles porque en el universo infinito de la imaginación infantil así quisimos que fuese. Negarlos, dice Cela, es pecar contra la fantasía, al hacerlo, según García Márquez, habremos perdido la inocencia. Parecerá ridículo, pero he decidido volver a dejar mis zapatos a la vista durante la próxima noche de reyes, sólo para "seguir creyen- do". Qué importa que amanezcan vacíos.