Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

sábado, 31 de agosto de 2024

Mirándolas dormir: LA LEY DE HERODES, de Jorge Ibargüengoitia

"Nos tomamos una botella de ron Potrero sentados en una cama..."

La vela perpetua

(Fragmento)

Una estudiante americana, que nos conoció el primer año, vino a fines del segundo y me preguntó impaciente:

- ¿Todavía no te has liberado de ésa?

Pero yo no quería liberarme. No podía vivir sin ella, creía yo. Hubo dos viajes en los que ocurrieron cosas que determinaron el curso de la historia.

El primero fue un viaje. . . de estudio, digamos. No importa qué clase de estudio, ni a dónde fue; lo que importa es que los hombres estábamos en un cuarto y ella, que era la única mujer, estaba en otro. Cuando la encontré lavándose los dientes y ella me miró y se rió con la boca enjabonada, comprendí que la relación de confesionario que estábamos teniendo en esa época iba a dar un salto. Dicho y hecho. Una tarde, después de dos días de investigaciones fructíferas pero bastante aburridas, se fueron los demás al cine y nos dejaron solos en el hotel. Nos tomamos una botella de ron Potrero sentados en una cama y después, recostados en la misma, hicimos actos previos bastantes para una vida de coitos. Pero cada vez que yo, con gran timidez quería llegar a mayores, ella me decía: "No, no", y yo la obedecía. Después, se levantó y se fue a acostar en su cuarto, porque todo esto había pasado en el mío. Aquí quisiera contar que cuando se fue, esperé un rato y después la seguí a su cuarto y la encontré dormida, pero la verdad es que me quedé un rato pensando qué hacer y antes de decidir nada, me dormí.

No vaya a pensarse que ella pasó horas retorciéndose en la cama. Lo más probable es que se haya dormido inmediatamente. Y si las pasó, muy su culpa, porque antes me dijo tantos "noes" como para acabar con las ganas de otro más apasionado que yo.

Jorge Ibargüengoitia (Mexicano fallecido en España, 1928-1983).

viernes, 30 de agosto de 2024

Mirándolas dormir: UNA MIRADA A LA OSCURIDAD y GESTARESCALA, de Philip K. Dick

"Sorprendido, Bob se quedó mirando a la mujer dormida junto a él, a Donna."

Una mirada a la oscuridad

(Fragmento final del capítulo X)

Si todo se reducía a un simple corte en la cinta, pensó Fred, habría una secuencia en la que Arctor estaría en la cama con una chica con la que probablemente no se había acostado, ni se acostaría, jamás en su vida. Pero no era un corte, sino un cambio paulatino.

O quizá sea una interrupción visual, un fallo electrónico, meditó Fred. Lo que los técnicos denominan impresión. Holoimpresión: una parte de la grabación que se confunde, se mezcla con otra. Supongamos que en un principio hubo un fallo en el avance de la cinta o que el factor de ampliación fuera muy elevado... En tal caso, se producirían sobreimpresiones. ¡Jo!, pensó Fred. Tal vez Donna había estado en el cuarto de estar y su imagen se hubiera confundido con otra escena anterior o poste- rior.

Me gustaría poseer más conocimientos técnicos sobre el proceso, se dijo Fred. No puedo hacer nada antes de documentarme. ¿Y si hubiera otra emisora de onda normal que interfiriera...?

Diafonía, pensó, algo accidental.

Como una imagen secundaria en una pantalla de televisión. Un problema operacional, un funcionamiento defectuoso. Un transductor momentáneamente disparado.

Volvió a pasar la cinta. Connie de nuevo, inalterada. Y un momento más tarde... Fred vio por segunda vez cómo el rostro de Donna iba apareciendo poco a poco. El hombre que había junto a la chica, Bob Arctor, se despertó al cabo de un instante y se sentó bruscamente en la cama. Arctor quiso encender la luz de la mesita de noche, pero sólo consiguió tirarla al suelo. Sorprendido, Bob se quedó mirando a la mujer dormida junto a él, a Donna.

La cara de Connie volvió a surgir de repente. Arctor se tranquilizó, se tumbó de nuevo y siguió durmiendo, aunque sin cesar de revolverse en la cama.

Bien, concluyó Fred, esto elimina la posibilidad de una «interferencia técnica». No es una sobreimpresión ni tampoco un fenómeno de diafonía. Arctor también lo ha visto. Se despertó, vio a Donna, la miró fijamente... y todo volvió a la normalidad.

Esto es demasiado para mí, pensó Fred. Desconectó la batería de monitores.

"Después de mirar todo el departamento, Joe acostó a Mali, quien se durmió inmediatamente."

Gestarescala

(Fragmento del capítulo 3)

Después de ajustarse el cinturón y de permitir que le pusieran el casco de presión sobre la cabeza, logró girar un poco para mirar a su compañero de vuelo, sentado a su lado.

Mali Joyez, decía la tarjeta. De reojo pudo ver que era una chica, extraterrestre pero humanoide.

En ese momento los cohetes impulsores se encendieron y la nave comenzó a elevarse.

(Fragmentos del capítulo 9)

- Spelux nos confinó a nuestras habitaciones -explicó el bivalvo-. Hicimos dos cosas. Uno: leímos todos los documentos referentes a la historia de Gestarescala. Dos: observamos a través de un vídeo a los sensores automáticos mientras recorrían la catedral hundida una y otra vez. Hemos visto a Gestarescala miles de veces en nuestras pantallas. Pero ahora podremos tocarla.

- Quiero dormir -dijo Mali, y apoyó la cabeza sobre el hombro de Joe y se recostó sobre él-. Despiértenme cuando lleguemos.

(...)

El camión seguía su viaje, saltando y brincando sobre baches y piedras, sacudiendo a los pasajeros con su vaivén. Mali ya se había dormido totalmente. Tenía razón acerca de las habilidades del chófer operador; el camión se precipitaba a través de la noche a una velocidad impresionante.

(...)

- Willis -dijo Joe- ¿Hay algún lugar de vivienda aquí para nosotros? Por ejemplo, una habitación privada para la Srta. Joyez? Está cansada y quiere dormir.

- Un departamento de tres ambientes está a disposición de la Srta. Joyez y usted -respondió Willis-. Es su vivienda particular.

- ¿Qué? -exclamó Joe.

- Un departamento de tres ambientes…

- ¿Quieres decir que tendremos todo un departamento y no una simple habitación?

- Un departamento de tres ambientes .repitió Willis con paciencia robótica.

- Llévanos hasta él -dijo Joe.

- No -replicó Willís; tiene que decir "Willis, llévanos hasta él".

- Willis, llévanos hasta él.

- Por supuesto, Sr. Fernwright.

El robot los condujo a través del vestíbulo hasta los ascensores. Después de mirar todo el departamento, Joe acostó a Mali, quien se durmió inmediatamente. Hasta la cama era grande. Todo tenía un aspecto sólido y de buen gusto, aunque sin pretensiones. Y era grande. No podía creerlo. Examinó la cocina y el comedor.

Philip Kindreck Dick
(Estados Unidos, 1928-1982).

(La traducción al español de Una mirada a la oscuridad es de César Terrón,
la de Gestarescala, corresponde a Andrés Esteban Machalski).

jueves, 29 de agosto de 2024

Mirándolas dormir: LA PLAZA DEL PUERTO SANTO, de Luisa Josefina Hernández

"Florinda se fingió dormida cuando llegó Teobaldo. Durmió unas horas y volvió a fingirse dormida..."

(Fragmento del capítulo VIII)

Florinda se fingió dormida cuando llegó Teobaldo. Durmió unas horas y volvió a fingir- se dormida cuando él salió de su casa para el Palacio Municipal.

Mientras tanto, pensaba que lo mejor no era decírselo a Teobaldo sino a algunas otras personas, porque Teobaldo pudiera sentirse acobardado o sin ganas de hacer lo que iba a pedirle.

Últimamente trataba de hacer lo contrario de lo que ella le decía, como para sacudirse de un dominio invisible y ganar una independencia grotesca apoyada en un absurdo. Esto lo demostraba en las cosas más pequeñas. Si ella le aconsejaba que sacara a la calle su capa de hule porque iba a llover, consultaba al cielo y le respondía que estaba loca. Luego regresaba empapado y de muy mal humor. Si le indicaba que tomara unas cucharadas para esa tos que aumentaba cada día, Teobaldo permitía que le diera bronquitis y trataba de toser bastante en el Palacio Municipal, para no llamar la atención en su casa y así por el estilo.

Luisa Josefina Hernández
(México, 1928-2023).

miércoles, 28 de agosto de 2024

Mirándolas dormir: ¿QUIÉN LE TEME A VIRGINIA WOOLF?, de Edward Albee

"Acabo de ver a su esposa desde el pasillo (...) Profundamente dormida... y con el pulgar en la boca."

(Fragmento del acto segundo)

Walpurgisnacht

Jorge (a Nico, que estâ en el mueble bar): Ya veo que te estás sirviendo, muy bien... bien. Le doy el brevaje a Marta y estamos listos.

Marta (sospechosa): ¿Listos para qué?

Jorge (pausa... se lo piensa): Pues, no sé. ¿Con algo tenemos que divertimos, no? (a Nico, que se aleja del mueblebar) Acabo de ver a su esposa desde el pasillo. Estâ en el baño. Tranquila... muy tranquila. Profundamente dormida... y con el pulgar en la boca.

Marta: ¡Ooooh!

Jorge: Enrollada como un feto, chupândose el dedo.

Nico (un poco incômodo): Supongo que estâ bien.

Jorge (expansivo): jPues claro que estâ bien! (Le da la copa a Marta) Toma.

Marta (aún en guardia): Gracias.

Edward Albee (Estados Unidos, 1928-2016).

(Traducido del inglés por Mario Juan Serrano).

martes, 27 de agosto de 2024

Mirándolas dormir: LA INCREÍBLE Y TRISTE HISTORIA DE LA CÁNDIDA ERÉNDIRA Y SU ABUELA DESAL- MADA, de Gabriel García Márquez

"Ulises permaneció contemplándola un largo rato sin despertarla, pero la contempló con tanta intensidad que Eréndira despertó."
 
(
Fragmento)

En esa ocasión, Ulises no tuvo que preguntarle a nadie por el rumbo de Eréndira. Atravesó el desierto escondido en camiones de paso, robando para comer y para dormir, y robando muchas veces por el puro placer del riesgo, hasta que encontró la carpa en otro pueblo de mar, desde el cual se veían los edificios de vidrio de una ciudad iluminada, y donde resonaban los adioses nocturnos de los buques que zarpaban para la isla de Aruba. Eréndira estaba dormida, encadenada al travesaño, y en la misma posición de ahogado a la deriva, en que lo había llamado. Ulises perma- neció contemplándola un largo rato sin despertarla, pero la contempló con tanta intensidad que Eréndira despertó. Entonces se besaron en la oscuridad, se acariciaron sin prisa, se desnudaron hasta la fatiga, con una ternura callada y una dicha recóndita que se parecieron más que nunca al amor.

Cien años de soledad

Tras el éxito inusitado que obtuvo su primera edición en 1967, García Márquez permaneció un tiempo bloqueado y no volvió a escribir sino hasta 1972, la novela breve -noveleta sería el término preciso- sobre el personaje de la cándida Eréndira, misma que apareció publicada un par de años más tarde. El siguiente párrafo, debió dar origen al mencionado relato tal y como ahora se le conoce.

(Fragmento del capítulo III)

Aureliano ansiaba que aquella operación no terminara nunca. Conocía la mecánica teórica del amor, pero no podía tenerse en pie a causa del desaliento de sus rodillas, y aunque tenía la piel erizada y ardiente no podía resistir a la urgencia de expulsar el peso de las tripas. Cuando la muchacha acabó de arreglar la cama y le ordenó que se desvistiera, él le hizo una explicación atolondrada: «Me hicieron entrar. Me dijeron que echara veinte centavos en la alcancía y que no me demorara.» La muchacha comprendió su ofuscación. «Si echas otros veinte centavos a la salida, puedes demorarte un poca más», dijo suavemente. Aureliano se desvistió, atormentado por el pudor, sin poder quitarse la idea de que su desnudez no resistía la comparación can su hermano. A pesar de los esfuerzas de la muchacha, él se sintió cada vez más indiferente, y terriblemente solo. «Echaré otros veinte centavos», dijo con voz desolada. La muchacha se lo agradeció en silencio. Tenía la espalda en carne viva. Tenía el pellejo pegado a las costillas y la respiración alterada por un agotamiento insondable. Dos años antes, muy lejos de allí, se había quedado dormida sin apagar la vela y había despertado cercada por el fuego. La casa donde vivía can la abuela que la había criada quedó reducida a cenizas. Desde entonces la abuela la llevaba de pueblo en pueblo, acostándola por veinte centavos, para pagarse el valor de la casa incendiada. Según los cálculos de la muchacha, todavía la faltaban unos diez años de setenta hombres por noche, porque tenía que pagar además los gastos de viaje y alimentación de ambas y el sueldo de los indios que cargaban el mecedor. Cuando la matrona tocó la puerta por segunda vez, Aureliano salió del cuarto sin haber hecho nada, aturdido por el deseo de llorar. Esa noche no pudo dormir pensando en la muchacha, con una mezcla de deseo y conmiseración. Sentía una necesidad irresisti- ble de amarla y protegerla. Al amanecer, extenuado por el insomnio y la fiebre, tomó la serena decisión de casarse con ella para liberarla del despotismo de la abuela y disfrutar todas las noches de la satisfacción que ella le daba a setenta hombres. Pera a las diez de la mañana, cuando llegó a la tienda de Catarino, la muchacha se había ido del pueblo.

Gabriel García Márquez
(Colombiano fallecido en México, 1927-2014). Obtuvo el premio Nobel en 1982.

lunes, 26 de agosto de 2024

Mirándolas dormir: DEL DIARIO DE UN CARACOL, de Günter Grass

"Lisbeth era más hermosa cuando estaba echada. Mucha carne dormida que (...) permanecía inmóvil (...) Lisbeth, que nunca cerraba los ojos..."

(Fragmento del capítulo 19)

Lisbeth era más hermosa cuando estaba echada. Mucha carne dormida que, con su clara pelusa, permanecía inmóvil. Sobre Lisbeth, que nunca cerraba los ojos, colgaba a la izquierda de la ventana del sótano, pegado en cartón, el grabado inglés coloreado a mano de Zweifel que representaba un caracol con su casa a cuestas, y a la derecha de la ventana, igualmente sobre cartón (y entretanto con manchas de moho), la reproducción de la Melancolía. Durante mucho tiempo desacostumbrado -porque había renunciado también al onanismo-, Zweifel se acostumbró rápidamente. El paso pesado de ella en la escalera, como de arrastrar patatas, su olor a turbera: y ya respondía el miembro de él al llamamiento. Se desabrochaba mientras ella se iba despojando. (Evidentemente, Lisbeth recordaba cómo lo había hecho el ferroviario y cómo lo había recibido: se echaba sencillamente y abría las piernas). Tanta provisión y previsión. Zweifel se introducía en Lisbeth Stomma como si el sótano no fuera bastante escondite para él. No olvidaba nada. Su impulso se negaba a disminuir. Mucha ternura, curiosidad, como si hubiera cavernas todavía desconocidas. No buscaba sólo el orificio, quería liberarse de algo más que de aquel poquito. Sin embargo, Lisbeth permanecía seca y no cerraba los ojos. Yacía muda entre sus empujones, que acababan en el vacío. No lo acogía entre sus muslos, lo dejaba simplemente entrar, hasta que él había concluido y caía de lado.

Günter Grass
(Alemania, 1927-2015). Obtuvo el premio Nobel en 1999.

(Traducido al español por Miguel Sáenz).

domingo, 25 de agosto de 2024

Mirándolas dormir: SOPLOS EN LA NOCHE, de Tomás Segovia


Aquí contra mi piel el soplo
de tu respiración dormida
Y al otro lado afuera
El susurro del viento errante por la noche
Que trae de los trasfondos la efusión solitaria
Del tumulto callado de las cosas
Y entre uno y otro soplo
Con las alas abiertas cayendo por el tiempo
La extensión del abrazo
de un dichoso yo mismo de musical ausencia
Que bebe un hondo río de amor y de misterio
Cuyas dos manos son
Dos alientos disímiles.

Tomás Segovia
(Español nacionalizado mexicano, 1927-2011).

sábado, 24 de agosto de 2024

Mirándolas dormir: EJERCICIO PARA CINCO DEDOS, de Peter Shaffer


(
Fragmento de la escena II del segundo acto)

Walter: No...

Stanley: ¿Piensas que no lo sé? ¿Qué tan sensible tienes que ser para eso? Dímelo, porque no sé mucho acerca de ese tipo de cosas... (Su amargura aumenta otra vez) Yo estoy siempre demasiado ocupado haciendo dinero. (Violento) Vamos, dime. La gente sensible tiene sentimientos profundos, ¿no es así? Por eso sufren mucho.

Walter: Por favor, señor Harrington.

Stanley (con violencia): No quiero escuchar.

Walter: Discúlpeme. (Se levanta, se dirige a la puerta, la abre, y baja las escale- rasStanley se queda con la mirada fija. Entonces camina hacia la puerta de la recámara, la abre apenas lo suficiente para cerciorarse de que Pamela está dormida. Convencido de que ella no ha escuchado nada, cierra la puerta de la recámara y apaga la calefacción. También apaga las luces del aula. Cierra la puerta y sale bajando las escaleras rumbo la sala.)

Peter Shaffer
(Inglés fallecido en Irlanda, 1926-2016).

La ilustración corresponde a Jason Merrells caracterizado como Stanley Harrington
durante la puesta en escena de la obra en el teatro londinense Coronet, en 2016.

viernes, 23 de agosto de 2024

Mirándolas dormir: DAMAS DESAPARECIDAS, de Ed McBain

"Me apoyé bien, la cargué un poco más alto tan pronto la saqué del carro, y me encaminé hacia las cabañas."

(Fragmento del capítulo tres)

- Ana, ¿estás despierta?

- Ummm -respondió.

- Ana, tengo un lugar en el que podemos pasar la noche.

- Bien -dijo.

- ¿Quieres salir del auto ahora?

Ana no contestó.

- ¿Cariño?

Siguió sin responder. Exhalando un poco, di la vuelta hacia su lado del automóvil, abrí la puerta y entonces la sujeté. Ella apenas y se movió cuando la levanté. Me apoyé bien, la cargué un poco más alto tan pronto la saqué del carro, y me encaminé hacia las cabañas. Barter venía saliendo de la número trece.

- Ya lo tengo todo listo -aseguró-. Las sábanas se cambiaron por la tarde, y acabo de dejar toallas limpias -permaneció mirando a Ana con atención-. Está profundamente dormida, ¿verdad?

- Tuvimos un viaje muy largo -le señalé.

- Bonita muchacha -dijo. Sus ojos nunca dejaron de ver su cara. Entonces sugirió: ¿Por qué no la lleva a la trece, mientras yo tengo lista la doce para usted?

- De acuerdo -asentí, subiendo los escalones para entrar en la cabaña. Tenía el mismo acabado de pino nudoso que la oficina. Había dos ventanas, una cama y un tocador de madera de maple, lavabo y closet. Me dirigía a la cama y acosté a Ana, luego saqué las cobijas que habían quedado debajo de ella. Advertí que había un calentador de keroseno pero las cobijas sobre la cama parecían suficientes y no me pareció que Ana fuera a necesitar el calentador funcionando. Le quité los zapatos, dejé la luz encendida y fui al auto por su equipaje. Cuando regresé a la cabaña, seguía dormida.

Evan Hunter (Estados Unidos, 1926-2005).
Fue bautizado como Salvatore Lombino pero adoptó el nombre legal de Evan Hunter en 1952.
Ed McBain era su seudónimo más conocido.

jueves, 22 de agosto de 2024

Mirándolas dormir: ADÁN Y EVA, de Jaime Sabines

"Y Eva se ha quedado dormida. Y estaba dormida cuando llegó Adán."

VIII

- Hace tres días salió Adán y no ha vuelto. Ay, yo era feliz, era feliz.

He tenido miedo, no he podido dormir.

Estoy sola, ¿por qué no regresa? Salí a buscarlo pero él no estaba, lo llamé. Me asusta la noche, 'qué puedo hacer sin él? Todo es muy grande, muy largo, sin rumbo. Estoy perdida rodeada de cosas extrañas, ¿por qué no vuelve ya?

Adán, Adán, Adán, se va a apagar el fuego, me voy a apagar yo, y tú no vuelves. ¿Qué vas a encontrar?

Y Eva se ha quedado dormida. Y estaba dormida cuando llegó Adán.

Adán llegó cansado, pero no descansó. Se puso a mirarla, y la estuvo mirando por primera vez.

Jaime Sabines (México, 1926-1999).

miércoles, 21 de agosto de 2024

Mirándolas dormir: LA MUJER DEL TENIENTE FRANCÉS, EL MAGO y EL COLECCIONISTA, de John Fowles

"... durante el sueño, su expresión era plácida y hasta parecía querer sonreír."

La mujer del teniente francés

(Fragmento del capítulo 10)

Él se acercó hasta el borde de la meseta. Y allí, a sus pies, descubrió una figura. Durante un momento terrible creyó haberse tropezado con un cadáver. Pero sólo era una mujer dormida. Había elegido un lugar bien extraño, una ancha e inclinada cornisa cubierta de hierba, situada a unos dos metros por debajo de la meseta que la ocultaba a la mirada del que pasara por allí, a no ser que, como Charles, se acercara hasta el mismo borde. Las paredes de yeso de este pequeño balcón natural hacían de él una especie de solarium, pues el plano más grande estaba encarado hacia el Sudoeste. Sin embargo, no era un solarium que hubieran elegido muchos, ya que por el borde exterior la roca caía cortada a pico hasta unas feas breñas situadas doce o quince metros más abajo. Un poco más allá, el acantilado bajaba casi en línea vertical hasta la misma playa. La reacción inmediata de Charles fue retirarse fuera del alcance de la mirada de la mujer. No había visto quién era. Se detuvo, indeciso, mirando sin ver el espléndido panorama. Iba ya a dar media vuelta para alejarse de allí; pero la curiosidad le impulsó a asomarse de nuevo. La muchacha estaba tendida de espaldas, en la actitud de completo abandono del sueño profundo. Su abrigo había abierto revelando un vestido de algodón azul añil de línea sobria suavizada únicamente por un cuello blanco. La cara de la mujer estaba vuelta hacia el otro lado; él no podía verla. Tenía el brazo derecho doblado hacia arriba, como un niño. A su lado, esparcido sobre la hierba, un puñado de anémonas. Había en su actitud algo muy dulce y sensual a la vez; algo que despertó en Charles el lejano recuerdo de su estancia en París. Otra muchacha, cuyo nombre no conseguía recordar ahora, o tal vez nunca lo supo, dormía cierta madrugada en su habitación sobre el Sena en aquella misma postura. Rodeó el curvo borde de la meseta, para situarse de manera que pudiera ver mejor la cara de la mujer. Y hasta entonces no la reconoció. Era la mujer del teniente francés. Unos mechones de su pelo se habían soltado y le cubrían parcialmente la mejilla. En el Cobb le pareció que era castaño oscuro; pero ahora vio que tenía reflejos rojizos, cálidos, y que estaba exento del entonces indispensable lustre de la brillantina. A aquella luz, la tez parecía muy bronceada, casi tostada, como si para la mujer fuese más importante la salud que conservar la lánguida palidez que imponía la moda. Una nariz enérgica, las cejas pobladas… La boca no alcanzaba a vérsela. Le molestaba tener que mirarla cabeza abajo, pues el terreno no le permitía situarse en el ángulo apropiado.

Permaneció inmóvil, incapaz de hacer otra cosa que mirar, extasiado por el encuentro inesperado e invadido por un sentimiento extraño -no era sensual, sino fraternal, tal vez incluso paternal-, que le hacía estar seguro de la inocencia de aquella criatura, de que había sido expulsada de la sociedad injustamente y que, a su vez, no era sino una intuición de la espantosa soledad en que ella vivía. Charles no podía imaginar qué sentimiento, que no fuera la desesperación, podía llevarla a aquel agreste lugar en una época en que las mujeres eran semiestáticas, tímidas e incapaces de desarrollar un esfuerzo físico prolongado. Por fin logró situarse en el mismo borde del acantilado directamente encima de ella, y desde allí pudo ver que de su rostro se había borrado toda aquella pena que advirtiera en ella la primera vez; durante el sueño, su expresión era plácida y hasta parecía querer sonreír. Y precisamente cuando él había torcido el cuello para verla mejor, ella despertó.

"Ella seguía dormida con su morena espalda desnuda vuelta contra mí."

El mago

(Párrafo del capítulo 4)

Cuando desperté era bastante tarde. Ella seguía dormida con su morena espalda desnuda vuelta contra mí. Fui a preparar café y lo llevé al dormitorio. Ya estaba despierta y me miraba asomando los ojos por encima de las mantas. Era una larga mirada inexpresiva que rechazaba mi sonrisa y terminó abruptamente cuando se volvió de espaldas y se tapó hasta la cabeza con las mantas. Me senté al lado de ella y traté con estilo muy de aficionado de averiguar qué pasaba, pero ella sujetaba con fuerza la sábana por encima de su cabeza de modo que dejé de jadear y hacer ruidos y volví a mi café. Al cabo de un rato se sentó en la cama y me pidió un cigarrillo. Y luego que le prestara una camisa. No quería mirarme a los ojos. Se puso la camisa, fue al baño y me rechazó con una sacudida del cabello cuando regresó y volvió a meterse en la cama. Me senté a los pies de la cama y la miré mientras tomaba el café.

El coleccionista

(Párrafo del capítulo 1)

Bajé por la mañana, llamé a la puerta y, como de costumbre, esperé unos segundos antes de entrar, pero cuando lo hice me sorprendió mucho ver que seguía en la cama. Se había quedado dormida con la ropa puesta debajo de la manta y durante un instante fue como si no supiera quién era yo ni qué hacía ella en aquel lugar. Yo me quedé allí sin hacer nada, esperando que empezara a insultarme, pero lo único que hizo fue sentarse al borde de la cama y apoyar los codos en las rodillas y agarrarse la cabeza como si todo fuera una pesadilla y ella no supiese qué hacer para despertar.

John Fowles
(Inglaterra, 1926-2005).

martes, 20 de agosto de 2024

Mirándolas dormir: POLVOS DE ARROZ, de Sergio Galindo

"La habitación estaba cerrada y sólo una línea de luz se filtraba por el lado derecho de la persiana."

(Fragmento del capítulo IX)

Volvía de un sueño pesado, arrancada de él por algo importante y temido. Parpadeó en la oscuridad del cuarto de Lucio y antes de despertar por completo oyó un susurro. Voces, muchas voces que al principio no poseían dueños ni sentido. Unos segundos antes de despertar temió hacerlo, prevenida por el instinto; por el hábito de vivir sin zozobras, en la gran tranquilidad de su hogar. Abrió los ojos. Se había imaginado que alguien estaba junto a ella, pero no había nadie. La habitación estaba cerrada y sólo una línea de luz se filtraba por el lado derecho de la persiana. Inmediatamente recordó que alguien había abierto la puerta hacía unos segundos para ver si dormía, habían vuelto a cerrar con cautela y dicho: “Está dormida”. Pero no podía asegurar que eso era verdad; real o no, de cualquier modo había sucedido en el sueño.

Se ahogaba, hubiera querido ponerse de pie para respirar el aire de la noche, pero algo le aconsejaba no moverse, fingirse dormida. Sonó una carcajada, de Perla. Camerina deseó dormir, no escuchar, apretó los ojos con ese mismo afán con que un chico de dos años se cubre la cara o cierra los ojos con la intención de desaparecer de la vista de los demás.

Sergio Galindo (México, 1926-1993).

lunes, 19 de agosto de 2024

Mirándolas dormir: LA SONRISA DE ANGÉLICA, de Andrea Camilleri

"Alguien que se pone a hablar de repente en sueños sólo puede decir cosas ciertas, la verdad que alberga en su interior."

(Fragmento inicial)

1

Se despertó de repente y se incorporó con los ojos bien abiertos. Acababa de oír a alguien hablando dentro del dormitorio. Y dado que estaba solo en casa, se alarmó.

Al cabo de un momento le entraron ganas de reír, porque recordó que Livia había llegado de improviso a Marinella la víspera para darle una sorpresa -agradabilísima, al menos al principio-, y ahora dormía como un tronco a su lado.

Por la ventana entraba un hilo de luz violácea del alba todavía incipiente. Sin siquiera mirar el reloj, Montalbano cerró los ojos con la esperanza de dormir unas horitas más.

Pero unos segundos después un pensamiento le hizo abrirlos de nuevo como platos. Si alguien había hablado en el dormitorio, sólo podía ser Livia. Y por tanto, lo había hecho en sueños.

Era la primera vez que le pasaba; bueno, quizá sí había hablado alguna vez con anterioridad, pero tan bajito que no lo había despertado. Y a lo mejor todavía se encontraba en una fase especial del sueño en que diría algo más.

No, una ocasión así no había que desaprovecharla.

Alguien que se pone a hablar de repente en sueños sólo puede decir cosas ciertas, la verdad que alberga en su interior; no recordaba haber leído que en sueños se pudieran decir mentiras, o una cosa por otra, porque mientras uno duerme está desprovisto de defensas, desarmado, es inocente como un niño.

Era de vital importancia no perderse las palabras de Livia, y por dos motivos. Uno de carácter general, dado que un hombre puede vivir cien años con una mujer, dormir a su lado, tner hijos con ella, respirar el mismo aire, creer que la conoce a la perfección, y al final comprender que nunca ha sabido cómo es realmente. El otro motivo era de carácter particular, circunstancial.

Se levantó con cautela y fue a mirar a través de la persiana. El día se presentaba sereno, sin nubes ni viento.

Después se dirigió al lado de la cama donde dormía Livia, cogió una silla y se sentó junto a la cabecera, como si hiciera una vela nocturna en un hospital.

Andrea Camilleri
(Italia, 1925-2019).

(Traducido al español por Teresa Clavel Lledó).

domingo, 18 de agosto de 2024

Mirándolas dormir: MYRA BECKINRIDGE, de Gore Vidal

"... ella era tan complaciente como para permitirme acunarla en mis brazos hasta quedarse dormida."

(Fragmento del capítulo 35)

Sin embargo, tomando todo eso en cuenta, encuentro algo en Mary-Anne que me excita. Hay un misterio por descubrir, aunque no sé si está en ella o en mí o en ambas, no lo sé. Obtuve cierto placer acariciando el cuerpo que Rusty amaba.. Pero esa victoria ya ha comenzado a palidecer. Él no existe más para mí. Sólo la mujer que él amó importa ahora.

Por fortuna, ella era tan complaciente como para permitirme acunarla en mis brazos hasta quedarse dormida. Entonces, cuando comenzó a roncar suavemente, obede- ciendo a su deseo expreso, me levanté de la cama y regresé a la estancia, donde ahora me he sentado frente a la mesa de juegos, bebiendo gin-tonic, escribiendo estos renglones, demasiado alterada como para dormir.

Eugene Luther Gore Vidal
(Estados Unidos, 1925-2012).

sábado, 17 de agosto de 2024

Mirándolas dormir: TIEMPO DE LADRONES (La historia de Chucho el roto), de Emilio Carballido

"Lo oía cantar, contigo dormida sobre mi pecho. Era un cenzontle."

Segunda tanda; segunda jornada

(Fragmento)

Chucho le aprieta un seno. Ella se estremece. Solloza. Pausa. Se recarga en él.

Matilde: Yo te veía desde el balcón, cuando saltabas la reja del jardín. El gran danés salía a tu encuentro y te lamía las manos. Trepabas por la yedra. Un ruiseñor cantaba toda la noche.

Chucho: Lo oía cantar, contigo dormida sobre mi pecho. Era un cenzontle. Tus sábanas bordadas, ramos de flores y de iniciales, que acariciaba al mismo tiempo que tu cuerpo.

Matilde: Perfumaba las sábanas antes de que llegaras. Y tú cortabas algunas flores del jardín, para mí. Subías con ellas entre los dientes.

Chucho: Nos bañábamos juntos en tu tina, llena de espuma perfumada. Tenía patas de león, llaves doradas, jaboneras de porcelana en forma de esfinge.

Matilde: Tus manos ásperas, tu piel oscura, tu cuerpo duro, delgado, fuerte... (Solloza).

Chucho: Lo besabas todo, no te cansabas de tocarlo y de verlo.

Matilde: Nunca había visto un hombre desnudo. Me asombrabas, me aterrabas. Y después, me caías encima, como si fueras a destruirme, y eras tan tierno, tan dulce, tan amoroso... (Él la abraza).

Chucho: Nos dormimos una mañana. Y no pude salir. Permanecí en tu cuarto; como un fantasma retrasado. Cuando llegaron a limpiar me escondí en tu ropero. Me subiste comida, vino, pasteles... Cenamos juntos, en el suelo... Encendiste muchas velas...

Matilde: Qué terror más hermoso, todo el día... (Lo enfrenta) ¿Por qué no me dejaste huir contigo?

Chucho: Porque era yo un ladrón.

Emilio Carballido (México, 1925-2008).

viernes, 16 de agosto de 2024

Mirándolas dormir: CONFESIONES DE UNA MÁSCARA y LA PRINCESA AOI, de Yukio Mishima

"Sugiko siempre se quedaba dormida en el mismo instante en que apoyaba su cabeza en la almohada..."

Confesiones de una máscara

(Fragmento del capítulo 1)

Sugiko era una chica saludable, rebosante de vida. Nunca había conseguido dormirme sin dificultades, y, cuando me quedaba a dormir en casa de mi prima, en la misma habitación que ésta y al lado de ella, contemplaba con una mezcla de admiración y envidia la manera en que Sugiko siempre se quedaba dormida en el mismo instante en que apoyaba su cabeza en la almohada, como si fuera una máquina.

La libertad de que gozaba en casa de Sugiko era mucho mayor que la que me concedían en mi casa. Como los imaginarios enemigos que querían raptarme -es decir, mis padres- no estaban presentes, mi abuela me daba mayor libertad sin la menor aprensión. Allí no había necesidad alguna de que no me apartara de su vista, como ocurría en casa.
(Traducido del inglés por Andrés Bosch).

La princesa Aoi

(Fragmento inicial)

En la sala de un hospital, a medianoche. A la izquierda, una gran ventana con cortinas. Al fondo una cama. Acostada en la cama, Aoi. A la derecha una puerta.

Hikaru (Con el impermeable puesto y una valija en la mano, aparece con la enfermera. Es un joven hermoso. En voz baja): Está profundamente dormida.

Enfermera: Sí, duerme profundamente.

Hikaru: ¿No se despertará aunque hablemos en voz alta?

Enfermera: No, con la droga que ha tomado, no despertará fácilmente aunque haya mucho ruido.

Hikaru (Mirando atentamente el rostro dormido de Aoi): ¡Qué rostro sereno!

Enfermera: Sí, ahora está sereno.

Hikaru: ¿Ahora?

Enfermera: Sí, porque cuando llega medianoche...

Hikaru: ¿Sufre?

Enfermera: Mucho.

Yukio Mishima (Japón, 1925-1970)..

jueves, 15 de agosto de 2024

Mirándolas dormir: LA VIDA QUE SALVE PUEDE SER LA SUYA, de Flannery O'Connor

"(Él juzgó que el coche debía ser un Ford de 1928 o 1929). 
Había pintado el coche de verde oscuro con una franja amarilla bajo las ventanillas."
 
(
Fragmento)

Había pintado el coche de verde oscuro con una franja amarilla bajo las ventanillas. Los tres se sentaron en el asiento delantero y la anciana comentó:

¿No está guapa, Lucynell? Parece una muñeca.

Lucynell llevaba un vestido blanco que su madre había desenterrado de un baúl y se tocaba con un sombrero panamá con una ramita de cerezas rojas en el ala. De vez en cuando su expresión plácida cambiaba a causa de algún pensamiento travieso como un brote de verde en el desierto.

- ¡Se lleva usted una joya! -dijo la anciana.

El señor Shiftlet ni siquiera le dirigió la mirada.

Volvieron a la casa para dejar a la anciana y llevar la comida de aquel día. Cuando estuvieron listos para partir, ella se quedó al lado de la ventanilla del coche con los dedos cerrados sobre el vidrio. Las lágrimas comenzaron a brotar de las comisuras de sus ojos y a rodar por las sucias arrugas de su rostro.

- Nunca me he separado de ella dos días -dijo.

El señor Shiftlet puso el motor en marcha.

- Y no se la daría a ningún hombre, a excepción de usted, porque he visto que actúa como es debido. Adiós, querida -añadió aferrándose a la manga del vestido blanco. Lucynell la miró y no pareció verla. El señor Shiftlet hizo avanzar el coche y la vieja tuvo que sacar la mano.

Era un mediodía claro, cálido, rodeado de un cielo pálido. A pesar de que el automóvil no podía ir a más de cincuenta kilómetros por hora, el señor Shiftlet se imaginó fantásticas subidas y bajadas y curvas cerradas, que sólo estaban en su cabeza, y se olvidó de la amargura de la mañana. Siempre había deseado un coche pero nunca había podido comprarlo. Conducía muy deprisa porque quería llegar a Mobile al anochecer.

De vez en cuando interrumpía sus pensamientos el tiempo suficiente para mirar a Lucynell sentada a su lado. Se había comido el almuerzo tan pronto como partieron y ahora arrancaba las cerezas del sombrero y las arrojaba una a una por la ventanilla. Él se sintió deprimido a pesar del coche. Había conducido unos ciento sesenta kilómetros cuando decidió que ella debía tener hambre de nuevo y, al llegar a un pueblecito, estacionó frente a un local pintado de color aluminio, la llevó dentro y pidió para ella un plato de jamón y sémola. El viaje la había adormecido y, tan pronto como se sentó en el taburete, descansó la cabeza sobre la barra y cerró los ojos. En el local no había nadie más que el señor Shiftlet y el muchacho tras la barra, un joven pálido con un trapo grasiento al hombro. Antes de que le sirviera la comida ella ya estaba roncando suavemente.

- Dáselo en cuanto despierte -dijo el señor Shiftlet-. Lo pagaré ahora.

El muchacho se inclinó hacia ella, miró el cabello largo de un dorado rojizo y los ojos dormidos entrecerrados. Luego levantó la vista y miró al señor Shiftlet.

- Parece un ángel de Dios -murmuró.

Estaba pidiendo aventón -explicó el señor Shiftlet-. No puedo esperar. Tengo que llegar a Tuscaloosa.

El muchacho se inclinó de nuevo y con sumo cuidado tocó con un dedo una hebra de pelo dorado. El señor Shiftlet partió.

Se sentía más deprimido que nunca mientras conducía solo. El atardecer se había vuelto caluroso y sofocante y el campo era ahora llano. En el cielo, a lo lejos, se preparaba una tormenta muy lentamente y sin truenos, como si se dispusiera a drenar todas las gotas de aire de la tierra antes de caer. Había momentos en que el señor Shiftlet prefería no estar solo. Además, pensaba que un hombre con automóvil tenía responsabilidades para con los demás y se mantuvo alerta por si veía a alguien pidiendo aventón. De vez en cuando, veía letreros que rezaban:

CONDUZCA CON CUIDADO.
LA VIDA QUE SALVE PUEDE SER LA SUYA

Flannery O'Connor
(Estados Unidos, 1925-1964).

Es posible leer el relato íntegro en El espejo gótico.

miércoles, 14 de agosto de 2024

Mirándolas dormir: LA CARCAJADA DEL GATO, de Luis Spota

"Estaba (...) a merced de ese gato grande, de leonado pelaje y rectas orejas,que observaba atento y tranquilo a la víctima de su fascinación."

(Fragmento)

Al tomar los suyos contacto con los ojos del animal, Claudia comenzó a sentir que su voluntad (la de pensar, sentir, moverse, gritar, huir) se paralizaba gradualmente y que su cuerpo iba quedando poco a poco, de manera inevitable, en poder de la voluntad del gato. Sólo conseguía mirar; mirar las tercas pupilas redondas que la taladraban con su insistencia. Estaba, hubo de admitirlo, por completo a merced de ese gato grande, de leonado pelaje y rectas orejas,que observaba atento y tranquilo a la víctima de su fascinación. Claudia parecía estar bajo los efectos paralizadores de la hipnosis; de una hipnosis, como las que víboras-alicante, conforme a las consejas campesinas, suelen producir en las mujeres para aprovecharse de la leche de sus senos. Afirman tales consejas que la bicha, poseedora de facultades mesmerísticas, busca la mirada de las recién paridas y las induce al sueño y se aplica enseguida a sus pechos, y al chico, para que no llore al verse privado del pezón, le entrega el consuelo de su cola. Cuando se harta, la culebra se escurre a su escondrijo, y al cabo de unos minutos, las mujeres recuperan la lucidez sin recordar qué les ocurrió durante el breve sueño; o sólo recordando ciertas deleitosas emociones.

Después de un tiempo, en que permaneció muy quieto frente a Claudia en tenaz duelo de miradas, el gato abandonó, su tensa postura acurrucada, se irguió sobre sus cuatro patas, sacudió la cabeza de color más oscuro que el resto del cuerpo, arqueó el espinazo como si se desperezara, y bostezó. Pero no avanzó inmediatamente hacia la mujer, que continuaba mirándolo, impedida de moverse, de ahuyentar con una voz o con un ademán, al felino de expresión torva, agudos colmillos y negra lengua, que la atisbaba con obsesiva curiosidad. Luego, como si estuviese seguro de que ella no iba a huir o a rechazarlo con un golpe, caminó sobre la mesa, pisando la picadura de legumbres; se dejó caer en el regazo de Claudia y, mientras maullaba con dejo sensual, comenzó a frotarse contra el vientre, los senos, el cuello de la muchacha.

Cuando el gato, con lento paso majestuoso, hubo vuelto a la luz del jardín, Clau- dia fue recuperando lentamente el dominio de sus movimientos, la aptitud de pensar, hablar y sentir que había perdido en los minutos, ¿o las horas? que pasó en compañía del animal. Una gran lasitud -como la que sigue a un intenso placer o a un intenso miedo- fatigaba sus músculos, al grado de que sólo ansiaba echarse sobre la mesa y dormir. Tiempo más tarde, Lázaro la encontró así: dormida con la mejilla en la madera y en el rostro una misteriosa expresión de placidez.

Luis Spota
(México, 1925-1985).