- Gracias. Para ir directo al grano, mi señor: vine esta tarde a Osterbol, su ciudad vecina, donde el sacerdote es un viejo conocido mío. No lo había visto en muchos años y ha pasado el tiempo. Mi deseo era sorprenderlo un día por acá, en su idilio rural, pero resulta lamentable que se acaba de ir con su familia... no había nadie en casa más que un hombre y un par de jovencitas. Comprenderá mi desesperación cuando le diga que he hecho un largo viaje sólo con el fin de esta visita y en el camino estaba ansioso por celebrar una alegre llegada de la cuaresma con mi viejo amigo, quien en su juventud -lo que tal vez resulte un poco difícil de entender- era muy alegre y, en general, un tipo espléndido. En cambio, acabo de encontrarme con cuartos vacíos y fríos, e incluso su biblioteca está inundada de libros edificantes y escritos socialmente útiles sobre la cría de pollos y la educación de los niños, que ni siquiera son la literatura de mi vida. Sí, fue entonces cuando se me ocurrió la descarada idea de hacer una visita por la región e invocar la misericordia humana. Los sirvientes me dijeron que una amable familia de médicos vivía a una milla de distancia; y aquí me tiene ahora, señor doctor, humildemente le pido permiso para permanecer unas horas bajo su hospitalario techo y pasarla con usted sin que se sienta obligado.
- Dios no lo quiera. Por supuesto, será un placer tanto para mi esposa como para mí si puede encontrar con nosotros alguna compensación por la ausencia de su amigo. Pero permítame, señor...
- Le comprendo, piensa que no es una explicación suficiente de por qué le pido que me demuestre la confianza suficiente para permanecer en el anonimato frente a usted. Sin embargo, muy amable señor doctor, si ahora me imaginara como el comerciante Petersen de Aarhaus o el arquitecto Hansen de Copenhague, entonces sabría un poco más sobre mí, cuando en realidad sólo quisiéramos iniciar nuestra conversación, llevarla a un punto en el que suene alta, sin privar a nuestro arte de la palabra del encanto que acaba de obtener, cayendo sin control entre el cielo y la tierra. ¿No es cierto? También comienza la cuaresma, lo que le da a la gente una especie de justificación para aparecer bajo una máscara y romper con las formas habituales de la vida cotidiana. Un capricho tonto, una idea ingeniosa, cuando sólo debe entender, querido señor, que yo... seriamente deprimido como lo estoy, con esta urgencia, me siento mucho más libre si me mantengo anónimo, esto es, disfrazado.
El joven médico se echó a reír. Había algo irresistible y contagioso en la alegría del extraño.
Henrik Pontoppidan (Dinamarca, 1857-1943). Obtuvo el premio Nobel en 1917.