Las menciones al solsticio en la literatura, tanto en novelas y relatos como en la poesía, suelen darse de manera indistinta entre el invernal y el que corresponde al estío. Llegado el momento preciso, en diciembre, me ocuparé del primero de ellos con la amplitud que se merece, pero ahora, por tratarse de la época en que estamos al norte del planeta, me referiré únicamente al que nos concierne en el inicio del verano.
Robert Graves explicaba en Los mitos griegos que “En Atenas las muchachas salían a la luz de la luna llena en el solsticio de verano para recoger rocío —la misma costumbre sobrevivió en Inglaterra hasta el siglo pasado— para fines sagrados. El festival se llamaba las Herseforias, o «recolección de rocío».”
Resulta difícil encontrar a otro experto en el tema de los solsticios más calificado que el rumano Mircea Eliade. En Tratado de historia de las religiones establece su importancia: “Muchas hierofanías arcaicas del sol se han conservado en las tradiciones populares, integradas en mayor o menor grado en otros sistemas religiosos. Las ruedas en llamas que se hacen rodar montaña abajo en los solsticios, sobre todo en el solsticio de verano; las procesiones medievales en las que llevaban ruedas montadas en carros o en barcas, de las que se conocen antecedentes prehistóricos; la costumbre de atar hombres a las ruedas (en “la caza fantástica”, por ejemplo)…”
El propio Eliade es autor de las novelas Isabel y las aguas del diablo y La noche de San Juan, en las que el solsticio de verano se erige como un elemento dramático esencial en su estructura narrativa. Por ese motivo, antes de agotar este tema, más adelante incluiré un texto dedicado exclusivamente a comentar dicho autor.
La obra más simbólica al respecto podría ser el relato Las noches blancas, de Dostoievski, cuyo título alude de manera evidente a ese período que se vive en algunas regiones de Rusia, como en San Petersburgo, entre la segunda quincena de junio y la primera del mes de julio, en que la luz brilla durante la noche y menciona la importancia del sol en esa ciudad tan septentrional:
"Oye uno entre tanto cómo en torno suyo circula ruidosamente la muchedumbre en un torbellino de vida, ve y oye cómo vive la gente, cómo vive despierta, se da cuenta de que para ella la vida no es una cosa de encargo, que no se desvanece como un sueño, como una ilusión, sino que se renueva eternamente, vida eternamente joven en la que ninguna hora se parece a otra; mientras que la fantasía es asustadiza, triste y monótona hasta la trivialidad, esclava de la sombra, de la idea, esclava de la primera nube que de pronto cubre al sol y siembra la congoja en el corazón de Petersburgo, que tanto aprecia su sol. ¿Y para qué sirve la fantasía cuando uno está triste? Acaba uno por cansarse y siente que esa inagotable fantasía se agota con el esfuerzo constante por avivarla. Porque, al fin y al cabo, va uno siendo maduro y dejando atrás sus ideales de antes; éstos se quiebran, se desmoronan, y si no hay otra vida, la única posibilidad es hacérsela con esos pedazos. Mientras tanto, el alma pide y quiere otra cosa. En vano escarba el soñador en sus viejos sueños, como si fueran ceniza en la que busca algún rescoldo para reavivar la fantasía, para recalentar con nuevo fuego su enfriado corazón y resucitar en él una vez más lo que antes había amado tanto, lo que conmovía el alma, lo que enardecía la sangre, lo que arrancaba lágrimas de los ojos y cautivaba con espléndido hechizo."
Es muy frecuente que se haga referencia al solsticio de verano en la noche de San Juan, aunque no coincidan sus fechas, puesto que el día más luminoso suele ser el 21 de junio, como lo establecen Jules Verne en su novela Robur, el conquistador: “Se aproximaba el solsticio de junio, el día más largo del año en el hemisferio boreal…” y James Joyce en el capítulo 17 –se dice que era su favorito-, de Ulises: “… durante las noches cada vez más largas que seguían gradualmente al solsticio de verano en el día siguiente más tres, a saber, el martes, 21 de junio (San Luis Gonzaga), el sol sale a las 3.33 de la mañana, se pone a las 8.29 de la tarde.”
En tanto que la noche de San Juan tiene lugar tres días después, como aclara Marguerite Yourcenar en Los fuegos del solsticio: “El día de San Juan, fiesta del solsticio de verano, ha apagado casi por todas partes sus fogatas, salvo quizá en los países escandinavos, en donde pueden verse, reflejadas en el agua de los lagos, sus esbeltas llamas. Pero ya nadie en Sicilia acecha al amanecer el día 24 de junio a Salomé desnuda bailando al sol naciente, y llevando en una bandeja de oro, que es una imagen solar, la cabeza cortada del Precursor.” Por eso es que en algunas de las versiones al español del Sueño de una noche de verano, de Shakespeare, prefieren llamarlo Sueño de una noche de San Juan, como sería el caso de la traducción de Luis Astrana Marín.
Y a propósito de Marguerite Yourcenar, el siguiente es un párrafo de su novela Memorias de Adriano: “Días alciónicos, solsticio de mi vida… Lejos de embellecer mi dicha distante, tengo que luchar para no empalidecer su imagen; hasta su recuerdo es ya demasiado fuerte para mí.”
Por su parte, la costarricense Yolanda Oreamuno, autora de La ruta de su evasión, escribió: ".... fue en el solsticio de un verano...viajaban hacia la ciudad unas mujeres de largas crines, rizadas...oscuras como el azabache... con atuendos vivaces y conspicuos atributos....acarreaban gigantescos frutos....soñé que llegaban desde Canaán... pero respondieron con voces altaneras que procedían de Fanzara....la otra tierra de promisión..."
Para no dejar a los autores en nuestra lengua, habría que mencionar Los pasos perdidos del cubano Alejo Carpentier: “Yo había visto a las parejas ascender, en noches de solsticio, al Monte de las Brujas para encender viejos fuegos votivos, desprovistos ya de todo sentido.” El otro, menos conocido, es el uruguayo Francisco Piria, a su novela El socialismo triunfante corresponde “Nuestros años no tienen fechas: hoy estamos en el solsticio de verano."
Knut Hamsun, premio Nobel de literatura en 1920, hace una de las descripciones más logradas sin tener siquiera que mencionar la palabra solsticio en su novela Pan:
“Comenzó a no haber noche, el sol apenas sumergía su disco en el mar para volver a emerger, rojo y renovado, como si se hubiera sumergido a beber. Por la noches se me ocurrían las cosas más extrañas; ningún ser humano podría creerlas. ¿Pan estaba sentado en un árbol observando mi comportamiento? ¿Tenía el estómago abierto, y estaba tan encogido que bebía de su propio estómago? Hacía todo eso sólo para espiarme, y el árbol entero temblaba con su risa callada cuando veía que mis pensamientos se desbordaban. El bosque entero estaba ajetreado: animales que husmeaban, pájaros que se llamaban los unos a los otros y cuyos reclamos llenaban el aire. Era el año del vuelo del abejorro, sus zumbidos se mezclaban con los de las mariposas nocturnas, parecían susurros, susurros que recorrían el bosque. ¡Cuántas cosas podían escucharse! No dormí en tres noches pensando en Diderik e Iselin."
Para Jules Verne, quien era miembro de algunas sociedades secretas, el solsticio tenía un gran valor simbólico. Por eso es frecuente que se encuentren referencias a dicho fenómeno en varias de sus novelas, además de la ya citada Robur, el conquistador, como sería el caso de Veinte mil leguas de viaje submarino, París en el siglo XX o Los náufragos del Jonathan, entre otras. Pero ese es un tema que también estaré abordando en su momento.
Esos serían algunas autores notables. La lista podría ampliarse incluyendo a Tim Powers, escritor estadounidense considerado como el alumno más destacado de Philip K. Dick -autor del relato que dio origen a la película de culto Blade Runner-, y en La fuerza de su mirada (The Stress of Her Regard), ubica el acontecimiento en determinado momento de la narración: “Aquella noche era el solsticio de verano, y los dos se quedaron levantados hasta una hora más tardía que cualquiera de los demás ocupantes de la casa, aunque podían oír a Ed Williams hablando en voz baja en su habitación, seguramente con su esposa.”
También la novela policiaca Casa de verano con piscina, del holandés Herman Koch, inspirada en la detención y arraigo del cineasta Roman Polanski, debido al juicio que dejó inconcluso en los Estados Unidos por la violación de una menor de edad, acontece durante la celebración del solsticio de verano. Aquí el autor reúne en la casa de verano que da título a la obra, propiedad de Ralph Meier, un famoso actor de cine, al doctor Schlosser y su hija Julia, una adolescente de trece años, a un famoso cineasta septuagenario y su joven esposa Emmanuel -casualmente la mujer de Polanski en realidad es la actriz Emanuelle Seigner-. Y al llegar a este punto me he topado con una curiosa coincidencia, porque en la pieza escénica La señorita Julia, del dramaturgo sueco August Strindberg, la protagonista no sólo se llama igual que la adolescente de Casa de verano con piscina, sino que la acción da principio durante el mismo festejo, como queda establecido en uno de sus parlamentos: “¿Se trata quizás de algún filtro mágico que las señoras preparan en la noche de San Juan? ¿Algo con que poder leer en las estrellas propicias del nombre de nuestra prometida?”.
Y a propósito de teatro, en La noche de San Juan, obra de Lope de Vega, el personaje de Pedro asegura que: “Extrañas cosas suceden una noche de San Juan”.
Desde Cervantes en Don Quijote y Dante en la Divina Comedia hasta Henry Miller en Trópico de Capricornio, pasando por La montaña mágica, de Thomas Mann o El péndulo de Foucault, de Umberto Eco, relatos de Rudyard Kipling, Hermann Hesse y Julio Cortázar, el solsticio siempre ha estado presente en la literatura, como lo podremos corroborar en los días subsecuentes.
Este es el archivo correspondiente al solsticio aquí en Mitos y reincidencias:
Jules Etienne