sábado, 30 de junio de 2018

Noche de San Juan: HOGUERAS DE SAN JUAN, de Giorgos Seferis

"Si te quedas desnuda frente al espejo a medianoche ves pasar al hombre al fondo del espejo..."

Nuestro destino, plomo vaciado, no puede cambiar
no puede hacerse nada.
Vaciaron el plomo en el agua bajo las estrellas aunque
            arden las hogueras
Si te quedas desnuda frente al espejo a medianoche
ves pasar al hombre al fondo del espejo
al hombre en tu destino que gobierna tu cuerpo,
en la soledad y en el silencio al hombre
de la soledad y del silencio
aunque arden las hogueras.
La hora en que terminó el día y comenzó el otro
la hora en que se cortó el tiempo
aquel que desde ahora y antes desde el principio
             gobernaba tu cuerpo
debes encontrarlo
debes buscarlo para que al menos lo encuentre
algún otro, cuando te hayas muerto.
Son los niños los que encienden las hogueras y gritan
            frente a las llamas en la noche cálida
            (Ocurrió, tal vez, jamás, fuego que no lo haya
            encendido un niño, oh Heróstrato)
y arrojan a las llamas sal para que crepiten (cuán
            extrañamente nos miran de pronto las casas, los
            tragaderos de hombres, cuando un fulgor las acaricia
Pero tú, que conociste la gracia de la piedra sobre la 
            roca por el mar batida
la noche que cayó la calma
oíste desde lejos la voz humana de la soledad y del
            silencio
dentro de tu cuerpo
la noche aquella de San Juan
cuando se apagaron todas las hogueras
y estudiaste las cenizas bajo las estrellas.

 
Giorgos Seferis: Georgios Seferiades
(Griego nacido en Turquía, 1900-1971). Obtuvo el premio Nobel en 1963.

jueves, 28 de junio de 2018

Noche de San Juan: GENTE INDEPENDIENTE, de Halldór Laxness

"... esa víspera de San Juan. Joven diosa de la noche iluminada por el sol, perfecta en su casi madura desnudez."

(Fragmento del capítulo 32: Del mundo)
 
Víspera de San Juan. Los que se bañen en el rocío podrán formular un deseo.
 
Joven y esbelta caminaba ella junto al arroyo, a los marjales, y pisaba, descalza, el barro tibio de los pantanos. Mañana iría al pueblo y vería el mundo con sus propios ojos.
 
Durante muchas semanas la perspectiva había llenado sus ensueños diurnos de agradable expectativa. Todas las noches desde el invierno había dormido en un duermevela atestado de fantasías del viaje prometido. A la luz del día o en sueños, se veía partir cien veces, y más tarde se mostraba tan poco dispuesta a perder tiempo durmiendo, que permanecía despierta hasta las primeras horas de la mañana, saboreando la delicia que vendría. Ese día las horas pasaban como una brisa distante; tenía las yemas de los dedos insensibles, las mejillas calientes, no oía nada de lo que se decía. Se había tejido ropa interior de suave hilo gris azulado, ropa que guardó para esa excursión; sólo la miraba los domingos. Y se tejió unas faldas castañas, con dos franjas sobre el borde, una azul y otra roja. Y pocas horas antes su padre había abierto el arcón de las ropas, que era el único receptáculo de la casa que tenía cerradura, y extraído de él un vestido floreado envuelto en su chaqueta dominguera.
 
- Aunque quizá seas un poco delgada para que te siente -dijo él-, es hora de que comiences a usar el mejor vestido de tu madre. A mi hija no le faltará nada, ni por fuera ni por dentro, el día que salga a ver el mundo.
 
Ella enrojeció de placer, con los ojos centelleantes. Era un momento solemne. El vestido estaba arrugado, claro, la tela estaba rígida y delgada de tan vieja, pero ni las polillas ni la humedad la habían tocado. Tenía impresa la fértil vegetación de países extraños y numerosos volantes en el pecho. Pero, aunque Asta SóUilja había crecido a un ritmo increíble en esos últimos meses y su figura comenzaba a redondearse con las juveniles curvas de la vida, era aún una mozuela toda piernas y demasiado delgada como para llenar por completo el vestido. Le pendía flojamente en torno, cayéndole desde los flacos hombros, y se hinchaba ampliamente en la cintura.
 
- Es como el espantapájaros del prado de Útirauósmyri -dijo Helgi, y su padre le hizo salir corriendo escaleras abajo. Aparte de su tamaño, el vestido le sentaba admirablemente. Asta rodeó con los brazos el cuello de su padre, agradecida, y encontró el lugar de la garganta y ocultó allí su rostro. Sus labios eran ya más gruesos. Cuando se la miraba de perfil, contra la ventana, se veía que tenía un grueso labio inferior, parecido más bien a un encantador abarquillamiento. Su boca comenzaba a hacerse tan madura, pobrecita... Y la barba de él le hizo cosquillas en los párpados.
 
El barro tibio le chorreaba por entre los dedos desnudos y hacía un ruido de succión cuando levantaba el talón. Esa noche se bañaría en el rocío, como si nunca anteriormente hubiese tenido un cuerpo. En cada estanque del río había un falaropo para hacerle reverencia. Ningún ave de todas las ciénagas es tan cortés en su comportamiento de la víspera de San Juan. Era la medianoche pasada y la una se acercaba lentamente. La noche de primavera reinaba sobre el valle como una jovencita. ¿Debía llegar o no? Vaciló, se adelantó... y fue día. Las plumosas brumas que se extendían sobre los pantanos se elevaron, enroscándose por las laderas, y permanecieron como un velo, en inocente modestia, en torno a la cintura de la montaña. Contra la placa blanca del lago se erguía la forma de algún animal, como un nykur, en la noche transparente.
 
Un hoyo herboso en la margen del río. Conduciendo a él a través del rocío, la errática vereda dejada por dos pies expertos. Los pájaros callan por un rato. Ella se sienta en la orilla y escucha. Luego se despoja de sus deshechos harapos cotidianos, bajo un cielo que puede borrar del recuerdo incluso los inviernos sin sol de toda una vida, el cielo de esa víspera de San Juan. Joven diosa de la noche iluminada por el sol, perfecta en su casi madura desnudez. Nada en la vida es tan hermoso como la noche, antes de lo que pronto será, la noche y su rocío. Formula su deseo, esbelta y madura a medias, en el pasto maduro a medias y su rocío. Cuerpo y alma son uno, y la unidad es perfectamente pura en el deseo formulado. Luego se lavó el cabello en el río y los dedos del pie se le hundieron en la arena del fondo. Las extrañas aves acuáticas todavía nadaban en su derredor, volviéndose cortésmente cuando menos lo esperaba y haciéndole una reverencia sin motivo alguno. No había en el mundo nadie que pudiese hacer una reverencia tan magnífica.
 
Asta comenzó a sentir frío y corrió acá y allá por la orilla del río, con sus huellas entrecruzándose como las calles de las ciudades del mundo. Se sentía leve e impersonal, recién surgida del rocío como la bruma misma, maravillosa en el húmedo paisaje verde de la noche soleada. Entró nuevamente en calor después de correr un rato y los pájaros despertaron y el cielo estuvo radiante con el chisporroteo de espléndidos colores. Dentro de una hora el sol luciría sobre el rocío del pie de león, y el rocío desaparecería al sol, el rocío sagrado de San Juan.
 
Halldór Laxness (Islandia, 1902-1998).
Obtuvo el premio Nobel en 1955.

miércoles, 27 de junio de 2018

Noche de San Juan: SILJA, de Frans Eemil Sillanpää

"... la noche casi no existe, y se diría que la inmensidad contiene su aliento, unos instantes, al pasar del anochecer al alba."
 
(Fragmento de la segunda parte: La hija)
 
Así transcurrió el principio del verano. Durante algún tiempo, la noche casi no existe, y se diría que la inmensidad contiene su aliento, unos instantes, al pasar del anochecer al alba. Los jóvenes felices sólo aspiraban al sueño como una corta pausa y no se preocupaban mucho de las comidas. Para muchas personas, aquel verano fue el último; pero este año tenía un sabor particular. Todos lo sentían oscuramente.
 
Después llegó San Juan. Los hombres trataban de persuadirse de que las noches eran verdaderamente claras; una mujer leía a medianoche, junto a la ventana, una carta que acababa de recibir; y cogía incluso la pluma para redactar la respuesta; la luz era aún suficiente, a pesar de que julio se acercaba. Pero la iluminación nocturna era tan elocuente que no lograba pasar del principio de la carta. «Te escribo en una noche espléndida…». Y olvidaba continuar, pensando en su amigo lejano, imaginando que paseaba a su lado, como la noche en que… y ya el sol se enrojecía al Sudoeste. Se encuentra de vacaciones aquí y había esperado más aventuras que las que le han ocurrido, y, en intención, ha engañado a su amigo. Pero los deseos no se han realizado, y trata ahora de redactar una hermosa epístola. Sin embargo, el remordimiento la araña.
 
El alba se acerca; ha transcurrido un hermoso día de verano y de juventud.
 
 
Franz Eemil Silanpää (Finlandia, 1888-1964).
Obtuvo el premio Nobel en 1939.
 
(Traducido al español por Fabricio Valserra).
La ilustración corresponde al amanecer a las 2 de la madrugada en Parkala, Finlandia, durante el verano.

martes, 26 de junio de 2018

Noche de San Juan: IDA ELISABETH, de Sigrid Undset

"Tendríamos que llevar el gramófono, claro..."
 
(Fragmento del capítulo 5)
 
- ¿Tiene usted planes para la noche de San Juan? –preguntó.
 
Ella negó con la cabeza:
 
La verdad es que no sé qué hace aquí la gente en San Juan, más allá de decorar con ramas de arbustos. Eso es lo que hace Hansen. ¿Por estas tierras no hay costumbre de hacer hogueras? –se le vino a la cabeza la gran fogata que hacían en el peñasco de Vettehaugen, y la cascada y el violín del suegro, y los jóvenes bailando.
 
- Hay gente que lo ha intentado, estudiantes y gente así, pero en realidad aquí no tenemos esa tradición, no. Aunque se pueden hacer otras cosas, como subirse a una cabaña a bailar. Por lo visto ya se puede acceder con coche hasta Kallbakslia. En la vaquería de la montaña de Svensrud tienen un gran edificio nuevo en el que podríamos pernoctar diez o doce personas. Tendríamos que llevar el gramófono, claro, y crema agria. Y habría que convencer a Kari para que viniera a prepararnos unas gachas de crema agria, ¿o quizá puede hacerlo usted? ¿Sabe usted preparar las gachas? Si le parece divertido, ¿podría organizar una excursión para San Juan?
 
 
Sigrid Undset (Noruega nacida en Dinamarca, 1882-1949).
Obtuvo el premio Nobel en 1928.

lunes, 25 de junio de 2018

Noche de San Juan: CENIZAS, de Grazia Deledda

"... era alta y hermosa, con grandes ojos felinos de color azul verdoso un poco oblicuos..."

(Párrafo inicial)

Era la noche de San Juan. Oli salió de la casa blanca del cuidador de las vías, en el borde de la carretera que conduce de Nuoro a Mamojada, y se dirigió al campo. Tenía quince años, era alta y hermosa, con grandes ojos felinos de color azul verdoso un poco oblicuos, y con una boca sensual cuyo labio inferior, dividido por la mitad, semejaba un par de cerezas. Bajo su tocado, que ataba en la prominente barbilla, asomaban tras sus orejas los mechones de una abundante cabellera negra y brillante. El peinado y su vestido tradicional, con la falda roja brocada y un corset que resaltaba su figura, le conferían cierta gracia oriental a la joven. En sus dedos llevaba anudados los listones con los que sujetaría las tradicionales flores de San Juan, es decir, el barbasco, el tomillo y los asfódelos, que debería recoger al amanecer para hacer con ellos medicinas de hierba y amuletos.
 
 
Grazia Deledda (Italia, 1871-1936). Obtuvo el premio Nobel en 1926.

domingo, 24 de junio de 2018

Noche de San Juan: MIREYA (poema provenzal), de Frédéric Mistral

"Y al saltar por encima de la roja hoguera echaban a las llamas las ristras..."

(Fragmento del canto VII: Los ancianos)
 
Y mientras se iba con el día que caía, bajo el mistral mugidor se levantó de un montón de ramas una larga lengua de fuego parecida a un cuerno. A su alrededor, los segadores, locos de alegría, con sus cabezas libres y orgullosas saltaban en el aire vibrante, todos a un tiempo, bailando la farandola. La gran llama que se gitaba bajo el viento ponía en sus frentes reflejos deslumbrantes.
 
Las chispas, en torbellinos, suben furiosas hasta las nubes. El crujido de los troncos que caen en la hoguera, se mezcla y ríe la musiquilla de la flauta, viva y juguetona como un verderón entre las ramas… ¡San Juan!  ¡La tierra encinta se estremece cuando pasa!
 
El fuego gozoso chisporroteaba, el tamboril bordoneaba, grave y continuo, como el murmullo de la mar profunda cuando bate apaciblemente las rocas. Las hoces, fuera de las vainas y blandidas en el aire, relucían, y los morenos danzarines, por tres veces, con grandes saltos, hacen en las llamas las Bravado. Y al saltar por encima de la roja hoguera echaban a las llamas las ristras y, llenas las manos de hipérica y de verbena, las bendicen en el fuego purificador.
 
- ¡San Juan! ¡San Juan! ¡San Juan! –gritaban.
 
Todas las colinas chispeaban como si hubieran llovido estrellas en la sombra. Mientras tanto, las locas ráfagas llevaban el incienso de las colinas, y el rojizo resplandor de los fuegos hacia el santo bendito que se cernía en la azulada atmósfera crepuscular.

 

Frédéric Mistral (Poeta francés en lengua occitana, 1830-1914).
Obtuvo el premio Nobel compartido con José Echegaray en 1904.

sábado, 23 de junio de 2018

Solsticio: LA NOCHE DE SAN JUAN, de Lope de Vega

 
(Fragmento inicial del segundo acto)

Blanca: Largo día.
Antonia: Temerario.
Blanca: Nunca le he visto mayor.
Antonia: Es, en secretos de amor,
               la luz el mayor contrario.
Blanca: ¡Ay, noche, que siempre en ti
              libra amor sus esperanzas,
              corre, que si no le alcanzas
              no queda remedio en mí!
              Apresura el negro coche
              donde las mías están,
              ya que fuiste de San Juan,
              que es la más pública noche.
              De Europa, en el mar te baña
              sobre el amoroso toro,
              y ven con máscara de oro
              desde las Indias a España.
              Si, coronada de rosas,
              esperan otros amantes
              la aurora, yo los diamantes
              de tus alas perezosas.
              Despierta, noche, que estoy
              sin vida por ti. ¿Qué aguardas?
              Pero tanto más te tardas
              cuanto más voces te doy.

Félix Lope de Vega y Carpio (España, 1562-1635).
 
La ilustración corresponde al cartel promocional de la puesta en escena de la obra
en el Centro Cultural Helénico de la ciudad de México.

viernes, 22 de junio de 2018

Solsticio: NOCHE DE SOLSTICIO, de Ernst Richard Stadler

"... y muchachas de pelo suave trenzado con coronas y reflejando palidez en el destello flotante..."

Febriles se agachan los arbustos
en el goteo de velos marrones y en el mecer
de mariposas nocturnas en torno a ardientes trepadoras.
Ahora atizamos en las llamas las hojas secas y amarillas

y hacemos fiesta contoneándonos en bailes perdidos
y canciones que refluyen con el tibio olor,
la huidiza ebriedad de las ascuas de estío
y muchachas de pelo suave trenzado con coronas

y reflejando palidez en el destello flotante
esparcen ardiendo la oscura adormidera y los claveles macilentos.
Y temblando sentimos cómo la noche se marchita.
Y más salvajes brillan los fuegos en la oscuridad.


Ernst María Richard Stadler (Alemania, 1883-1914).

(Traducido del alemán por Vicente Forés).

jueves, 21 de junio de 2018

Solsticio de verano: EL DÍA MÁS LUMINOSO


Las menciones al solsticio en la literatura, tanto en novelas y relatos como en la poesía, suelen darse de manera indistinta entre el invernal y el que corresponde al estío. Llegado el momento preciso, en diciembre, me ocuparé del primero de ellos con la amplitud que se merece, pero ahora, por tratarse de la época en que estamos al norte del planeta, me referiré únicamente al que nos concierne en el inicio del verano.

Robert Graves explicaba en Los mitos griegos que “En Atenas las muchachas salían a la luz de la luna llena en el solsticio de verano para recoger rocío —la misma costumbre sobrevivió en Inglaterra hasta el siglo pasado— para fines sagrados. El festival se llamaba las Herseforias, o «recolección de rocío».”

Resulta difícil encontrar a otro experto en el tema de los solsticios más calificado que el rumano Mircea Eliade. En Tratado de historia de las religiones establece su importancia: “Muchas hierofanías arcaicas del sol se han conservado en las tradiciones populares, integradas en mayor o menor grado en otros sistemas religiosos. Las ruedas en llamas que se hacen rodar montaña abajo en los solsticios, sobre todo en el solsticio de verano; las procesiones medievales en las que llevaban ruedas montadas en carros o en barcas, de las que se conocen antecedentes prehistóricos; la costumbre de atar hombres a las ruedas (en “la caza fantástica”, por ejemplo)…”

El propio Eliade es autor de las novelas Isabel y las aguas del diablo y La noche de San Juan, en las que el solsticio de verano se erige como un elemento dramático esencial en su estructura narrativa. Por ese motivo, antes de agotar este tema, más adelante incluiré un texto dedicado exclusivamente a comentar dicho autor.

La obra más simbólica al respecto podría ser el relato Las noches blancas, de Dostoievski, cuyo título alude de manera evidente a ese período que se vive en algunas regiones de Rusia, como en San Petersburgo, entre la segunda quincena de junio y la primera del mes de julio, en que la luz brilla durante la noche y menciona la importancia del sol en esa ciudad tan septentrional:

"Oye uno entre tanto cómo en torno suyo circula ruidosamente la muchedumbre en un torbellino de vida, ve y oye cómo vive la gente, cómo vive despierta, se da cuenta de que para ella la vida no es una cosa de encargo, que no se desvanece como un sueño, como una ilusión, sino que se renueva eternamente, vida eternamente joven en la que ninguna hora se parece a otra; mientras que la fantasía es asustadiza, triste y monótona hasta la trivialidad, esclava de la sombra, de la idea, esclava de la primera nube que de pronto cubre al sol y siembra la congoja en el corazón de Petersburgo, que tanto aprecia su sol. ¿Y para qué sirve la fantasía cuando uno está triste? Acaba uno por cansarse y siente que esa inagotable fantasía se agota con el esfuerzo constante por avivarla. Porque, al fin y al cabo, va uno siendo maduro y dejando atrás sus ideales de antes; éstos se quiebran, se desmoronan, y si no hay otra vida, la única posibilidad es hacérsela con esos pedazos. Mientras tanto, el alma pide y quiere otra cosa. En vano escarba el soñador en sus viejos sueños, como si fueran ceniza en la que busca algún rescoldo para reavivar la fantasía, para recalentar con nuevo fuego su enfriado corazón y resucitar en él una vez más lo que antes había amado tanto, lo que conmovía el alma, lo que enardecía la sangre, lo que arrancaba lágrimas de los ojos y cautivaba con espléndido hechizo."

Es muy frecuente que se haga referencia al solsticio de verano en la noche de San Juan, aunque no coincidan sus fechas, puesto que el día más luminoso suele ser el 21 de junio, como lo establecen Jules Verne en su novela Robur, el conquistador: “Se aproximaba el solsticio de junio, el día más largo del año en el hemisferio boreal…” y James Joyce en el capítulo 17 –se dice que era su favorito-, de Ulises: “… durante las noches cada vez más largas que seguían gradualmente al solsticio de verano en el día siguiente más tres, a saber, el martes, 21 de junio (San Luis Gonzaga), el sol sale a las 3.33 de la mañana, se pone a las 8.29 de la tarde.”

En tanto que la noche de San Juan tiene lugar tres días después, como aclara Marguerite Yourcenar en Los fuegos del solsticio: “El día de San Juan, fiesta del solsticio de verano, ha apagado casi por todas partes sus fogatas, salvo quizá en los países escandinavos, en donde pueden verse, reflejadas en el agua de los lagos, sus esbeltas llamas. Pero ya nadie en Sicilia acecha al amanecer el día 24 de junio a Salomé desnuda bailando al sol naciente, y llevando en una bandeja de oro, que es una imagen solar, la cabeza cortada del Precursor.” Por eso es que en algunas de las versiones al español del Sueño de una noche de verano, de Shakespeare, prefieren llamarlo Sueño de una noche de San Juan, como sería el caso de la traducción de Luis Astrana Marín.

Y a propósito de Marguerite Yourcenar, el siguiente es un párrafo de su novela Memorias de Adriano: “Días alciónicos, solsticio de mi vida… Lejos de embellecer mi dicha distante, tengo que luchar para no empalidecer su imagen; hasta su recuerdo es ya demasiado fuerte para mí.”
 
Por su parte, la costarricense Yolanda Oreamuno, autora de La ruta de su evasión, escribió: ".... fue en el solsticio de un verano...viajaban hacia la ciudad unas mujeres de largas crines, rizadas...oscuras como el azabache... con atuendos vivaces y conspicuos atributos....acarreaban gigantescos frutos....soñé que llegaban desde Canaán... pero respondieron con voces altaneras que procedían de Fanzara....la otra tierra de promisión..."
 
Para no dejar a los autores en nuestra lengua, habría que mencionar Los pasos perdidos del cubano Alejo Carpentier: “Yo había visto a las parejas ascender, en noches de solsticio, al Monte de las Brujas para encender viejos fuegos votivos, desprovistos ya de todo sentido.” El otro, menos conocido, es el uruguayo Francisco Piria, a su novela El socialismo triunfante corresponde “Nuestros años no tienen fechas: hoy estamos en el solsticio de verano."

Knut Hamsun, premio Nobel de literatura en 1920, hace una de las descripciones más logradas sin tener siquiera que mencionar la palabra solsticio en su novela Pan:

Comenzó a no haber noche, el sol apenas sumergía su disco en el mar para volver a emerger, rojo y renovado, como si se hubiera sumergido a beber. Por la noches se me ocurrían las cosas más extrañas; ningún ser humano podría creerlas. ¿Pan estaba sentado en un árbol observando mi comportamiento? ¿Tenía el estómago abierto, y estaba tan encogido que bebía de su propio estómago? Hacía todo eso sólo para espiarme, y el árbol entero temblaba con su risa callada cuando veía que mis pensamientos se desbordaban. El bosque entero estaba ajetreado: animales que husmeaban, pájaros que se llamaban los unos a los otros y cuyos reclamos llenaban el aire. Era el año del vuelo del abejorro, sus zumbidos se mezclaban con los de las mariposas nocturnas, parecían susurros, susurros que recorrían el bosque. ¡Cuántas cosas podían escucharse! No dormí en tres noches pensando en Diderik e Iselin."
 
Para Jules Verne, quien era miembro de algunas sociedades secretas, el solsticio tenía un gran valor simbólico. Por eso es frecuente que se encuentren referencias a dicho fenómeno en varias de sus novelas, además de la ya citada Robur, el conquistador, como sería el caso de Veinte mil leguas de viaje submarino, París en el siglo XX o Los náufragos del Jonathan, entre otras. Pero ese es un tema que también estaré abordando en su momento.
 
Esos serían algunas autores notables. La lista podría ampliarse incluyendo a Tim Powers, escritor estadounidense considerado como el alumno más destacado de Philip K. Dick -autor del relato que dio origen a la película de culto Blade Runner-, y en La fuerza de su mirada (The Stress of Her Regard), ubica el acontecimiento en determinado momento de la narración: “Aquella noche era el solsticio de verano, y los dos se quedaron levantados hasta una hora más tardía que cualquiera de los demás ocupantes de la casa, aunque podían oír a Ed Williams hablando en voz baja en su habitación, seguramente con su esposa.”

También la novela policiaca Casa de verano con piscina, del holandés Herman Koch, inspirada en la detención y arraigo del cineasta Roman Polanski, debido al juicio que dejó inconcluso en los Estados Unidos por la violación de una menor de edad, acontece durante la celebración del solsticio de verano. Aquí el autor reúne en la casa de verano que da título a la obra, propiedad de Ralph Meier, un famoso actor de cine, al doctor Schlosser y su hija Julia, una adolescente de trece años, a un famoso cineasta septuagenario y su joven esposa Emmanuel -casualmente la mujer de Polanski en realidad es la actriz Emanuelle Seigner-. Y al llegar a este punto me he topado con una curiosa coincidencia, porque en la pieza escénica La señorita Julia, del dramaturgo sueco August Strindberg, la protagonista no sólo se llama igual que la adolescente de Casa de verano con piscina, sino que la acción da principio durante el mismo festejo, como queda establecido en uno de sus parlamentos: “¿Se trata quizás de algún filtro mágico que las señoras preparan en la noche de San Juan? ¿Algo con que poder leer en las estrellas propicias del nombre de nuestra prometida?”.

Y a propósito de teatro, en La noche de San Juan, obra de Lope de Vega, el personaje de Pedro asegura que: “Extrañas cosas suceden una noche de San Juan”.

Desde Cervantes en Don Quijote y Dante en la Divina Comedia hasta Henry Miller en Trópico de Capricornio, pasando por La montaña mágica, de Thomas Mann o El péndulo de Foucault, de Umberto Eco, relatos de Rudyard Kipling, Hermann Hesse y Julio Cortázar, el solsticio siempre ha estado presente en la literatura, como lo podremos corroborar en los días subsecuentes.
 
Este es el archivo correspondiente al solsticio aquí en Mitos y reincidencias:
 

Jules Etienne

miércoles, 20 de junio de 2018

Solsticio: ROSA DE FUEGO, de Antonio Machado


Tejidos sois de primavera, amantes,
de tierra y agua y viento y sol tejidos.
La sierra en vuestros pechos jadeantes,
en los ojos los campos florecidos,

pasead vuestra mutua primavera,
y aun bebed sin temor la dulce leche
que os brinda hoy la lúbrica pantera,
antes que, torva, en el camino aceche.

Caminad, cuando el eje del planeta
se vence hacia el solsticio del verano,
verde el almendro y mustia la violeta,

cerca la sed y el hontanar cercano,
hacia la tarde del amor, completa,
con la rosa de fuego en vuestra mano.


Antonio Machado (España, 1875-1939).

martes, 19 de junio de 2018

Solsticio: PUCK DE LA COLINA DE POOK, de Rudyard Kipling


(Fragmento)

El teatro estaba en la pradera conocida por el Gran Declive. Un pequeño canal que llevaba agua a un molino situado dos o tres campos más allá, ceñía uno de sus confines y en la mitad de la ladera había un amplio y espacioso circulo de hierba oscura que formaba el viejo escenario donde se reunían las hadas. Las orillas del canalillo molinero se cubrían con matojos espesos de sauce, de avellano y de bola de nieve y proporcionaban lugares adecuados para esperar, antes de que llegase el momento de aparecer en escena; y hasta una persona mayor que conocía los contornos, había afirmado que ni el mismo Shakespeare hubiese podido imaginar escenario más adecuado para representar su obra. Como es lógico, no se les permitía actuar la noche misma del solsticio de verano, pero sí les dejaban bajar la víspera, después del té, cuando las sombras comenzaban a caer. Llevaban consigo la cena: huevos duros, galletas Bath Oliver y un sobrecillo con sal. Las tres vacas habían sido ya ordeñadas y pastaban sin pausa, produciendo un rumor de hierba desgarrada que descendía a lo largo de la pradera; el ruido del molino sonaba como pies desnudos arrastrándose sobre una superficie endurecida y un cuclillo, posado en el portón de la valía, entonaba su cantar de junio "cu-cu-cú" mientras un martín pescador volaba desde el canal al río que corría al otro lado de la pradera. Todo lo demás se cubría de una especie de calma adormecida, espesa, con perfume a hierba seca.

La comedia discurría a la perfección. Dan recordaba todos los papeles: Puck, Bottom y las tres hadas, y Una no olvidó tampoco ni una sola palabra del de Titania, ni siquiera el difícil fragmento en el que cuenta a las hadas cómo alimentar a Bottom coz, «albaricoques, higos verdes y zarzamoras», ni los versos concluidos en «íes». Quedaron ambos tan satisfechos que repitieron la obra tres veces, de principio a fin, antes de sentarse en el Centro del círculo, limpio de matojos y de cardos, para tomar los huevos y las galletas Bath Oliver. Fue entonces cuando oyeron un silbido entre los alisos de la orilla y ambos se pusieron en pie de un salto.

La maleza se abrió. Y en el mismo lugar donde Dan había interpretado a Puck, descubrieron la presencia de un personaje menudo, de tez morena, amplias espaldas, orejas agudas, nariz achatada y ojos azules y oblicuos, que les dirigía una sonrisa que iluminaba su rostro pecoso. Se llevó una mano a la frente como si estuviese observando a Quince, Snout, Bottom y todos los demás, ensayando Piramo y Tisbe, y con voz tan profunda como la de las tres vacas cuando pedían ser ordeñadas, comenzó:

¿Qué rústicos patanes son éstos que están charlando
tan cerca del lugar donde reposa la reina de las hadas...?

Se interrumpió, ahuecó la mano sobre un oído y con un guiño travieso, siguió recitando:

¡Cómo! ¿Van a representar una comedia?
Pues asistiré como espectador.
Y aún haré de actor si se presenta el caso...


Rudyard Kipling (Británico nacido en India; 1865-1936).
Obtuvo el premio Nobel en 1907.

(Traducido del inglés por Jorge Ferrer-Vidal).

lunes, 18 de junio de 2018

Solsticio: SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO, de William Shakespeare

 
Acto segundo; escena primera

Un bosque cerca de Atenas.

Titania: ¡Ésas son invenciones de los celos! Que nunca, desde los albores del solsticio, de verano, nos vemos en montaña o valle, en bosque o en pradera, junto a la abrupta fuente, en la juncosa margen del arroyo o al borde de la costa marina para danzar nuestros corros al silbido del viento, sin que vengas a turbar nuestros juegos con tus alborotos. Por eso los aires, llamándonos en vano con su música, han absorbido, como en venganza, las nieblas contagiosas del mar, las cuales, cayendo sobre los campos, han llenado de tanta soberbia a los más humildes ríos, que han rebasado sus riberas. El buey ha jadeado por ello inútilmente bajo su yugo; el labriego, perdido su sudor, y el verde grano se ha podrido antes de lograr su tierna barba. El redil permanece vacío en el campo anegado y los cuervos se ceban en los rebaños muertos. La moresca de los nueve se halla cubierta de fango, y por falta de pisadas es imposible distinguir en la bulliciosa pradera el singular laberinto. Los mortales precisan aquí su invierno. Ya no se santifican las noches con cánticos ni villancicos. Por eso la luna, soberana de las ondas, pálida en su furor, humedece de tal modo los aires, que abundan las enfermedades reumáticas y, a favor de tan mala temperatura, vemos alteradas las estaciones. La cana escarcha cae en el fresco regazo de la encarnada rosa, y sobre la corona de hielo el yerto y vetusto invierno se pone como por burla una guirnalda de olorosos capullos. La primavera, el verano, el fértil otoño, el enojado invierno, cambian sus acostumbradas libreas; y el mundo, asombrado por esta progresión, no distingue tal de cual. Y esta misma progenie de males proviene de nuestras querellas y disensiones. Nosotros somos sus padres y engendradores.
 
William Shakespeare (Inglaterra, 1564-1616)

(Traducido del inglés por Luis Astrana Marín)

Nota: Algunos traductores, como es el caso de Luis Astrana Marín, consideran más preciso para el título de la obra en español Sueño de una noche de San Juan. Sin embargo, para referirme a ella he optado por su versión literal, Sueño de una noche de verano, por ser la más conocida.

La ilustración corresponde a The Quarrel of Oberon and Titania (1849), de Sir Joseph Noel Paton.

domingo, 17 de junio de 2018

Solsticio: EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA, de Miguel de Cervantes

"Y puesto en pie en el barco, con grandes voces comenzó a amenazar a los molineros..."

(Fragmento del capítulo XXIX)

- Haz, Sancho, la averiguación que te he dicho, y no te cures de otra, que tú no sabes qué cosa sean coluros, líneas, paralelos, zodíacos, clíticas, polos, solsticios, equinocios, planetas, signos, puntos, medidas, de que se compone la esfera celeste y terrestre; que si todas estas cosas supieras, o parte dellas, vieras claramente qué de paralelos hemos cortado, qué de signos visto y qué de imágines hemos dejado atrás y vamos dejando ahora. Y tórnote a decir que te tientes y pesques, que yo para mí tengo que estás más limpio que un pliego de papel liso y blanco.
 
Tentóse Sancho, y, llegando con la mano bonitamente y con tiento hacia la corva izquierda, alzó la cabeza y miró a su amo, y dijo:
 
- O la experiencia es falsa, o no hemos llegado adonde vuesa merced dice, ni con muchas leguas.
 
- Pues ¿qué? -preguntó don Quijote-, ¿has topado algo?
 
- ¡Y aun algos! -respondió Sancho.
 
Y, sacudiéndose los dedos, se lavó toda la mano en el río, por el cual sosegadamente se deslizaba el barco por mitad de la corriente, sin que le moviese alguna inteligencia secreta, ni algún encantador escondido, sino el mismo curso del agua, blando entonces y suave.
 
En esto, descubrieron unas grandes aceñas que en la mitad del río estaban; y apenas las hubo visto don Quijote, cuando con voz alta dijo a Sancho:


- ¿Vees? Allí, ¡oh amigo!, se descubre la ciudad, castillo o fortaleza donde debe de estar algún caballero oprimido, o alguna reina, infanta o princesa malparada, para cuyo socorro soy aquí traído.

- ¿Qué diablos de ciudad, fortaleza o castillo dice vuesa merced, señor? -dijo Sancho-. ¿No echa de ver que aquéllas son aceñas que están en el río, donde se muele el trigo?

- Calla, Sancho -dijo don Quijote-; que aunque parecen aceñas, no lo son; y ya te he dicho que todas las cosas trastruecan y mudan de su ser natural los encantos. No quiero decir que las mudan de en uno en otro ser realmente, sino que lo parece, como lo mostró la experiencia en la transformación de Dulcinea, único refugio de mis esperanzas.

En esto, el barco, entrado en la mitad de la corriente del río, comenzó a caminar no tan lentamente como hasta allí. Los molineros de las aceñas, que vieron venir aquel barco por el río, y que se iba a embocar por el raudal de las ruedas, salieron con presteza muchos dellos con varas largas, a detenerle; y como salían enharinados, y cubiertos los rostros y los vestidos del polvo de la harina, representaban una mala vista. Daban voces grandes, diciendo:

- ¡Demonios de hombres! ¿Dónde vais? ¿Venís desesperados? ¿Qué queréis? ¿Ahogaros y haceros pedazos en estas ruedas?

- ¿No te dije yo, Sancho -dijo a esta sazón don Quijote-, que habíamos llegado donde he de mostrar a dó llega el valor de mi brazo? Mira qué de malandrines y follones me salen al encuentro; mira cuántos vestiglos se me oponen; mira cuántas feas cataduras nos hacen cocos... Pues ¡ahora lo veréis, bellacos!

Y puesto en pie en el barco, con grandes voces comenzó a amenazar a los molineros, diciéndoles:

- Canalla malvada y peor aconsejada, dejad en su libertad y libre albedrío a la persona que en esa vuesa fortaleza o prisión tenéis oprimida, alta o baja, de cualquiera suerte o calidad que sea; que yo soy don Quijote de la Mancha, llamado el Caballero de los Leones por otro nombre, a quien está reservada por orden de los altos cielos el dar fin felice a esta aventura.

 
Miguel de Cervantes (España, 1547-1616).