"... y yo iré de muerte, con una malla apretada y los huesos pintados en ella..."
(Fragmento)
Fernando Pessoa explicó, Es el comunismo, ya llega,
después quiso por parecer irónico, Mala suerte, mi querido Reis, viene usted
huyendo de Brasil buscando tranquilidad para el resto de su vida y ahora se
alborota la casa del vecino, un día de estos le entrarán por la puerta, Cuántas
veces voy a decirle que si volví fue por usted, Pues aún no me ha convencido,
No intento convencerle, sólo le pido que se ahorre su opinión sobre este
asunto, No se enfade, Viví en Brasil, ahora estoy en Portugal, en algún lugar
tengo que vivir, usted, en vida, era lo bastante inteligente como para entender
incluso cosas más complicadas, Ése es el drama, mi querido Reis, tener que
vivir en algún lugar, comprender que no existe lugar que no sea lugar, que la
vida no puede ser no vida, En fin, lo estoy reconociendo, Y a mí de qué me
sirve no haber olvidado, Lo peor es que el hombre no pueda estar en el
horizonte que ve, aunque, si allá estuviese, desearía estar en el horizonte en
que está, El barco en el que no vamos es el barco ideal para nuestro viaje, Ah,
todo el muelle, Es una nostalgia de piedra, y ahora que ya cedemos a la
flaqueza sentimental de citar, dividido por dos, un verso de Álvaro de Campos
que ha de ser tan célebre como merece, consuélese en los brazos de su Lidia, si
es que aún dura ese amor, y piense que yo ni eso tuve, Buenas noches, Fernando,
Buenas noches, Ricardo, ahí tenemos ya el carnaval, diviértase, no cuente
conmigo en unos días. Se habían encontrado en un café de barrio, popular, media
docena de mesas, nadie allí sabía quiénes eran. Fernando Pessoa se volvió, se
sentó de nuevo, Se me acaba de ocurrir una idea, puede usted disfrazarse de
domador, con botas altas y pantalón de montar, chaqueta roja con alamares,
Roja, Sí, roja, es lo más propio, y yo iré de muerte, con una malla apretada y
los huesos pintados en ella, usted chasqueando el látigo, yo asustando viejas,
te voy a llevar, te voy a llevar, y tocando a las chicas, seguro que en un
baile de máscaras ganábamos el premio, Nunca fui bailarín, Ni es necesario, la
gente no iba a tener oídos más que para el zurriago y ojos sólo para los
huesos, Ya no estamos en edad de frivolidades, Hable por usted, no por mí, yo
he dejado de tener edad, y diciendo esto se levantó Fernando Pessoa y salió,
llovía en la calle, y el camarero del mostrador dijo al cliente que se quedaba,
Ese amigo suyo, sin gabardina ni paraguas, se va a empapar, Le gusta, está ya
acostumbrado. Cuando Ricardo Reis volvió al hotel sintió en el aire como una
fiebre, una agitación, como si todas las abejas de una colmena se hubieran
vuelto locas, y, teniendo como tenía en su conciencia aquel conocido peso,
pensó de inmediato, Lo han descubierto todo. En el fondo, es un romántico, cree
que el día en que se enteren de su aventura con Lidia se va a venir abajo del
escándalo el Bragança, y con este miedo vive, a no ser que lo que sienta sea el
deseo morboso de que tal cosa ocurra, contradicción inesperada en un hombre que
se dice tan despegado del mundo, ansioso al fin de que el mundo lo atropelle,
lo que no sospecha es que la historia es conocida ya, murmurada entre risitas,
fue cosa de Pimenta, que no es hombre de limitarse a indirectas. Inocentes andan
los culpados, y Salvador tampoco está informado aún, qué justicia decretará
cuando un día de estos se lo diga un correveidile envidioso, hombre o mujer,
Señor Salvador, esto es una vergüenza, Lidia y el doctor Reis, bueno sería que
respondiera, repitiendo la antigua sentencia, Quien esté libre de pecado, que
tire la primera piedra, hay gente que por honrar el nombre que les pusieron son
capaces de los más nobles gestos. Entró Ricardo Reis en recepción, temeroso,
estaba Salvador hablando por teléfono, a gritos, pero en seguida se comprendía que era
por lo mal que se oía, Parece que lo oigo desde el fin del mundo, sí doctor
Sampaio, necesito saber cuándo viene, sí, sí, ahora oigo un poco mejor, es que
de repente se nos ha llenado el hotel, sí, por los españoles, por lo de España,
viene mucha gente de allá, han llegado hoy, entonces el día veintiséis, después
de carnaval, muy bien, quedan reservadas las dos habitaciones, no señor doctor,
de ninguna manera, en primer lugar están los clientes amigos, tres años no son
tres días, saludos a la señorita Marcenda, mire, señor doctor, está aquí el
doctor Reis que también le envía saludos, y era verdad, Ricardo Reis, por señas
y palabras que en los labios se podían leer, pero no oír, mandaba saludos, y lo
hacía por dos razones, en otra ocasión habría sido la primera la de
manifestarse junto a Marcenda, aunque fuera por persona interpuesta, ahora era
sólo por mostrarse campechano con Salvador, igual suyo, menguándole así su
autoridad, esto parece contradicción insalvable, pero no lo es, la relación
entre personas no se resuelve en la mera operación de sumar y restar, en su
aritmético sentido, cuántas veces creemos sumar y nos quedamos con un resto en
las manos, y cuántas, al revés, creíamos disminuir, y nos salió lo contrario,
ni siquiera simple adición, sino multiplicación.
José Saramago (Portugal, 1922-2010). Obtuvo el premio Nobel en 1998.