Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

martes, 11 de abril de 2017

Carnaval: LA OTRA BOLENA, de Philippa Gregory

"... una gran mascarada, una fortaleza denominada Château Vert..."

(Fragmento)
 
Primavera de 1521

El cardenal Wolsey envió un mensaje a la reina invitándonos a participar en la mascarada del martes de Carnaval que se celebraría en su residencia, en York Place. La reina me pidió que leyera la carta y mi voz temblaba de emoción con las palabras: una gran mascarada, una fortaleza denominada Château Vert, y cinco damas para bailar con los cinco caballeros que asediarían la fortaleza.
 
- ¡Ay! Su Majestad… - comencé a decir y luego enmudecí.
 
- ¡Ay! Su Majestad, ¿qué?
 
- Me preguntaba si se me permitiría ir -dije con mucha humildad-. Para mirar los festejos.
 
- Me parece que os preguntabais algo más que eso -me dijo con un destello en los ojos.
 
- Me preguntaba si podría ser una de las bailarinas –confesé-. Suena realmente maravilloso.
 
- Sí, podéis –dijo-. ¿Cuántas de mis damas solicita el cardenal.
 
- Cinco -dije en voz baja. Por el rabillo del ojo vi que Ana se sentaba en su asiento y cerraba los ojos un instante. Supe exactamente lo que estaba haciendo, podía oír su voz en mi cabeza tan fuerte como si gritara: «¡Elígeme! ¡Elígeme! ¡Elígeme!» Funcionó.
 
- Señorita Ana Bolena -dijo la reina, pensativa-. La reina María de Francia, la condesa de Devon, Jane Parker y vos, María.
 
Ana y yo intercambiamos una rápida mirada. Seríamos un quinteto dispar: la tía de la reina, su hermana, la princesa María, Jane Parker, la heredera -quien probablemente iba a ser cuñada nuestra, si nuestros padres se ponían de acuerdo con la dote-, y  nosotras dos.
 
- ¿Iremos vestidas de verde? -preguntó Ana.
 
- Oh, yo diría que sí -dijo la reina con una sonrisa-. María, ¿por qué no escribís una nota al cardenal diciéndole que estaremos encantadas de asistir y solicitando que envíe al maestro de festejos para que podamos decidir el vestuario y ensayar las danzas?
 
- Lo haré yo -dijo Ana. Se levantó de la silla y se dirigió a la mesa donde estaban la pluma y la tinta-. La caligrafía de María es tan apretada que el cardenal pensará que rechazamos la invitación.
 
- Ah, la alumna francesa -dijo la reina amablemente, riendo-. Entonces, señorita Bolena, ¿escribiréis al cardenal en vuestro impecable francés o en latín?
 
- En lo que Su Majestad prefiera -respondió con firmeza. Su mirada no vaciló-. Tengo bastante fluidez en ambos.
 
- Decidle que todas estamos impacientes por representar nuestro papel en su Château Vert -dijo la reina con dulzura-. Qué lástima que no sepáis escribir en español. La llegada del maestro de festejos para enseñarnos los pasos de danza fue la señal para empezar una batalla salvaje, entre sonrisas y las más dulces palabras, sobre qué papel tendría cada una en la mascarada. Al final intervino la propia reina y nos asignó nuestros papeles sin discusión. Me dio el papel de Amabilidad; la hermana de la reina, la princesa María, consiguió el papelazo de Belleza, Jane Parker era Constancia.
 
- Bueno, realmente le queda que ni pintado -me susurró Ana. La propia Ana era Perseverancia.
 
- Demuestra lo que piensa de ti -cuchicheé a mi vez. Ana tuvo la elegancia de reír.
 
Íbamos a ser atacadas por unas indígenas -en realidad el coro de la capilla real-, antes de ser rescatadas por el rey y sus amigos. Nos advirtieron de que el rey iría con una máscara dorada, y que nos hiciéramos las desprevenidas.
 
Al final fue una obra sin pretensiones, mucho más divertida de lo que esperaba, y más una pelea en broma que una danza. Jorge me lanzó pétalos de rosa y yo lo empapé con agua de rosas. El coro eran sólo unos críos que se excitaron sobremanera y atacaron a los caballeros, dieron vueltas por todos lados, se marearon y, riéndose tontamente, cayeron al suelo. Cuando las damas salieron del castillo y bailaron con los misteriosos caballeros, fue el más alto quien vino a bailar conmigo, el propio rey, y yo, aún sin respiración tras la batalla con Jorge, con pétalos de rosa en el tocado y por el cabello y fruta escarchada cayendo por la orla del vestido, me encontré riendo, dándole la mano y bailando con él como si fuera un hombre cualquiera y yo poco más que una ayudante de cocina en una fiesta campesina.


Philippa Gregory (Inglesa nacida en Kenia, 1954).

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