Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

viernes, 29 de marzo de 2013

Viernes santo: RESURRECCIÓN, de León Tolstói


Llegó a finales de marzo, un Viernes Santo, en pleno deshielo, con una lluvia torrencial, tanto que al acercarse a la casa se sentía mojado y empapado, pero valiente y muy en forma, como lo estaba siempre en aquel período de su vida.

«Con tal que ella siga todavía aquí!», pensaba al penetrar en el patio, todo lleno de nieve fundida, y al distinguir la vieja morada y el muro de ladrillos que rodeaba el recinto y que él conocía tan bien. Se había forjado la esperanza de que, en cuanto ella oyese la campanilla, correría a recibirlo en la escalinata, pero en su lugar aparecieron dos mujeres, con los pies descalzos y las faldas arremangadas, que llevaban cubos y estaban ocupadas sin duda alguna en fregar el suelo. Ni el menor rastro de Katucha* y Nejludov vio solamente avanzar a su encuentro al viejo lacayo Tijon, él también con delantal, y que evidentemente acababa de suspender alguna operación de limpieza. En la antecámara fue recibido por Sofía Ivanovna, con vestido de seda y sombrero.

- ¡Qué amable has sido viniendo! -exclamó Sofía Ivanovna besándolo -. Machegnka** está un poco malucha; esta mañana se ha cansado en la iglesia. Nos hemos confesado.

- Tía Sonia le deseo unas felices fiestas -dijo Nejludov, besándole la mano-.¡Perdóneme, la he mojado!

- ¡Ve ahora mismo a cambiarte a tu habitación! Estás empapado. ¡Si ya tienes bigote...! ¡Katucha, pronto, Katucha, que le preparen café!

- ¡Inmediatamente! -respondió, desde el corredor, una voz, tan agradablemente conocida por Nejludov y el corazón de éste latió gozosamente. ¡Ella aún seguía allí! Y era como si el sol se hubiese mostrado entre las nubes, Alegremente, Nejludov siguió a Tijon, quien lo condujo a la misma habitación donde se había alojado en otros tiempos.

Le habría gustado preguntar al sirviente cómo estaba Katucha, lo que hacía, si tenía novio. Pero Tijon se mostraba a la vez tan respetuoso y tan digno, insistía tanto para echar él mismo agua de la jarra sobre las manos de Nejludov, que éste no se atrevió a hacerle preguntas sobre la muchacha, y se limitó a interesarse por los nietecitos del criado, por el viejo caballo de su hermano, por el perro guardián Polkan. Todo el mundo estaba con vida y con buena salud, excepto Polkan, afectado por la rabia el año anterior.

Mientras Nejludov se cambiaba de traje, oyó unos pasos rápidos en el corredor y luego llamar a la puerta. Nejludov reconoció los pasos y la forma de llamar: sólo ella andaba y llamaba de esta forma. Se echó a toda prisa sobre los hombros su abrigo completamente empapado; luego se acercó a la puerta y gritó:

- ¡Entre!

Era ella, Katucha, siempre la misma, pero más encantadora que en otros tiempos. Como antes, sus negros ojos bizqueaban ligeramente, brillaban y reían; y, como antes, llevaba un de lantal blanco de una limpieza incomparable. Venía a traerle, de parte de su tía, un jabón perfumado al que hacía un momento le habían desgarrado la envultura; una toalla esponja y otra mayor, de tela, con bordados rusos. y el jabón, acabado de salir de su envoltura, con sus letras en relieve, y las toallas, y la misma Katucha, todo estaba igualmente limpio, fresco, intacto y delicioso. Los labios de la muchacha, rojos, fuertes, encantadores, se plegaban como antes, con una alegría desbordante, a la vista de Nejludov.

- ¡Bienvenido, Dmitri Ivanovitch! -dijo ella con un ligero esfuerzo, y su rostro se ruborizó.


León Tolstói: Liev Nikoláievich Tolstói (Rusia, 1828-1910).

* El personaje de Katusha fue interpretado en el cine por las mexicanas Dolores del Río, en la versión muda de 1927, y por Lupe Vélez, en la versión sonora de 1931. Ambas películas fueron dirigidas por Edwin Carewe.
** Apelativo cariñoso de María en ruso 

La ilustración corresponde a Sol de invierno del pintor bielorruso Vitold Kaetanovich Bialinitski-Birulia;
fue utilizada como portada de la novela por Verticales de bolsillo, de editorial Norma.

sábado, 23 de marzo de 2013

Páginas ajenas: LA LLAMADA DE CTHULHU, de H. P. Lovecraft


(Fragmento relativo al 23 de marzo)

El 23 de marzo, continuaba el manuscrito, Wilcox faltó a la cita. Una investigación realizada en el hotel reveló que había sido atacado por una fiebre de origen desconocido y que lo habían llevado a la casa de sus padres, en la Calle Waterman. Se había puesto a gritar en medio de la noche, despertando a varios artistas que vivían en el mismo hotel, y desde entonces había pasado alternativamente de la inconsciencia al delirio. Mi tío telefoneó en seguida a la familia, y desde ese momento siguió de cerca el caso, yendo a menudo a la oficina del doctor Tobey, en Thayer Street, médico de cabecera del joven. La mente febril de Wilcox alimentaba, aparentemente, extrañas imágenes; el doctor se estremeció al recordarlas. No sólo incluían una repetición de los sueños anteriores, sino también una criatura gigantesca "de varios kilómetros de altura" que caminaba o se movía pesadamente. Wilcox nunca lo describía en todos sus detalles, pero las pocas e incoherentes palabras que recordaba el doctor Tobey convencieron al profesor de que aquél era el monstruo que el joven había intentado representar. Cuando Wilcox se refería a su obra, añadió el doctor, caía en seguida, invariablemente, en una especie de letargo. Cosa rara, su temperatura no estaba nunca por encima de lo normal; sin embargo, su estado se parecía más al de una fiebre violenta que al de un desorden del cerebro.

El 2 de abril a las tres de la tarde, la enfermedad cesó de pronto. Wilcox se sentó en la cama, asombrado de encontrarse en la casa de sus padres, e ignorando totalmente lo que había ocurrido en sus sueños o en la realidad desde el 22 de marzo. Como el médico declarara que estaba curado, a los tres días volvió a su hotel. Pero ya no le fue de ninguna utilidad al profesor Angell. Junto con su enfermedad se habían desvanecido todos aquellos sueños, y luego de oír durante una semana los relatos inútiles e irrelevantes de unas muy comunes visiones, mi tío dejó de anotar los pensamientos nocturnos del artista.

Aquí terminaba la primera parte del manuscrito, pero las abundantes notas invitaban de veras a la reflexión. Sólo el escepticismo inveterado que informaba entonces mi filosofía puede explicar mi persistente desconfianza. Las notas describían lo que habían soñado diversas personas en el mismo período en que el joven Wilcox había tenido sus extrañas revelaciones. Mi tío, parecía, había organizado rápidamente una vasta encuesta entre casi todos aquellos a quienes podía interrogar sin parecer impertinente, pidiendo que le contaran sus sueños y le comunicaran las fechas de todas sus visiones notables. Las reacciones habían sido variadas; pero el profesor recibió más respuestas que las que hubiese obtenido cualquier otro hombre sin la ayuda de un secretario. Aunque no conservó la correspondencia original, las notas formaban un completo y muy significativo resumen. La aristocracia y los hombres de negocios -la tradicional "sal de la tierra" de Nueva Inglaterra- dieron un resultado casi completamente negativo, aunque hubo algunos pocos casos de informes de impresiones nocturnas, siempre entre el 13 de marzo y el 2 de abril, período de delirio de joven escultor. Los hombres de ciencia no fueron tampoco muy afectados, aunque por lo menos cuatro vagas descripciones sugerían la visión fugaz de extraños paisajes, y uno de ellos hablaba del temor a algo anormal.

Las respuestas más pertinentes procedían de artistas y poetas, que si hubieran podido comparar sus notas hubieran sido presas del pánico. Ante la falta de las cartas originales, llegué a sospechar que el compilador había estado haciendo preguntas insidiosas o había deformado el texto de la correspondencia para corroborar lo que había resuelto ver. Por eso persistí en la creencia de que Wilcox, conociendo de algún modo los viejos documentos reunidos por mi tío, había estado engañándolo. Estas respuestas de los artistas narraban una perturbadora historia. Entre el 28 de febrero y 2 de abril gran parte de ellos había tenido sueños muy curiosos, alcanzando su máxima intensidad en el tiempo del delirio del escultor. Una cuarta parte hablaba de escenas y sonidos semejantes a los descritos por Wilcox y algunos confesaban su terror ante una criatura gigantesca y sin nombre. Un caso, que las notas describían con énfasis, era particularmente triste. El sujeto, un arquitecto muy conocido, algo inclinado al ocultismo y la teosofía, se volvió completamente loco la noche que llevaron al joven Wilcox a la casa de sus padres, y murió meses después gritando que lo salvaran de algún escapado habitante del infierno. Si mi tío hubiese conservado los nombres de estos casos, en vez de reducirlos a números, yo hubiera podido hacer alguna investigación personal. Pero, como estaban las cosas, sólo pude encontrar a unos pocos. Todos, sin embargo, confirmaron las notas. Me pregunté a menudo si aquellos a quienes había interrogado el profesor Angell se habían sentido tan intrigados como este grupo. Nunca les di explicaciones, y es mejor así.


Howard Philips Lovecraft (Estados Unidos, 1890-1937)

miércoles, 20 de marzo de 2013

Equinoccio: VEINTE MIL LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO, de Jules Verne


(Fragmento que corresponde al 20 de marzo, el día previo al equinoccio)

Me situé a su lado y esperé en silencio. Llegó el mediodía sin que, al igual que la víspera, se mostrara el sol.

Era la fatalidad. Imposible efectuar la observación. Y si ésta no podía hacerse al día siguiente, tendríamos que renunciar definitivamente a fijar nuestra posición. En efecto, aquel día era precisamente el 20 de marzo. Y al día siguiente, 21, el día del equinoccio, el sol, si no teníamos en cuenta la refracción, desaparecería del horizonte por un período de seis meses y con su desaparición comenzaría la larga noche polar. Surgido con el equinoccio de septiembre por el horizonte septentrional, el sol había ido elevándose en espirales alargadas hasta el 21 de diciembre. Desde ese día, solsticio de verano de las regiones boreales, había ido descendiendo y ahora se disponía a lanzar sus últimos rayos.

Como le comunicara mis temores al capitán Nemo, éste me dijo:

- Tiene usted razón, señor Aronnax. Si mañana no puedo obtener la altura del sol habrán de transcurrir seis meses antes de poder intentarlo nuevamente Pero también es cierto que precisamente porque el azar de la navegación me ha traído a estos mares el 21 de marzo será mucho más fácil fijar la posición si el sol se nos muestra a mediodía.

- ¿Por qué, capitán?

- Porque cuando el sol describe espirales tan alargadas es difícil medir exactamente su altura en el horizonte y los instrumentos están expuestos a cometer graves errores.

- ¿Cómo procederá usted?

- No emplearé más que mi cronómetro. Si mañana, 21 de marzo, a mediodía, el disco solar, habida cuenta de la refracción, se halla cortado exactamente por el horizonte del Norte, estaré en el Polo Sur.

- Así es, en efecto -dije-. Sin embargo, su afirmación no es matemáticamente rigurosa, porque el equinoccio no se produce necesariamente a mediodía.

- Sin duda, señor, pero el error no llegará a ser ni de cien metros y eso es suficiente. Hasta manana, pues.

El capitán Nemo regresó a bordo. Conseil y yo permane-cimos hasta las cinco recorriendo la playa, observando y estudiando. No recogí ningún objeto curioso, hecha la salvedad de un huevo de pingüino, de un tamaño notable, por el que un aficionado habría pagado más de mil francos. Su color bayo y las rayas y caracteres que a modo de jeroglíficos lo decoraban hacían del huevo un raro objeto de adorno. Lo confié a las manos de Conseil y el prudente mozo, el de los pasos seguros, lo llevó intacto, como si se hubiera tratado de una preciosa porcelana china, al Nautilus, donde lo deposité en una de las vitrinas del museo.

Cené aquel día con apetito un excelente trozo de hígado de foca cuyo gusto recordaba al de la carne de cerdo. Me acosté luego, no sin antes haber invocado, como un hindú, los favores del astro radiante.

Al día siguiente, 21 de marzo, subí a la plataforma a las cinco de la mañana y hallé al capitán Nemo.

- El tiempo se aclara un poco me dijo. Cabe la esperanza. Después de desayunar iremos a tierra para escoger un puesto de observación.
 
 
Jules Verne (Francia, 1828-1905).

martes, 19 de marzo de 2013

Rudyard Kipling: KIM, aventuras de un irlandés en la India


Como si las peripecias de Guillén de Lampart que inspiraron la novela Memorias de un impostor, de Vicente Riva Palacio, y se deduce que también la creación del legendario Zorro o del batallón de San Patricio -bautizados por el habla popular como "los colorados", debido a lo llamativo que resultaban algunos pelirrojos que lo integraban-, que se cambió al bando mexicano durante la guerra intervencionista contra Estados Unidos entre 1846 y 1848, no fueran suficiente, también la ficción se ha servido de personajes de origen irlandés para protagonizar novelas de aventuras, como sería el caso de Kim, de Rudyard Kipling. Ante el entusiasmo que provoca la celebración anual del santo patrono de Irlanda, hoy concluiré la crónica emprendida ayer con algunos párrafos de esta novela en los que Kipling describe el carácter típico de los irlandeses. Ya desde sus primeras líneas establece el origen de su protagonista:

Kim era un niño blanco, si bien de la clase más miserable. La mestiza que lo cuidaba (fumaba opio y tenía una tienda de muebles usados en la plaza donde tienen su parada los coches de alquiler más baratos) les dijo a los misioneros que era hermana de la madre de Kim; ésta había sido niñera de la familia de un coronel y se casó con Kimball O’Hara, joven sargento del regimiento irlandés de los Mavericks, que fue después empleado en los ferrocarriles de Sind, Panjab y Delhi Y su regimiento regresó a Inglaterra sin él. La madre de Kim murió de cólera en Ferozepore, y O’Hara se volvió un borracho holgazán, que recorría la línea con aquel niño, de ojos penetrantes, entonces de unos tres años de edad. Asociaciones benéficas y capellanes desearon hacerse cargo del niño, pero O’Hara los despachó a todos, hasta que tropezó con la mujer que fumaba opio, aprendió ese vicio y murió como los blancos pobres mueren en la India.

Una vez que ha quedado establecido el origen del protagonista, Kipling resalta su temerario sentido de la aventura:

Kim lanzó al aire el paquetito de papeles doblados, que fue a parar al sendero, junto al inglés; pero éste lo pisó, porque en aquel momento pasaba un jardinero dando la vuelta a la esquina de la casa. Cuando desapareció el criado, el inglés recogió el paquete dejando caer una rupia -Kim pudo oír el sonido metálico-, y se dirigió a la casa sin volver la cabeza ni una sola vez. Kim se apresuró a recoger la moneda; pero, a pesar de su educación indígena, era lo bastante irlandés por nacimiento como para no conceder al dinero sino una ínfima parte del interés de la aventura. Lo que más le gustaba era ver el efecto de la acción; así es que, en lugar de marcharse, se escondió entre la espesura, y, arrastrándose como un reptil, se acercó a la casa.

En el capítulo XIII se encuentran un par de párrafos que valdría la pena citar. El primero de ellos es una descripción que dice: "Llevaban unas polainas que no eran inglesas, y unos cinturones muy raros, que le recordaban vagamente los dibujos de un libro que había en la biblioteca de San Javier, y que se titulaba Las aventuras de un joven naturalista en México." Lo anterior en clara referencia a la obra del francés Lucien Biart, publicada en 1870. Unas páginas más adelante subraya el temperamento que se suele atribuir a los irlandeses:

Era demasiado tarde. Antes que Kim pudiese apartar al lama, el ruso le alcanzó con un puñetazo en plena cara. Un instante después comenzó a rodar por la vertiente abajo, con Kim atenazándole la garganta. El porrazo había despertado en la sangre del muchacho todos los desconocidos demonios irlandeses, y la caída rápida de su enemigo hizo el resto. El lama quedó de rodillas, medio atontado; los culís cogieron sus cargas y treparon monte arriba, tan de prisa como un hombre de las llanuras puede correr por una superficie horizontal. Habían visto un sacrilegio incalificable, y eso les impulsó a escapar antes que los dioses y los demonios de las montañas acudieran a vengarse.

Como el protagonista ha crecido y se ha educado en la India, conserva una dualidad en su carácter. Por una parte, está lo que ha heredado a través de la naturaleza de sus padres, en tanto que por la otra, todo lo aprendido y aquello que ha podido experimentar en el entorno del país en que nació.

Durante una hora más estuvieron haciendo y rehaciendo sus pequeños planes ingenuos, mientras Kim temblaba de frío y de orgullo. Lo humorístico de la situación cautivaba por igual su alma de irlandés y de oriental.

Por supuesto que el autor no elude las inevitables referencias al característico color de Irlanda: "Y señaló la bandera, que ondeaba agitada por la brisa de la tarde, (...) la había adornado con el emblema de su regimiento, el Toro Rojo, que es el timbre de los Mavericks, el gran Toro Rojo sobre el verde del campo irlandés." Así como a su tradicional catolicismo: "Creía Bennett que entre él y el cura de la Iglesia Católica Romana (del contingente irlandés) existía un abismo infranqueable". Suficientes muestras del conocimiento que Kipling tenía en cuanto al carácter de los irlandeses y, sobre todo, las marcadas diferencias con sus vecinos británicos.


Jules Etienne

La ilustración corresponde al museo Lahore, construido en el año de1864
y del cual John Lockwood Kipling, padre de Rudyard Kipling, fue su curador.
Se le menciona varias veces en el noveno capítulo de la novela.

lunes, 18 de marzo de 2013

Ayer celebramos el día de San Patricio


"Que la fortuna de las colinas Irlandesas te abracen.
Que las Bendiciones de San Patricio te contemplen."

Había estado lloviendo durante varios días seguidos, lo cual no sorprende a nadie y menos aún durante esta temporada que precede a la primavera en Vancouver. En un par de ocasiones tanta lluvia mereció una alerta metereológica. Sin embargo, San Patricio nos hizo el milagro y ayer domingo por fin se asomó el sol. De tal manera que fue posible disfrutar a plenitud del desfile y el festival celta que invade cada año la ciudad en esta fecha.
 
Que la buena suerte te persiga,
Y cada día y cada noche.
Muros contra el viento,
Y un techo para la lluvia,
Y bebidas junto a la fogata,
Risas para consolarte
 
La única ocasión que tuve la oportunidad de pisar suelo irlandés fue en Shannon, hace ya poco más de veinte años, cuando regresaba a la ciudad de México desde Moscú y el vuelo realizó una escala de abastecimiento en el aeropuerto de ese lugar. Recuerdo muy bien lo impresionante que resulta la visión de tanto verde previa al aterrizaje. Por eso es el color de los irlandeses, le llaman la isla esmeralda y tienen razón.

Que el camino salga a tu encuentro
Que el viento siempre esté detrás de ti
Y la lluvia caiga suave sobre tus campos.

Cuatro autores irlandeses han recibido el premio Nobel de literatura: William Butler Yeats en 1923; George Bernard Shaw en 1925; Samuel Beckett en 1969; y Seamus Heaney en 1995. Los tres primeros originarios de Dublín mientras que Heaney nació en Irlanda del Norte, pero siendo católico tuvo que trasladarse a Dublín cuando recrudeció la hostilidad religiosa. En contraste, otro dublinés con una obra literaria tan importante como James Joyce, no lo recibió. Por su parte, Oscar Wilde también era nativo de la capital irlandesa.

Recuerda siempre olvidar
Las cosas que te entristecieron.
Pero nunca te olvides de recordar
Las cosas que te alegraron.

De James Joyce es esta descripción que corresponde a Retrato del artista adolescente:

La luz velada del sol iluminaba débilmente el gris mantel de agua del estero. A lo lejos, siguiendo el lento curso del Liffey, esbeltos mástiles manchaban el cielo, y, más lejos aún, el confuso caserío de la ciudad yacía sumido en la neblina. Como en un tapiz borroso y tan viejo como el cansancio del hombre, la imagen de la séptima ciudad de la cristiandad le era visible a través del aire, del aire que no varía con los años; y la ciudad no aparecía más vieja ni más cansada, ni menos sufrida en la esclavitud que en tiempos de las asambleas medievales.

Descorazonado, levantó los ojos hacia las nubes que derivaban lentamente como vellones marinos. Viajaban a través de los desiertos del cielo, como un ejército de nómadas en camino; viajaban por encima de Irlanda, con rumbo a occidente. Y Europa, de donde venían, yacía, lejos, al otro lado del mar de Irlanda; Europa, la de las extrañas lenguas, con sus valles y sus bosques y sus ciudadelas, con sus razas dispuestas y atrincheradas. Oyó dentro de sí una confusa música hecha de recuerdos y de nombres de los cuales casi tenía conciencia, aunque sin poderlos capturar ni por un momento; luego la música pareció ir cejando, cejando, cejando, y de cada paso de su retroceso salía siempre una larga nota de llamada que atravesaba como una estrella el crepúsculo de silencio. ¡Otra vez! ¡Otra vez! ¡Otra vez! Una voz del otro mundo le estaba llamando.

En su obra teatral Un marido ideal, con esa ironía implacable que siempre le caracterizó, Oscar Wilde aventuraba en voz del personaje Mistress Cheveley que: "Si se pudiese enseñar a los ingleses a hablar y a los irlandeses a escuchar, la sociedad londinense sería completamente civilizada."

Durante el desfile de San Patricio un contingente de gaiteros se hizo escuchar. A diferencia de años anteriores, esta vez también se integraron algunas mujeres y pude distinguir un rostro indudablemente asiático. Es la sociedad global, pensé: el único futuro viable de la humanidad. Alguien entre el público leyó la tradicional bendición irlandesa de la que en la columna derecha del presente texto he estado reproduciendo algunos párrafos -de manera arbitraria y desordenada-. Ya para concluir, este es otro fragmento significativo:

Recuerda siempre olvidar
A los amigos que resultaron falsos.
Pero nunca olvides recordar
A aquellos que permanecieron contigo.
Recuerda siempre olvidar
Los problemas que ya pasaron
Pero nunca olvides recordar
Las bendiciones de cada día.
Que el día más triste de tu futuro
No sea peor que el día más feliz de tu pasado.
Que nunca se te venga el techo encima
Y que los amigos reunidos debajo de él, nunca se vayan.
Que siempre tengas palabras cálidas en un frío anochecer,
Una luna llena en una noche oscura,
Y que el camino siempre se abra a tu puerta.


Jules Etienne

La ilustración apareció en insidevancouver.ca
y se le acredita al usuario de Flickr con el seudónimo de 2sirius.

domingo, 17 de marzo de 2013

Páginas ajenas: DONDE TÚ NO ESTUVIERAS, de José Agustín Goytisolo

"Aquí, cuando empezaste a vivir para el mármol..."

Dónde tú no estuvieras,

como en este recinto, cercada por la vida,
en cualquier paradero, conocido o distante,
leería tu nombre.

Aquí, cuando empezaste a vivir para el mármol,
cuando se abrió a la sombra tu cuerpo desgarrado,
pusieron una fecha: diecisiete de marzo. Y suspiraron
tranquilos, y rezaron por ti. Te concluyeron.

Alrededor de ti, de lo que fuiste,
en pozos similares, y en funestos estantes,
otros, sal o ceniza, te hacen imperceptible.

Lo miro todo, lo palpo todo:
hierros, urnas, altares,
una antigua vasija, retratos carcomidos por la lluvia,
citas sagradas, nombres,
anillos de latón, sucias coronas, horribles
poesías...
Quiero ser familiar con todo esto.

Pero tu nombre sigue aquí,
tu ausencia y tu recuerdo
siguen aquí.

¡Aquí!

donde tú no estarías,
si una hermosa mañana, con música de flores,
los dioses no te hubieran olvidado.



José Agustín Goytisolo (España, 1928-1999)

viernes, 15 de marzo de 2013

Los idus de marzo más allá de Shakespeare


El emperador romano Julio César fue asesinado un 15 de marzo, durante los idus de marzo, en el año 44, previo a la era cristiana. Este episodio histórico engendró una descendencia literaria prolífica y variada. Desde el relato de su muerte en La vida de los doce césares, de Suetonio, y la célebre tragedia de William Shakespeare, hasta la novela epistolar Los idus de marzo, de Thornton Wilder, otra novela que recurre al mismo título, del italiano Valerio Massimo Manfredi, además de que en la extensa saga sobre Roma de Colleen McCullough también se aborda este crimen en El caballo de César.

En el clásico drama shakespeareano un adivino le advierte a César que sea cauto con los idus de marzo. Más tarde, cuando éste le inquiere la fecha a Lucio: "¿No serán mañana los idus de marzo?", tras consultar el calendario le responderá: "Señor, estamos a catorce de marzo". Desde entonces la advertencia del agorero ha servido como metáfora y punto de partida para diferentes parábolas sobre el poder.

Suetonio llena su crónica de presagios: "En un sepulcro que guardaba, según decían, los restos de Capys, fundador de Capua, encontraron una plancha de bronce que conservaba en caracteres y palabras griegas la siguiente inscripción: Cuando se descubran las cenizas de Capys, un descendiente de Iulo perecerá a manos de sus deudos, pero no tardará en ser vengado por las desgracias de Italia y para que no se crea que esto es fábula inventada a capricho, citaré en mi apoyo a Cornelio Balbo, intimo amigo de César. Pocas fechas antes de su muerte supo que los caballos consagrados por él a los dioses antes de pasar el Rubicón, y que habían dejado vagar sin amo, se negaban a comer y lloraban; por su parte, el arúspice Spurinna le advirtió, durante un sacrificio, que se guardase del peligro que le amenazaba para los idus de marzo."

Esta es la carta que escribe Calpurnia* a su hermana Lucía precisamente el 15 de marzo, en la novela Los idus de marzo, de Thornton Wilder:

Cada día, antes de su marcha, se hace más preciado. Me da vergúenza no haber comprendido antes más claramente la fortaleza que requiere la vida de la mujer de un soldado.

Ayer por la tarde comimos con Lépido y Sextilia. Cicerón estaba allí y la reunión fue muy alegre. Más tarde, mi marido dijo que nunca había sentido tanta amistad por Cicerón, ni había notado tanto la que Cicerón le tenía; y eso, a pesar de que se hostigaban mutuamente con tal agudeza que Lépido ya no sabía adónde mirar. Mi marido hizo un relato de la revolución de Catilina como si hubiera sido una revolución de ratones contra un gato aburrido llamado Cicerón. Se levantó de la mesa y recorrió la habitación buscando en los rincones donde no había nada. Sextilia se rió tanto que le dio dolor de costado.

Encuentro cada día un marido nuevo.

Nos marchamos pronto, antes de oscurecer. Mi marido me preguntó si le permitía mostrarme algunos lugares a los que tenía cariño. Como puedes figurártelo, me asustaba ir por las calles, pero he aprendido a no acuciarle para que tome precauciones. Sé que se da perfecta cuenta del peligro y que se arriesga con pleno conocimiento de causa. Iba andando al lado de mi litera, seguido por unos pocos guardias. Llamé su atención hacia un etíope enorme que parecía también irnos siguiendo. Me explicó que había prometido a la reina de Egipto que nunca haría objeción alguna a la presencia de ese acompañante, que, desde entonces, aparece y desaparece misteriosamente; a veces se pasa toda la noche delante de nuestra casa y a veces le sigue durante tres días seguidos. En verdad, es una figura aterradora, pero mí marido parece tenerle mucha afición y continuamente le iba dirigiendo observaciones.

Se levantó mucho viento que pronto había de convertirse en tormenta. Bajamos la colina hasta el Foro, deteniéndonos, querida Lucía, aquí y allá para recordar algún momento de la Historia o de su propia vida... ¡Cómo apoya las manos en las cosas que ama y cómo me mira a los ojos para estar seguro de que estoy compartiendo sus recuerdos! Entramos en más de una calleja oscura, y apoyó la mano en la casa en que estuvo viviendo diez años de joven. Estuvimos parados al pie del Capitolio. Hasta cuando estalló la tormenta, y las gentes que pasaban volaban ante nosotros como hojas, él no quiso apresurar el paso. Me hizo beber agua de la fuente de Rea (que tenía fama de asegurar la fecundidad). ¿Cómo puedo ser la más feliz de las mujeres y, al mismo tiempo, estar tan llena de presentimientos?

Nuestro viajecito no fue cuerdo. Ambos pasamos una noche angustiosa. Yo soñé que el frontón de la casa se había desprendido en la tormenta y había caído sobre el pavimento. Al despertar, le encontré a mi lado gimiendo. Despertó, me abrazó y pude oír el latir precipitado de su corazon.

¡Ay, que los dioses inmortales velen sobre nosotros!

Esta mañana no se siente bien. Estaba ya completamente vestido y pronto a salir para el Senado cuando cambió de opinión. Volvió a su escritorio durante un momento y allí se quedó dormido, cosa que sus secretarios me dicen no le ha ocurrido nunca.

Ahora, despertó y se ha marchado después de todo.

Al final de su carta confiesa que se avergüenza de la misma por ser "tan de mujer". En cuanto a la novela de Manfredi, es así como describe el asesinato de Julio César:

Era la segunda y definitiva señal. Casca, que se había colocado detrás de César, asestó el golpe.

César dio un grito.
El rugido del león herido retumbó en la sala y en el exterior.
Gritó: «¡Es un ataque!» y antes de que el puñal lo golpeara torció el busto empuñando el estilo para traspasar el brazo del atacante. La mano de Casca tembló y el segundo golpe le hirió solo de refilón. Pero no tenía ya escapatoria: hacia dondequiera que César se volviese veía un puñal esgrimido contra él.
Todo el Senado se encendió de gritos.

La saga sobre Roma de la escritora australiana Colleen McCullough comprende siete títulos, de los cuales el sexto, The October Horse, según su traducción El caballo de César, publicado en 2002, es el que comprende este famoso pasaje histórico.

A  manera de colofón, la película con el título original en inglés Los idus de marzo -que es tal como se le conoce en España, en tanto que en México se le rebautizó Poder y traición y Secretos de estado en Argentina-, dirigida, protagonizada y coescrita por Gorge Clooney, se basa en una pieza escénica: Farragut North, de Beau Willimon. Su adaptación, al igual que la obra que la inspira, se ubica en un contexto contemporáneo y tampoco se relaciona con el asesinato de Julio César. Decidieron aprovechar el célebre diálogo en la tragedia de Shakespeare con una clara intención alegórica.

Jules Etienne

* Calpurnia Pisonis fue la tercera y última esposa de Julio César.

La ilustración corresponde a La muerte de Julio César (1798), de Vincenzo Camuccini.

viernes, 8 de marzo de 2013

Para hablar de las mujeres poetas un 8 de marzo


Hoy es 8 de marzo, día internacional de la mujer, y además es viernes. Asegura Isabel Allende en Afrodita: "El viernes se supone que es el día de la mujer, los otros seis pertenecen al hombre". Y es que su etimología indica que proviene del latín, Veneris dies, el día de Venus, la diosa del amor y la belleza según la mitología romana, equivalente de la griega Afrodita, que es precisamente el título de la ecléctica obra referida.

Decía Karen Blixen -o Isak Dinesen, que al fin y al cabo era su seudónimo literario-, nacida a finales del siglo antepasado, en 1885, que sería glorioso el día en el que las mujeres fuesen reconocidas como seres auténticos y tuviesen el mundo a su disposición, le faltó rematar precisando: tal y como les sucede a los hombres. Sin duda se refería a la necesidad de las mujeres, durante la época en que le tocó vivir, de tener una presencia masculina a su lado para adquirir respetabilidad. Por eso las jóvenes huérfanas Lucan y Zosine, protagonistas de su novela Vengadoras angelicales, asumen que deberán mantenerse de pie "contra todo el mundo".

Ya Sor Juana Inés de la Cruz, desde el siglo XVII, señalaba la necedad masculina en aquella famosa redondilla: "Hombres necios que acusáis/ a la mujer sin razón,/ sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que culpáis". Poema que satiriza la insistencia de los hombres cuando tratan de seducir a una mujer sin admitir su cuota de responsabilidad, para después culparla por la ligereza de haber accedido a sus peticiones.

Margaret Atwood en su novela Tengo hambre de ti, describe a un hombre que se ha casado con su esposa porque "suponía una huída de las mujeres polifacéticas, suntuosas, arteras y contradictorias", y explica la razón: "Quería transparencia, certeza, fidelidad". La descripción viene al caso no sólo por la reconocida postura feminista de dicha autora canadiense, sino porque Alfonsina Storni, aun cuando transcurrieron siglos, recogió en un poema, publicado en 1918, el mismo viejo reclamo de Sor Juana, seguramente dedicado a un hombre que buscaba lo que el personaje de la novela de Atwood:

Tú me quieres blanca

Tú me quieres alba,
me quieres de espumas,
me quieres de nácar.
Que sea azucena
sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada.

Ni un rayo de luna
filtrado me haya.
Ni una margarita
se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
tú me quieres blanca,
tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas
las copas a mano,
de frutos y mieles
los labios morados.
Tú que en el banquete
cubierto de pámpanos
dejaste las carnes
festejando a Baco.
Tú que en los jardines
negros del Engaño
vestido de rojo
corriste al Estrago.

Tú que el esqueleto
conservas intacto
no sé todavía
por cuáles milagros,
me pretendes blanca
-Dios te lo perdone-,
me pretendes casta
-Dios te lo perdone-,
¡me pretendes alba!

Huye hacia los bosques,
vete a la montaña;
límpiate la boca;
vive en las cabañas;
toca con las manos
la tierra mojada;
alimenta el cuerpo
con raíz amarga;
bebe de las rocas;
duerme sobre escarcha;
renueva tejidos
con salitre y agua:

Habla con los pájaros
y llévate al alba.
Y cuando las carnes
te sean tornadas,
y cuando hayas puesto
en ellas el alma
que por las alcobas
se quedó enredada,
entonces, buen hombre,
preténdeme blanca,
preténdeme nívea,
preténdeme casta.

Esta fecha coincide también con el aniversario del natalicio de Juana de Ibarbourou (marzo 8 de 1892), la poeta uruguaya a quien se le conocía de manera coloquial como Juana de América. Originalmente pensé en su poema titulado Marzo, el cual se incluye en la segunda parte (Claros caminos de América) del volumen La rosa de los vientos. Sin embargo, este otro titulado precisamente Mujer, en el que lamenta los límites de la condición femenina en sus tiempos -la primera mitad del siglo XX-, me parece más oportuno. 

Si yo fuera hombre ¡qué hartazgo de luna
de sombra y silencio me había de dar!
¡Cómo, noche a noche, solo ambularía
por los campos quietos y por frente al mar!
Si yo fuera hombre ¡Qué extraño, qué loco,
tenaz vagabundo había de ser!
Amigo de todos los largos caminos
que invitan a lejos para no volver!

Cuando así me acosan ansias andariegas
¡Qué pena tan honda me da ser mujer!


Jules Etienne

La ilustración corresponde a Venus y las ninfas tomando un baño (1776),
de Louis Jean Francois Lagrenée

miércoles, 6 de marzo de 2013

Tu boca: SONETO XCIII, de Pablo Neruda

"... deja tus labios entreabiertos porque ese último beso..."

Si alguna vez tu pecho se detiene,
si algo deja de andar ardiendo por tus venas,
si tu voz en tu boca se va sin ser palabra,
si tus manos se olvidan de volar y se duermen,

Matilde, amor, deja tus labios entreabiertos
porque ese último beso debe durar conmigo,
debe quedar inmóvil para siempre en tu boca
para que así también me acompañe en mi muerte.

Me moriré besando tu loca boca fría,
abrazando el racimo perdido de tu cuerpo,
y buscando la luz de tus ojos cerrados.

Y así cuando la tierra reciba nuestro abrazo
iremos confundidos en una sola muerte
a vivir para siempre la eternidad de un beso.


Pablo Neruda: Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto (Chile, 1904-1973).
Obtuvo el premio Nobel en 1971.

martes, 5 de marzo de 2013

Pablo Neruda y sus cien sonetos para Matilde Urrutia


Ayer, con motivo del comienzo de este mes de marzo, transcribí de entre los Cien sonetos de amor de Pablo Neruda el número 88, debido a que en su primera línea se lee: El mes de marzo vuelve con su luz escondida. Por eso es que me parece oportuno dedicar el texto de hoy a recordar algunos aspectos de dicha obra. El más importante sería subrayar el hecho de que se trata de un testimonio amoroso para su mujer:

A Matilde Urrutia

Señora mía muy amada, gran padecimiento tuve al escribirte estos mal llamados sonetos y harto me dolieron y costaron, pero la alegría de ofrecértelos es mayor que una pradera. Al proponérmelo bien sabía que al costado de cada uno, por aficción electiva y elegancia, los poetas de todo tiempo dispusieron de rimas que sonaron como platería cristal o cañonazo. Yo con mucha humildad hice estos sonetos de madera, les di el sonido de esta opaca y pura substancia y así deben llegar a tus oidos. Tú y yo caminando por bosques y arenales, por lagos perdidos, por cenicientas latitudes, recogimos fragmentos de palo puro, de maderos sometidos al vaivén del agua y la intemperie. De tales suavizadísimos vestigios construí con hacha, cuchillo, cortaplumas, estas madererías de amor y edifiqué pequeñas casas de catorce tablas para que en ellas vivan tus ojos que adoro y canto. Así establecidas mis razones de amor te entrego esta centuria: sonetos de madera que sólo se levantaron porque tú les diste vida.

Octubre de 1959


Pertenece al dominio público aquella vieja aseveración de que los poetas viven enamorados, pues en caso contrario, ¿de qué escribirían? La primera esposa de Neruda fue María Antonia Hagenaar, cuyo apelativo cariñoso era Maruca, con quien se casó en 1930. Apenas unos años después, en junio de 1934, conoció en París a Delia del Carril, cuando ella tenía cincuenta años y él treinta. Se casaron en 1943, en México, cuando Neruda había sido nombrado cónsul general, pero su matrimonio no fue considerado legítimo en Chile puesto que el divorcio a la distancia de María Antonia fue declarado ilegal. Al regresar juntos a su patria radicaron en Santiago, en una casa a la que bautizaron como Michoacán de los Guindos, en alusión a esa provincia mexicana.

Neruda tuvo que abandonar el país de manera clandestina en 1949, debido a la persecución política de la que era objeto por parte del gobierno de González Videla. Durante su exilio en Italia -que es la etapa retratada en la película El cartero (Il postino)-, en Capri y Nápoles, vive con Matilde Urrutia. Allí publica de manera anónima Los versos del capitán, en 1952, gracias a Paolo Ricci. "Pensamos que aquellos escasos ejemplares que él cuidó y preparó con excelencia desaparecerían sin dejar huellas en las arenas del sur", admitió en 1963: "No ha sido así. Y la vida que reclamó su estallido secreto hoy me lo impone como presencia del inconmovible amor". No había querido Neruda lastimar a Delia del Carril, con una dedicatoria que declarara su amor por Matilde. Sin embargo, asegura Mario Benedetti que ya desde Los versos del capitán: "El rostro y el cuerpo son de una sola mujer y el enamoramiento es también de alma a alma. Cuando el anonimato pierde al fin su razón de ser, el personaje adquiere su luminoso y verdadero nombre: Matilde Urrutia." Será hasta 1955 cuando tendrá lugar la ruptura definitiva con su segunda mujer, pero no podría casarse con Matilde sino hasta 1966, luego del fallecimiento de su primera esposa, en marzo del año previo.

Más tarde, corrobora en términos literarios su declaración de amor por Matilde, según lo asume en su autobiografía Confieso que he vivido: "Al hablar para ella le he dicho todo en mis Cien sonetos de amor... Matilde canta con voz poderosa mis canciones. Yo le dedico cuanto escribo y cuanto tengo. No es mucho, pero ella está contenta."


Jules Etienne

La ilustración corresponde a una fotografía de Matilde Urrutia y Pablo Neruda en Isla Negra.