Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

jueves, 30 de septiembre de 2021

Venecia: INCONVENIENTES BIEN CONSIDERADOS, de G. K. Chesterton


Disfrutando de las inundaciones y otros desastres

Siento una envidia casi amarga al escuchar que Londres se ha inundado en mi ausencia, mientras estoy en el mero campo. (Una lluvia excepcional también en Londres, el 30 de junio, más de dos pulgadas en veinticuatro horas, causó graves inundaciones allí y en los condados cercanos). Tengo entendido que mi propia Battersea ha sido particularmente favorecida como un encuentro de las aguas. Battersea ya era, como no necesito decirlo, la más hermosa de las localidades humanas. Ahora que tiene el esplendor adicional de las grandes capas de agua, debe haber algo bastante incomparable en el paisaje (o paisaje acuático) de mi propia ciudad romántica. Battersea debe ser una visión de Venecia. El bote que traía la carne de la carnicería debió de haber disparado por aquellos carriles de plata ondulante con la extraña suavidad de la góndola. El verdulero que trajo coles a la esquina de Latchmere Road debió apoyarse en el remo con la gracia sobrenatural del gondolero. No hay nada tan perfectamente poético como una isla; y cuando un distrito se inunda se convierte en un archipiélago.

Gilbert Keith Chesterton (Inglaterra, 1874-1936).

(Traducido del inglés por Jules Etienne).

miércoles, 29 de septiembre de 2021

Venecia: EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO (La fugitiva), de Marcel Proust

"... el mundo no es más que un gran cuadrante solar en el que un solo segmento iluminado nos permite ver la hora que es..."
 
(Fragmento del libro VI: La fugitiva)

La tercera vez en que recuerdo haberme dado cuenta de que me acercaba a la indiferencia absoluta con respecto a Albertina (y esta última vez hasta sentir que había llegado por completo a ella) fue un día en Venecia, bastante tiempo después de la última visita de Andrea.
 
Mi madre me había llevado a Venecia a pasar unas semanas y -como puede haber belleza lo mismo en las cosas más humildes que en las más preciosas- gustaba allí impresiones análogas a las que en otro tiempo sintiera muchas veces en Combray, pero traspuestas de un modo muy diferente y más rico. Cuando a las diez de la mañana venían a abrir los postigos de mi cuarto, veía resplandecer, en lugar del mármol negro en que se transformaban con la luz las pizarras de San Hilario, el ángel de oro del campanil de San Marcos. Rutilante de un sol que hacía casi imposible mirarlo, me hacía con sus grandes brazos abiertos, para cuando, media hora después, estuviera yo en la Piazzetta, una promesa de goce más cierta que la que en otro tiempo tuviera la misión de anunciar a los hombres de buena voluntad. Mientras seguía acostado no podía ver otra cosa que él, pero como el mundo no es más que un gran cuadrante solar en el que un solo segmento iluminado nos permite ver la hora que es, ya la primera mañana pensé en las tiendas de Combray, las de la plaza de la Iglesia, que los domingos estaban a punto de cerrar cuando yo iba a misa, mientras la paja del mercado despedía un fuerte olor bajo el sol ya caliente. Pero el segundo día lo que vi al despertar, lo que me hizo levantarme (porque sustituía en mi memoria y en mi deseo a los recuerdos de Combray), fueron las impresiones de la primera salida en Venecia, en Venecia, donde la vida cotidiana no era menos real que en Combray: lo mismo que en Combray, el domingo por la mañana se gozaba del placer de bajar a una calle en fiesta, pero esta calle estaba toda en un agua de zafiro, refrescada de soplos tibios y de un color tan resistente que mis ojos cansados, para descansar y sin miedo a que la calle cediera, podían apoyar en ella la mirada. Como en Combray las buenas gentes de la Rue de l'Oiseau, en esta nueva ciudad también los habitantes salían de las casas alineadas una junto a otra al otro lado de la calle principal; pero en Venecia este papel de las casas proyectando un poco de sombra a sus pies estaba encomendado a unos palacios de pórfido y de jaspe, sobre cuya puerta cimbrada la cabeza de un dios barbudo (que rebasaba la alineación como la aldaba de una puerta en Combray) producía el efecto de hacer más oscuro con su reflejo, no el moreno del sol, sino el azul espléndido del agua. En la Piazza, la sombra que hubieran proyectado en Combray el toldo de la tienda de novedades y la enseña del peluquero eran las florecillas azules que siembra a sus pies en el desierto de losas soleado el relieve de una fachada Renacimiento, y no es que, cuando el sol pegaba fuerte, no hubiera que bajar los transparentes en Venecia como en Combray, aún a la orilla del canal. Pero estaban entre los cuatrilóbulos y los follajes de las ventanas góticas. Lo mismo diré de la de nuestro hotel, delante de cuyas balaustradas me esperaba mi madre mirando el canal con una paciencia que quizá no hubiera tenido en Combray, donde, poniendo en mí esperanzas que después no se realizaron, no quería hacerme ver cuánto me quería. Ahora se daba cuenta de que su frialdad aparente no hubiera conseguido nada, y el cariño que me prodigaba era como esos alimentos prohibidos que no se les niegan a los enfermos cuando es seguro que ya no pueden curarse.


Marcel Proust (Francia, 1871-1922). 

martes, 28 de septiembre de 2021

Venecia: LA TERCERA VIOLETA, de Stephen Crane

"Ahora este pequeño cuadro aquí que hice en Venecia. Gran Canal, ya sabes. Gondolero apoyándose en su remo."

(Fragmento)

Adoptó una postura descriptiva, y con su dedo índice señaló varios espacios de la pared." Aquí hay una pequeño cuadro que pinté en Bretaña: Mujer campesina con zuecos. Esta mancha marrón aquí es la mujer campesina, y esas dos cosas blancas son los zuecos. Campesina con zuecos, ¿no lo ves? Las mujeres de Bretaña, por supuesto, llevan zuecos, ¿comprendes? Conveniencia de los pintores. Veo que estás mirando ese cuadrito que pinté en Marruecos. Ah, ¿lo admiras? Bueno, no está mal, no está mal. Pipa de fumar árabe, en cuclillas a la entrada. Esta largo trazo aquí es la pipa. ¿Inteligente, dices? ¡Oh gracias! Eres demasiado amable. Bueno, todos los árabes hacen eso, ¿sabes? Ocupación única. Conveniencia de los pintores. Ahora, este pequeño cuadro aquí que hice en Venecia. Gran Canal, ya sabes. Gondolero apoyándose en su remo. Conveniencia de los pintores. Oh, sí, los sujetos estado- unidenses están bastante bien, pero son difíciles de encontrar, ya sabes, -difíciles de encontrar. Marruecos, Venecia, Bretaña, Holanda-, todos aprecian el color, ya sabes -la forma pintoresca-, y todo eso. Somos tan horriblemente modernos aquí; y, además, nadie nos ha pintado mucho. ¿Cómo diablos puedo pintar América si nadie lo ha hecho antes que yo? Mi querido señor, ¿sabe usted que eso sería originalidad? ¡Cielos!, no somos estéticos, tú me entiendes. Oh, sí, una buena mente llega a comprender algo y lo hace, después de eso es estético. Sí, por supuesto, pero entonces -bueno- Ahora, aquí hay una  pinturita mía de Holanda; eso..."

Stephen Crane
(Estadounidense fallecido en Alemania, 1871-1900).

La ilustración corresponde al detalle de una obra de Roger Turner.

lunes, 27 de septiembre de 2021

Venecia: LA ÚLTIMA NOCHE DE DON JUAN, de Edmond Rostand


Primera parte

(Diez años después. Un palacio en Venecia. Una gran sala abierta al Adriático, donde se sumergen los escalones de mármol. En el medio, una mesa servida, iluminada por antorchas).

Escena primera

Don Juan:
¡Venecia! ... ¡Ah! la ciudad de la fragilidad, es ella.
La columna es de estuco, la piedra es de encaje,
¡El muro es un reflejo y la calle es de agua!
Y cuando dos amantes intercambian un anillo,
¡Este anillo, Sganarelle, tiene el espíritu de cristal!

Sganarelle:
Han pasado diez años y tú ...

Don Juan:
Yo persevero...

Sganarelle:
¿Esta noche?

Don Juan:
Baile.

Sganarelle:
¿Vuelves?

Don Juan:
No. Más fuerte que Aníbal,
Aprovecho la victoria… ¡después del baile!

Sganarelle:
Señor, si llega la hora, tanta bella insolencia...

(Suena un reloj).

Don Juan:
Cuando hablamos de la hora, suena.

Sganarelle:
¡Oh!

Don Juan:
¡Silencio!
Desde el campanario escuchémosla desprenderse.

Sganarelle:
El placer de llamar a un campanario
¿Vale la pena que bajo este cielo, señor, siga por siempre?

Don Juan:
Me gustan los zapatos blancos de las mujeres de Venecia,
Y, como casamentero, tener un gondolero
Que canta, hace versos y se torna familiar.
Las damas de Venecia usan un baño de cedro
¡Quién pondría a Hipólito a merced de Fedra!
Venecia es un lugar repleto de ocasiones,
De regatas, bailes… y procesiones.
¡Amo Venecia! Y luego, su león se parece a mí
Al pie del cual se aglomera un vuelo de palomas,
Y quien se rinde, con un gran desdén amargo,
¡Reinar sobre el amor, reinar sobre el mar!
Sí, como tú, ciudad loca y profunda,
¡Vivo sobre mi reflejo, que se forma sobre la ola!

Sganarelle:
Esta ciudad es mortal.

Don Juan:
Y aunque así lo sea,
Ciudad a la que vienen a terminar todos los aventureros
¿Quién quiere al morir romper el cristal más hermoso?,
Me niego a huir bajo un cielo más severo.
Una ciudad del amor he visto mi primer día
Mi último día deseo ver también una ciudad del amor.
Solo se permite un epitafio para Don Juan:
"¡Nació en Sevilla y murió en Venecia!"
Lo que digo, además, es sólo para asustarte:
¡Creo que el diablo nos ha olvidado!

Edmond Rostand (Francia, 1868-1918).

La ilustración de La dernière nuit de don Juan es de George Barbier (1921).

domingo, 26 de septiembre de 2021

Venecia: EL FANTASMA DE LA ÓPERA, de Gastón Leroux

"... con un gesto del que no fui dueña porque ya no lo era de mí, mis dedos raudos arrancaron la máscara..."

(Fragmento del capítulo XIII: La lira de Apolo)

«Y me dijo: “Cantemos ópera, Christine Daaé”, como si me lanzase una injuria.

»Mas no tuve tiempo de pensar en la intención que había dado a sus palabras. Inme- diatamente empezamos el dúo de Otelo, y ya la catástrofe estaba sobre nuestras cabezas. En esa ocasión me otorgó el papel de Desdémona, que canté con una desesperación y un terror reales que nunca había alcanzado hasta ese día. La vecindad de semejante compañero, en lugar de anonadarme, me inspiraba un terror magnífico. Los sucesos de que yo era víctima me acercaban de forma singular al pensamiento del poeta y encontré acentos que hubieran deslumbrado al músico. En cuanto a él, su voz era atronadora, su alma vengativa se concentraba en cada sonido y aumentaba terriblemente su potencia. El amor, los celos y el odio estallaban a nues- tro alrededor en gritos desgarradores. La máscara negra de Erik me hacía pensar en la máscara natural del Moro de Venecia. Era Otelo en persona. Creí que él iba a golpearme, que yo iba a perecer bajo sus golpes…, y, sin embargo, yo no hacía ningún movimiento para rehuirle, para evitar su furor como la tímida Desdémona. Al contrario, me acerqué a él, atraída, fascinada, encontrándole encantos a la muerte en medio de una pasión como aquélla; pero, antes de morir, quise conocer, para llevarme su imagen sublime en mi última mirada, aquellos rasgos desconocidos que debían transfigurar el fuego del arte eterno. Quise ver el rostro de la Voz e, instintivamente, con un gesto del que no fui dueña, porque ya no lo era de mí, mis dedos raudos arran- caron la máscara...

»¡Oh! ¡Horror…! ¡Horror…! ¡Horror…!» Christine se detuvo ante aquella visión que aún parecía apartar con sus dos manos temblorosas, mientras los ecos de la noche, igual que habían repetido el nombre de Erik, repetían ahora tres veces el clamor: ¡Horror…! ¡Horror…! ¡Horror…! Raoul y Christine, más estrechamente unidos todavía por el terror del relato, alzaron sus ojos hacia las estrellas que brillaban en un cielo tranquilo y puro.

Gastón Leroux (Francia, 1868-1927).

(Traducido al español por Mauro Armiño).
La ilustración correspondiente a la escena narrada es de Annie Stegg Gerard.

sábado, 25 de septiembre de 2021

Venecia: PEREGRINACIONES, de Rubén Darío


(Fragmento sobre el pabellón italiano en la Exposición universal de París) 

Allá por la Avenida de Suffren, está Venecia, una, reducción para feria, con imitaciones de las conocidas arquitecturas, góndolas y gondoleros; y por la noche la iluminación da, en efecto, la sensación de horas italianas en la ciudad divina, de arte y de amor, mientras se escuchan músicas de bandolinas y canciones importadas de los canales. A Rebell no le gustan estas falsificaciones. El autor de La Nichina, cree que para gustar de Italia hay que ir a Italia, y que esta Venecia de guardarropía es única- mente propia para divertir a los snobs de París y del extranjero que no han tenido la suerte de sentir cómo es bajo su propio cielo, el beso de la luz y del aire venecianos, florentinos, milaneses, napolitanos. Esta Venecia, sin embargo, ayuda a soñar. La imaginación no necesita de mucho para transportarle a uno a donde quiere, y da idea de la realidad, al reflejar el agua del Sena las linternas que van como errantes flores de fuego, en la sombra nocturna, sobre las góndolas negras. Como el elemento italiano frecuenta mucho este lado de la Exposición, es frecuente oír sonar el sí en labios armoniosos de hermosísimas italianas. Quiero decir, entiéndase bien, que el si suona. Los franceses y las francesas que se hacen pasear por las góndolas, no desperdician la oportunidad de chapurrear el italiano, y de entonar a coro el Funicalí-funiculá, o la indestructible e inevitable Mandolinata.


Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916).

viernes, 24 de septiembre de 2021

Venecia: EL ARTE, de Marcel Schwob

"Y el pintor Jan van Scorel reconoció que estaba en la antigua Vía Latina..."

(Fragmento final del diálogo en el que intervienen: Dante Alighieri, Cimabue, Guido Cavalcanti, Cino da Pistoia, Cecco Angioleri, Andrea Orgagna, Fra Filippo Lippi, Sandro Botticelli, Paolo Uccello, Donatello, Jan van Scorel)

Y ahora la noche se aclaraba. Y Dante volvió a hablar con Jan van Scorel, y le dijo:

- Júzganos.

Y Jan van Scorel respondió:

- Me ha guiado el amor y lo seguiré dondequiera que me lleve. Nací junto a un mar gris, en un pueblo en las dunas, y trabajé en Amsterdam con mi maestro Jacob Kornelisz. Tenía una niña modesta y blanca, de doce años. La amaba y me fui a ganar dinero para casarme con ella. Y vi Speyer, Estrasburgo y Basilea. En Nurem- berg visité a Alberto Durero, y pasé por Estiria y Carintia. Ahora bien, había en esta región un gran barón que se enamoró de mi pintura. Tenía una hija ardiente y hermosa. Me ofreció que la casaría conmigo. Pero tenía en mi corazón la imagen de la niña de mi país, tan dulce, tan pura. Rechacé a la tentadora. Y fui a Venecia, donde un padre de las beguinas me llevó a Jerusalén para ver el Santo Sepulcro. Allí llegué a conocer la religión. Luego regresé vía Rodas y Malta otra vez a Venecia. De ahí viajé a Roma, donde el Papa me apoyó. Y sufro, porque mi amor se siente atraído por mi tierna niña; pero mi deseo es la tentadora de Carintia. Pero no podía pintar a la Virgen sin hacerla a semejanza de mi prometida; y sólo puedo imaginarme a Eve y Madeleine en el parecido de aquella cuyos ojos solicitantes me invitaron a romper mi juramento. Esta es mi historia: pero, oh Maestro, extiendo mi mano a mi amor.

Y Dante le dijo:

- Por lo tanto, nos has juzgado, porque no has abandonado a tu guía. Y te llevará más alto de lo que piensas, tal como el mío me ha llevado a mí. ¡Oh, Jan van Scorel, te sentirás miserable y decepcionado! La que amas está casada con un comerciante de oro; y tampoco encontrarás a la tentadora. Entonces entrarás en la religión y procla- marás tu arte a través de ella y en ella. Porque religión es el término del amor, o que la guía nos tome de la mano para subir la escalera sagrada, o que nos abandone frente al primer escalón.

Y Dante , alzando los ojos al cielo, vio una constelación límpida como agua temblo- rosa:

- Beatriz nos está llamando -dijo-, y tenemos que regresar. Recuerda las palabras divinas: "Busca y encontrarás".

El prado secreto desapareció con sus formas en la noche blanca. Y el pintor Jan van Scorel reconoció que estaba en la antigua Vía Latina; y, con la mirada baja, regresó a Roma.

Marcel Schwob (Francia, 1867-1905).

La ilustración corresponde al Parque del Acueducto en la Vía Latina de Roma, al atardecer.

jueves, 23 de septiembre de 2021

Venecia: EL NUEVO MAQUIAVELO, de H. G. Wells


(Fragmento del libro segundo, capítulo tercero; Margarita en Venecia)

2

Esa fiesta en Venecia está grabada en mi memoria como un pequeño lago artificial en un país desigual y confuso, como algo muy brillante y celestial, aunque discontinuo con todo lo que le rodea. La calidad desvaída del sol de esa estación, los palacios y lugares apaciblemente descoloridos, las pinturas enormes y maduras de esplendores desaparecidos, el paso susurrante y casi silencioso de las góndolas negras como un coche fúnebre, porque la horrible lancha de vapor aún no había arruinado Venecia, las apacibles magnificencias de las lagunas despobladas, el otoño universal, me hacían sentir totalmente en un receso del bullicio de la realidad. No había ni una docena de personas en total, ni norteamericanos ni apenas ingleses, para cenar en la gran caverna de un comedor, con sus vistas de mesas separadas, paredes descui- dadas y candelabros envueltos. Fuimos a ver cosas bonitas, aceptar la belleza en todas partes y dar por sentado que todo estaba bien con nosotros y el mundo. Pasaron diez o quince días antes de que me sintiera inquieto y ansioso por actuar; una larga tranquilidad para un temperamento como el mío.

Nuestros placeres fueron curiosamente impersonales, una sucesión de hilos de apreciación estética compartidos durante todo ese tiempo. Nuestra luna de miel no fue una reunión exultante, ni un grito mutuo de "¡TÚ!" Fuimos casi tímidos el uno con el otro y sentimos alivio incluso de alguna imagen para ayudarnos. Estaba entera- mente en mi concepción de las cosas que debía estar muy atento para no escanda- lizar o angustiar a Margaret o presionar la nota sensual. Nuestro acto amoroso tenía mucho de la tibia suavidad de las lagunas. Hablamos con delicadas insinuaciones de lo que deberían ser libertades gloriosas. Margaret había echado de menos Verona y Venecia en su anterior viaje a Italia (el miedo al mosquito había llevado a su madre a través de Italia por la ruta rumbo al oeste) y ahora podía llenar sus vacíos y ver a los Tizianos y Veroneses que ya conocía en fotografías incoloras, los Carpaccios, (La serie de San Jorge la deleitó sin medida), el Basaitis y esa gran estatua de Bartolo- meo Colleoni que Ruskin elogió.

Pero como no soy un hombre para mirar imágenes y efectos arquitectónicos día tras día, observé a Margaret muy de cerca y guardé mil recuerdos de ella. Puedo verla ahora, su largo cuerpo inclinado un poco hacia adelante, su dulce rostro levantado hacia alguna obra maestra familiar descubierta y brillando con un delicado en- tusiasmo. Puedo oír de nuevo las suaves cadencias de su voz murmurando lugares comunes, porque no tenía el don de expresar la satisfacción informe que le proporcio- naban estas cosas.

Margaret, percibí, era una persona culta, la primera persona culta con la que había estado en estrecho contacto. Ella era culta y moral, y ahora me doy cuenta de que yo nunca fui ninguna de estas cosas. Ella era pasiva y yo soy activo. No buscaba la belleza de forma simple y natural, sino que se había sentido incitada a buscarla en la escuela, y tal vez se interesó más por los libros, las conferencias y toda la organi- zación de las cosas bellas que por la belleza misma; encontró gran parte de su deleite en ser guiada hacia ella. Ahora una cosa deja de ser bella para mí cuando algún dedo me señala sus méritos. La belleza es la sal de la vida, pero tomo mi belleza como una bestia salvaje obtiene la sal, como un componente de la comida...

Y además, había entre nosotros eso que debería haber parecido más hermoso que cualquier imagen...

Así que fuimos por Venecia rastreando cuadros y escaleras de caracol y cosas por el estilo, y mi cerebro estaba ocupado todo el tiempo con cosas como una comparación de Venecia y su equivalente moderno más cercano, Nueva York, con la elaboración de esquemas de acción cuando regresamos a Londres, con el desarrollo de una teoría de Margaret.

H. G. Wells: Herbert George Wells (Inglaterra, 1866-1946).

miércoles, 22 de septiembre de 2021

Venecia: SONATA DE PRIMAVERA, de Ramón del Valle-Inclán


(Fragmento)

Al verla sentada al pie de la fuente, sobre aquel fondo de los bojes antiguos, leyendo el libro abierto en sus rodillas, adiviné que María Rosario tenía por engaño del sueño, mi aparición en su alcoba. Al cabo de un momento y olvió a levantar la cabeza, y sus ojos, en un batir de párpados echaron sobre mí una mirada furtiva. Entonces le dije:

-¿Qué leéis en este retiro?

Sonrió tímidamente.

- La Vida de la Virgen María.

Tomé el libro de sus manos, y al cedérmelo, mientras una tenue llamarada encendía de nuevo sus mejillas, me advirtió:

- Tened cuidado que no caigan las flores disecadas que hay entre las páginas.

- No temáis... Abrí el libro con religioso cuidado, aspirando la fragancia delicada y marchita que exhalaba como un aroma de santidad. En voz baja leí:

- La Ciudad Mística de Sor María de Jesús, Llamada de Ágreda.

Volví a entregárselo, y ella, al recibirlo, interrogó sin osar mirarme:

- ¿Acaso conocéis ese libro?

- Lo conozco porque mi padre espiritual lo leía cuando estuvo prisionero en los Plo- mos de Venecia.

María Rosario, un poco confusa, murmuró:

- ¡Vuestro padre espiritual! ¿Quién es vuestro padre espiritual?

- El Caballero de Casanova.

- ¿Un noble español?

- No, un aventurero veneciano.

- ¿Y un aventurero...?

Yo la interrumpí.

- Se arrepintió al final de su vida.

- ¿Se hizo fraile?

- No tuvo tiempo, aun cuando dejó escritas sus confesiones.

- ¿Como San Agustín?

- ¡Lo mismo! Pero humilde y cristiano, no quiso igualarse con aquel Doctor de la Igle- sia, y las llamó Memorias.

- ¿Vos las habéis leído?

- Es mi lectura favorita.

- ¿Serán muy edificantes?

- ¡Oh...! ¡Cuánto aprenderíais en ellas...! Jacobo de Casanova fue gran amigo de una monja de Venecia.

- ¿Como San Francisco fue amigo de Santa Clara?

- Con una amistad todavía más íntima.

- ¿Y cuál era la regla de la monja?

- Carmelita

- Yo también seré Carmelita.

María Rosario calló ruborizándose, y quedó con los ojos fijos en el cristal de la fuente, que la reflejaba toda entera. Era una fuente rústica cubierta de musgo. Tenía un mur- mullo tímido como de plegaria, y estaba sepultada en el fondo de un claustro circular, formado por arcos de antiquísimos bojes.

Ramón del Valle-Inclán:
Ramón María Valle Peña (España, 1866-1936).

lunes, 20 de septiembre de 2021

Venecia: EL HOTEL ENCANTADO, de Wilkie Collins

"Confía en tus dos mejores amigos: el tiempo y yo. Sal mañana para Venecia y cuando te despidas..."

(Fragmento del capítulo XVI)

El 20 de septiembre Agnes y las niñas llegaron a París. Mrs. Nortbury y su hermano Francis habían salido hacia Italia tres semanas antes de la fecha anunciada para la inauguración del nuevo hotel. El causante de esta prematura partida había sido Francis Westwick. Como su hermano Henry, había aumentado su peculio merced a su capacidad e inteligencia; pero a diferencia de aquél, sus negocios estaban relacio- nados con el arte. Hizo mucho dinero con la explotación de un semanario, y lo empleó en un teatro en Londres. Esta última empresa, admirablemente dirigida, había sido recompensada con el favor del público. Para la temporada próxima había ideado unos espectáculos musicales en los que se mezclaría el ballet con el texto dramático. En consecuencia, decidió ponerse en busca de buenas bailarinas del continente que pudieran desempeñarse en esas tareas. Sabiendo que dos artistas habían debutado con gran éxito en Milán y Florencia, determinó visitar ambas ciudades y juzgar personalmente el talento de las bailarinas antes de reunirse con los novios. Su hermana, que tenía amigos en Florencia a los que deseaba ver, quiso acompañarle. Los Montbarry decidieron permanecer en París hasta que fuera el momento de acudir a la cita que la familia se diera en Venecia. Henry les encontró aún en la capital de Francia cuando llegó desde Londres. Contra el consejo de lady Montbarry, aprovechó la oportunidad para volver a la carga en su intento de atraer el corazón de Agnes. No podía haber elegido peor momento. Las alegrías de París, tan incomprensibles para ella como placenteras para los que la rodeaban, habían conseguido deprimirla. Su salud era buena, y no había nada de lo que pudiera quejarse. Participaba en todas las diversiones que el más ingenioso y vividor de los pueblos ofrece a los extranjeros, pero nada conseguía animarla; permanecía indiferente a todo y todo la aburría. En este estado de ánimo, su predisposición a los galanteos de Henry era nula.
 
¿Por qué me haces recordar todo lo que he sufrido? exclamó. ¿No sabes que me ha dejado huella para toda la vida?

Creía conocer algo a las mujeres le confesó Henry a lady Montbarry, buscando suconsuelo, pero Agnes me tiene completamente desorientado. Hace un año que murió Montbarry, y le es tan fiel como si mi hermano hubiese muerto asido a sus manos... ¡le siente aún como ni nosotros le sentimos entonces! Es la mujer más fiel del mundo contestó lady Montbarry. Tenlo presente y la comprenderás. ¿Crees que una mujer como ella puede conceder o negar su amor según sean las circunstancias? Después de todo, y aunque no fuera digno de ella, él era el hombre que Agnes había elegido. Fue su mejor y más fiel amiga cuando estaba vivo, y continúa siendo la mejor y más fiel amiga de su memoria. Si realmente la amas, ten paciencia. Confía en tus dos mejores amigos: el tiempo y yo. Sal mañana para Venecia, y cuando te despidas, dirígete a Agnes como si nada hubiese ocurrido.


Wilkie Collins (Inglaterra,1824-1889).

domingo, 19 de septiembre de 2021

Venecia: LA ALTANA Y LA VIDA VENECIANA, de Henri de Régnier

"... la cúpula de una iglesia, todo ello bañado por la luz de una luna esplendente."

(Fragmento)

Desde allí contemplaba un ángulo centelleante del Gran Canal, los tejados y las chimeneas con turbante, la cúpula de una iglesia, todo ello bañado por la luz de una luna esplendente, envuelto en un silencio profundo, en el cual percibo a veces, lejano y como sordamente rimado, un susurro que es una presencia y que solo más tarde sabré que es el murmullo del mar en las playas del Lido.


Henri de Régnier (Francia, 1864-1936).

sábado, 18 de septiembre de 2021

Venecia: EL FUEGO, de Gabriele D'Annunzio

"... el reflejo de las linternas sobre el agua parpadeaba como una floración de luminosas ninfas multicolores."

(Fragmento de la segunda parte: El imperio del silencio)

Una góndola larga, decorada con linternas de colores, llena de cantantes y músicos, estaba bajo el balcón de la casa de Desdémona: la vieja canción de la breve juventud y la belleza pasajera llegaba dulcemente hasta las mujeres que escuchaban con una sonrisa infantil, sentadas entre sus mascotas, como en una estampa de Pietro Lunghi: Do veni vu ghavé/ Beleza e zoventú;/ co i va no i toma piú,/ Nina mia cara
 
- ¿No le parece que sea esta la verdadera alma de Venecia que usted se figuraba, Èffrena? -dice la Foscarina balanceando un poco su cabeza al ritmo de la suave melodía que fluía por todo el Gran Canal y se repetía a la distancia en las otras barcas cantoras.
 
- No, no es ésta –responde Stelio-. Está dentro de nosotros, errante como una mariposa voluble que vaga por la superficie de nuestra naturaleza, es un alma ligera, una animula, un pequeño espíritu jocoso que nos domina por el momento y a menudo nos seduce y persuade rumbo a placeres simples o mediocres, hacia pasatiempos pueriles y música frívola. Esta animula vagula existe hasta en el carácter más grave y violento, como el clown implícito bajo la persona de Otelo; y en algunas ocasiones confunde nuestro mejor juicio. Eso que escuchan ahora, en las canciones y la melodía de las guitarras, es el animula de Venecia; pero su verdadera alma se descubre sólo en silencio, y lo más terrible –pueden estar seguras-, en pleno verano, al mediodía, como el alma del gran dios Pan. A pesar de eso, ahí, en la bahía de San Marcos, creí que ustedes también sentían sus vibraciones místicas durante los momentos del incendio. Están olvidando a Giorgione por la Rosalba.
 
En torno a la góndola cantora se congregaban los botes llenos de mujeres lánguidas que se plegaban hacia la música con actitudes de abandono, como a punto del des- mayo entre brazos invisibles. Y, en torno a aquella voluptuosa reunión, el reflejo de las linternas sobre el agua parpadeaba como una floración de luminosas ninfas multi- colores.
 
Gabriele D'Annunzio (Italia, 1863-1938).
 
(Traducido del italiano por Jules Etienne).

viernes, 17 de septiembre de 2021

Venecia: Y PIPPA BAILA, de Gerhart Hauptmann


(Fragmento del acto III)

Jonathan trae en una gran bandeja de plata, dos antiguas, magníficas, copas venecianas, y una jarra de vidrio llena de vino y las coloca en la mesa. El propio Wann escancia el vino con cuidado. Cada uno de ellos toma una copa y la levanta con solemnidad mirando a la ventana donde la luz aún brilla débilmente.

El gerente: ¡Montes chrysocreos fecerunt nos dominos! (en español significa: Las montañas nos han convertido en señores) ¿Sabes con cuánta frecuencia me impresiona Wann, como a uno de esos míticos buscadores de oro, la chusma común de nuestras montañas, devoradora de chucrut, asquerosa y sucia, los llama extranje- ros?

Wann: En efecto, ¿Y cómo será ese, mi querido amigo?

El gerente: Uno que posee un palacio árabe de cuento de hadas, de oro y jade en Venecia, en medio de las aguas, que aún tiene su morada aquí, entre nosotros, y actúa como si no pudiera contar hasta tres y se come cualquier vieja corteza de pan mohosa.

Wann: ¡A tu salud! ¡Bebamos esto, querido amigo! (Ambos brindan el uno con el otro y luego ríen de buena gana).


Gerhart Hauptmann (Alemán nacido y fallecido en la actual Polonia, 1862-1946).
Obtuvo el premio Nobel en 1912.

La ilustración corresponde a una puesta en escena modernizada de la obra original,
dirigida por Moritz Sostmann en un teatro de Köln (Colonia), Alemania, en 2015. 

jueves, 16 de septiembre de 2021

Venecia: MONNA VANNA, de Maurice Maeterlinck


Acto primero
(Sala en el palacio de Guido Colonna)

Escena primera

Guido y sus lugartenientes Borso y Torello, cerca de una ventana abierta por donde se divisa la campaña pisana.

GuidoLa extremidad a que estamos reducidos ha obligado al Consejo* a confe- sarme los desastres que nos había ocultado. Los dos ejércitos que Venecia enviaba a nuestra ayuda, los han sitiado ya los florentinos, en Bibiena al primero, al otro en Elci. Las gargantas de la Vernia, de Chiusi y Montalone, Arezzo y todas las salidas del Casentino están en poder del enemigo. Nos hallamos aislados del resto de la tierra, y estamos sin defensa a merced de los odios de Florencia, que no perdona nunca si no tiembla. Los soldados y el pueblo todavía ignoran estos males; mas son cada momento más serios y alarmantes los rumores. ¿Qué harán cuando conozcan lo que pasa? Su ira y su terror desesperado caerán sobre nosotros y el Consejo… Ya su exasperación llega al delirio por tres meses de sitio, de inútil heroísmo, de hambre y sufrimientos como pocas ciudades han sufrido. La única esperanza que aún mantiene su irritada obediencia, pronto va a desplomarse sobre ellos; vendrá la rebelión, el enemigo… y luego el fin de Pisa...

Borso: Mis hombres nada tienen; ni una flecha les queda, ni una bala, y en vano volcarían en los sótanos todos los toneles para encontrar alguna pólvora.

Torello: Ayer lancé nuestra última metralla contra las baterías de San Antonio y de la torre de Stampace; y, como sólo tienen sus espadas, los mismos estradiotas se niegan a acercarse a las murallas.

Borso: Mirad de aquí la brecha que han abierto las balas de Prinzívalo en los muros que defendían los auxiliares venecianos… Tiene cincuenta brazas; un rebaño completo de carneros podría pasar por ella… ¿Quién puede resistir? Los romañoles, esclavos y albaneses me han declarado ya que están resueltos a desertar en masa, si no capitulamos esta noche.

Guido: El Consejo, en los últimos diez días, ha enviado a tres ancianos del colegio para capitular; ninguno ha vuelto…

Maurice Maeterlinck (Belga fallecido en Francia, 1862-1949).
Obtuvo el premio Nobel en 1911.

* Es probable que en esta versión la palabra italiana Consiglio haya sido traducida como Consejo, lo que sería correcto, pero la acepción Concilio, que proviene del mismo término, tal vez fuese más adecuada.

La ilustración corresponde a la película muda que adaptó en 1922 el drama lírico original.

miércoles, 15 de septiembre de 2021

Venecia: LOS NIÑOS, de Edith Wharton

"... podían acercarse hasta la Piazza para tomar un helado en el Florian y dar luego una vuelta por el Canal..."

(Fragmento del capítulo VI)

Los tres amigos se sentaron después de cenar en la terraza del apartamento de los Wheater, sobre el Gran Canal repleto de góndolas y salpicado de luces, aba- rrotado de veloces lanchas a motor que dejaban una estela de ondas y volutas de cristal. No había nada que hacer en Venecia al principio de la temporada, según Cliffe; la ciudad estaba muerta como una tumba. Pero les venía bien para reunirse con los niños y pasar unos días con ellos antes de mandarlos a Engadine o a Leysin. Además, los Wheater iban a recoger su nuevo yate a vapor; el Niña Bonita: una auténtica preciosidad. Tenían pensado hacer un breve crucero antes de salir para Cowes, y Venecia era un buen lugar para recoger la embarcación. Por cierto, si a Boyne le apetecía, podían acercarse hasta la Piazza para tomar un helado en Florian y dar luego una vuelta por el Canal… No era un plan apasionante, pero Cliffe no podía proponer nada mejor, dadas las circunstancias. Sin embargo, Boyne dijo que podían quedarse donde estaban; y Joyce, encogiéndose de hombros y haciendo resbalar el tirante del vestido por su hombro blanco, observó que Cliffe nunca «podía» quedarse donde estaba, pero que nadie le impedía arrasar Venecia si eso era lo que le apetecía…

¿Cómo voy a arrasar nada en esta época del año? Aquí no hay más que chicos con sus guías de viaje y solteronas que se hacen fotos dando de comer a las palomas. Los hoteles están llenos de viejas… Oye, dime una cosa, sobre el asunto del preceptor. ¿No has conocido a nadie en tus viajes que pudiera valer, Martin? ¿Algún universitario?

Martin creía que no; pero la señora Wheater, levantando el brazo para lanzar el ci- garrillo al Canal, dijo:

Yo conozco a un preceptor.

Diablos… ¿tú? -preguntó su marido con una carcajada de incredulidad-. ¿Otro cigarro, amigo? Estos Coronas no están nada mal… los hacen especialmente para mí -desprendió la vitola dorada de un cigarro y acercó el encendedor.

Conozco a un preceptor -repitió la señora Wheater-. Es la persona perfecta, si logramos convencerlo para que acepte el trabajo.

¡Hay que ver! ¿De dónde lo has sacado?

Joyce guardó silencio un instante, antes de decir:

He recorrido los museos con él. Es la primera vez que vengo a Venecia. Fanny Tradeschi lo trajo de Inglaterra como preceptor de sus hijos, pero como se aburría mucho aquí se marchó corriendo a París y lo dejó tirado. Se llama Ormerod… Gerald Ormerod. Será todo un privilegio para Terry, si logramos convencerlo…


Edith Wharton (estadounidense fallecida en Francia, 1862-1937).

(Traducido al español por Catalina Martínez Muñoz).

martes, 14 de septiembre de 2021

Venecia: VENECIA EN GUERRA, de Maurice Barrès

"Reposo encantador de la ciudad azul y rosa, suave como un plumón de pájaro, en medio de su laguna lechosa."

(Fragmento del capítulo X)

Aquí está la ciudad muy nítida, sus islas, sus islotes, el mar y nuestra sombra nos sigue por las aguas como un gran pez. Venecia, tesoro glorioso, ocupa el centro de espacios soleados por el ocaso y que envuelve la bruma. Reposo encantador de la ciudad azul y rosa, suave como un plumón de pájaro, en medio de su laguna lechosa. ¡Qué desgracia ser, sobre esta tranquilidad, un pájaro tan ruidoso!

Respiro el aire marino, el aire de las cimas y luego el éxtasis de la magia. Pasamos por encima del jardín que tanto me había gustado en la víspera.

Entre cincuenta manuscritos, bajo el polvo de antes de la guerra, tengo un viejo trabajo imperfecto acerca de los jardines de Venecia. Cuántas investigaciones hice para nombrarlos; el de la Giudecca lleno de rosas; el que no está lejos de la estación, el… Pero, olvidemos; abandonémonos al placer presente, al placer de tomar una inteligencia perfecta de las formas de Venecia, de su Gran Canal que serpentea y de toda la redecilla de los canales menores. Mi mirada se sumerge maravillada a través de los rayos del sol y los vapores del agua en la Plaza de San Marcos y en los diversos cortes al fondo de los cuales se agita el encantador pueblo llano. Venecia misma, en esa inmensidad clara, parece una frágil criatura de la que creo sentir la respiración, la delicada palpitación. Pero ya se acaba el saborear el placer de los pájaros. El prado ha reaparecido. Liliputienses blancos corren por la hierba, han asido las cuerdas lanzadas, de nuevo somos prisioneros de la gente de la tierra.

 
Maurice Barrès (Francia, 1862-1923).

lunes, 13 de septiembre de 2021

Venecia: EL LEÓN DE DAMASCO, de Emilio Salgari


(Fragmento del capítulo 2: La sobrina de Ali-Bajá)

- ¡Un cristiano! -exclamó la turca, sorprendida-. ¿A quién?

- Al vizconde Gastón Le Hussière -replicó la duquesa.-. ¿Ese francés que luchó por la República de Venecia?

- Sí, señora. 

- ¿Por qué razón el León de Damasco tiene interés en ese maldito giaurro?*

- Lo desconozco.

- ¿Acaso se habrá quebrantado su fe como buen seguidor de Mahoma?

- Me parece que no.

- ¡Considero demasiado generoso al León de Damasco!

- ¡Querrás decir caballeroso!

- En un turco ese nombre no va muy bien -contestó la sobrina del bajá-. ¿Qué pretenderá hacer con ese hombre?

- No te lo sabría decir. No obstante, creo que desea mandarle como embajador a Venecia.


(Fragmento del capítulo 12: ¡Fuego! ¡Fuego!)

- ¡No, Gastón; no hables! -suplicó Leonor-.¡De ello depende vuestra curación!

- ¡No!… -dijo el vizconde-. ¡No quiero!

- ¿Qué deseas, Gastón? -inquirió la duquesa.

- ¡Ámame! -suspiró el vizconde-. ¡Qué la muerte me llegue contemplándote… así…, igual que aquella noche… en Venecia!…

- ¡No habléis! -insistió por tercera vez el médico-. ¡Debo responder con mi cabeza de vuestra curación! 

En aquel instante lanzaron una tremenda exclamación los centinelas que paseaban sobre cubierta.

Emilio Salgari (Italia, 1862-1911).

* Giaurro es una antigua expresión italiana hoy en desuso, aplicada a los turcos que confrontaban a los cristianos.

Las ilustraciones corresponden a un cartel de la adaptación cinematográfica en español de la novela y a la portada de un volumen autoría de Emilio Salgari que incluye El capitán Tormenta, predecesora de El león de Damasco.

domingo, 12 de septiembre de 2021

Venecia: RELATO DE UN DESCONOCIDO, de Antón Chéjov

"Permanecía horas enteras frente a la tumba de Canova, sin apartar la vista del afligido león."

(Fragmento del capítulo XV)

En Venecia tuve dolores pleuríticos. Probablemente me resfrié la noche en que, viniendo de la estación, atravesamos en barca los canales para llegar al hotel Bauer. Hube de guardar cama desde el día de la llegada, en total dos semanas. Mientras estuve enfermo, Zinaída Fiódorovna acudía todas las mañanas desde su habitación para desayunar en mi compañía y leerme libros franceses y rusos que habíamos comprado en Viena. Aquellas obras me eran conocidas o no me interesaban; pero, como cerca de mí resonaba una voz amada y bondadosa, el contenido de todas ellas venía a reducirse a una misma cosa; no estaba solo. Ella salía de paseo, regresaba con su vestido gris claro y con su sombrerito de palmas, alegre, tostada por el sol de primavera, y, sentándose al lado de mi cama, con la cara cerca de la mía, me contaba algo relativo a la ciudad o me leía libros. Y yo me consideraba dichoso.

Por la noche sentía frío, dolores y aburrimiento, pero de día me saturaba de vida. Creo que es la expresión más adecuada. El sol radiante y cálido que penetraba por las ventanas y por el balcón, los gritos abajo, el chapoteo de los remos, el repique de las campanas, el retumbante tronido de cañón a mediodía y la sensación de libertad plena y completa, obraron un milagro en mí. Me pareció poseer alas, unas alas anchas y poderosas que me llevaban Dios sabe adónde. ¡Y qué encanto, qué júbilo encerraba a veces la idea de que junto a mi vida discurría ahora otra vida, de que yo era ahora siervo, guardián, amigo y compañero indispensable de una criatura joven, hermosa y rica, pero débil, ofendida y sola! Hasta estar enfermo da gusto cuando sabes que hay alguien que espera tu restablecimiento como se espera una fiesta. En cierta ocasión, oí a Zinaída Fiódorovna cuchichear con el médico en el pasillo, y luego la vi entrar con ojos de haber llorado. Aunque era mala señal, me emocioné y sentí un extraordinario alivio espiritual.

Pero por fin se me permitió salir al balcón. El sol y la leve brisa marina acariciaban mi cuerpo enfermo. Yo contemplaba las famosas góndolas, que navegaban con gracia femenina, serenas y altaneras, y parecían vivir y sentir toda la magnificencia de aquella cultura, original y sugestiva. Olía a mar. En algún lugar cercano tocaban un instrumento de cuerda y cantaban a dos voces. ¡Qué delicia! ¡Qué distinto de aquella noche de Petersburgo en que el viento, saturado de aguanieve, me azotaba la cara con tanta violencia! Mirando canal adelante, se divisaba el golfo, y en el ancho horizonte el sol arrancaba al agua tan brillantes destellos, que dañaban la vista. Mi espíritu volaba hacia allá, hacia los adorables mares a los que había ofrendado mi juventud. ¡Ansiaba vivir! ¡Vivir y nada más!

A las dos semanas pude salir a la calle. Me gustaba tomar el solecito, oír la incom- prensible charla de los gondoleros y contemplar horas enteras la casa donde se afirma que vivió Desdémona, una casita sencilla y humilde, de aspecto virginal, sutil como el encaje, tan liviana que uno piensa que podría moverla de su sitio con una sola mano. Permanecía horas enteras ante la tumba de Canova, sin apartar la vista del afligido león. En el palacio de los Dogos me sentía atraído hacia el rincón donde embadurnaron de negro al infeliz Marino Faliero. ¡Qué felicidad ser pintor, poeta o dramaturgo!, me decía a mí mismo. Mas ya que nada de esto me era accesible, hubiera querido caer en el misticismo. ¡Qué a propósito hubiera venido un ápice de religión para complementar el plácido sosiego y la satisfacción que llenaban mi alma!


Antón Chéjov (Ruso fallecido en Alemania, 1860-1904). 

sábado, 11 de septiembre de 2021

Venecia: DE CÓMO EL BRIGADIER GERARD PERDIÓ UNA OREJA, de Arthur Conan Doyle

"... y aquí estoy yo, el ultimo de ellos, bebiendo vino de Suresnes y contando viejas historias en un café."

(Fragmento inicial)

Era el viejo brigadier quien estaba hablando en el café.

Amigos míos, he visto muchas ciudades. No me atrevería a decirles a cuántas he entrado como conquistador con ochocientos de mis pequeños demonios comba- tientes retumbando y tintineando detrás de mí. La caballería marchaba encabezando la Gran Armada, los húsares de Conflans delante de la caballería, y yo estaba al frente de los húsares. De todas las ciudades que visitamos, Venecia es la más mal construida y ridícula. No puedo imaginar cómo las personas que lo diseñaron pensaron que la caballería podría maniobrar. Murat o Lassalle confundirían a un escuadrón en ese cuadrado suyo. Por esta razón dejamos la brigada pesada de Kellermann y también mis propios húsares en Padua, en el continente. Aunque Suchet con la infantería controlaba la ciudad, y me había elegido como su ayudante de campo para ese invierno, porque estaba satisfecho con el asunto del maestro de esgrima italiano en Milán. El tipo era un buen espadachín, y fue una suerte para el crédito de las armas francesas que fui yo quien se le opuso. Además, merecía una lección, porque si a uno no le gusta el canto de una prima donna, siempre se puede quedar en silencio, pero resulta intolerable que se le haga una afrenta pública a una bella mujer. Así que las simpatías estaban conmigo, y después de que el asunto pasó y la viuda del hombre fue pensionada, Suchet me eligió como su propio jinete, y yo lo seguí a Venecia, donde tuve la extraña aventura que estoy a punto de contarles.

¿No ha estado usted en Venecia? No, porque es raro que los franceses viajen. Éramos grandes viajeros en aquellos días. De Moscú a El Cairo habíamos viajado a todas partes, pero íbamos en grupos más numerosos de lo que convenía a quienes visitamos, y llevábamos nuestros pasaportes en nuestros brazos. Será un mal día para Europa cuando los franceses empiecen a viajar de nuevo, pues tardan en salir de sus casas, pero cuando lo hayan hecho nadie podrá decir hasta dónde llegarán si tienen un guía como nuestro gran hombrecito para señalar el camino. Pero los grandes días se han ido y los grandes hombres han muerto, y aquí estoy yo, el último de ellos, bebiendo vino de Suresnes y contando viejas historias en un café.

Sin embargo, es de Venecia de lo que quiero hablarles. La gente de allí vive como ratas de agua en un cenagal, pero las casas son muy hermosas y las iglesias, especialmente la de San Marcos, son tan grandes como ninguna que haya visto. Pero sobre todo están orgullosos de sus estatuas y sus cuadros, que son los más famosos de Europa.

Arthur Conan Doyle (Inglaterra, 1859-1930).

La ilustración es obra de William Wollen para The Strand Magazine,
que publicó el relato en su número correspondiente al mes de agosto de 1902.