"... visitaron enfermos y cadáveres, y por doquier hallaron las feas y terribles marcas de la pestilencia."
(Fragmento del capítulo XXXI)
A lo largo, pues, de toda la franja de territorio
recorrida por el ejército, se había encontrado algún cadáver en las casas,
alguno por el camino. Poco después, en este o en aquel pueblo, empezaron a
enfermar, a morir, personas, familias, de males violentos, extraños, con
síntomas desconocidos para la mayoría de los vivos. Había tan sólo algunos para
quienes no resultaban nuevos: los pocos que podían acordarse de la peste que,
cincuenta y tres años antes, había asolado también buena parte de Italia, y en
especial el Milanesado, donde fue llamada, y lo es todavía, la peste de San
Carlos. ¡Tanta fuerza tiene la caridad! Entre los recuerdos tan variados y
solemnes de un infortunio general, puede ésta hacer descollar el de un hombre,
porque a ese hombre le inspiró sentimientos y acciones más memorables aún que
los males; imprimirlo en las mentes, como un compendio de todas aquellas
desgracias, porque en todas lo introdujo y mezcló, como guía, socorro, ejemplo,
víctima voluntaria; hacer, de una calamidad para todos, una hazaña para este
hombre; designarla por su nombre, como una conquista, o un descubrimiento.
El
protomédico Lodovico Settala, que no sólo había visto aquella peste, sino que
había sido uno de sus más activos e intrépidos, y, aunque jovencísimo entonces,
de sus más famosos sanadores; y que ahora, sospechando grandemente de ésta,
estaba alerta y sobre aviso, informó, el 20 de octubre, al tribunal de sanidad,
de que, en el pueblo de Chiuso (último del territorio de Lecco, y confinante
con el Bergamasco), había entrado indudablemente el contagio. No por ello se tomó
resolución alguna, como se lee en el Informe de Tadino.
Y he aquí que empiezan
a llegar avisos parecidos de Lecco y de Bellano. El tribunal se decidió
entonces, contentándose con enviar a un comisario, que, por el camino,
recogiese a un médico de Como, y fuese con él a visitar los lugares indicados.
Ambos, «o por ignorancia o por otra causa, se dejaron persuadir por un viejo e
ignorante barbero de Bellano, de que aquella clase de males no era peste»;
sino, en algunos lugares, efecto ordinario de las emanaciones otoñales de los
pantanos, y en los otros, efecto de las privaciones y penalidades sufridas,
durante el paso de los alemanes. Semejante seguridad fue transmitida al
tribunal, que al parecer se dio con ello por satisfecho.
Pero, llegando sin
tregua más y más noticias de muerte de distintos lugares, fueron enviados dos
delegados para ver y proveer: el ya mencionado Tadino, y un oidor del Tribunal.
Cuando éstos llegaron, el mal se había extendido ya tanto, que las pruebas se
ofrecían por sí solas, sin necesidad de ir a buscarlas. Recorrieron el
territorio de Lecco, la Valsassina, las riberas del lago de Como, los distritos
denominados Monte de Brianza y Gera de Adda; y por doquier hallaron pueblos
cerrados por cancelas en las entradas, otros casi desiertos, y sus habitantes
huidos y acampados en las tierras, o dispersos; «y nos parecían», dice Tadino,
«criaturas salvajes, llevando en la mano unos hierbabuena, otros ruda, otros
romero y otros frascos de vinagre». Se informa- ron del número de muertos: era espantoso;
visitaron enfermos y cadáveres, y por doquier hallaron las feas y terribles
marcas de la pestilencia. Dieron al punto, por carta, aquellas siniestras
noticias al tribunal de sanidad, el cual, al recibirlas, que fue el 30 de
octubre, «se dispuso», dice el mismo Tadino, a prescribir las cédulas, para
impedir el acceso a la ciudad de las personas procedentes de los pueblos donde
el contagio se había manifestado; «y mientras se redactaba el bando», dio
anticipada- mente alguna orden sumaria a los consumeros.
Alessandro Manzoni (Italia, 1785-1873).