(Fragmento inicial del capítulo VI)
Florencia estaba de luto, pues sus hijos morían por la
peste; después de un mes de reinar soberana en la ciudad, durante dos días
aumentó su furia. El pueblo murió maldiciendo a Dios y a sus ministros,
blasfemaron en su delirio, y en su lecho de angustia y dolor, si les quedaba
una palabra, era una maldición. Y como el fin estaba próximo, se revolcaban
riendo estúpidamente en el libertinaje y todo el lodo del vicio. Cuando se
enfrenta tal desgracia en la existencia de un hombre, un dolor tan grande, una
desesperación tan conmovedora, uno se abandona por el placer de insultar a
aquel que nos hace sufrir, y lanza con desprecio su dignidad de hombre como una
máscara de teatro, para entregarse al libertinaje más sucio, al vicio más
degradante, y expira bebiendo al compás de la música. Es el ejecutado que
decide emborracharse para enfrentar el suplicio.
¡Es entonces que los filósofos deben considerar al
hombre, cuando hablan de su dignidad y del espíritu de las masas!
Gustave Flaubert (Francia, 1821-1880).
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