Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).
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martes, 27 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: ABRIL ROJO, de Santiago Roncagliolo

"Alguna vez su madre lo había llevado a la iglesia y le habían puesto esa señal con una mano fría y negra."

(Fragmento)

El padre acomodó una cruz que estaba colgada en la pared. Era una cruz negra sin imagen de Cristo. Sólo una cruz negra sobre una superficie gris. El fiscal no quiso pensar en la cruz calcinada de la frente del muerto.

- ¿Y la noche de los hechos notó algo raro? ¿Algún ruido? ¿Algún imprevisto?

- No lo sé, señor fiscal. No sé cuál es la noche de los hechos.

- ¿No se lo dije? Perdóneme. Fue el miércoles 8. Justo después del carnaval.

Encontraron el cuerpo el mismo día de la muerte.

El padre hizo una mueca irónica.

- Qué apropiado.

- ¿A qué se refiere?

- Miércoles de Ceniza. Es el momento de purificar los cuerpos después de la fiesta pagana y comenzar la Cuaresma, el sacrificio, la preparación de la Semana Santa:

- Miércoles de Ceniza. ¿Por qué de Ceniza?

El padre sonrió piadosamente.

- ¡Ah, la educación pública laica! ¿Nadie le enseñó catecismo en su escuela de Lima, señor fiscal? En esa fecha se marca con ceniza una cruz sobre la frente de los católi- cos, como recordatorio de que polvo somos y en polvo nos convertiremos.

Alguna vez su madre lo había llevado a la iglesia y le habían puesto esa señal con una mano fría y negra. Se tocó la frente como si quisiera borrar la marca.

- ¿Para recordar que moriremos? -preguntó.

- Que moriremos y resucitaremos en una vida más pura. El fuego purifica.

Santiago Roncagliolo (Perú, 1975).

miércoles, 24 de mayo de 2017

Carnaval: DEPREDADOR, de Santiago Roncagliolo

"A Carmen le resultaba pintoresco el carnaval de Barcelona..."

(Fragmento)

El calendario íntimo de la agencia estaba marcado por festividades, de las cuales, las más importantes eran los cumpleaños. Cinco veces al año, tras la hora de cierre, el grupo celebraba el aniversario de alguno de sus miembros. Solían hacer una colecta entre todos para ofrecer al homenajeado un regalo significativo, casi siempre un perfume. Y soplaban las velas de una tarta, aunque como las chicas estaban siempre a dieta, los pasteles de chocolate terminaron por reducirse a un muffin con café. Estas ceremonias incluían la repetición de los mismos chistes cada vez, y aunque no eran una orgía de diversión, a Carmen le gustaban: disfrutaba de la seguridad de los pequeños ritos cotidianos, que hacían de su vida un lugar sin sobresaltos, fácil de manejar.
 
Sin embargo, el día que cumplió cuarenta años, el plan fue más arriesgado de lo que ella esperaba. La fecha coincidía con el carnaval, y alguien en la oficina —quizá Lucía, que era un poco excesiva— había propuesto disfrazarse y salir a la calle todos juntos, de bar en bar. A Carmen le resultaba pintoresco el carnaval de Barcelona, y algún año lo había recorrido, pero en calidad de testigo, vestida de sí misma, sintiéndose protegida en su normalidad mientras a su alrededor pululaban las más extravagantes máscaras simiescas. Estaba dispuesta a volver a hacerlo en esos términos, interponiendo una distancia profiláctica entre el carnaval y ella, sonriendo ante los disfraces más ingeniosos como se sonríe ante un espectáculo sobre un escenario. El problema, para su horror, era que el personal de la oficina le había anunciado una sorpresa, lo que sin duda incluiría un disfraz de uso obligatorio.
 
Carmen odiaba todas esas cosas: las sorpresas, los disfraces y lo que llamaba «el desenfreno callejero». Le parecían entretenimientos infantiles absolutamente inapropiados para adultos responsables. Pero negarse habría implicado introducir un elemento de confrontación en su sana convivencia laboral, y no estaba dispuesta a poner en riesgo su pequeño universo. Además, en realidad, tampoco existía un plan B para esa noche. De rechazar este, no tendría más remedio que cenar con su madre. Y se expondría a cualquier cosa, incluso a salir a la calle vestida de monstruo, con tal de no tener que cenar con su madre en la noche de su cumpleaños.


Santiago Roncagliolo (Perú, 1975)