Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

viernes, 31 de diciembre de 2021

Año nuevo: TESS, LA DE LOS D'UBERVILLE, de Thomas Hardy

"... y llegó por fin la víspera de Año Nuevo, el día de la boda."

(Fragmento del capítulo XXXIII)

Así pasaron otras noches y otras mañanas, y llegó por fin la víspera de Año Nuevo, el día de la boda.

No se levantaron los novios a la hora del ordeño, pues su última semana la habían pasado en la vaquería más bien en concepto de huéspedes que de otra cosa, habiéndose visto favorecida Tess con una habitación para ella sola. Al bajar para tomar el desayuno, les sorprendió el cambio que en honor suyo había sufrido la amplia cocina. El lechero, a cierta hora de la madrugada, había mandado blanquear el rincón de la chimenea, pintar de colorado los ladrillos del hogar y sustituir por una cortina de damasco, de un amarillo rabioso, el viejo y renegrido cortinón de lana de rameado dibujo que colgaba del medio punto. Aquella innovación en lo que constituía el foco de la estancia en las tristes mañanas de invierno comunicaba a toda ella un aspecto festivo.
 
- Yo deseaba hacer algo en su honor -dijo el ganadero-, y como no querían ustedes ni oír mentar a la orquesta de violines y violones que se acostumbraba traer en otro tiempo para la ceremonia, pues se me ocurrió esta idea que, como ven, no mete bulla.
 
Vivían tan lejos de allí los parientes de Tess que aunque los hubiera invitado no hubiera podido asistir ninguno de ellos a la ceremonia. En cuanto a los padres de Ángel, éste les había escrito a su tiempo, asegurándoles que le darían mucho gusto viniendo alguno por lo menos para el día de su boda. Escribió también a sus hermanos, que sin duda estaban enojados con él, pues no le contestaron. Pero sus padres le escribieron en términos de cierta tristeza, deplorando la precipitación con que iba al matrimonio, aunque se conformaban con lo irremediable, diciéndole que, si bien no habían pensado nunca que hubiera de casarse con la moza de una lechería, ya tenía una edad en la que cada cual está capacitado para ser el mejor juez de sus actos.
  
Thomas Hardy (Inglaterra, 1840-1928).

jueves, 30 de diciembre de 2021

El año nuevo según Goethe


En las páginas de
Werther que corresponden a los últimos días del año -en el capítulo que lleva por título 20 de diciembre-, puede leerse una alusión respecto a la inminencia del año nuevo:

Los abrazó cariñosamente, se disponía a abandonarlos, cuando el más pequeño dio señales de querer decir algo al oído. El secreto se redujo a participarle que sus hermanos mayores habían escrito felicitaciones para el año nuevo: una para el papá, otra para Alberto y Carlota, y otra para Werther. Todas las entregarían por la mañana temprano el primer día del año. Estas palabras le enternecieron: hizo algunos regalos a todos y tras de encargarles que saludaran a su papá, montó a caballo y se marchó llorando.

El año nuevo (Zum neuen Jahr) es un poema leído por su autor el 31 de diciembre, día de San Silvestre, de 1801, es decir, como preámbulo para recibir 1802, ante un grupo de siete parejas denominado la Coronilla de los miércoles.

Entre lo viejo,
entre lo nuevo
aquí estamos complacidos,
nos proporciona felicidad.
Y el pasado significa
tener la confianza
de mirar hacia adelante
y mirar también atrás.

Las horas de peste
y de tristeza separan
a la fidelidad del sufrimiento
y al amor de la lujuria;
Días mejores
nos volverán a reunir,
los cantos serenos
fortalecen el pecho.

Sufrimientos y alegrías
se desvanecen,
son quienes se unen
alegremente recordados.
¡Oh el extraño
giro del destino!
¡Antigua conexión,
nuevos regalos!

Gracias a la lluvia,
felicidad creciente,
gracias al destino
por un bien viril,
regocíjate en el cambio
de instintos alegres,
amor abierto,
¡resplandor secreto!

Otros estarán mirando
las opacas arrugas
que cubren a los viejos
tristes y tímidos;
pero los ilumina el brillo
de la amistosa lealtad;
mira como el recién llegado
se encuentra con lo nuevo.

Al igual que en el baile
de pronto se separa
la pareja amorosa
para encontrarse de nuevo;
entonces, a través de la vida
en su difracción confusa
nos guía por la pendiente
para entrar al año nuevo.


Johann Wolfgang von Goethe (Alemania, 1759.1832).

(La traducción del párrafo de Werther es de José Valor y del poema El año nuevo de Jules Etienne).

viernes, 26 de noviembre de 2021

Rainer María Rilke: CORRESPONDENCIA AMOROSA CON UNA JOVEN VENECIANA


Aunque Rainer María Rilke no se caracterizó a lo largo de su vida por la abundancia en materia de romances, entre 1907 y 1913 sostuvo correspondencia con Adelmina Romanelli, una joven veneciana de quien se enamoró y a quien enviara más de treinta apasionadas cartas redactadas en francés. En la primera de ellas, escrita en la propia Venecia cuando recién la había conocido, comienza:
 
Venecia, 26 de noviembre
hacia medianoche
 
Mi querida y hermosa Amiga:
 
Por primera vez a solas con su retrato, debo, en el silencio de la noche veneciana, escribirle. Por breve que sea, esta carta atesorará el privilegio de ser la primera. Otras habrá que le repetirán lo que ella viene a decirle tan ingenuamente: Lo feliz que soy por haberla encontrado de nuevo bella y admirable, tal y como usted lo es en todo.
 
Y más adelante, en esa misma carta con que iniciaba la relación epistolar, le confiesa su amor:
 
Después de todo lo que hemos hablado, lo que hemos sentido juntos durante estos días, es natural que la ame. Hay que devolver a esta palabra su grandeza: por eso la pronuncio; de lejos: porque he asumido por completo mi soledad; de cerca: porque aquellos a los que amo me ayudan infinitamente a soportarla.
 
Pero de entre todo el epistolario destaca una reflexión sobre la vida y la muerte que remite desde Alemania tan sólo un par de semanas después:
 
Obernueland bei Bremen (Alemania)
Domingo 8 de diciembre de 1907.
 
En la vida hay muerte, y me sorprende que se pretenda ignorarlo: la muerte, cuya implacable presencia sentimos en cada cambio al que sobrevivimos, porque sentimos hay que aprender poco a poco a morir. Debemos aprender a morir: esto es toda la vida. Preparar de lejos la obra maestra de una muerte digna y suprema, una muerte donde el azar no tenga cabida, una muerte bien hecha, muy feliz, entusiasta, como sólo los santos han sabido formar, una muerte largamente madurada, que con sus propias manos borra su nombre odioso, no siendo más que un gesto que devuelva al anónimo universo las leyes reconocidas y salvadas de una vida intensamente realizada. Esta noción de la muerte, que se ha desarrollado dolorosamente en mí de experiencia en experiencia desde mi infancia, me ordena soportar humildemente la pequeña muerte de cada día para hacerme digno de la que nos quiere grandes.
 
No me avergüenza, querida amiga, haber llorado el otro domingo en la góndola fría y excesivamente mañanera que giraba y giraba constantemente, pasando por barrios difusamente esbozados, tan difusamente esbozados que me parecían pertenecer a otra Venecia, esta vez situada en los limbos. Y la voz del “barcaiolo”, que pedía paso en la esquina de un canal, quedaba sin respuesta, como si estuviera ante la misma muerte.
 
Y las campanas que, un momento antes, había oído en mi habitación (en la habitación donde había vivido toda una vida, en la que había nacido y en la que me disponía a morir) me parecían muy nítidas; esas mismas campanas arrastraban tras de sí sonidos hechos de jirones, errante sobre las aguas y se encontraban sin reconocerse.
 
Justo es esta muerte la que se prosigue de continuo en mí sus caminos, la que trabaja en mí y me transforma el corazón, la que incrementa el rojo de mi sangre, la que comprime la vida que fue nuestra, a fin de que se convierta en una gota agridulce que circula por mis venas, que penetra en todas partes, la que, al fin, es infinitamente mía.
 
Y sin evadirme de mi tristeza, soy feliz, querida amiga, al sentir que usted existe, bella; feliz por haberme entregado sin miedo a su belleza, igual que un pájaro se entrega, inmenso, al espacio; feliz, querida amiga, por haber andado con verdadera fe sobre nuestras aguas inciertas, hasta tocar tierra en la isla de su corazón, donde brota, floreciente, el dolor. En fin, feliz…
Suyo,
R. María

Jules Etienne

miércoles, 24 de noviembre de 2021

Venecia: EL PIRATA NEGRO y EL GALANTE AVENTURERO, de Arnaldo Visconti


En la serie de veinte novelas de
El galante aventurero publicadas bajo la firma de Arnaldo Visconti, las últimas cinco, es decir, de la XVI a la XX, componen el denominado ciclo veneciano, compuesto por Los misterios de Venecia, La góndola de los suspiros, Las damas de la noche, El fantasma de los fosos y El último beso. En la penúltima de ellas el autor describe a Venecia con tono ominoso:

“En la licenciosa, disoluta y sangrienta Venecia, las noches encubrían, con sus sombras, intrigas de todas clases en las numerosas góndolas que por los canales y bajo los puentes desfilaban maniobradas por indiferentes y discretísimos gondoleros”.

Por su parte, El pirata negro alcanzó la suma de 85 aventuras, las cuales se publicaron entre 1946 y 1949. El título La princesa azul corresponde a la número 44. Estos son algunos párrafos que se refieren a Venecia:

(Fragmento del capítulo primero: En una playa adriática)

- Vuestros barcos, navegando por entre las islas, obligan a estar vigilante.

- No nos engañemos, Vittoria. Si Venecia no manda refuerzos, yo no podré atacar. Y al no poder hacerlo los Otomanos, envalentonados, lograrán, de un día a otro entrar en el Adriático. Es una situación desesperada. Muchas veces he querido que regreses a la capital, Vittoria. Cuando los turcos ataquen...

- Ya os dije, padre, que soy vuestra hija y donde estéis, he de estar yo; es obligación impuesta por mi corazón. Tengamos fe en que el Consejo de los Diez convencerá al Dux de que precisamos refuerzos.

- No pueden. Las arcas venecianas están exhaustas. No podemos contar con ninguna ayuda.

Se detuvo Zergo Zanni, al oír un rítmico y acompasado repicar que, procedente de tierra, iba acercándose. Desde el recuadro de entrada, la tela alzada, sostenida en sus extremos por piquetas elevadas, formaba un dosel pasadizo, que permitía ver el horizonte marítimo, pero no la parte del litoral que se extendía a espaldas de la gran tienda almirante.

Levantóse Vittoria y salió al exterior, regresando poco después, para sentarse de nuevo cerca del sillón ocupado por su padre.

- Cuatro jinetes, padre.

- Correos venecianos, sin duda -comentó Zergo Zanni-. Ya estoy harto de ellos. Todo son reproches: “Y bien, Zergo Zanni, ¿no te acuerdas ya de Jerónimo Morosini?” “Veamos, Zergo Zanni, ¿durante cuánto tiempo piensas derrochar inútilmente el oro de nuestras arcas, sosteniendo fuerzas inmóviles?” Todo eso es lo que veladamente me dicen en sus correos... Bien, les quisiera a ellos en mi lugar...

Arnaldo Visconti:
Pedro Víctor Debrigode Dugi (España, 1914-1982).

martes, 2 de noviembre de 2021

Venecia: CANTO III, de Ezra Pound


(Primera estrofa)

 Aquel año me senté en la escalinata de la Dogana,
pues las góndolas resultaban muy caras,
y no estaban “aquellas chicas” , sólo un rostro,
y el Buccentoro a veinte yardas, aullaban “Stretti”,
y aquel año los travesaños iluminados, en el Morosini,
y pavos reales en la casa de Koré, o que pudiera haberlos.

Dioses flotan en el aire azur,
dioses relucientes y toscanos, regresan antes de que cuaje el rocío.
Luz: y la primera luz, antes de que rocío alguno se formara.
Paniscos , y la del roble, dríade,
y la del manzano, mélide,
por todo el bosque, y las hojas están llenas de voces,
susurran, y se inclinan las nubes sobre el lago,
portan dioses,
y en el agua, nadadoras blancas como la almendra,
el agua de plata barniza sus erguidos pezones,
tal como Poggio dejó indicado.
Vetas verdes sobre turquesa:
o: ascienden las gradas grises a la sombra de los cedros.

(I sat on the Dogana’s steps
For the gondolas cost too much, that year,
And there were not “those girls”, there was one face,
And the Buccentoro twenty yards off, howling, “Stretti”,
And the lit cross-beams, that year, in the Morosini,
And peacocks in Koré’s house, or there may have been.

Gods float in the azure air,
Bright gods and Tuscan, back before dew was shed.
Light: and the first light, before ever dew was fallen.
Panisks, and from the oak, dryas,
And from the apple, mælid,
Through all the wood, and the leaves are full of voices,
A-whisper, and the clouds bowe over the lake,
And there are gods upon them,
And in the water, the almond-white swimmers,
The silvery water glazes the upturned nipple,
As Poggio has remarked.
Green veins in the turquoise,
Or, the gray steps lead up under the cedars.
 
Ezra Pound 
(Poeta estadounidense radicado y muerto en Venecia; 1885-1972).
 
La ilustración corresponde a La Dogana di Mare, en Venecia, que menciona Pound en su poema. 

lunes, 1 de noviembre de 2021

Ezra Pound: MORIR EN VENECIA

 "... habrán trasladado sus restos por los canales venecianos en una góndola luctuosa..."
 
Ezra Pound murió el primer día de noviembre de 1972, en Venecia. Es posible imaginarse el día de los muertos en que, desde la casa en la calle Querini, habrán trasladado sus restos por los canales venecianos en una góndola luctuosa hasta depositarlos en su tumba del cementerio de la isla San Michele. Murió, entonces, el llamado día de todos los santos, y según Manuel Vicent: "La mezcla de un santo laico y de un poeta loco da como resultado un profeta. Hubo uno que se llamó Ezra Pound."

El capítulo XII de París era una fiesta lleva por título Ezra Pound y el Bel Esprit, y esto es lo que relata Ernest Hemingway sobre el poeta: "Ezra era el escritor más generoso y más desinteresado que nunca he conocido. Corría en auxilio de los poetas, pintores, escultores y prosistas en los que tenía fe, y si alguien estaba verdaderamente apurado, corría en su auxilio tanto si tenía fe como si no. Se preocupaba por todo el mundo, y en los primeros tiempos de nuestra amistad la persona que más le preocupaba era T. S. Eliot, quien, según me dijo Ezra, tenía que estar empleado en un banco en Londres, y, por consiguiente, no disponía de tiempo ni seguía un horario apropiado para dar un buen rendimiento poético."

Mucho tiempo antes de publicar la obra en cuestión, en 1925 ya Hemingway había escrito: "Pound, el gran poeta, dedica una quinta parte de su tiempo a su poesía y emplea el resto en tratar de mejorar la suerte de sus amigos. Los defiende cuando son atacados, hace que las revistas publiquen obras suyas y los saca de la cárcel. Les presta dinero. Vende sus cuadros. Les organiza conciertos. Escribe artículos sobre ellos. Les presenta a mujeres ricas. Hace que los editores acepten sus libros. Los acompaña toda la noche cuando aseguran que se están muriendo y firma como testigo sus testamentos. Les adelanta los gastos del hospital y los disuade de suicidarse. Y al final algunos de ellos se contienen para no acuchillarse a la primera oportunidad."

Cuando Pound vivió en Italia durante la época de Mussolini, declaró su simpatía por el fascismo y la expresó públicamente de diferentes maneras. Eso le costó la humillación de ser paseado en una jaula en Pisa, cuando las tropas estadounidense entraron en territorio italiano. Lo trasladaron a Washington para juzgarlo por traición a la patria pero fue declarado demente y en lugar de ser fusilado lo recluyeron durante doce años en un manicomio. "Cualquier hombre que soporte vivir en los Estados Unidos -diría en aquella época-, está loco." Cuando finalmente fue liberado en 1958, por considerar que su demencia no era peligrosa, partió de nuevo a Italia, donde permanecería hasta su muerte en Venecia -como el título de una novela de Thomas Mann-, a los 87 años.

Jules Etienne

miércoles, 27 de octubre de 2021

Venecia: EL CIELO NO TIENE FAVORITOS, de Erich María Remarque


(Fragmento del capítulo XVI)

Clerfayt se sentó a su lado.

- ¿Cómo sabes todas esas cosas?

- Es sólo un decir. Son verdades a medias..., como todo lo que se dice.

- ¿También el amor?

- ¿Qué relación existe entre el amor y la verdad?

- Ninguna. Cada una es antípoda de la otra.

- No -negó Lillian, y se puso de pie-. La antípoda del amor es la muerte... El amor es el hechizo que nos permite olvidar la muerte por un breve lapso. Por esta razón, todo el que sabe algo de la muerte sabe también algo del amor.

Se puso el vestido y prosiguió:

- Ésta es otra verdad a medias. ¿Quién puede jactarse de saber qué es la muerte?
- Nadie... Se sabe solamente que es lo contrario de la vida, no del amor, y esto también es dudoso.

Lillian rió. Clerfayt volvía a ser el mismo de siempre.

- ¿Sabes lo que quisiera? —le preguntó—. Vivir diez vidas al mismo tiempo.

Clerfayt deslizó las manos por los delicados pliegues del vestido de su amada.

- ¿Para qué? Siempre sería una sola vida, Lillian, así como el ajedrecista que juega contra diez adversarios diferentes juega en realidad un solo juego: el suyo.

- Ya lo he descubierto.

- ¿En Venecia?

- Sí, peró no como tú crees.

Estaban junto a la ventana. Sobre la Conciergerie se cernía un pálido crepúsculo.


Erich María Remarque
(Alemán nacionalizado estadounidense y fallecido en Suiza, 1898-1970).

lunes, 25 de octubre de 2021

Venecia: RETRATO DE ELMER, de William Faulkner

"... lejos de Venecia, del calabozo del Palazzo Ducale..."

(Fragmento del primer capítulo)

Ahora que ya están lejos de Venecia, del calabozo del Palazzo Ducale, no lamenta su encarcelamiento, pues tales cosas -la vida a lo vivo- son las que hacen al artista. Pero lamenta haber estado en la cárcel con Angelo, y a veces se sorprende a sí mismo lamentando con ingratitud que -sabe- jamás será capaz de albergar Angelo, que Angelo haya logrado salir de ella. Y entonces, esperanzadora, súbitamente piensa de nuevo con secreta vergüenza: Quizás, después de todo, sería lo mejor,

Myrtle sabrá como deshacerse de Angelo; y de lo que no hay duda es de que la seño- ra Monson sabrá de sobra como hacerlo.

La voz de Angelo concluye un suave período en su discurso. Pero ahora Elmer ni siquiera se pregunta qué es lo que está diciendo Angelo; vuelve a contemplar más allá del amasijo de frágiles mesas y de las apretadas hileras de cabezas y hombros, que beben a dos sexos y a cinco lenguas, la al parecer interminable multitud que por allí transita, y mira a las jovencitas blancas y suaves y cautelosas y estúpidas, de turbadores cuerpos que él debe suponer virginales, preguntándose por qué ciertas chicas le eligen a uno y otras no. Hubo un tiempo en que creyó que uno puede seducirlas; ahora no está tan seguro. Ahora cree que son ellas las que le eligen a uno cuando coincide que se encuentran en el estado de ánimo adecuado y coincide que uno se halla a mano. Pero sin duda se supone que uno aprende de la experiencia (en el sentido de infelicidades reales que uno padece comparadas con infelicidades posibles que no le alcanzan), si no el modo de alcanzar lo que desea, al menos la razón por la cual no lo ha alcanzado. Pero ¿quién quiere experiencia cuando puede obtener cualquier tipo de sucedáneo? Al diablo con la experiencia, piensa Elmer, ya que toda realidad es insoportable. Y quiero loque pienso que quiero cuando pienso que lo quiero, al igual que todos los hombres. No una fórmula para el estoicismo, un antídoto contra los deseos frustrados. El otoño y el crepúsculo ascienden gravemente en Montparnasse.

Angelo, abstraído y locuaz, sin turbación alguna, continúa hablando mientras sostiene con cuidado en una mano su bebida oscura y poco densa.

Lleva el pelo peinado hacia atrás, liso y lustroso; la cara afeitada y azul, como la de un pirata. A ambos lados de la nariz breve y respingona, sus ojos, separados y marrones, son enternecedores y tristes como los de un perro de raza óptima. Su traje, después de seis semanas, está razonablemente pulcro y nuevo, al igual que los zapatos con remate de paño, y sigue conservando su bastón. Es uno de esos bastones delgados y nudosos de bambú que se conservan palpable y positivamente nuevos hasta el momento de su pérdida o de la muerte de su dueño, pero el traje, salvo por el hecho de que Angelo aún no ha dormido con él puesto, es idéntico al que desechó en Venecia a instancias de Elmer. Es un mosaico de cuadros grises y castaños, que parece hallarse en un estado de constante y benigna explosión por todo Angelo, al cual despoja de toda forma, y que está dotado de los suficientes botones de ámbar como para convertir en un ser a prueba de balas a su dueño, salvo en caso de que se disparase contra él a quemarropa.

Angelo sigue formando sus períodos verbales, delicada y plenamente absorto, y manosea cuidadosamente su bebida violácea. No se ha limpiado las uñas de las manos desde que dejaron Venecia.

William Faulkner
(Estadounidense, 1897-1962). Obtuvo el premio Nobel en 1949.

La ilustración corresponde a una celda de la Prisión de los Plomos en el Palcio Ducal de Venecia.

sábado, 23 de octubre de 2021

Venecia: HERMOSOS Y MALDITOS, de F. Scott Fitzgerald

"Las ilusiones románticas podrían volver a posarse en ella: el hechizo romántico de los azules canales de Venecia."

(Fragmento del libro tercero, capítulo III: ¡Da lo mismo!)

Italia; un veredicto favorable significaba Italia. Aquella palabra se había convertido para él en una especie de talismán, en un lugar donde sería posible desprenderse de las intolerables ansiedades de la existencia como si se tratara de un traje viejo. Irían primero a los balnearios y entre multitudes alegres y llenas de colorido olvidarían las grises secuelas de la desesperación. Maravillosamente renovado, Anthony pasearía de nuevo por la Piazza di Spagna al atardecer, entre aquella muchedumbre a la deriva de mujeres morenas, mendigos harapientos y austeros frailes descalzos. El recuerdo de las mujeres italianas le produjo una suave exaltación; cuando su bolsa estuviera otra vez llena, incluso las ilusiones románticas podrían volver a posarse en ella: el hechizo romántico de los azules canales de Venecia, de las doradas colinas verdeantes de Fiésole después de la lluvia, y de las mujeres, mujeres que cambiaban, se disolvían y mezclaban con otras mujeres hasta alejarse de su vida, pero sin perder jamás ni juventud ni belleza.

Francis Scott Fitzgerald (Estados Unidos, 1896-1940).

(Traducido al español por José Luis López Muñoz).
La ilustración corresponde a Melodía veneciana, de Eugene von  Blaas (1910).

viernes, 22 de octubre de 2021

Venecia: EL CORSET MISTERIO, de André Breton


Mis bellas lectoras

a fuerza de ver de todos los colores
mapas espléndidos, con efectos luminosos, Venecia

Antaño los muebles de mi habitación estaban clavados
sólidamente a las paredes y yo me hacía atar para escribir:
Tengo el pie marino

nos adherimos a una especie de Touring Club
sentimental

UN CASTILLO EN LUGAR DE LA CABEZA
es también el Bazar de la Caridad
Juegos muy divertidos para todas las edades;
Juegos poéticos, etc.

Yo tengo a París como -para develar a ustedes el porvenir-
su mano abierta

el talle bien sujeto



André Breton (Francia, 1896-1966).

(Traducido del francés por Jules Etienne).

sábado, 2 de octubre de 2021

Venecia: QUÉDATE QUIETO. LOS JARDINES COLGANTES ERAN UN SUEÑO..., de Trumbull Stickney

"El glorioso cabello de Venecia era un rayo hecho por la vista de Tiziano."

Quédate quieto. Los Jardines Colgantes eran un sueño
que sobre rosas persas voló a besar
las pestañas rizadas de Semiramís.
Troya nunca lo fue, ni tampoco la verde corriente del Escamandro.
Provenza y Trovador son meras mentiras.
El glorioso cabello de Venecia era un rayo
hecho por la vista de Tiziano. Los atardeceres se parecen
el mundo es muy viejo y nada lo es. Tu locura no puedes despertar,
ni tus lágrimas abren tus soldados párpados,
pero repiquetean en las tinieblas de tu corazón.
Tu cerebro está plagado. Eres un búho
ciego con la luz de la vida, pero no la abandonas,
y el Error ama y nutre tu alma.

Trumbull Stickney
(Estadounidense nacido en Suiza, 1874-1904).

(Traducido del inglés por Jules Etienne).

viernes, 1 de octubre de 2021

Venecia: ANDREAS, de Hugo von Hofmannsthal

"... viajará a Venecia sobre todo porque allí la gente suele andar siempre con máscaras."
 
(Fragmento del capítulo Las aventuras de herr von N's en Venecia)
 
Andreas (si es que se decide a ir hasta el fondo) viajará a Venecia sobre todo porque allí la gente suele andar siempre con máscaras. Después de su aventura en el campo con la arrogante condesa, quien lo trató como a un lacayo, la idea, mitad sueño, que paulatinamente ha ido tomando forma en su mente es la de que esa misma aventura habría sido gloriosa si él hubiese ido enmascarado. De manera general, ahora está obsesionado por la diferencia entre ser y parecer -por ejemplo, cuando advierte montones de heno que en apariencia lucen como campesinas con sombreros o como si fueran unos monjes, lo cual le provoca una sensación misteriosa y solemne, cuando en realidad no son más que cosas sin sentido.

Hugo von Hofmansthal (Austria, 1874-1929).

jueves, 30 de septiembre de 2021

Venecia: INCONVENIENTES BIEN CONSIDERADOS, de G. K. Chesterton


Disfrutando de las inundaciones y otros desastres

Siento una envidia casi amarga al escuchar que Londres se ha inundado en mi ausencia, mientras estoy en el mero campo. (Una lluvia excepcional también en Londres, el 30 de junio, más de dos pulgadas en veinticuatro horas, causó graves inundaciones allí y en los condados cercanos). Tengo entendido que mi propia Battersea ha sido particularmente favorecida como un encuentro de las aguas. Battersea ya era, como no necesito decirlo, la más hermosa de las localidades humanas. Ahora que tiene el esplendor adicional de las grandes capas de agua, debe haber algo bastante incomparable en el paisaje (o paisaje acuático) de mi propia ciudad romántica. Battersea debe ser una visión de Venecia. El bote que traía la carne de la carnicería debió de haber disparado por aquellos carriles de plata ondulante con la extraña suavidad de la góndola. El verdulero que trajo coles a la esquina de Latchmere Road debió apoyarse en el remo con la gracia sobrenatural del gondolero. No hay nada tan perfectamente poético como una isla; y cuando un distrito se inunda se convierte en un archipiélago.

Gilbert Keith Chesterton (Inglaterra, 1874-1936).

(Traducido del inglés por Jules Etienne).

miércoles, 29 de septiembre de 2021

Venecia: EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO (La fugitiva), de Marcel Proust

"... el mundo no es más que un gran cuadrante solar en el que un solo segmento iluminado nos permite ver la hora que es..."
 
(Fragmento del libro VI: La fugitiva)

La tercera vez en que recuerdo haberme dado cuenta de que me acercaba a la indiferencia absoluta con respecto a Albertina (y esta última vez hasta sentir que había llegado por completo a ella) fue un día en Venecia, bastante tiempo después de la última visita de Andrea.
 
Mi madre me había llevado a Venecia a pasar unas semanas y -como puede haber belleza lo mismo en las cosas más humildes que en las más preciosas- gustaba allí impresiones análogas a las que en otro tiempo sintiera muchas veces en Combray, pero traspuestas de un modo muy diferente y más rico. Cuando a las diez de la mañana venían a abrir los postigos de mi cuarto, veía resplandecer, en lugar del mármol negro en que se transformaban con la luz las pizarras de San Hilario, el ángel de oro del campanil de San Marcos. Rutilante de un sol que hacía casi imposible mirarlo, me hacía con sus grandes brazos abiertos, para cuando, media hora después, estuviera yo en la Piazzetta, una promesa de goce más cierta que la que en otro tiempo tuviera la misión de anunciar a los hombres de buena voluntad. Mientras seguía acostado no podía ver otra cosa que él, pero como el mundo no es más que un gran cuadrante solar en el que un solo segmento iluminado nos permite ver la hora que es, ya la primera mañana pensé en las tiendas de Combray, las de la plaza de la Iglesia, que los domingos estaban a punto de cerrar cuando yo iba a misa, mientras la paja del mercado despedía un fuerte olor bajo el sol ya caliente. Pero el segundo día lo que vi al despertar, lo que me hizo levantarme (porque sustituía en mi memoria y en mi deseo a los recuerdos de Combray), fueron las impresiones de la primera salida en Venecia, en Venecia, donde la vida cotidiana no era menos real que en Combray: lo mismo que en Combray, el domingo por la mañana se gozaba del placer de bajar a una calle en fiesta, pero esta calle estaba toda en un agua de zafiro, refrescada de soplos tibios y de un color tan resistente que mis ojos cansados, para descansar y sin miedo a que la calle cediera, podían apoyar en ella la mirada. Como en Combray las buenas gentes de la Rue de l'Oiseau, en esta nueva ciudad también los habitantes salían de las casas alineadas una junto a otra al otro lado de la calle principal; pero en Venecia este papel de las casas proyectando un poco de sombra a sus pies estaba encomendado a unos palacios de pórfido y de jaspe, sobre cuya puerta cimbrada la cabeza de un dios barbudo (que rebasaba la alineación como la aldaba de una puerta en Combray) producía el efecto de hacer más oscuro con su reflejo, no el moreno del sol, sino el azul espléndido del agua. En la Piazza, la sombra que hubieran proyectado en Combray el toldo de la tienda de novedades y la enseña del peluquero eran las florecillas azules que siembra a sus pies en el desierto de losas soleado el relieve de una fachada Renacimiento, y no es que, cuando el sol pegaba fuerte, no hubiera que bajar los transparentes en Venecia como en Combray, aún a la orilla del canal. Pero estaban entre los cuatrilóbulos y los follajes de las ventanas góticas. Lo mismo diré de la de nuestro hotel, delante de cuyas balaustradas me esperaba mi madre mirando el canal con una paciencia que quizá no hubiera tenido en Combray, donde, poniendo en mí esperanzas que después no se realizaron, no quería hacerme ver cuánto me quería. Ahora se daba cuenta de que su frialdad aparente no hubiera conseguido nada, y el cariño que me prodigaba era como esos alimentos prohibidos que no se les niegan a los enfermos cuando es seguro que ya no pueden curarse.


Marcel Proust (Francia, 1871-1922). 

martes, 28 de septiembre de 2021

Venecia: LA TERCERA VIOLETA, de Stephen Crane

"Ahora este pequeño cuadro aquí que hice en Venecia. Gran Canal, ya sabes. Gondolero apoyándose en su remo."

(Fragmento)

Adoptó una postura descriptiva, y con su dedo índice señaló varios espacios de la pared." Aquí hay una pequeño cuadro que pinté en Bretaña: Mujer campesina con zuecos. Esta mancha marrón aquí es la mujer campesina, y esas dos cosas blancas son los zuecos. Campesina con zuecos, ¿no lo ves? Las mujeres de Bretaña, por supuesto, llevan zuecos, ¿comprendes? Conveniencia de los pintores. Veo que estás mirando ese cuadrito que pinté en Marruecos. Ah, ¿lo admiras? Bueno, no está mal, no está mal. Pipa de fumar árabe, en cuclillas a la entrada. Esta largo trazo aquí es la pipa. ¿Inteligente, dices? ¡Oh gracias! Eres demasiado amable. Bueno, todos los árabes hacen eso, ¿sabes? Ocupación única. Conveniencia de los pintores. Ahora, este pequeño cuadro aquí que hice en Venecia. Gran Canal, ya sabes. Gondolero apoyándose en su remo. Conveniencia de los pintores. Oh, sí, los sujetos estado- unidenses están bastante bien, pero son difíciles de encontrar, ya sabes, -difíciles de encontrar. Marruecos, Venecia, Bretaña, Holanda-, todos aprecian el color, ya sabes -la forma pintoresca-, y todo eso. Somos tan horriblemente modernos aquí; y, además, nadie nos ha pintado mucho. ¿Cómo diablos puedo pintar América si nadie lo ha hecho antes que yo? Mi querido señor, ¿sabe usted que eso sería originalidad? ¡Cielos!, no somos estéticos, tú me entiendes. Oh, sí, una buena mente llega a comprender algo y lo hace, después de eso es estético. Sí, por supuesto, pero entonces -bueno- Ahora, aquí hay una  pinturita mía de Holanda; eso..."

Stephen Crane
(Estadounidense fallecido en Alemania, 1871-1900).

La ilustración corresponde al detalle de una obra de Roger Turner.

lunes, 27 de septiembre de 2021

Venecia: LA ÚLTIMA NOCHE DE DON JUAN, de Edmond Rostand


Primera parte

(Diez años después. Un palacio en Venecia. Una gran sala abierta al Adriático, donde se sumergen los escalones de mármol. En el medio, una mesa servida, iluminada por antorchas).

Escena primera

Don Juan:
¡Venecia! ... ¡Ah! la ciudad de la fragilidad, es ella.
La columna es de estuco, la piedra es de encaje,
¡El muro es un reflejo y la calle es de agua!
Y cuando dos amantes intercambian un anillo,
¡Este anillo, Sganarelle, tiene el espíritu de cristal!

Sganarelle:
Han pasado diez años y tú ...

Don Juan:
Yo persevero...

Sganarelle:
¿Esta noche?

Don Juan:
Baile.

Sganarelle:
¿Vuelves?

Don Juan:
No. Más fuerte que Aníbal,
Aprovecho la victoria… ¡después del baile!

Sganarelle:
Señor, si llega la hora, tanta bella insolencia...

(Suena un reloj).

Don Juan:
Cuando hablamos de la hora, suena.

Sganarelle:
¡Oh!

Don Juan:
¡Silencio!
Desde el campanario escuchémosla desprenderse.

Sganarelle:
El placer de llamar a un campanario
¿Vale la pena que bajo este cielo, señor, siga por siempre?

Don Juan:
Me gustan los zapatos blancos de las mujeres de Venecia,
Y, como casamentero, tener un gondolero
Que canta, hace versos y se torna familiar.
Las damas de Venecia usan un baño de cedro
¡Quién pondría a Hipólito a merced de Fedra!
Venecia es un lugar repleto de ocasiones,
De regatas, bailes… y procesiones.
¡Amo Venecia! Y luego, su león se parece a mí
Al pie del cual se aglomera un vuelo de palomas,
Y quien se rinde, con un gran desdén amargo,
¡Reinar sobre el amor, reinar sobre el mar!
Sí, como tú, ciudad loca y profunda,
¡Vivo sobre mi reflejo, que se forma sobre la ola!

Sganarelle:
Esta ciudad es mortal.

Don Juan:
Y aunque así lo sea,
Ciudad a la que vienen a terminar todos los aventureros
¿Quién quiere al morir romper el cristal más hermoso?,
Me niego a huir bajo un cielo más severo.
Una ciudad del amor he visto mi primer día
Mi último día deseo ver también una ciudad del amor.
Solo se permite un epitafio para Don Juan:
"¡Nació en Sevilla y murió en Venecia!"
Lo que digo, además, es sólo para asustarte:
¡Creo que el diablo nos ha olvidado!

Edmond Rostand (Francia, 1868-1918).

La ilustración de La dernière nuit de don Juan es de George Barbier (1921).

domingo, 26 de septiembre de 2021

Venecia: EL FANTASMA DE LA ÓPERA, de Gastón Leroux

"... con un gesto del que no fui dueña porque ya no lo era de mí, mis dedos raudos arrancaron la máscara..."

(Fragmento del capítulo XIII: La lira de Apolo)

«Y me dijo: “Cantemos ópera, Christine Daaé”, como si me lanzase una injuria.

»Mas no tuve tiempo de pensar en la intención que había dado a sus palabras. Inme- diatamente empezamos el dúo de Otelo, y ya la catástrofe estaba sobre nuestras cabezas. En esa ocasión me otorgó el papel de Desdémona, que canté con una desesperación y un terror reales que nunca había alcanzado hasta ese día. La vecindad de semejante compañero, en lugar de anonadarme, me inspiraba un terror magnífico. Los sucesos de que yo era víctima me acercaban de forma singular al pensamiento del poeta y encontré acentos que hubieran deslumbrado al músico. En cuanto a él, su voz era atronadora, su alma vengativa se concentraba en cada sonido y aumentaba terriblemente su potencia. El amor, los celos y el odio estallaban a nues- tro alrededor en gritos desgarradores. La máscara negra de Erik me hacía pensar en la máscara natural del Moro de Venecia. Era Otelo en persona. Creí que él iba a golpearme, que yo iba a perecer bajo sus golpes…, y, sin embargo, yo no hacía ningún movimiento para rehuirle, para evitar su furor como la tímida Desdémona. Al contrario, me acerqué a él, atraída, fascinada, encontrándole encantos a la muerte en medio de una pasión como aquélla; pero, antes de morir, quise conocer, para llevarme su imagen sublime en mi última mirada, aquellos rasgos desconocidos que debían transfigurar el fuego del arte eterno. Quise ver el rostro de la Voz e, instintivamente, con un gesto del que no fui dueña, porque ya no lo era de mí, mis dedos raudos arran- caron la máscara...

»¡Oh! ¡Horror…! ¡Horror…! ¡Horror…!» Christine se detuvo ante aquella visión que aún parecía apartar con sus dos manos temblorosas, mientras los ecos de la noche, igual que habían repetido el nombre de Erik, repetían ahora tres veces el clamor: ¡Horror…! ¡Horror…! ¡Horror…! Raoul y Christine, más estrechamente unidos todavía por el terror del relato, alzaron sus ojos hacia las estrellas que brillaban en un cielo tranquilo y puro.

Gastón Leroux (Francia, 1868-1927).

(Traducido al español por Mauro Armiño).
La ilustración correspondiente a la escena narrada es de Annie Stegg Gerard.

sábado, 25 de septiembre de 2021

Venecia: PEREGRINACIONES, de Rubén Darío


(Fragmento sobre el pabellón italiano en la Exposición universal de París) 

Allá por la Avenida de Suffren, está Venecia, una, reducción para feria, con imitaciones de las conocidas arquitecturas, góndolas y gondoleros; y por la noche la iluminación da, en efecto, la sensación de horas italianas en la ciudad divina, de arte y de amor, mientras se escuchan músicas de bandolinas y canciones importadas de los canales. A Rebell no le gustan estas falsificaciones. El autor de La Nichina, cree que para gustar de Italia hay que ir a Italia, y que esta Venecia de guardarropía es única- mente propia para divertir a los snobs de París y del extranjero que no han tenido la suerte de sentir cómo es bajo su propio cielo, el beso de la luz y del aire venecianos, florentinos, milaneses, napolitanos. Esta Venecia, sin embargo, ayuda a soñar. La imaginación no necesita de mucho para transportarle a uno a donde quiere, y da idea de la realidad, al reflejar el agua del Sena las linternas que van como errantes flores de fuego, en la sombra nocturna, sobre las góndolas negras. Como el elemento italiano frecuenta mucho este lado de la Exposición, es frecuente oír sonar el sí en labios armoniosos de hermosísimas italianas. Quiero decir, entiéndase bien, que el si suona. Los franceses y las francesas que se hacen pasear por las góndolas, no desperdician la oportunidad de chapurrear el italiano, y de entonar a coro el Funicalí-funiculá, o la indestructible e inevitable Mandolinata.


Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916).

viernes, 24 de septiembre de 2021

Venecia: EL ARTE, de Marcel Schwob

"Y el pintor Jan van Scorel reconoció que estaba en la antigua Vía Latina..."

(Fragmento final del diálogo en el que intervienen: Dante Alighieri, Cimabue, Guido Cavalcanti, Cino da Pistoia, Cecco Angioleri, Andrea Orgagna, Fra Filippo Lippi, Sandro Botticelli, Paolo Uccello, Donatello, Jan van Scorel)

Y ahora la noche se aclaraba. Y Dante volvió a hablar con Jan van Scorel, y le dijo:

- Júzganos.

Y Jan van Scorel respondió:

- Me ha guiado el amor y lo seguiré dondequiera que me lleve. Nací junto a un mar gris, en un pueblo en las dunas, y trabajé en Amsterdam con mi maestro Jacob Kornelisz. Tenía una niña modesta y blanca, de doce años. La amaba y me fui a ganar dinero para casarme con ella. Y vi Speyer, Estrasburgo y Basilea. En Nurem- berg visité a Alberto Durero, y pasé por Estiria y Carintia. Ahora bien, había en esta región un gran barón que se enamoró de mi pintura. Tenía una hija ardiente y hermosa. Me ofreció que la casaría conmigo. Pero tenía en mi corazón la imagen de la niña de mi país, tan dulce, tan pura. Rechacé a la tentadora. Y fui a Venecia, donde un padre de las beguinas me llevó a Jerusalén para ver el Santo Sepulcro. Allí llegué a conocer la religión. Luego regresé vía Rodas y Malta otra vez a Venecia. De ahí viajé a Roma, donde el Papa me apoyó. Y sufro, porque mi amor se siente atraído por mi tierna niña; pero mi deseo es la tentadora de Carintia. Pero no podía pintar a la Virgen sin hacerla a semejanza de mi prometida; y sólo puedo imaginarme a Eve y Madeleine en el parecido de aquella cuyos ojos solicitantes me invitaron a romper mi juramento. Esta es mi historia: pero, oh Maestro, extiendo mi mano a mi amor.

Y Dante le dijo:

- Por lo tanto, nos has juzgado, porque no has abandonado a tu guía. Y te llevará más alto de lo que piensas, tal como el mío me ha llevado a mí. ¡Oh, Jan van Scorel, te sentirás miserable y decepcionado! La que amas está casada con un comerciante de oro; y tampoco encontrarás a la tentadora. Entonces entrarás en la religión y procla- marás tu arte a través de ella y en ella. Porque religión es el término del amor, o que la guía nos tome de la mano para subir la escalera sagrada, o que nos abandone frente al primer escalón.

Y Dante , alzando los ojos al cielo, vio una constelación límpida como agua temblo- rosa:

- Beatriz nos está llamando -dijo-, y tenemos que regresar. Recuerda las palabras divinas: "Busca y encontrarás".

El prado secreto desapareció con sus formas en la noche blanca. Y el pintor Jan van Scorel reconoció que estaba en la antigua Vía Latina; y, con la mirada baja, regresó a Roma.

Marcel Schwob (Francia, 1867-1905).

La ilustración corresponde al Parque del Acueducto en la Vía Latina de Roma, al atardecer.