"... y llegó por fin la víspera de Año Nuevo, el día de la boda."
(Fragmento del capítulo XXXIII)
Así pasaron otras noches y otras mañanas, y llegó por fin la víspera de Año Nuevo, el día de la boda.
No se levantaron los novios a la hora del ordeño, pues su última semana la habían pasado en la vaquería más bien en concepto de huéspedes que de otra cosa, habiéndose visto favorecida Tess con una habitación para ella sola. Al bajar para tomar el desayuno, les sorprendió el cambio que en honor suyo había sufrido la amplia cocina. El lechero, a cierta hora de la madrugada, había mandado blanquear el rincón de la chimenea, pintar de colorado los ladrillos del hogar y sustituir por una cortina de damasco, de un amarillo rabioso, el viejo y renegrido cortinón de lana de rameado dibujo que colgaba del medio punto. Aquella innovación en lo que constituía el foco de la estancia en las tristes mañanas de invierno comunicaba a toda ella un aspecto festivo.
No se levantaron los novios a la hora del ordeño, pues su última semana la habían pasado en la vaquería más bien en concepto de huéspedes que de otra cosa, habiéndose visto favorecida Tess con una habitación para ella sola. Al bajar para tomar el desayuno, les sorprendió el cambio que en honor suyo había sufrido la amplia cocina. El lechero, a cierta hora de la madrugada, había mandado blanquear el rincón de la chimenea, pintar de colorado los ladrillos del hogar y sustituir por una cortina de damasco, de un amarillo rabioso, el viejo y renegrido cortinón de lana de rameado dibujo que colgaba del medio punto. Aquella innovación en lo que constituía el foco de la estancia en las tristes mañanas de invierno comunicaba a toda ella un aspecto festivo.
- Yo deseaba hacer algo en su honor -dijo el ganadero-, y como no querían ustedes ni oír mentar a la orquesta de violines y violones que se acostumbraba traer en otro tiempo para la ceremonia, pues se me ocurrió esta idea que, como ven, no mete bulla.
Vivían tan lejos de allí los parientes de Tess que aunque los hubiera invitado no hubiera podido asistir ninguno de ellos a la ceremonia. En cuanto a los padres de Ángel, éste les había escrito a su tiempo, asegurándoles que le darían mucho gusto viniendo alguno por lo menos para el día de su boda. Escribió también a sus hermanos, que sin duda estaban enojados con él, pues no le contestaron. Pero sus padres le escribieron en términos de cierta tristeza, deplorando la precipitación con que iba al matrimonio, aunque se conformaban con lo irremediable, diciéndole que, si bien no habían pensado nunca que hubiera de casarse con la moza de una lechería, ya tenía una edad en la que cada cual está capacitado para ser el mejor juez de sus actos.
Thomas Hardy (Inglaterra, 1840-1928).