Clerfayt se sentó a su lado.
- ¿Cómo sabes todas esas cosas?
- Es sólo un decir. Son verdades a medias..., como todo
lo que se dice.
- ¿También el amor?
- ¿Qué relación existe entre el amor y la verdad?
- Ninguna. Cada una es antípoda de la otra.
- No -negó Lillian, y se puso de pie-. La antípoda del
amor es la muerte... El amor es el hechizo que nos permite olvidar la muerte
por un breve lapso. Por esta razón, todo el que sabe algo de la muerte sabe
también algo del amor.
Se puso el vestido y prosiguió:
- Ésta es otra verdad a medias. ¿Quién puede jactarse de
saber qué es la muerte?
- Nadie... Se sabe solamente que es lo contrario de la
vida, no del amor, y esto también es dudoso.
Lillian rió. Clerfayt volvía a ser el mismo de siempre.
- ¿Sabes lo que quisiera? —le preguntó—. Vivir diez
vidas al mismo tiempo.
Clerfayt deslizó las manos por los delicados pliegues
del vestido de su amada.
- ¿Para qué? Siempre sería una sola vida, Lillian, así
como el ajedrecista que juega contra diez adversarios diferentes juega en
realidad un solo juego: el suyo.
- Ya lo he descubierto.
- ¿En Venecia?
- Sí, peró no como tú crees.
Estaban junto a la ventana. Sobre la Conciergerie se
cernía un pálido crepúsculo.
Erich María Remarque
(Alemán nacionalizado estadounidense y fallecido en Suiza, 1898-1970).
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