"Yo sé que en las caídas de los grandes ríos se anudan extrañas alianzas entre el cielo y la tierra..."
A Françoise-Renée
Saint-Léger Léger
Y luego cayeron las nieves, las primeras nieves de la
ausencia, sobre los grandes anchos tejidos por el sueño y por lo real; y
remitida toda pena a los hombres memoriosos, hubo una frescura de telas en nuestras
sienes. Y esto fue en la mañana, bajo la sal gris del alba, un poco antes de la
hora sexta, como en un puerto de azar, un lugar de gracia y de merced en donde
licenciar el enjambre de las grandes odas del silencio.
Y toda la noche, a hurto nuestro, bajo este alto hecho de pluma, llevando muy
alto vestigio y cura de almas, las altas ciudades de piedra pómez horadadas de
insectos luminosos no habían cesado de crecer y sobresalir, en el olvido de su
peso. Y sólo supieron algo aquellos cuya memoria es incierta y su relato
aberrante. La parte que tomó el espíritu en esas cosas insignes, la ignoramos;
Nadie ha sorprendido, nadie ha conocido, en el más alto frente de piedra, la
primera afloración de esta hora sedosa, el primer contacto de esta cosa ágil y muy
fútil, como un roce de pestañas. Sobre los revestimientos de bronce y sobre los
lanzamientos de acero cromado, sobre los morillos de tosca porcelana y sobre
las tejas de grueso vidrio, sobre el cohete de mármol negro y la espuela de
metal blanco, nadie ha sorprendido, nadie ha empañado
Este vaho de un soplo en su nacimiento, como el trance primero de una espada
desenvainada... Nevaba, y he aquí que diremos de ello maravillas: el alba muda
en su pluma, como una gran lechuza fabulosa presa de los soplos del espíritu,
inflaba su cuerpo de dalia blanca. Y por todos lados nos era prodigio y fiesta.
Y la salud sea sobre la faz de las terrazas, en donde el Arquitecto, el otro
estío, nos mostró huevos de chotacabras. Yo sé que navíos en zozobra en todo ese pálido ostral lanzan su mugido de
bestias sordas contra la ceguera de los hombres y los dioses. Yo sé que en las
caídas de los grandes ríos se anudan extrañas alianzas entre el cielo y la
tierra: blancas bodas de noctuelas, blancas fiestas de frigáneas. Y bajo las
vastas estaciones ahumadas de alba como palmares bajo vidrio, la noche lechosa
engendra una fiesta del muérdago.
Y hay también esa sirena de las fábricas, un poco antes de la hora sexta y el
relevo de la mañana, en ese país, allá arriba, de muy grandes lagos, en donde
los astilleros iluminados toda la noche tienden sobre la espaldera del cielo
una alta parra sideral: mil lámparas mimadas por las cosas crudas de la
nieve... Grandes nácares en crecimiento, grandes nácares sin defecto ¿meditan
su respuesta en lo más profundo de las aguas? -¡oh cosas todas por renacer!,
¡oh vosotras, todo respuesta! ¡Y la visión, por fin, sin falla y sin
defecto!...
Nieva sobre los dioses de fundición y sobre las fábricas de acero cimbreantes
de breves liturgias; sobre la escoria de hierro y la inmundicia y sobre el
herbazal de los terraplenes; nieva sobre la fiebre y sobre la herramienta de
los hombres -nieve más fina que en el desierto el grano de coriandro, nieve más
fina que en Abril la primera leche de las bestias jóvenes. Nieva allá lejos,
hacia el Oeste, sobre los silos y sobre los ranchos y sobre las vastas llanuras
sin historia bajo las zancadas de los pilonos; sobre los trazados de ciudades
por nacer y sobre la ceniza muerta de los campamentos levantados;
Sobre las altas tierras no abiertas, envenenadas de ácidos, y sobre las hordas
de negros abetos trabados de águilas arpadas, como trofeos de guerra... ¿Qué
decíais, armador de trampas, con vuestras manos despedidas? Y sobre el hacha
del pionero ¿qué inquietante dulzura puso esta noche la mejilla?... Nieva fuera
de cristiandad sobre las zarzas más jóvenes y sobre las bestias más nuevas.
¡Esposa del mundo mi presencia! Y en alguna parte del mundo donde el silencio
alumbra un sueño de melaza, la tristeza levanta su máscara de sirvienta.
No era suficiente que tantos mares, no era suficiente que tantas tierras
hubiesen dispersado el curso de nuestros años. Sobre la nueva ribera en que
sigamos, creciente carga, la red de nuestras rutas, todavía era menester todo
este canto llano de las nieves para arrebatarnos la huella de nuestros pasos...
Por los caminos de la más vasta tierra ¿extendéis el sentido y la medida de
nuestros años, nieves pródigas de la ausencia, nieves crueles para el corazón
de las mujeres en los que se agota la espera?
Y Aquella en quien yo pienso entre todas las mujeres de mi raza, desde la
hondura de su larga edad levanta hacia su Dios su faz de dulzura. Y es un puro
linaje que tiene su gracia en mí. "Que nos dejen a los dos con este
lenguaje sin palabras de que hacéis uso, ¡oh vos toda presencia!, ¡oh vos toda
paciencia!" Y como una gran Ave de gracia sobre nuestros pasos canta
quedamente el canto purísimo de nuestra raza. Y hace tan largo tiempo que vela
en mí esta ansia de dulzura...
Dama de alto paraje fue vuestra alma muda a la sombra de vuestras cruces; pero
carne de pobre mujer, en su ancianidad, fue vuestro viviente corazón de mujer
en las mujeres martirizado... En el corazón del bello país cautivo en donde
quemaremos el espino, qué gran compasión por las mujeres de toda edad a quienes
el brazo del hombre faltó. ¿Y quién, pues, os conducirá en esa mayor viudez, a
vuestras iglesias subterráneas en donde la lámpara es frugal y la abeja divina?
...Y todo este tiempo de mi silencio en tierra lejana, en las pálidas rosas de
los zarzales he visto palidecer la usura de vuestros ojos. Y vos sola habéis
gracia en este mutismo en el corazón del hombre como una piedra negra... Pues
nuestros años son tierras movedizas de las que nadie tiene feudo, pero como una
gran Ave de gracia sobre nuestros pasos, nos sigue de lejos el canto del puro
linaje; y hace tan largo tiempo que vela en nosotros esta ansia de dulzura...
¿Nevaba, esa noche, de ese lado del mundo en donde juntáis las manos?... Aquí,
hay un gran ruido de cadenas en las calles, por las que van los hombres
corriendo a su sombra. Y no sabía que hubiera todavía en el mundo tantas
cadenas para equipar las ruedas en fuga hacia el día. Y hay también gran ruido
de palas a nuestras puertas, ¡oh vigilias! Los negros barrenderos van sobre las
aftas de la tierra como gente de gabela. Una lámpara sobrevive al cáncer de la noche. Y un ave de ceniza rosa, que fue de brasa todo
el estío, alumbra de repente las criptas del invierno, como el Ave de Fase en
los Libros de Horas del Año Mil... ¡Esposa del mundo mi presencia, esposa del
mundo mi espera! ¡Que nos arrebate de nuevo el fresco aliento de la mentira!...
Y la tristeza de los hombres está en los hombres, pero también esta fuerza que
no tiene nombre, y esta gracia, por instantes, de la que es preciso hayan
sonreído.
Sólo en hacer la cuenta, desde lo alto de este cuarto de esquina que rodea un
Océano de nieves -Huésped precario del instante, hombre sin prueba ni testigo,
¿desataré mi lecho como una piragua de su caleta?... Aquellos que acampan cada
día más lejos del lugar de su nacimiento, aquellos que llevan cada día su barca
a otras riberas, saben mejor cada día el curso de las cosas ilegibles; y
remontando los ríos hacia su fuente, entre las verdes apariencias, son ganados
de súbito por ese esplendor severo en que toda lengua pierde sus armas.
Así el hombre semidesnudo sobre el Océano de las nieves, rompiendo de repente
la inmensa libración, persigue un singular designio en el que las palabras no
tienen ya asidero. ¡Esposa del mundo mi presencia, esposa del mundo mi
prudencia!... Y hacia el lado de las aguas primigenias volviéndome con el día,
como el viajero, en la neomenia, cuya conducta es incierta y su andadura
aberrante, he aquí que tengo el designio de vagar por entre las más viejas
capas del lenguaje, por entre las más altas vetas fonéticas: hasta lenguas muy
remotas, hasta lenguas muy enteras y muy parsimoniosas,
Como esas lenguas dravídicas que no tuvieron palabras distintas para
"ayer" y para "mañana"... Venid y seguidnos, que no tenemos
palabras que decir: remontamos esa pura delicia sin grafía por la que corre la
antigua frase humana; nos movemos entre claras elisiones, residuos de antiguos
prefijos que perdieron su inicial, y anticipándonos a los bellos trabajos de
lingüística, nos abrimos nuestras sendas nuevas hasta esas locuciones
inauditas, en las que la aspiración retrocede más allá de las vocales y la
modulación del aliento se propaga, al gusto de tales labiales semisonoras, en
busca de puros finales vocálicos.
...Y esto fue en la mañana, bajo el más puro vocablo, un bello país sin odio ni
roñería, un lugar de gracia y de merced para la ascensión de seguros presagios
del espíritu; y como una gran Ave de gracia sobre nuestros pasos, el gran
rosedal blanco de todas las nieves a la redonda... Frescura de umbelas, de
corimbos, frescura de arilo bajo el haba, ¡ah! ¡tantos ácimos aún en los labios
del vagabundo!... ¿Qué flora nueva, en lugar más libre, nos absuelve de la flor
y del fruto? ¿Qué lanzadera de hueso en las manos de las mujeres de larga edad,
qué almendra de marfil en las manos de las mujeres de edad moza
Nos tejerá tela más fresca para la quemadura de los vivos?... ¡Esposa del mundo
nuestra paciencia, esposa del mundo nuestra espera!... ¡Ah, todo el yezgo del
sueño a piel de nuestro rostro! ¡Y todavía nos arrebata, ¡oh mundo!, tu fresco
aliento de mentira!... Allí donde los ríos son todavía vadeables, allí donde
las nieves son todavía vadeables, pasaremos esta noche un alma sin vado... Y más
allá están los grandes anchos del sueño, y todo ese bien fungible en el que el
ser empeña su fortuna...
En adelante, esta página en la que ya nada se inscribe.
Saint-John Perse (Poeta en lengua francesa originario de la Isla Guadalupe, 1887-1975).
Obtuvo el premio Nobel en 1960.
(Traducido al español por Jorge Zalamea).