Pero el baile de disfraces de aquel carnaval de 1957, en casa de
Maricuchita Ibáñez Santibáñez, fue ya demasiado Waterloo para los mellizos,
aunque también ellos, cual Napoleones criollos, probarían suerte nuevamente en
el arte de la derrota atroz y definitiva. Y es que los pobres Arturo y Raúl
estaban más fascinados por la idea que se hacían de las hermanas Vélez
Sarsfield que por las tres feuconas pero simpatiquísimas hermanas de carne y
hueso. Por supuesto que fue Carlitos quien tuvo que mover cielo y tierra para
conseguirles invitaciones, lo cual obligó también a Susy, Mary y Melanie a
mover cielo y tierra para conseguirle una invitación a Charles Sylvester, su
gran amigo de infancia en Londres, que acababa de llegar a Lima, se alojaba en
casa de unos primos de apellidos Céspedes Salinas, que nosotras tampoco
conocemos ni en pelea de perros, no, pero bueno, nos encantaría que los
invitaras también con Charles Sylvester, sobre todo por lo del alojamiento y
eso, sí, por favor..
.
- ¿Que cómo son? Pues yo diría que medio cholazos y huachafones y como
que vivieran en un Daimler o se pasaran la vida limpiándolo, Maricuchita, y
además uno de ellos insiste en que le digan Duque y el otro Oso, que le queda
perfecto, te lo juro, y hasta miedo te da el tipo, pero mira, a Charles
Sylvester lo queremos atender lo mejor posible, y al fin y al cabo la tuya es
una fiesta de disfraces, o sea que lo menos que van a traer los mellizos ésos
es un buen par de antifaces.
- ¿Tres invitaciones, entonces?
- Qué le vamos a hacer, Maricuchita, por favor. Tres invitaciones, sí, y
si quieres les pido a los Céspedes que vengan con máscaras...
Pero el gran baile de disfraces de Maricuchita Ibáñez Santibáñez fue
tremenda desilusión para los mellizos Céspedes Salinas, y nada menos que por
culpa de las hermanas Vélez Sarsfield, que llegaron igual de pecosas que
siempre, igual de pelirrojas, con sus eternas colas de caballo, y sin nada que
resplandeciera en todo Lima, ni siquiera ahí en el distrito de Miraflores, sin
nada que brillara como el oro o relumbrara como un diamante. La casa del baile
sí que estaba a la altura, y fue el propio Molina, tan comunicativo
últimamente, el encargado de comentarle a Carlitos que se fijara en sus
compañeros de estudios y Amargura, mírelos, joven, como que se han achatado
ante tremenda fachada y ante el patio este de ingreso, y a quién se le ocurre,
con el calorazo que hace, ponerse una máscara de oso y tremenda piel negra,
oiga usted, y el otro disfrazado de Gran Duque de las Cruzadas, según él, que
le he preguntado y dice que fue entonces cuando nacieron las grandes órdenes de
caballería y los títulos como el suyo, ese amigo suyo va a empapar en sudor a
cuanta chica saque a bailar y ojalá que use harto desodorante...
Alfredo Bryce Echenique (Perú, 1939).
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