Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

jueves, 20 de abril de 2017

Carnaval: EL HUERTO DE MI AMADA, de Alfredo Bryce Echenique


(Fragmento del capítulo II)

Pero el baile de disfraces de aquel carnaval de 1957, en casa de Maricuchita Ibáñez Santibáñez, fue ya demasiado Waterloo para los mellizos, aunque también ellos, cual Napoleones criollos, probarían suerte nuevamente en el arte de la derrota atroz y definitiva. Y es que los pobres Arturo y Raúl estaban más fascinados por la idea que se hacían de las hermanas Vélez Sarsfield que por las tres feuconas pero simpatiquísimas hermanas de carne y hueso. Por supuesto que fue Carlitos quien tuvo que mover cielo y tierra para conseguirles invitaciones, lo cual obligó también a Susy, Mary y Melanie a mover cielo y tierra para conseguirle una invitación a Charles Sylvester, su gran amigo de infancia en Londres, que acababa de llegar a Lima, se alojaba en casa de unos primos de apellidos Céspedes Salinas, que nosotras tampoco conocemos ni en pelea de perros, no, pero bueno, nos encantaría que los invitaras también con Charles Sylvester, sobre todo por lo del alojamiento y eso, sí, por favor..
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- ¿Que cómo son? Pues yo diría que medio cholazos y huachafones y como que vivieran en un Daimler o se pasaran la vida limpiándolo, Maricuchita, y además uno de ellos insiste en que le digan Duque y el otro Oso, que le queda perfecto, te lo juro, y hasta miedo te da el tipo, pero mira, a Charles Sylvester lo queremos atender lo mejor posible, y al fin y al cabo la tuya es una fiesta de disfraces, o sea que lo menos que van a traer los mellizos ésos es un buen par de antifaces.
 
- ¿Tres invitaciones, entonces?
 
- Qué le vamos a hacer, Maricuchita, por favor. Tres invitaciones, sí, y si quieres les pido a los Céspedes que vengan con máscaras...
 
Pero el gran baile de disfraces de Maricuchita Ibáñez Santibáñez fue tremenda desilusión para los mellizos Céspedes Salinas, y nada menos que por culpa de las hermanas Vélez Sarsfield, que llegaron igual de pecosas que siempre, igual de pelirrojas, con sus eternas colas de caballo, y sin nada que resplandeciera en todo Lima, ni siquiera ahí en el distrito de Miraflores, sin nada que brillara como el oro o relumbrara como un diamante. La casa del baile sí que estaba a la altura, y fue el propio Molina, tan comunicativo últimamente, el encargado de comentarle a Carlitos que se fijara en sus compañeros de estudios y Amargura, mírelos, joven, como que se han achatado ante tremenda fachada y ante el patio este de ingreso, y a quién se le ocurre, con el calorazo que hace, ponerse una máscara de oso y tremenda piel negra, oiga usted, y el otro disfrazado de Gran Duque de las Cruzadas, según él, que le he preguntado y dice que fue entonces cuando nacieron las grandes órdenes de caballería y los títulos como el suyo, ese amigo suyo va a empapar en sudor a cuanta chica saque a bailar y ojalá que use harto desodorante...


Alfredo Bryce Echenique (Perú, 1939).

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