El domingo de carnaval del año de 1578, después de la fiesta del pueblo, y en tanto se extinguían en las calles de París los rumores de aquel alegre día, comenzaba una espléndida función en el magnífico palacio recién construido al otro lado del río y casi enfrente del Louvre por cuenta de la ilustre familia de los Montmorency, que, aliada con la familia real, igualaba en categoría a la de los Príncipes.
Esta función particular, que sucedía a la función pública, tenía por objeto festejar las bodas de Francisco de Epinay de San Lucas, gran amigo del Rey Enrique III, y uno de sus favoritos más íntimos, con Juana de Cossé-Brisac, hija del Mariscal de Francia de este nombre.
El banquete se celebraba en el Louvre, y el rey, que difícilmente había consentido en que se efectuase aquel matrimonio, se presentó en el festín con el rostro severo e impropio de las circunstancias. Su traje, además, se hallaba en armonía con su rostro: era aquel traje color de castaña obscuro con que Clouet nos le ha pintado, presenciando las bodas de Joyeuse; y aquella especie de espectro real, serio hasta la majestad, tenía helados a todos de espanto, y principalmente a la joven desposada, a quien miraba de reojo cada vez que la miraba.
Sin embargo, nadie parecía extrañar la actitud sombría del rey en medio de la alegría del festín, pues que tenía por origen uno de esos secretos del corazón que el mundo costea con precaución como escollos a flor de agua, contra los cuales es seguro de estrellarse apenas se les toca.
Apenas terminó el banquete, se levantó el rey bruscamente, y todos, hasta los que confesaban en voz baja su deseo de permanecer sentados a la mesa, se vieron obligados a seguir el ejemplo del monarca.
Entonces San Lucas dirigió una mirada a su mujer, como si quisiera hallar en sus ojos el valor que le faltaba, y acercándose al rey, le dijo:
- Señor, ¿tendré el honor de que Vuestra Majestad acepte el baile que intento celebrar en su obsequio esta noche en el palacio de Montmorency?
Enrique III se volvió hacia San Lucas con aspecto de cólera y disgusto, y como el favorito se mantuviese profundamente inclinado delante de él, rogándole con una voz de las más suaves y en una actitud de las más respetuosas, le respondió:
- Sí, señor, iremos: aunque no merecías -contestó- esta prueba de amistad de nuestra parte.
Alexandre Dumas (Francia, 1802-1870)
La ilustración corresponde a una biblioescultura de Kerry Miller inspirada por La dama de Monsoreu.
La ilustración corresponde a una biblioescultura de Kerry Miller inspirada por La dama de Monsoreu.
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