viernes, 30 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: EL HUÉSPED REAL, de Henrik Pontoppidan

 "... comienza la cuaresma, lo que le da a la gente una especie de justificación para aparecer bajo una máscara..."

(Fragmento)

- Gracias. Para ir directo al grano, mi señor: vine esta tarde a Osterbol, su ciudad vecina, donde el sacerdote es un viejo conocido mío. No lo había visto en muchos años y ha pasado el tiempo. Mi deseo era sorprenderlo un día por acá, en su idilio rural, pero resulta lamentable que se acaba de ir con su familia... no había nadie en casa más que un hombre y un par de jovencitas. Comprenderá mi desesperación cuando le diga que he hecho un largo viaje sólo con el fin de esta visita y en el camino estaba ansioso por celebrar una alegre llegada de la cuaresma con mi viejo amigo, quien en su juventud -lo que tal vez resulte un poco difícil de entender- era muy alegre y, en general, un tipo espléndido. En cambio, acabo de encontrarme con cuartos vacíos y fríos, e incluso su biblioteca está inundada de libros edificantes y escritos socialmente útiles sobre la cría de pollos y la educación de los niños, que ni siquiera son la literatura de mi vida. Sí, fue entonces cuando se me ocurrió la descarada idea de hacer una visita por la región e invocar la misericordia humana. Los sirvientes me dijeron que una amable familia de médicos vivía a una milla de distancia; y aquí me tiene ahora, señor doctor, humildemente le pido permiso para permanecer unas horas bajo su hospitalario techo y pasarla con usted sin que se sienta obligado.

- Dios no lo quiera. Por supuesto, será un placer tanto para mi esposa como para mí si puede encontrar con nosotros alguna compensación por la ausencia de su amigo. Pero permítame, señor...  

- Le comprendo, piensa que no es una explicación suficiente de por qué le pido que me demuestre la confianza suficiente para permanecer en el anonimato frente a usted. Sin embargo, muy amable señor doctor, si ahora me imaginara como el comerciante Petersen de Aarhaus o el arquitecto Hansen de Copenhague, entonces sabría un poco más sobre mí, cuando en realidad sólo quisiéramos iniciar nuestra conversación, llevarla a un punto en el que suene alta, sin privar a nuestro arte de la palabra del encanto que acaba de obtener, cayendo sin control entre el cielo y la tierra. ¿No es cierto? También comienza la cuaresma, lo que le da a la gente una especie de justificación para aparecer bajo una máscara y romper con las formas habituales de la vida cotidiana. Un capricho tonto, una idea ingeniosa, cuando sólo debe entender, querido señor, que yo... seriamente deprimido como lo estoy, con esta urgencia, me siento mucho más libre si me mantengo anónimo, esto es, disfrazado.

El joven médico se echó a reír. Había algo irresistible y contagioso en la alegría del extraño.

Henrik Pontoppidan (Dinamarca, 1857-1943). Obtuvo el premio Nobel en 1917.

Las ilustraciones corresponden a una escena de la ópera de Hakon Borresens, inspirada en este relato homónimo de Pontoppidan, en la que aparecen Tenna Kraft como Emmy Hoyer, Arnold Hoeberg es el huésped y Poul Wiede- mann, el doctor Hoyer; y a la portada del libro en danés.

jueves, 29 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: LAS DOS CARETAS, de José Echegaray

"... y más arriba nubes de polvo que esperan su miércoles de ceniza, y allá en las alturas el cielo azul..."

(Fragmento inicial)

Era un Domingo do Carnaval; pero no de los anémicos de hoy, sino de los pletóricos de los buenos tiempos.

Carnaval pictórico de locura, que llenaba calles y plazas y paseos de la heroica villa.

Todo era ruido y regocijo y movimiento y fíebre; risas fingidas de caretas burlonas; llantos fingidos de caretas con lágrimas de cartón; dominós ruines, ocultando personas decentes; dominós lujosos disimulando gente ruin; borracheras envueltas en sudarios; esqueletos repartiendo bombones y caramelos; hombres con faldas y mujeres con pantalones, promiscuidad grotesca de sexos; colchas viejas en forma de cucurucho y mantones de Manila redondeándose sobre senos postizos; bebés de cincuenta años con sonajero, y caballeros con sombrero de copa y frac, de la mano del ama; máscaras que tan pronto van por el arroyo como se amontonan en un coche; máscaras que van a caballo gallardamente y otras que van siempre en su burro de gitano; quién que finge ser enano, quién que finge ser gigante; el mamarracho eterno de la caña repartiendo el higuí y alrededor las eternas bocas abiertas de los chicuelos procurando morderlo; unos que se disrazan con andrajos como si la conciencia se los desbordase, otros que se disfrazan con encajes, como escaparate de tienda y anuncio de venta; comparsas que llevan miserias entre músicas y cornetines de murga pidiendo limosna; el tradicional hombre de los cucuruchitos de papel y el hombre vestido de esferas, acaso simbolismos carnavalescos de ciertas almas; y abajo barro, y más arriba nubes de polvo que esperan su miércoles de ceniza, y allá en las alturas el cielo azul, inmensa careta de resplandores que cubre las negruras del espacio infinito y misterioso, como si quisiera formar parte en no sé qué Carnaval apocalíptico.

José Echegaray (España, 1832-1916).

Obtuvo el premio Nobel en 1904, compartido con Frédéric Mistral.

Aquí es posible leer el texto íntegro de Las dos caretas.

miércoles, 28 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: EL SECRETO DE LOS CUATRO ÁNGELES, de Marcello Simoni


(Fragmento inicial)

Año del Señor 1205. Miércoles de Ceniza.

Vetas de color pizarra surcaban un ceniciento cúmulo de nubes. Ráfagas de viento gélido se abatían contra el monasterio de San Michelle della Chiusa, esparciendo entre sus muros un aroma a resina y hojas secas, pero también el presentimiento de un inminente temporal.

Una vez terminado el oficio de vísperas, el padre Vivien de Narbona fue de los primeros en salir del monasterio. Irritado por los efluvios del incienso y el tintineo de las velas, se alejó del pórtico y atravesó el patio nevado. Ante sus ojos el crepúsculo extinguía los últimos rayos de luz diurna.

Una repentina ráfaga de viento lo embistió, provocándole un escalofrío. El monje se arrebujó en el hábito y frunció la frente, como si se tratara de una ofensa personal. La sensación de pesadumbre que le acompañaba desde el despertar no parecía querer abandonarle. Es más, a lo largo del día no había hecho otra cosa que agravarse.

Persuadido por la idea de mitigar la inquietud con un poco de descanso, se desvió hacia el claustro, atravesó la columnata y entró en un imponente dormitorio. Fue acogido por el resplandor amarillento de las antorchas y una sucesión de huecos angostos, más bien sofocantes.

Indiferente a la sensación de claustrofobia, Vivien recorrió el laberinto de pasillos y es- caleras frotándose las manos de frío. Sentía la necesidad de acostarse y no pensar en nada. Pero cuando llegó ante su celda, le aguardaba una inquietante sorpresa. En la puerta de entrada había clavado un puñal con forma de cruz.

Marcello Simoni (Italia, 1975).

El título original con el que se publicó en italiano es Il mercante di libri maledetti (El mercader de libros malditos).

martes, 27 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: ABRIL ROJO, de Santiago Roncagliolo

"Alguna vez su madre lo había llevado a la iglesia y le habían puesto esa señal con una mano fría y negra."

(Fragmento)

El padre acomodó una cruz que estaba colgada en la pared. Era una cruz negra sin imagen de Cristo. Sólo una cruz negra sobre una superficie gris. El fiscal no quiso pensar en la cruz calcinada de la frente del muerto.

- ¿Y la noche de los hechos notó algo raro? ¿Algún ruido? ¿Algún imprevisto?

- No lo sé, señor fiscal. No sé cuál es la noche de los hechos.

- ¿No se lo dije? Perdóneme. Fue el miércoles 8. Justo después del carnaval.

Encontraron el cuerpo el mismo día de la muerte.

El padre hizo una mueca irónica.

- Qué apropiado.

- ¿A qué se refiere?

- Miércoles de Ceniza. Es el momento de purificar los cuerpos después de la fiesta pagana y comenzar la Cuaresma, el sacrificio, la preparación de la Semana Santa:

- Miércoles de Ceniza. ¿Por qué de Ceniza?

El padre sonrió piadosamente.

- ¡Ah, la educación pública laica! ¿Nadie le enseñó catecismo en su escuela de Lima, señor fiscal? En esa fecha se marca con ceniza una cruz sobre la frente de los católi- cos, como recordatorio de que polvo somos y en polvo nos convertiremos.

Alguna vez su madre lo había llevado a la iglesia y le habían puesto esa señal con una mano fría y negra. Se tocó la frente como si quisiera borrar la marca.

- ¿Para recordar que moriremos? -preguntó.

- Que moriremos y resucitaremos en una vida más pura. El fuego purifica.

Santiago Roncagliolo (Perú, 1975).

lunes, 26 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: ESE MUNDO DESAPARECIDO, de Dennis Lehane

"Vas a misa, el sacerdote te dibuja una cruz en la frente con ceniza mojada y te largas."

(Fragmento del capítulo 1: A propósito de la señora Del Fresco)

- Planteémonos a continuación el asunto de la jurisdicción policial y del carácter de los policías que estarán de turno ese día concreto.

- ¿Qué día?

- Un miércoles.

Theresa repasó una serie de nombres, turnos y situaciones posibles.

- Lo ideal -dijo. sería que Kovich lo hiciera entre el mediodía y las ocho, ya sea en Ybor, en el puerto de Tampa o en Hyde Park. Así se garantizaría una elevada probabilidad de que fueran los inspectores Feeney y Boatman quienes respondieran a la llamada.

Él movió los labios sin emitir sonido alguno para pronunciar aquellos nombres mientras se toqueteaba una arruga del pantalón, con el ceño levemente fruncido.

- ¿Los policías observan las fiestas de guardar?

- Supongo que sí, si son católicos. ¿Qué fiesta?

- El Miércoles de Ceniza.

- En el Miércoles de Ceniza tampoco hay mucha ceremonia.

- ¿No? -la perplejidad de Jimmy parecía genuina-. Hace mucho que dejé de ser practicante.

- Vas a misa, el sacerdote te dibuja una cruz en la frente con ceniza mojada y te largas. Y nada más -dijo Theresa.

- Nada más -repitió él con un suave susurro. Miró alrededor con una especie de sonrisa distraída, como si le sorprendiera un poco encontrarse allí. Se levantó-. Buena suerte, señora Del Fresco. Volveremos a vernos.

Dennis Lehane (Estados Unidos, 1965).

domingo, 25 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: ANGOSTA, de Héctor Abad Faciolince

"... debía ser miércoles de ceniza, pues vio que a muchas de ellas se les estaba emborronando una mancha oscura sobre la frente."

(Fragmento del primer capítulo)

Una vez en la puerta miró el cielo sin nubes y tuvo la impresión de que la tarde iba a ser soleada y calurosa. Distraído como siempre, no había mirado hacia el sur, de donde vienen las nubes y las lluvias. Por eso, de repente, mientras caminaba despacio hacia el hotel con el libro en la mano, lo sorprendieron los truenos, los goterones dispersos y gordos como piedras, se había desatado una de esas tormentas típicas de Angosta a finales de marzo. Para no mojarse demasiado, apuró el paso por las entreveradas callejuelas del centro, al tiempo que buscaba los aleros, se pegaba a las paredes y, como último recurso, se tapaba con el libro las primeras canas. Mientras avanzaba perseguía a casi todas las mujeres con la mirada y se dio cuenta de que debía ser miércoles de ceniza, pues vio que a muchas de ellas se les estaba emborronando una mancha oscura sobre la frente. Hacía más de veinte años que no se ponía ese memento mori, quizá la única ceremonia de la religión de sus padres que para él guardaba todavía algún encanto: «Acuérdate, hombre, de que eres polvo y en polvo te has de convertir». Polvo. No alma, no espírtu o carne que resucita, sino la pura verdad a secas: polvo, ripio de estrellas, que es la sustancia de la que todos estamos hechos, sin ninguna esperanza de que el polvo vuelva a ordenarse hasta formar el único ser humano en que consiste cada uno. Las gotas de lluvia hacían que la cruz de los cristianos -sí, ahora la veía también en algunos hombres- se deshiciera en riachuelos negruzcos que bajaban amenazantes hacia los ojos, como si quisieran cegar a los fieles.

Héctor Abad Faciolince (Colombia, 1958).

sábado, 24 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: POLVO AL POLVO, de John O'Donoghue

"Ahora sabía por qué las estatuas de los santos se encontraban veladas: era el Miércoles de Ceniza..."

(Fragmento)

Lentamente, la congregación se acercó al altar. El padre Casey estaba allí para recibirlos, con un pequeño recipiente de metal en las manos. A medida que cada feligrés se acercaba a él, metía el pulgar en el recipiente y colocaba la señal de la cruz en sus frentes. Mi madre fue la primera en recibir la bendición del padre Casey y cuando se dio la vuelta me sentí mortificado.

Allí, en su frente, había una mancha de ceniza. Ahora sabía por qué las estatuas de los santos se encontraban veladas: era el Miércoles de Ceniza, el comienzo de la Cuaresma, y toda la gente que estaba procesando para recibir la señal de la cruz estaba siendo manchada con cenizas de la caja del altar. El padre Casey las había depositado en su pequeño recipiente y ahora me hacía señas para que fuera a rellenarlo. ¡Pero esas eran las cenizas equivocadas! ¡Las cenizas de la caja eran los restos del tío Seamus! ¡No eran las cenizas del Miércoles de Ceniza en absoluto!

¿Qué podía hacer yo? No iba a detener la misa. El padre Casey me excomulgaría. Desde el coro de enfrente, Mattie sonreía como un gato, pero no pensé que fuera un asunto de risa, de ninguna manera. El padre Casey se veía muy atribulado. Me percaté de que estaban a punto de agotarse las cenizas y aún había mucha gente esperando a recibirlas.

Caminé hacia el altar, me incliné y recogí la caja con los restos del tío Seamus. Le llevé la caja al padre Casey, que utilizó una pequeña cuchara para decantarlos en su recipiente. Hice una reverencia y regresá a sentarme en una de las sillas del coro, mientras él continuaba aplicando las cenizas del tío Seamus en la frente de los fieles. Incapaz de detenerlo, me resigné a que el padre Casey dispersara lo último del tío Seamus sobre las frentes de los miembros de la congregación y observé cómo todos caminaban con solemnidad por el pasillo de la iglesia. Cuando el último de ellos por fin regresó a su banca, miré hacia afuera, cada uno de ellos con una estrella gris en la frente, y entonces pensé que al menos el tío Seamus estaba entre los suyos y ofrecí una oración por él y sus hijos, y por su amigo el señor Lupelli, y todos aquellos que mueren lejos de la tierra en que nacieron.

John O'Donoghue (Irlandés fallecido en Francia, 1956-2008).

viernes, 23 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: VIENTOS DE CUARESMA, de Leonardo Padura

"... observó los efectos del apocalíptico vendaval: las calles vacias, las puertas cerradas..."

(Fragmento inicial)

Primavera de 1989

Era Miércoles de Ceniza y con la puntualidad de lo eterno un viento árido y sofocante, como enviado directamente desde el desierto para rememorar el sacrificio del Mesías, penetró el barrio y revolvió las suciedades y las angustias. La arena de las canteras y los odios más antiguos se mezclaron con los rencores, los miedos y los desperdicios de los latones desbordados, las últimas hojas secas del invierno volaron fundidas con los olores muertos de la tenería y los pájaros primaverales desaparecieron, como si hubieran presentido un terremoto. La tarde se marchitó con la nube de polvo y el acto de respirar se hizo un ejercicio consciente y doloroso.

De pie, en el portal de su casa, Mario Conde observó los efectos del apocalíptico vendaval: las calles vacías, las puertas cerradas, los árboles vencidos, el barrio como asolado por una guerra eficaz y cruel, y se le ocurrió pensar que tras las puertas selladas podían estar corriendo huracanes de pasiones tan devastadores como el viento callejero. Entonces sintió cómo empezaba a crecer dentro de él una ola previsible de sed y de melancolía, también avivada por la brisa caliente. Se desabo- tonó la camisa y avanzó hacia la acera. Sabía que el vacío de expectativas para la noche se acercaba y la aridez de su gaganta podían ser obra de un poder superior, capaz de moldear su detino entre la sed infinita y la soledad invencible. De cara al viento, recibiendo el polvo que le roía la piel, aceptó que algo de maldito debía de haber en aquella brisa de Armagedón que se desataba cada primavera para recordarles a los mortales el ascenso de un hijo de hombre hacia el más dramático de los holocaustos allá en Jerusalén.

Leonardo Padura (Cuba, 1955).

jueves, 22 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: LA FIESTA, de Sean O'Brien

"... las mujeres hermosas parpadean como las estrellas de cine de antaño..."

(Fragmento)

Aquí en la fiesta las mujeres hermosas
Parpadean como las estrellas
de cine de antaño, en Balenciaga monocromo,
Casi desaparecidas, siguen sonriendo a los hombres
Que todo lo tendrán y más,
Los caballos y las mujeres y la luna
Que se eleva desde la caldera oscura -
Por deseo, con gravedad te lo dirán,
Es un deber muy parecido a la muerte, es dar y recibir.
Mañana es Miércoles de Ceniza. Los asesinos
Levantarán sus guadañas para unirse al carnaval
Entre las carrozas y las máscaras y los niños
Bailando a la orilla del lago. Allí al anochecer
Arrojarán un ataúd para llevarse
Los pecados que hereda la carne, libres para irse a la deriva
Hasta las playas propiedad de aquellos
Que celebran tan sombríamente aquí esta noche
La belleza de las mujeres que han matado
...
(The Party

Here at the party the beautiful women
Flicker like the long-ago estrellas
de cine, in monochrome Balenciaga,
Almost gone, still smiling on the men
Who will have everything and more,
The horses and the women and the moon
That rises from the dark caldera -
For desire, they will tell you gravely,
Is a duty much like death, its give and take.
Tomorrow is Ash Wednesday. The murderers
Will raise their scythes to join the carnival
Among the floats and masks and children
Dancing to the lakeshore. There at dusk
A coffin will be launched to bear away
The sins that flesh is heir to, free to drift
Until it beaches on the property
Who celebrate so grimly tonight
The beauty of the women they have killed
...)
Sean O'Brien (Inglaterra, 1952).

(Traducido del inglés por Jules Etienne).

miércoles, 21 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: LA SEGUNDA VIDA DEL NEGRO ADÁN, de Julio Olaciregui

"... la amenaza, una tarjeta blanca con márgenes grises de pésame, la cruz y escrito a máquina..."

La tragedia del poeta Juan Subirats

En la sala de redacción del diario El Nacional-con-la-foto-del-muerto el teclear y repiquetear de las máquinas de escribir a las seis de la tarde es intenso.

El aire acondicionado nos mantiene frescos, como en pecera, rosados o verdosos, somos los "cargaladrillos", así nos dicen los redactores del Gran Pasquín, unos ya murieron, otros estábamos ahí a esa hora evocándolos, jamás me imaginé que me tocaría escribir sobre mis amigos, mis llaves, mis compas de trabajo, codo a codo en la sala de redacción pasamos muchos días... oyendo a veces como hoy las sirenas de la policía o los bomberos, quién sabe que habrá pasado... ouuhhh ouhhhhh

Mañe entró con las fotos húmedas en la mano.

Siempre que oía abrirse la puerta de la redacción yo levantaba como un resorte la cabeza, y asustado miraba. Esta vez era Mañe, el fotógrafo. Cuando abrió la puerta un lenguetazo caliente nos lamió desde la calle. El fogaje, el resplandor, penetraba cual dragón invisible por el vestíbulo y las escaleras del diario hasta nosotros, en el primer piso. Era una bocanada, un beso de la ciudad tropical, el aire de la Avenida del Crimen.

A cada instante Carlos levantaba el rostro y miraba hacia la puerta. Tenía culillo. Ese miércoles de ceniza, ayer nomás, le había llegado la esquela, la carta con la amena- za, una tarjeta blanca con márgenes grises de “pésame”, la cruz, y escrito a máqui- na, Malparido te vamos a matar si sigues jodiendo con tus babosadas.

Julio Olaciregui (Colombia, 1951).

martes, 20 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: EL SECRETO DE LA SIRENA, de Sue Monk Kidd

"... un extraño lugar secreto, lleno de rosarios rotos, medallas de santos desechadas, tarjetas religiosas..."

(Fragmento del capítulo inicial)

Entonces me aparté de él y miré a través de la habitación la luz tenue y acuosa en la ventana, recordando que ese día era Miércoles de Ceniza y sintiendo una inevitable oleada de culpa.

Mi padre había muerto el Miércoles de Ceniza cuando yo tenía nueve años, y de una manera compleja, de una manera que no tenía sentido para nadie más que para mí: puesto que había sido, al menos en parte, culpa mía.

Se había incendiado su embarcación, dijeron que por una explosión en el tanque de combustible. Algunas partes habían aparecido semanas después, incluido un frag- mento de la popa con la inscripción Jes-Sea. No le había puesto al bote el nombre de mi hermano Mike, ni siquiera el de mi madre, a quien adoraba, sino el mío: Jessie.

Cerré los ojos y vi llamas aceitosas, y una luz anaranjada rugiente. Un artículo en el periódico de Charleston había calificado la explosión como sospechosa y hasta hubo una investigación, pero nunca encontraron nada; cosas que Mike y yo descubrimos sólo porque habíamos robado el cajón con los recortes de la cómoda de mamá, un extraño lugar secreto, lleno de rosarios rotos, medallas de santos desechadas, tarjetas religiosas y una pequeña estatua de Jesús a la que le faltaba el brazo izquier- do. Nunca se hubiera imaginado que alguna vez nos íbamos a aventurar entre toda esa santidad quebrada.

Entré en ese terrible santuario casi todos los días durante más de un año y leí el artículo con obsesión, sobre todo esa línea en particular: "La policía especula que una chispa de su pipa pudo haber encendido una fuga en la línea del combustible".

Le había regalado la pipa el día del Padre. Hasta entonces nunca antes había fuma- do.

Sue Monk Kidd (Estados Unidos, 1948).

lunes, 19 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: LA VIRGEN DE LOS SICARIOS, de Fernando Vallejo

"... le chantó un tiro en la frente, en el puro centro, donde el miércoles de ceniza te ponen la santa cruz."

(Fragmento)

Fue la tarde de un martes (pues en la mañana habíamos vuelto en peregrinación a Sabaneta) cuando el punkero "marcó cruces". "¡Ahí va! ¡Ahí va!" exclamó Alexis cuando lo vio en la calle. Ni tiempo tuve de detenerlo. Corrió hacia el hippie, se le adelantó, dio media vuelta, sacó el revólver y a pocos palmos le chantó un tiro en la frente, en el puro centro, donde el miércoles de ceniza te ponen la santa cruz. ¡Tas! Un solo tiro, seco, ineluctable, rotundo, que mandó a la gonorrea esa con su ruido a la prufundidad de los infiernos.

¡Cuántas veces no he pasado la escena por mi cabeza en ralenti! Veo sus ojos verdes viéndolo. Verdes turbios. Embriagados en lo irrepetible del instante. ¡Tas! Un solo tiro, sin comentarios. Alexis guardó el revólver, dio media vuelta y siguió caminando como si nada. ¿Por qué no le disparó por detrás? ¿Por qué no matar a traición? No hombre, por matar viendo a los ojos.

Cuando el hippie se desplomó pasaba en ese instante una moto. "¡Ahí van!" le señalé a una señora, el único transeúnte que pudo haber sido testigo del suceso. "¡Lo mataron!" exclamó la vieja. "Ajá", le contesté: era una constatación evidente.. Torpezas tales sólo se oyen en el cine mexicano, que suele poner en boca de los personajes obviedades, simplezas. Era evidente que estaba muerto: muerto está el que no resuella. ¿Pero quién lo mató? "¡Cómo que quién, señora! ¡Pues los de la moto! ¿No los vio?" Claro que los había visto, y que siguieron hacia la plaza de la América. Unos niños entre tanto se apuraban unos a otros: "¡Corran! ¡Corran! ¡Vengan a ver el muñeco!" El muñeco, por si usted no lo sabe, por si no los conoce, es el muerto. El vivo de hace un instante pero que ya no. Todo lo alcanzó a ver la señora y así se lo contaba al corrillo que se formó en tornó al muerto y su protago- nismo callado, una empalizada humana de curiosidad gozosa. Alcanzó a ver incluso ella que uno de los de la moto llevaba una camiseta estampada con calaveras y cru- ces. Fijense nomás...

Fernando Vallejo (Colombiano nacionalizado mexicano, 1942).

domingo, 18 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: VITTORIO EL VAMPIRO, de Anne Rice

"Tú tienes la culpa, Vittorio, por leer los libros que lees. Esos sueños los provocas tú mismo."

 (Fragmento del capítulo 3

La noche previa al miércoles de ceniza tuve el terrorífico sueño en el que me vi sosteniendo las cabezas cortadas de mi hermano y mi hermana. Me desperté empapado en sudor, horrorizado por esa visión. Lo escribí en mi libro de sueños. Y luego lo olvidé. Sufría pesadillas con frecuencia, aunque ninguna tan espantosa como la que acabo de describir. Pero cuando relataba mis ocasionales pesadillas a mi madre, mi padre u otra persona, siempre decían:

- Tú tienes la culpa, Vittorio, por leer los libros que lees. Esos sueños los provocas tú mismo.

Repito, olvidé el sueño.

En Pascua los campos se hallaban en flor y el primer indicio de la tragedia que se avecinaba, aunque yo no lo reconocí, fue que las aldeas situadas al pie de nuestra montaña quedaron súbitamente desiertas.

Anne Rice (Estados Unidos, 1941).

sábado, 17 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: 1492, VIDA Y TIEMPOS DE JUAN CABEZÓN DE CASTILLA, de Homero Aridjis

"Cada noche allí estaba Isabel, desnuda, abierta, urgente; sin más ansias que las de su propio deseo..."

(Fragmento)

Siempre las campanas llamaban a misa. Lo mismo durante las fiestas de Reyes y de la Candelaria, en las que nos entreteníamos mirando las estrellas desde el corral a oscuras o la larga procesión de candelas camono de la iglesia, hacia la misa.

Del Miércoles de Ceniza nos dábamos cuenta sólo por las cabezas cenicientas que pasaban delante de la ventana de la calle como rumbo a una tumba. En clausura estricta pasábamos los días públicos, más callados cuanto más ruido había en la calle, más solitarios cuanto más fuegos se encendían en las plazas, cuantos más gritos de algarabía traspasaban nuestras paredes. A menudo, el único esplendor que compartíamos con la demás gente de la villa era el de los relámpagos y la única fiesta la de la lluvia, que caía sobre nuestro tejado con la misma furia que caía sobre los tejados de otros.

Encerrados o no encerrados lo mismo nos daba, nos amábamos como si en nuestros abrazos convergieran todos los espíritus desamparados de Castilla, todos los finados incorpóreos que flotaban en el aire sin lugar fijo en el espacio, todas las ánimas que andaban desde hace siglos buscando su nacimiento, sin poder conformarse en ningún cuerpo.

Cada noche allí estaba Isabel, desnuda, abierta, urgente; sin más ansias que las de su propio deseo ni más triunfo que el del amor cumplido; mientras nuestros cuerpos, tal vez, en la mente de los inquisidores polvoreaban en la ceniza, en la memoria de la muerte.

Homero Aridjis (México, 1940).

viernes, 16 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: EL MALDITO, de Joyce Carol Oates

"... la desastrosa mañana de la boda de Annabel Slade (...) primera manifestación pública de la Maldición..."

(Párrafos iniciales de la primera parte: El novio demonio)

Víspera del miércoles de ceniza, 1905.

1

Los historiadores se sentirán impresionados, consternados y quizás incrédulos. Me atrevo a sugerir que la Maldición no se manifestó por primera vez el 4 de junio de 1905, que fue la desastrosa mañana de la boda de Annabel Slade, generalmente reconocida como la primera manifestación pública de la Maldición, sino tiempo atrás, a finales de invierno, la víspera del miércoles de ceniza a principios de marzo.

Esa fue la noche de la visita (clandestina) de Woodrow Wilson a su mentor de toda la vida, Winslow Slade, pero también la noche del día en el que Woodrow Wilson recibió un impacto considerable en su sentido de la familia y, de hecho, en su identidad ra- cial.

Joyce Carol Oates (Estados Unidos, 1938).

jueves, 15 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: ESCRITO EN ESPAÑA, de Alejandra Pizarnik

"Para poder mirar las nubes medité previamente en mi suicidio. Para poder amar las nubes, mi último estío, mi último hastío."

(Fragmento final)

Inminencia. Los ojos se estrellan, no son estrellas, no disponen de luz propia. Tanto para apaciguar dos ojos. En dónde guardan los ojos sus tesoros. Fiesta incesante en mis ojos mientras en la garganta es miércoles de ceniza, no, es el sabbat, desnudos danzan, alaridos toda la noche, toda la noche es ríspido, abracadabrantoso, rocalloso, pétreo, grietas, desgarraduras, páramo mi palabra, páramo mi lugar de origen, es de noche, danzan, caminan por los muros, danzan en mi garganta, profanación, vértigo, si sabíais que yo no.

Cuando habla con su voz, cuando en la playa cerca de Santillana del Mar su voz. Aleteos en mi sexo como en Fuentemilanos el yermo bajo alas negras aleteando (yo sobre su cuerpo como un pájaro singularmente herido). Todo lo que su voz nombra es razón de mi amor. (Ellos alargan sus sombras, hunden sus garras en mi garganta).

Aquello de un único crepúsculo. Para poder mirar las nubes medité previamente en mi suicidio. Para poder amar las nubes, mi último estío, mi último hastío.

Alejandra Pizarnik (Argentina, 1936-1972).

miércoles, 14 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: EN LA FRONTERA, de Cormac McCarthy

"... entró en el pueblo de Las Ánimas, era miércoles de ceniza según el calendario..."

(Fragmento)  

Al día siguiente cruzó Hermanas y tomó la polvorienta carretera al oeste del pueblo, esa misma tarde se detuvo en la encrucijada delante del almacén en Hatchita y dirigió la mirada hacia el suroeste donde el último sol brillaba sobre la sierra de las Ánimas y supo que nunca volveria a ir allí. Atravesó el valle de las Ánimas arrastrando lenta- mente la narria; hacerlo le llevó todo el día. Cuando a la mañana siguiente entró en el pueblo de Las Ánimas, era miércoles de ceniza según el calendario y las primeras personas que vio eran mexicanos con señales de tizne en la frente, cinco niños y una mujer andando en fila india por el polvoriento borde del camino a la salida del pueblo. Les dio los buenos días, pero ellos se limitaron a santiguarse al ver el cuerpo que llevaba en la narria y pasaron de largo. Compró una pala en la ferretería y salió del pueblo hacia el sur hasta que llegó al pequeño cementerio, donde maneó al caballo y lo dejó paciendo fuera del recinto mientras se ponía a cavar la tumba.

Cormac McCarthy (Estados Unidos, 1933).

martes, 13 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: EL BESO DE LA MUJER ARAÑA, de Manuel Puig

"Tiene unas monedas sobre la frente, una blusa amplia de esas con el escote con un elástico, que se pueden bajar del hombro..."

(Fragmento)
 
- Es en México, en un puerto, muy tropical. Los pescadores esa madrugada están saliendo en sus barcas, falta poco para que despunte el día. Les llega una música de lejos. Lo único que ven desde el mar es una casa suntuosa, toda iluminada, con unos grandes balcones que se asoman a un jardín hermoso, exclusivamente de jazmines, después viene un cerco de palmeras, y después la playa. Ya quedan pocos invitados en ese baile de disfraz y fantasía. La orquesta toca un ritmo muy cadencioso, con maracas y bongós, pero lento, una especie de habanera. Hay pocas parejas bailando, y una sola con antifaces todavía puestos. Ya se está terminando el famoso carnaval de Veracruz, y por desgracia el sol que está saliendo en ese momento anuncia el miércoles de ceniza. La pareja de los antifaces es perfecta, ella disfrazada de gitana, muy alta, con una cinturita de avispa, morocha, con raya al medio y el pelo suelto largo hasta la cintura, y él muy fuerte, también morocho, con unas patillas y el peinado para un lado con un poquito de jopo, y un bigotazo. Ella tiene una naricita muy chica, recta, un perfil delicado pero que revela carácter al mismo tiempo. Tiene unas monedas de oro sobre la frente, una blusa amplia de esas con el escote con un elástico, que se pueden bajar del hombro, o de los dos hombros, de esas blusas gitanas (...)
 
Manuel Puig (Argentina, 1932-1990).

lunes, 12 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: APOCALIPSIS. ESCUELA UMBRÍA, HACIA 1490, de Hans Magnus Enzensberger

"... hará un cuadro sombrío. ¿Por dónde comenzar cuando se quiere pintar el fin del mundo?"

No es joven ya, suspira,
saca un gran lienzo, medita,
discute tenaz y largamente con el cliente,
un carmelita avaro llegado delos Abruzzos.
Prior o superior. Ya comienza el invierno.
Crujen las articulaciones de sus dedos, crujen las ramas
en la chimenea. Suspirando imprimará el lienzo,
lo dejará secar, y lo imprimará de nuevo,
bosqueja de prisa sus figuras
en cartoncitos, simples esbozos que destaca
con blanco de plomo.
Vacila, tritura los colores, los deja unas semanas.
Y un buen día, tal vez el miércoles de Ceniza
o del día de la Candelaria, al despuntar el alba,
moja el pincel en sombra calcinada:
hará un cuadro sombrío. ¿Por dónde comenzar
cuando se quiere pintar el fin del mundo?
Conflagraciones, islas a la deriva, relámpagos
y torres y almenas y pináculos cayendo con tanta lentitud.
Cuestiones técnicas, problemas de composición.
Destruir todo un mundo es difícil tarea.
Muy arduos de pintar son los sonidos, por ejemplo,
el de la cortina rasgada en el templo,
el mugir de las bestias, el trueno; pues todo
debe desgarrarse o ser desgarrado,
todo menos el lienzo. Y no puede haber dudas
sobre el plazo de entrega: a más tardar para Todos los Santos.
Es necesario que, al fondo, el mar impetuoso una y mil veces
sea matizado con verdes destellos espumosos,
atravesado por mástiles
y los barcos hundiéndose verticalmente, naufragios,,
mientras afuera, en pleno mes de julio, ni un perro
cruzará la plaza polvorienta.
El pintor se ha quedado solo en la ciudad,
sin mujeres, sin discípulos ni sirvinetes.
Parece fatigado, quién lo hubiera creído,
mortalmente fatigado. Todo es ocre, sin sombra,
todo petrificado, fijo en una suerte de
eternidad maligna; salvo el cuadro, que va
adquiriendo forma, que se va ensombreciendo poco a poco,
que se inunda de sombra, gris acero, gris lívido,
gris tierra, violeta pálido,
caput mortuum, que se llena de diablos, de jinetes,
de masacres, hasta que el fin del mundo quede culminado.
Y el pintor,
por un instante reanimado,
absurdamente alegre como un niño,
como si le hubiesen regalado la vida,
invita esa misma tarde
a mujeres y niños, amigos y enemigos,
a disfrutar de su vino, sus trufas frescas y sus becadas,
mientras desde fuera llega el rumor de la primera lluvia del otoño.


Hans Magnus Enzensberger (Alemania, 1929).

(Traducido del alemán por Ramón Xirau).

domingo, 11 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: DÍA DE CENIZA, de Salvador Garmendia

"... y algunas máscaras de pasta, frías y tristonas, que cuelgan del techo."

(Fragmento)

Perucho enciende por tercera vez su tabaco. Es una mañana pesada, sin ruidos, quieta como un líquido transparente en completo reposo. Las ocho mesas del saloncito permanecen vacías y el piso, que ha sido lustrado con empeño, luce todavía húmedo y brillante. Un escueto adorno de carnaval enlaza las columnas con tiras de papel entorchado y algunas máscaras de pasta, frías y tristonas, que cuelgan del techo. Perucho mira con una mueca inamistosa la brasa tapiada de ceniza; sorbe y escupe al piso después de carraspear acremente. El isleño se mantiene aferrado a las palancas de la cafetera, y por su boca entreabierta, recorrida por un imperceptible temblor, se cuela un canto tenue, un falsete aniñado que no obstante flota con toda nitidez en el silencio y parece que viniera de muy lejos.

En la puerta apareció la mujer con su cartera negra bajo el brazo. Ahora lucía una piel limpia y desteñida a la manera de una tela vieja recién lavada; también se había peinado con cierta coquetería dulzona, esponjando sus secos cabellos sobre la frente. Sonrió a medida que se aproximaba al mostrador, y su andar aparentaba cierta livian- dad, una tensión entrecortada o reprimida. El isleño se dedicó a observarla fijamente, mientras ella venía a recostarse al mostrador.

- Buenos días -dijo.

No hubo respuesta. Tal vez Perucho quiso decir algo, pero se limitó a morder de nuevo su tabaco. Eran las diez de la mañana y la actividad normal del Miércoles de Ceniza no había cobrado todavía suficiente vigor; ella era la primera en entrar esa mañana, y se quedó allí un buen rato sin decir palabra, aunque a veces parecía volver a sonreír con una flexión de las comisuras. Ese gesto podía ser involuntario, pues lo repitió siempre en forma idéntica. Pronto empezarían a bajar de las oficinas. Entonces la mujer se despegó del mostrador y se dejó llevar hacia la puerta con su andar pau- sado y flotante que se apoyaba en un suave arrastrar de tacones.

Salvador Garmendia (Venezuela, 1928-2001).

sábado, 10 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: DANIEL MARTIN, de John Fowles

"Miércoles de ceniza. La maldición de Dios sobre todos los pecadores."

(Fragmento del capítulo Crímenes y castigos)

Estaba escrito a mano y firmado con su nombre completo. Se lo pasé directamente a Andrea mientras estábamos desayunando y observé su rostro cuando la leía. Se quedó impasible mirando hacia arriba.

.- ¿Sorprendido?

- Realmente no.

- ¿Vas a responder?

- Orejas de piedra. No tiene sentido -ella volvió a leer la carta-. Por supuesto que siguieron la línea del partido sobre una reconciliación. Pero te apuesto a que le dijeron a Nell lo que realmente pensaban de mí -seguía mirando la carta, como si la convenciera más que yo-. Les habrá encantado componer cada palabra de esa breve conminación.

- ¿Qué es una conminación?

- Miércoles de ceniza. La maldición de Dios sobre todos los pecadores.

Se lo dije entonces, porque necesitaba desesperadamente tener al menos a una persona de mi lado en el asunto de Jane. Eso me ganó una absolución parcial; con el tiempo, casi total, porque lo discutimos mucho hasta el punto en que Andrea estaba preocupada. De alguna manera equiparó la duplicidad de Jane con el uso de la religión por parte de su propio marido para justificar su aterradora egomanía.

Durante muchos años he aceptado que Anthony tenía razón. Yo no merecía nada más, sobre todo porque él no sabía nada de lo que había sucedido entre Jane y yo. Sólo dos años antes había tenido que aclararlo con Caro, el por qué de ese miserable escrito; había resultado útil, tanto como una prueba para mí mismo de que había adquirido objetividad, como para abrir un área hasta entonces prohibida entre noso- tros.

John Fowles (Inglaterra, 1926-2005).

viernes, 9 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: LA CATÁSTROFE, de Lêdo Ivo

"... las máscaras desgarradas que los barrenderos recogen el miercoles de ceniza..."

Las latas de cerveza tiradas en los terrenos baldíos
tras las guerras y los picnics,
los sueños interrumpidos y la luz que se apaga,
las máscaras desgarradas que los barrenderos recogen el miércoles de ceniza,
el cielo azul que se extiende sobre el cielo después de las tempestades,
los utensilios entregados al mar desordenado tras la larga servidumbre
y el anzuelo paciente y el silo devastado,
todo tiene un sentido. Nada existe en el mundo sin significado.
Y ese es nuestro tormento. Queremos tan sólo
una gota de lluvia sobre un pétalo
y la catástrofe brota. Los torrentes caen a borbotones de las verdes montañas
que abren sus entrañas de barro y piedra
y casas y cuerpos son arrastrados por las aguas ciegas.
Aturdidos y heridos, interrogamos al día
y el probable designio de Dios
y el día es un trueno, el día es un relámpago
que ilumina por un instante nuestros rostros
y aflige nuestras almas que esperaban una lluvia breve.

 
Lêdo Ivo (Brasileño fallecido en España, 1924-2012).

(Traducido al español por Martín López-Vega). 

jueves, 8 de abril de 2021

MIÉRCOLES DE CENIZA, de Luis G. Basurto


(Dos parlamentos)

Elvira: ¡Ay, cómo me he reído! Hacía mucho tiempo que no estaba tan contenta. ¿Qué les parece si nos vamos a otra parte a celebrar el carnaval? Porque mañana empieza la cuaresma y yo tengo que ir a la iglesia. Es miércoles de ceniza y...

Victoria (Levantándose de pronto, como herida): ¡Estúpida!

(...)

Federico: Dígalas. Dígalas mil veces. Sólo así podrá liberarse de ellas.

Victoria: Ojalá pudiera liberarme de lo que significan.

Federico: Le aseguro que lo conseguirá. ¿Cuáles fueron esas palabras?

Victoria (Después de una pausa, sin mirarlo): Miércoles... de ceniza...


Luis G. Basurto (México, 1920-1990).

La ilustración corresponde a un fotomontaje publicitario de la adaptación al cine, en 1958, de la obra teatral, en el que aparecen Arturo de Córdova, quien interpretaba a Federico, y María Félix como Victoria.

miércoles, 7 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: RESTOS DEL CARNAVAL, de Clarice Lispector

"... la calle tan extremadamente vacía que sigue al carnaval."
 
(Fragmento)

No, no del último carnaval. Pero éste, no sé por qué, me transportó a mi infancia y a los miércoles de ceniza en las calles muertas donde revoloteaban despojos de serpentinas y confeti. Una que otra beata, la cabeza cubierta por un velo, iba a la iglesia atravesando la calle tan extremadamente vacía que sigue al carnaval. Hasta que llegase el próximo año. Y cuando se acercaba la fiesta, ¿cómo explicar la agitación íntima que me invadía? Como si al fin el mundo, de capullo que era, se abriese en gran rosa escarlata. Como si las calles y las plazas de Recife explicasen al fin para qué las habían construido. Como si voces humanas cantasen al fin la capacidad de placer que se mantenía secreta en mí. El carnaval era mío, mío.
 
Clarice Lispector (Escritora brasileña nacida en Ucrania, 1920-1977).

martes, 6 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: PULVIS ES..., de Hugo Lindo

"... una dulce muchacha de dieciocho años, vestida de novia."

(Fragmento final)

Adentro estaba, incorrupta, una dulce muchacha de dieciocho años, vestida de novia. Las facciones finas, El rictus un poco seco, pero transido de una rara beatitud. Era como si sonriera al hijo, desde la hondura de los tiempos.

Tampoco pudo el padre Gregorio refrenar un nuevo impulso: alargó las manos para tocar aquel rostro que habría podido amar tanto, y de cuyos labios hubiera podido recibir todo el milagro de la infancia. Pero al tocarla, como si un viento atroz soplara sobre un hacinamiento de pavesas, voló un polvillo gris.

Este trazó sobre su frente una línea vertical con la ceniza, diciendo:

- Pulvis es...

En su tribulación alcanzó a recordar que era Miércoles de Ceniza, y completó la cruz:

- et in pulverum reverteris...

Y sollozó, mordido por una jauría de dolores.

Hugo Lindo (El Salvador, 1917-1985).

lunes, 5 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: LA TIENDA DE LOS MILAGROS, de Jorge Amado


"Si alguien ha de juzgar a Bahía por el carnaval, ni puede dejar de ponerla a la par de África..."
(Fragmento)
Donde se da cuenta de carnavales, peleas callejeras y otros hechizos, con mulatas, negras y una sueca (que en realidad era finlandesa)
En 1903, trece afoxés de negros y mulatos hicieron retumbar los aires con sus portentosos cortejos («Rompieron el desfile atronando el aire con estridentes notas de sus instrumentos, dos clarines, los que visten lindos vestidos de Túnez como prueba de que la civilización no es una utopía en el continente negro como sostienen los maldicientes»; así comenzaba el manifiesto al pueblo de uno de los afoxés). Luego del carnaval, el periodista se cubrió la cabeza de ceniza y vergüenza: «Si alguien ha de juzgar a Bahía por el carnaval, no puede dejar de ponerla a la par del África y, considérese, para nuestra vergüenza, que se halla aquí hospedada una comisión de sabios austríacos, quienes naturalmente, ofendidos por el bochorno, van registrando estos casos para difundirlos en los diarios de la culta Europa».
¿Dónde estaba la policía?, ¿qué hacía «para demostrar que en esta tierra existe la civilización?» De continuar la escandalosa exhibición del África: las orquestas de atabaques, las alas de mestizas y de todos los grados de mestizaje –desde las opulentas criollas hasta las elegantes mulatas blancas, el samba embriagador, ese encantamiento, ese sortilegio, ese hechizo, ¿dónde irá a parar entonces nuestra latinidad? Pues somos latinos, lo saben bien, y, si lo ignoran, lo van a aprender a costa de yugo y de golpes.
Finalmente, la policía reaccionó en defensa de la civilización y la moral, de la familia, del orden, del régimen, de la sociedad amenazada y de las Grandes Sociedades, con sus carros y sus graciosos desfiles de élite; se prohibieron los afoxés, el batuque, la samba, la exhibición de clubes de costumbres africanas.
Por fin, mejor tarde que nunca. Ahora pueden desembarcar sabios austríacos, alemanes, belgas, franceses, o de la rubia Albión. Ahora, sí pueden venir.
Pero quien llegó fue Kirsi, la sueca, que, por otra parte, corríjase pronto, no era sueca como todos pensaban, decían y terminó por ser; y sí finlandesa de trigo y de asombro. Poseída por el miedo y la lluvia, en la puerta del Mercado do Ouro, en la mañana del miércoles de ceniza, ofrecía una mueca de terror y los ojos de azul infinito.
Pedro Archanjo se levantó de la mesa de cuscús y ñame, sonrió con los labios amplios, se dirigió a ella con paso directo y firme, como si lo hubieran designado para recibirla, y le extendió la mano:- Véngase a tomar café.
Jamás se supo si comprendió o no la matinal invitación, pero la aceptó; se sentó a la mesa del puesto de Terência y golosamente devoró mandioca, ñame, torta de puba, cuscús de tapioca. La impetuosa Ivone rumió sus celos en la tienda de Miro, murmurando insultos: «Cucaracha descarada». Terência posó sus ojos tristes sobre la mesa, quién sabe si no más tristes. La invitada, harta de comer, dijo una palabra y se rió en dirección a todos. El moleque Damião, hasta allí en silencio y de pie al fondo, se entregó finalmente y también se rió:
- Blanca más blanca, de albayalde.
- Es sueca -aclaró Manoel de Praxedes, que acababa de llegar por un café y un trago-. Saltó del barco sueco, ese carguero que está recibiendo madera y azúcar, vino en el mismo remolcador que yo -Manoel de Praxedes trabajaba en la carga y descarga de barcos-. De vez en cuando una mujer rica y loca se embarca para conocer el mundo.
No tenía cara de rica ni de loca; por lo menos allí, en el puesto, todavía mojada, los cabellos pegados al rostro, tan inocente y frágil. Dulce niña.
- El barco sale a las tres, pero ella sabe que tiene que embarcarse antes. Cuando bajé, vi que el comandante conversaba con ella.
Tocándose el pecho con el dedo, dijo:
- Kirsi –y lo repitió estirando las sílabas.
Ella se llama Kirsi –comprendió Archanjo y pronunció-: Kirsi.
La sueca batió palmas con alegre aprobación, y le tocó el pecho a Archanjo, preguntándole algo en su lengua. Manoel de Praxedes desafió:
- Descifre la charada, vamos, mi compadre sabihondo.
- Pues ya la descifré. Me llamo Pedro –respondió dirigiéndose a la muchacha; había adivinado la pregunta y, repitiendo lo que había hecho la gringa, le contestó-: Pedro, Pedro, Pedro Archanjo, Ojuobá.
- Oju, Oju –lo llamó ella.
Era el miércoles de ceniza.
Jorge Amado (Brasil, 1912-2001).