Año del Señor 1205. Miércoles de Ceniza.
Vetas de color pizarra surcaban un ceniciento cúmulo de nubes. Ráfagas de viento gélido se abatían contra el monasterio de San Michelle della Chiusa, esparciendo entre sus muros un aroma a resina y hojas secas, pero también el presentimiento de un inminente temporal.
Una vez terminado el oficio de vísperas, el padre Vivien de Narbona fue de los primeros en salir del monasterio. Irritado por los efluvios del incienso y el tintineo de las velas, se alejó del pórtico y atravesó el patio nevado. Ante sus ojos el crepúsculo extinguía los últimos rayos de luz diurna.
Una repentina ráfaga de viento lo embistió, provocándole un escalofrío. El monje se arrebujó en el hábito y frunció la frente, como si se tratara de una ofensa personal. La sensación de pesadumbre que le acompañaba desde el despertar no parecía querer abandonarle. Es más, a lo largo del día no había hecho otra cosa que agravarse.
Persuadido por la idea de mitigar la inquietud con un poco de descanso, se desvió hacia el claustro, atravesó la columnata y entró en un imponente dormitorio. Fue acogido por el resplandor amarillento de las antorchas y una sucesión de huecos angostos, más bien sofocantes.
Indiferente a la sensación de claustrofobia, Vivien recorrió el laberinto de pasillos y es- caleras frotándose las manos de frío. Sentía la necesidad de acostarse y no pensar en nada. Pero cuando llegó ante su celda, le aguardaba una inquietante sorpresa. En la puerta de entrada había clavado un puñal con forma de cruz.
Marcello Simoni (Italia, 1975).
El título original con el que se publicó en italiano es Il mercante di libri maledetti (El mercader de libros malditos).
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