(Fragmento de la segunda parte: Conclusión del diario de Pechorin;
Capítulo II: La princesita Mary)
16 de junio
- Voy a
contarles toda la historia -respondió Grushnitski-. Lo único que les pido es
que no me traicionen. Esto fue lo que pasó: ayer un hombre, cuyo nombre no voy
a revelar, vino a verme y me dijo que, pasadas ya las nueve de la noche, había
visto a alguien rondando la casa de las Ligovskaia. Debo recordarles que la
princesa madre estaba aquí y que la hija se había quedado en su casa. Nos dirigimos juntos allí y montamos guardia debajo de las
ventanas para sorprender al afortunado.
Reconozco que me asusté, aunque mi interlocutor estaba
muy ocupado con su desayuno: podía oír cosas muy desagradables para él, si es
que Grushnitski había adivinado la verdad. No obstante, cegado por los celos,
no había albergado la menor sospecha.
- Pues como iba diciendo -continuó Grushnitski-, nos
dirigimos juntos a casa de la princesa, pero antes cogimos un fusil cargado de
balas de fogueo, porque solo queríamos darle un susto. Esperamos en el jardín
hasta las dos de la madrugada. Finalmente apareció, aunque solo Dios sabe por dónde
salió, pero no desde luego por la ventana, porque estaba cerrada. Probablemente
se deslizara por la puerta acristalada que hay detrás de la columna. Bueno, el
caso es que alguien bajó desde el balcón… Vaya con la princesita, ¿eh? ¡Hay que
ver cómo son las señoritas de Moscú! Después de esto, ¿de quién puede uno
fiarse? Intentamos atraparle, pero se escabulló como una liebre entre los arbustos.
Fue entonces cuando le disparé.
Alrededor de Grushnitski se elevó un murmullo de
incredulidad.
- ¿No me creen? -continuó-. Les doy mi palabra de
honor de caballero de que es la pura verdad, y para probarlo les voy a dar el
nombre de ese señor.
- ¡Dígalo! ¡Dígalo! ¿Quién es? -se oyó por todas
partes.
(Estrofa inicial de El fugitivo, leyenda de las montañas)
Harún corría más veloz que un gamo
o una liebre al escapar del águila.
Atemorizado huía del campo de batalla,
donde a chorros corría la sangre circasiana.
Su padre y dos de sus hermanos con honor
cayeron luchando por la libertad:
bajo los pies del enemigo
yacían sus cabezas en el polvo.
Su sangre fluía y clamaba venganza,
pero Harún, olvidando su deber y su honra,
arrojó al suelo en el fragor del combate
su fusil y su sable y echó a correr.
Caía la tarde: las brumas, desplegándose,
cubrían los oscuros calveros
con su ancha espuma blanca.
Soplaba de oriente un viento frío
y sobre el desierto del profeta
se alzaba en silencio una luna dorada.
Agotado y acuciado por la sed,
enjugándose del rostro el sudor y la sangre,
Harún reconoce a la luz de la luna
su aldea natal entre las peñas.
Se acerca a hurtadillas sin ser visto…
Allí todo es serenidad y silencio.
De la sangrienta batalla sin daño
solo él ha vuelto a casa.
Mijaíl Lermontov (Rusia, 1814-1841).
(Traducido al español por Víctor Gallego Ballestero).
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