(Fragmento del tomo I, capítulo IV: Historia del Churiador)
- Dinos tu nombre, Churiador, -interrumpió Rodolfo.
- El color de mi cabello era aún más claro que ahora; siempre tenía los ojos encar- nados como sangre, y por eso me llamaban el Albino. Los albinos son los conejos blancos de los hombres, y tienen los ojos encarnados -añadió con tono grave el Churiador, a manera de paréntesis fisiológico.
(Fragmento del tomo II, capítulo IX: Jaime Ferrand)
Esta puerta daba entrada a un pasillo cubierto; a la derecha estaba el cuarto de un portero viejo medio sordo, que era entre la corporación de los sastres, lo que M. Pipelet entre el gremio de los zapateros; a la izquierda una cuadra que servía de bodega, de lavadero, de leñera y de establecimiento a una colonia naciente de conejos, instalados en el pesebre por el portero, que se distraía de su reciente viudez criando estos animales domésticos.
El conejo blanco
Una parte sustancial de la acción en Los misterios de París transcurre en la taberna del Conejo Blanco, el cual aparece mencionado en casi treinta ocasiones a lo largo de su primer tomo, cuyo segundo capítulo, titulado La figonera, da principio con una descripción del lugar:
El figón o la taberna del Conejo Blanco está situado en
el centro de la calle de Fèves, y ocupa el piso bajo de una casa alta, en cuya fachada
hay dos ventanas de cierta construcción llamada a la guillotina.
Sobre el dintel de la puerta está colgado un farol oblongo,
en cuyo vidrio hendido se leen estas palabras: Aquí se hospeda de noche.
Eugène Sué (Francia, 1804-1857).
La ilustración corresponde a una imagen del Conejo Blanco en 1860, año de su demolición.
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