Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

jueves, 23 de marzo de 2023

Conejos: MOBY DICK, de Herman Melville

"¿... un cetáceo vea el mundo por un ojo diminuto y oiga el trueno por un oído más pequeño que el de una liebre?"

(
Fragmento del capítulo LXXIV: La cabeza del cachalote, vista contrastada)

Será un antojo caprichoso, pero siempre me ha parecido que las extraordinarias vacilaciones de movimiento mostradas por ciertos cetáceos al ser atacados por tres o cuatro lanchas, y la timidez y la propensión a extraños espantos, tan comunes en tales animales, todo ello, a mi juicio, procede de la inevitable perplejidad de volición en que deben situarles sus potencias separadas y diametralmente opuestas. Pero el oído del cetáceo es por completo tan curioso como el ojo. Si no se ha tenido el menor trato con su especie, se podrían seguir rastros en esas cabezas durante horas y horas sin descubrir jamás tal órgano. El oído no tiene pabellón externo en absoluto, y en el propio agujero apenas sería posible introducir una pluma de ave, de tan menudo como es. Está asentado un poco detrás del ojo. Respecto a sus oídos, se ha de observar esta importante diferencia entre el cachalote y la ballena franca: mientras el oído de aquél tiene una abertura externa, el de ésta queda recubierto por completo y de modo parejo por una membrana, de modo que desde fuera es del todo inobser- vable.

¿No es curioso que un ser enorme como lo es un cetáceo vea el mundo por un ojo diminuto y oiga el trueno por un oído que es más pequeño que el de una liebre? Pero si sus ojos fueran tan anchos como las lentes del gran telescopio de Herschel, y sus oídos fueran tan capaces como los atrios de las catedrales ¿tendría por ello más capacidad de visión o sería más agudo de oído? De ningún modo. Entonces ¿por qué tratar de «ensanchar» la mente? Es mejor perfeccionarla.

Herman Melville (Estados Unidos, 1819-1891).

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