domingo, 5 de marzo de 2023

Conejos: SANCHO SALDAÑA, o EL CASTELLANO DE CUÉLLAR, de José de Espronceda


(
Fragmento del tomo I, capítulo II)

Dicho esto se retiró a un lado y volvió a sus acostumbradas meditaciones. En esto estaba ya Usdrobal muy querido y considerado de sus compañeros, merced a su buena suerte y animosa disposición, cuando un hombre que por su traje no parecía pertenecer a la compañía llegó a ellos con mucho misterio mirando a un lado y a otro como receloso de que le siguieran; llamó al Velludo, y se apartó con él a un lado secretamente.

- ¿Qué hay de nuevo? le preguntó el capitán: ¿sale mañana el conejo de su madri- guera, o no sale?

- Sale, le respondió el otro, y lo que hay que hacer es tener buenos perros para que no se escape.

- Eso va de mi cuenta, respondió el capitán: tu amo el señor de Cuellar y yo hemos tratado lo que hay que hacer, y sería yo el perro más perro del mundo sino se la entregase como desea. La cosa está en que ella se asome siquiera a la puerta de su castillo.

"¿... quieres retardar ahora la prueba de los dos mejoras galgos que han acosado una liebre?"

(Fragmento del tomo I, capítulo III)

- ¿Qué fin podría llevarse esta mujer en engañarme tan neciamente? lo mejor será decírselo a mi hermano y dejar para otro día la prueba de los galgos, que harto tiempo queda para correr una liebre. ¿Y si se mofa de mí, diciéndome que creo en brujerías? ¿Y si piensa que desdoro mi linaje y me reconviene de tener temores indignos de una dama de mi jerarquía? No, no se lo diré; él dispondrá lo que guste, y cúmplase la voluntad de Dios.

Pensando así, y esforzándose a disimular el sobresalto que a su despecho alborotaba su corazón, llegó adonde su hermano, que ya había concluido su disputa con el abad, examinaba dos galgos nuevos, hablando con un montero mientras se disponía todo para probarlos. Estaba tan ocupado de su diversión, que no percibió la mudanza del rostro de Leonor, que en vano se animaba interiormente a sí misma y procuraba disfrazar su sobresalto bajo la máscara de la alegría.

- Veremos si esta tarde, le dijo Hernando volviéndose a ella con muestras de mucho contento, te llevas la palma en la caza de liebres, como esta mañana en la del halcón.

- Mejor seria, le respondió su hermana con timidez, dejar para otro día la prueba.

- ¡Cómo! repuso su hermano: ¿tú, la reina de la caza, y que aguardabas esta tarde alcanzar nuevos triunfos, quieres retardar ahora la prueba de los dos mejores galgos que han acosado una liebre?

- No… pero… replicó Leonor sin saber qué decir: ya ves… el cielo está muy nublado, y por la parte de Olmedo parece anunciar una tempestad.


José de Espronceda (España, 1808-1842).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario