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sábado, 4 de mayo de 2024

Mirándolas dormir: PAISAJE DE TRAPECIOS y CARTA DE DESPE- DIDA, de Silvina Ocampo

"... en ese instante se hicieron reales los movimientos acrobáticos incandescentes de esa mujer dormida."

Paisaje de trapecios

(Fragmento)

Nada extraordinario había sucedido en su vida, vivía en una soledad de desierto sin cielo. Se dormía en los bancos, esperando su turno, con los ojos ribeteados de un fuego intenso de sueño (por eso sus compañeros la llamaban "la Dormilona")... Plinio la despertaba, le tiraba de la pollera, le sacudía los brazos mientras el público pasaba en los entreactos a visitar los animales. Y entre toda esa gente, un día, fue así, en esa postura de sueño, que algodona los brazos, que agranda los párpados listos a caerse como dos enormes lágrimas, que entreabre la boca y pinta las mejillas de rojo, estampando el apoyo de un bordado, de una estrellita o de una mano abierta, fue así como un hombre se había enamorado de ella. Para él apenas en ese instante se hicieron reales los movimientos acrobáticos incandescentes de esa mujer dormida; cada brazo, cada pierna era un envoltorio de músculos dormidos y blandos como un abrazo.

Ese hombre en su infancia había visto serafines rubios disfrazados de acróbatas en el circo, por eso quizá se detuvo y miró largamente a la pruebista resucitada de su infancia. Y ella, tapiada detrás del sueño, lo vio lejos, lejos, en las gradas más altas, guiñándole el ojo detrás de dos bigotes de cejas rarísimas que llevaba sobre la frente. La intensidad de la mirada debió de ser muy grande, tan grande que Charlotte se despertó, pero no vio a nadie. "¿Plinio, quién era ese hombre?" Plinio se asomó a espiar por las cortinas y volvió tambaleando sin respuesta.

Hasta ese día había vivido en una soledad de desierto sin cielo, luego ese cielo au- sente se cubrió de alas de mariposas coleccionadas en Río, que aquel desconocido le mandó de regalo -fue Plinio el que recibió los besos de agradecimiento-. Por entre los trapecios y las sillas apiladas, las grandes manos redondas de Charlotte rezaban de alegría, una semana después, cuando un hombre alto, de traje azul violáceo, se acer- có a saludarla.

"Es cierto que era la primera vez que te veía dormida. Toqué el violín, pianísimo, para que la sorpresa no resultara desagradable..."

Carta de despedida

(Fragmento)

Guardo mi violín debajo de la cama, por costumbre, y a veces, cuando estoy desvelado, no recordando el exacto sonido de sus notas, abro la caja del instrumento y rasgo las cuerdas levemente; pero esto no basta para que me duerma. Mi afición por la música no es tan grande para que pueda engañar a los otros ni a mí mismo. Es para quedar despierto que me preocupo por el sonido de las cuerdas. Oigo la puerta de calle que se abre y la voz de Juan que llega a visitarte. ¡Todas las noches! A veces me levanto y los espío. La familiaridad con que te trata, me parece peor que indecente. Lo mataría, créeme; no lo hago, por no causarte una pena; ya bastante sufriste por mi culpa aquella tarde en que intenté darte una sorpresa. Nunca contemplé tu rostro con tanto recogimiento. Es cierto que era la primera vez que te veía dormida. Toqué el violín, pianísimo, para que la sorpresa no resultara desagra- dable y para que nadie me descubriera. ¿Cómo me atreví a entrar en tu cuarto a esas horas? Creía que mi madre no estaba en la casa; eso me dio coraje; también me dio coraje todo lo que elle hacía para separarnos. Cuando abriste por fin los ojos, se abrió también la puerta y entró mi madre, como la imagen de una furia. Me golpeó primero a mí, después a ti. Dabas la espalda a la puerta y no veías el cuchillo, sobre la mesa, que tomé, dispuesto a matarla, porque te había tocado. La luz que nos ilumina- ba como a través de mil vidrios colorados, era del color de la sangre.

Mi madre no me perdona el amor que tengo por ti. Yo no perdono el amor que tienes por Juan.

Silvina Ocampo (Argentina, 1903-1994).

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