"Otras muchas cosas yacían dobladas en el baúl, cosas que las mujeres ni siquiera sabían de qué podían servir."
Sexta parte
(Fragmento del capítulo XIX)
Y en un tren devastado de arriba abajo echó mano también a un cesto lleno de ropa interior femenina. La había enviado entonces con el carro de su padre que había acudido a visitarle al frente. Y Daria, con gran envidia de Natacha y Duniachka, empezó a pavonearse con una ropa interior hasta entonces nunca vista. La finísima tela extranjera era más blanca que la nieve; en cada pieza aparecían bordados con hilo de seda la inicial y el escudo. El encaje, en las bragas, era más pomposo que la espuma del Don. La primera noche después de la llegada del marido, Daria se acostó con aquellas bragas.
Pedro, antes de apagar la luz, sonrió benévolo.
- ¿Has encontrado calzoncillos de hombre y te los pones?
- Se está más caliente y son más bonitos -respondió Daria pensativa-. Pero es difícil comprender qué son. Si fuesen de hombre, serían más largas. Además, estos encajes… ¿Qué hacen ustedes con los encajes?
- ¡Quién sabe! Tal vez los señores nobles se ponen calzoncillos de encajes. Pero a mí no me sirven de nada. Póntelos, si quieres -dijo Pedro, rascándose voluptuosamente.
"... observando el encaje con involuntario respeto (...) No podía acostumbrarse a esa ropa interior."
La cosa no le interesaba. Pero a la noche siguiente, al acostarse junto a Daria, se apartaba cautamente, observando el encaje con involuntario respeto, temiendo estropearlo y experimentando una cierta timidez. No podía acostumbrarse a esa ropa interior. Pero a la tercera noche, irritado, la obligó con tono decidido:
- ¡Manda al infierno esas bragas! No van bien a una mujer ordinaria. No están hechas para ustedes. ¡Estás echada aquí como una señora! ¡Hasta me pareces una extraña!
Por la mañana se levantó mientras Daria continuaba dormida. Tosiendo y refunfu- ñando, intentó meterse las bragas, observó detenidamente los lazos y cintas, sus piernas desnudas, cubiertas de vello de la rodilla hacia abajo… Después se volvió y vio de pronto, reflejada en el espejo, su propia imagen que por detrás se encres- paba en ligeros pliegues; escupió, blasfemó y con torpes movimientos de oso volvió a quitarse las anchísimas bragas. Con la prisa, se enredó en los encajes y a punto estuvo de caer; furioso, soltó los lazos y se liberó del embrollo. Daria, somnolienta, le preguntó:
- ¿Qué pasa?
Pedro guardó silencio, con aire de ofendido, jadeando y perjurando todavía. Y aquellas bragas, quién sabe si confeccionadas para hombre o para mujer, fueron cuidadosamente dobladas por Daria, que con un suspiro, las guardó en el baúl. (Otras muchas cosas yacían dobladas en el baúl, cosas que las mujeres ni siquiera sabían de qué diablos podrían servir). Aquellos complicados indumentos fueron convertidos después en corpiños. En cuanto a las enaguas, Daria supo usarlas; quién sabe por qué tenían que ser tan cortas; pero la astuta dueña añadió por arriba una pieza de tela, de modo que la enagua acabó por ser más larga que la falda, que dejaba ver así dos dedos de encaje. Y la nueva elegancia empezó a barrer el suelo de tierra con sus encajes de Holanda.
Séptima parte
(Fragmento del capítulo XXVI)
Se le encogió el corazón: era evidente que Axinia había caído enferma. Recordó que la víspera ya se había quejado de escalofríos y vértigos, y que hacia la mañana había sudado tanto que los rizos de la nuca estaban mojados como después de un baño. Lo notó antes de amanecer, al despertarse, y tuvo largo rato la mirada fija en Axinia dormida, sin hacer un gesto para no turbar su sueño.
Mijáil Shólojov
(Rusia, 1905-1984). Obtuvo el premio Nobel en 1965.
(Traducido al español por Pedro Camacho).
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