Vancouver: atardecer en la bahía al final de la primavera. (Fotografía de Jules Etienne).

miércoles, 29 de mayo de 2024

Mirándolas dormir: LA PLAZA DEL DIAMANTE, de Mercè Rodoreda

"Tenía que hacer un esfuerzo para no cerrar los ojos. Me cogía el sueño."

(
Párrafo del capítulo 9)

Se fueron los dos a buscar herramientas para abrir la puerta. Yo me quedé en la entrada para ver si venía el sereno, porque le habíamos llamado dando palmas en la primera esquina y no había venido ni se le veía por ninguna parte. Cansada de estar de pie me senté en el escalón de la entrada; con la cabeza apoyada contra la puerta, miré el trozo de cielo que, se veía entra las casas. Hacía un poco de viento; sólo un poco, y el cielo estaba muy oscuro y con nubes que corrían. Tenía que hacer un esfuerzo para no cerrar los ojos. Me cogía el sueño. Y la noche, el poco de viento y aquellas nubes que pasaban muy aprisa todas para el mismo lado, me adormecían, y pensaba lo que dirían el Quimet y el Cintet ai, al volver, me encontraban hecha un tronco al pie de la puerta y tan dormida que no podría ni subir arriba... Lejos, sentí los pasos que ya se acercaban sobre el empedrado.

(Párrafo del capítulo 37)

Y yo no sabía si estaba dormida o si estaba despierta, pero veía a las palomas. Como antes, las veía. Todo era lo mismo: el palomar pintado de azul oscuro, los ponederos rebosantes de esparto, el terrado con los alambres que se iban enmoheciendo porque no podía tender la ropa en ellos, la trampa, las palomas en procesión desde la galería al balcón de la calle después de atravesar todo el piso a pasitos... todo era lo mismo, pero todo era bonito. Eran unas palomas que no ensuciaban, que no se espulgaban, que sólo volaban por el aire arroba como ángeles de Dios. Escapaban como un grito de luz y de alas por encima de los terrados...

Mercè Rodoreda (España, 1908-1983).

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